MARVEL LIMITED EDITION HOMBRE LOBO: EL LADO OSCURO DEL MAL
por Óscar Rosa Jiménez


Esta semana, nuestra querida sección vuelve a sumergirse en la faceta sobrenatural del Universo Marvel de la mano de Jack Russell, el Hombre Lobo marvelita. Con este segundo recopilatorio alcanzamos Werewolf by Night #30, donde podemos decir que la serie ha recuperado por fin el rumbo perdido. Tras un arranque algo dubitativo, y gracias en parte a la llegada del guionista Marv Wolfman, el personaje creado a imagen y semejanza del icono popular va perfilándose como un miembro más del lado oscuro del cosmos de ficción de la Casa de las Ideas, que en plena década de los setenta estaba inmerso en una constante expansión y evolución. Curiosamente, si en un principio la intención de los artistas implicados no era otra que mantener al lupino protagonista lejos del resto de habitantes del Universo Marvel, será Wolfman el que de un pequeño giro a este concepto utilizando el crossover como herramienta, antes de dejar la cabecera en manos de Mike Friedrich.

Este Hombre Lobo acosado por una maldición familiar ya tuvo un tímido intento de integración dentro del Universo Marvel, gracias a su participación en uno de los títulos más propicios para ello como es Marvel Team-Up. Como todos los aficionados al trepamuros sabrán, se trata de una cabecera en la que nuestro querido y amistoso vecino arácnido comparte sus aventuras con un personaje diferente en cada entrega, convirtiendo al buque insignia de la editorial en prácticