por Óscar Rosa Jiménez El tándem formado por Moench y Perlin serían el pulmón creativo de la serie regular del Hombre Lobo, pero el dibujante sería sustituido en la realización de los dos especiales contemporáneos incluidos en la cabecera trimestral Giant-Size Werewolf by Night. De ese modo, este recopilatorio arranca sus páginas con el cuarto Giant-Size, que regresaba en cierto modo sobre un concepto empleado por Marv Wolfman durante su crossover con The Tomb of Dracula. Es decir, una vez más, compartían cartel el Hombre Lobo y un vampiro, pero en esta ocasión el príncipe de Valaquia cedería su puesto a la versión marvelita de sí mismo: Morbius. Nacido en las páginas de la serie The Amazing Spider-Man, el doctor Michael Morbius se convertía en un vampiro viviente al buscar la cura sobre una enfermedad sanguínea que le afligía. Era la forma que tenía Marvel en aquellos momentos de utilizar a ciertos iconos del terror con el beneplácito del Comics Code Authority. Marcado por el dramatismo habitual de los personajes que se introducían en el incipiente Universo Marvel, Morbius luchaba una y otra vez contra la sed de sangre que lo convertía en un villano a los ojos de cierto amistoso vecino arácnido. En este encuentro, que ofrecía ciertas similitudes con las películas de monstruos de la Universal, pero con el característico sello la de Casa de las Ideas, Moench reunía a dos monstruos que afrontaban sus problemas en una incesante búsqueda de su curación: uno mediante poderes sobrenaturales y otro con planteamientos más cercanos a la ciencia. De ese modo, mientras afloraban ciertas conexiones en las esencias de ambos personajes, también se exponían sus principales diferencias en esa eterna lucha entre la ciencia y lo paranormal. Para ilustrar el relato, Moench cuenta con Virgilio Redondo, un importante artista filipino que fundó su propio estudio con otros compatriotas y su hermano, el también artista de cómics Nestor Redondo, además de formar parte de la invasión en el mercado estadounidense de los ilustradores procedentes de Filipinas a lo largo de la década de los setenta. Sin embargo, a pesar de que Virgilio trabajó en muchos títulos de terror, sobre todo en diversos magacines de la propia Marvel, no sería uno de sus mejores trabajos, quizá porque brillaba con mayor intensidad en el formato en blanco y negro. Por otra parte, el quinto Giant-Size estaría centrado en explorar una combinación entre terror y fantasía, con un Moench dispuesto a plantear cuestiones de marcado tono filosófico como la sempiterna rivalidad entre la luz y la oscuridad en una dimensión donde la cordura no tiene razón de ser. Una vez más, Moench contaría con el lápiz de un artista filipino. En este caso, le tocaría el turno a Yong Montaño, otro habitual de las revistas en blanco y negro de Marvel bajo el sello de Curtis Magazine, dedicadas al género del terror. Aunque quizá es más conocido por su faceta de entintador, perteneciendo al colectivo conocido como La Tribu, patrocinado y dirigido por Tony DeZúñiga, en el que también militó Virgilio Redondo. Un trabajo mucho más acertado que el de Redondo, pero también algo irregular, sin terminar de cuajar del todo en el formato a color. No obstante, no se puede negar que sean malas elecciones, ya que encajan muy bien en el perfil de artista que necesita el personaje, y con una dilatada experiencia a sus espaldas, aunque no estuviesen especialmente inspirados. Tras este pequeño paréntesis, este volumen regresa a las páginas de la serie regular, retomándolo donde quedó en el recopilatorio anterior. Hay que reconocer que Moench consiguió mejorar muchos aspectos de la cabecera. El principal es ofrecer una lectura entretenida, mantener cierta coherencia, y conseguir que las aventuras de Jack Russell tuviesen un rumbo bien definido. La búsqueda de sus orígenes ya había concluido, por lo que ahora le tocaba el turno a una hipotética cura sobre la maldición lupina, aunque no iba a ser del todo el eje central de los argumentos, sino más bien el trasfondo de los mismos. Mayor importancia daría Moench a la lucha contra el monstruo interior, en esa dicotomía que ofrece el icono mediante el día y la noche. Además, contará con una fuerte presencia de los secundarios habituales, mostrando a un Jack Russell particularmente arropado por sus seres queridos, que lo apoyan constantemente en cualquiera de sus dos encarnaciones. Sin apenas villanos realmente destacables, casi auspiciado bajo el drama personal del protagonista, Moench consigue sustentar con mucha habilidad una serie que tiene cierto punto diferenciador con el resto de publicaciones de la editorial en aquel momento, algo que consigue bastante bien. Quizá no llega a ser un título de gran relevancia, ni siquiera alcanza cotas de calidad estratosféricas, manteniendo ese perfil bajo durante sus años de publicación, pero en mi opinión sí que consigue unos guiones sólidos de amena lectura y buena caracterización y desarrollo de los personajes, sin duda una de las principales características de la Marvel clásica, lo cual no es algo totalmente desdeñable. Por su parte, el dibujante Don Perlin, ahora entintándose a sí mismo, evoluciona lo suficiente para que en su mediocridad no sea un verdadero impedimento para disfrutar de la lectura. Es un artista cumplidor, sin demasiado talento, pero muy eficaz en el aspecto narrativo. Aunque estoy convencido de que muchos otros lo hubiesen hecho mejor que él, también es cierto que como un mero profesional del tablero de dibujo no lo hace nada mal, sobre todo tras dejar atrás la sombra de aquellos que lo entintaron en sus inicios en la cabecera. Con el paso de los números, dibujante y guionista se van fusionando hasta conseguir un producto bastante decente, pero no lo suficiente para alejar al fantasma de la cancelación, que quizá llegaba en el momento más adecuado, ya que Moench parecía empeñado en convertir al protagonista en un héroe lupino poco prometedor. Y es que podría decirse que los intentos de internar al personaje cada vez más en el Universo Marvel dejarían cierta huella. Curiosamente, desde la creación de Jack Russell, había cierta disposición a mantenerlo fuera del radio de acción de los superhéroes Marvel. Salvo casos puntuales, el Hombre Lobo se mantenía al margen de este tipo de personajes, así se imprimía cierto tono diferenciador con los títulos de la Casa de las Ideas, aunque todo ocurriese en el mismo escenario de ficción. No obstante, el encuentro con Morbius parecía abrir una cantidad inimaginable de posibilidades, y quién sabe si un resquicio de esperanza de que la cabecera se mantuviese en el mercado un mayor tiempo. Sea como sea, tras una breve exploración del lado salvaje de Jack y sus dramáticas consecuencias, se presentaba en las páginas de la serie un personaje muy importante en el devenir de la carrera de Moench, el cual, casualidades de la vida, también sería apartado inicialmente del Universo Marvel en sus primeros años de manera intencionada. En Werewolf By Night #32-33 se presentaba ante el mundo al Caballero Luna, un mercenario llamado Marc Spector que aceptaba una suculenta suma de dinero de manos del Comité para atrapar al Hombre Lobo. Aquí tenemos la génesis del héroe selenita, unida en cierta forma al enemigo más recurrente de Jack Russell, una organización criminal que tras este encuentro no volvería a aparecer en la colección. Resulta llamativo como la lectura de estos números cambia sustancialmente si lo hacemos con la perspectiva de que Spector es un invitado en lugar del inicio de su trayectoria editorial, de la que ya hablamos largo y tendido en esta sección (Artículo 120 y Artículo 122). El siguiente paso hacia el intento de integrar a nuestro peludo protagonista llegaría a través de un concepto que con el paso de los años se ha ido transformado levemente, pero que no es otro que reunir a los monstruos de Marvel para formar un equipo con cierto tono heroico. En Marvel Premiere #28 se presentaba la Legión de Monstruos formada por el Motorista Fantasma, Morbius, el Hombre Cosa y el Hombre Lobo para protagonizar una aventura con tintes dramáticos y cierto mensaje poco esperanzador hacia el futuro de la Humanidad. Combinando el género superheroico con el terror, pero también con ciertos elementos propios de la ciencia ficción, Bill Mantlo se adelanta en algunas décadas a un concepto que tendría cierto éxito en los noventa auspiciado bajo el nombre de los Hijos de la Medianoche, aunque hay que decir que el resultado recuerda poderosamente a su trabajo con los Campeones (artículo 81). Sin embargo, esta variopinta agrupación también sería recuperada en el año 2010 por Rick Remender, para participar en una saga protagonizada por un Frank Castle muy diferente al que todos conocemos y que contaría con la presencia de la Momia Viviente. En el debut de este particular grupo tenemos en el apartado gráfico a Frank Robbins, un artista cuyo trabajo ha destacado principalmente en las tiras de prensa, con un estilo que no encaja muy bien ni con el terror ni con los superhéroes, por lo que de nuevo tenemos una marcada deficiencia en uno de los aspectos de los contenidos incluidos en este tomo. De regreso a la cabecera principal, Moench sumergiría a su protagonista en una saga que supone un homenaje e inspiración, incluso algo de adaptación, de uno de los clásicos del terror. Nos referimos a La Casa Infernal (Hell House, 1971), la célebre novela de Richard Matheson que, a su vez, seguía la senda de la también clásica The Haunting of Hill House (1959), escrita por Shirley Jackson. El propio Stephen King la define como "la más aterrorizante novela sobre una casa embrujada jamás escrita", llegando a tener una adaptación fílmica en 1973, The Legend of Hell House. Sin embargo, se ve que Marvel no tenía autorización para adaptar la novela de Matheson a sus cómics, por lo que Moench cambia ligeramente el nombre del fantasma de la mansión, Emeric Belasco, a Belaric Marcosa, posiblemente para evitar posteriores problemas legales. Aunque hay que reconocer que el guionista consigue plasmar bastante bien la atmósfera de tensión propia del género, uno de los aspectos más interesantes es su forma de mostrar elementos propios de la parapsicología y sus conocimientos de la terminología propia sobre el tema. Está claro que al guionista le interesaba bastante, estando muy bien documentado al respecto. Este es quizá uno por los motivos por los que su trabajo en esta serie logra que ésta se diferencie de las distintas publicaciones de Marvel de la época a la hora de tratar el horror, algo que se incrementaría en su siguiente propuesta argumental. Tras el paso de Russell por la mansión de Belaric Marcosa, Moench comienza a perfilar una trama que prácticamente nos llevaría hasta la conclusión de la colección. El Hombre Lobo se ve involucrado en una misión con tintes proféticos a través de una especie de entidades cósmicas que lo guían hacia su destino, que no es otro que controlar a la bestia que tiene dentro, sin necesidad de la presencia de la luna llena. Para ello, fiel a sus intenciones de imbricar al personaje en la faceta más oscura del Universo Marvel, el guionista nos lleva a Haití, introduciendo en la ecuación la santería y la magia vudú con la presencia del Hermano Vudú. Jericho Drumm es uno de los últimos de una estirpe de sacerdotes vudú que contiene en su interior el espíritu de su hermano Daniel Drumm, el cual sale de su cuerpo para poseer a otros y ayudarle en su lucha contra el mal que atenaza a la Humanidad. El personaje debutó en las páginas de Strange Tales #169, recuperando la numeración de la cabecera varios años después de que esta fuese fagocitada por el Doctor Extraño. Creado por el guionista Len Wein y el dibujante Gene Colan, el personaje protagonizaría un pequeño serial de presentación que concluiría en Strange Tales #173 para pasar a convertirse en un secundario habitual del cosmos de ficción de la Casa de las Ideas. Curiosamente, ya bien entrado el nuevo siglo, se convertiría en Hechicero Supremo, sustituyendo en ese papel a Stephen Extraño. Por otra parte, cocinada a fuego lento, Moench va construyendo una trama en la que recupera a uno de los principales villanos de Russell, el Doctor Glitternight, al cual le otorga cierto origen cósmico. De ese modo, lo que en un principio parecía ser una simple saga con elementos sobrenaturales se convierte en algo más complejo, pero no por ello más acertado. El guionista lleva al lupino protagonista a unos límites que exceden lo sobrenatural para introducirlo en un tablero cósmico en el que no termina de encajar. Todo parece obedecer a su idea de transformar a Russell en un héroe lupino capaz de controlar su transformación, algo que como concepto no es mala idea, pero en su desarrollo pierde muchos enteros. Parte del encanto de la serie radica en esa dicotomía entre su lado salvaje y la lucha interior por dominarlo. Por lo tanto, perdida esa faceta de dramatismo tenemos un superhéroe cualquiera; uno quizá demasiado simple, que había perdido ambigüedad. Con la sombra de la cancelación sobre su efigie, el Hombre Lobo acomete la recta final del título como superhéroe urbano, intentando evitar el atraco del Merodeador Nocturno y su banda, un villano nacido en las páginas de la colección protagonizada por Daredevil, sin demasiada transcendencia antes y después de esta historia, pero que salvo en esta ocasión siempre tuvo como antagonistas a héroes metropolitanos. Es entonces cuando Moench se sale totalmente por la tangente, narrando un team-up con Iron Man. Ambos forman un equipo tan extravagante como curioso, en el que se pasan incluso por la mansión de los Vengadores, presentándose ante un Jarvis particularmente sorprendido. Es en ese momento cuando Jack pierde totalmente su encanto dentro del Universo Marvel. Posiblemente no fuera más que un intento de reclamar la atención de los lectores, pero el resultado no podía ser más desacertado. Si bien es cierto que Moench había conseguido permanecer más tiempo que nadie como guionista al frente de la colección, llegando incluso a ofrecer una lectura amena y entretenida, sacando a la cabecera de cierto estancamiento, es también el que la hunde irremisiblemente en su fase final. Asimismo, el cierre de Werewolf by Night llega sin avisar, teniendo como colofón los peores números firmados por Moench, así como una trama inconclusa que no se pudo rematar y que ya serían otros los que intentarían dar carpetazo como buenamente les pareció, algunos años después. Lo cierto y verdad es que la valoración general no es totalmente negativa, ya que creo que en ciertos momentos la serie ha sido bastante disfrutable. Quizá con demasiados altibajos, la presencia de dibujantes poco acertados o mediocres tampoco ha ayudado, pero el concepto de partida, así como algunos visos de desarrollo no han estado mal del todo. No obstante, Werewolf by Night está muy lejos de otros títulos de Marvel de la época relacionados con el terror. No se puede negar que su recuperación me parezca interesante y que esté bien que ciertos tebeos históricos de Marvel no se pierdan en la noche de los tiempos, pero también puede chocar que el formato elegido para ello sea uno con pretensiones de lujo y que no esté al alcance de los bolsillos de muchos aficionados. Pero está claro que vivimos en una actualidad en la que los puntos de venta son muy diferentes a los de hace una década, donde parece que es necesario la tapa dura y el precio elevado, cuando quizá debería ser al revés. Pero, bueno, el mundo editorial es tan inescrutable que difícilmente se pueden entender ciertas cosas. Bajo mi punto de vista, la experiencia de la lectura no ha estado mal, pero es evidente que no vale el precio que hay que pagar por este viaje. Cada uno, por supuesto, que piense libremente y actúe en consecuencia. Después de esta pequeña reflexión, y tal y como iba diciendo, el cierre de la cabecera propició que una de las tramas relacionadas con uno de los secundarios más importantes, Buck Cowan, quedase en el aire durante aproximadamente dos años. En ese tiempo, Jack Russell se convirtió en un secundario más del Universo Marvel, deambulando por diferentes colecciones como invitado excepcional en manos de guionistas como Michael Fleisher o Mark Gruenwald. Sería este último el que revelaría el destino de Cowan en la cabecera de Jessica Drew, antes de cancelarse, en uno de esos Deus Ex Machina propios del género y que a veces están disfrazados de ejercicios de continuidad. Además, con el paso del tiempo, Jack perdería esa capacidad de control, volviendo a su esencia más natural, aunque también formaría parte del grupo de villanos Turno de Noche, donde colaboró con Mortaja en su particular lucha contra el crimen. Durante los noventa, en ese revival del terror que protagonizó Marvel en muchas de sus publicaciones se intentaría dar una segunda oportunidad al Hombre Lobo, pero Paul Jenkins y Leonardo Manco no consiguieron cosechar el suficiente éxito, por lo que el proyecto se canceló tras los seis primeros números. En definitiva, este volumen concluye con el periplo más largo, editorialmente hablando, que consiguió recorrer el Hombre Lobo marvelita, cuya serie clásica no veía la luz en nuestro país desde los tiempos de la editorial Vértice. Ahora está disponible, por un tiempo limitado y hasta acabar con la tirada, porque al fin y al cabo, como dice la canción, todo tiene su final; y este es el de la colección clásica del Hombre Lobo. Espero que hayan disfrutado de los aullidos. |
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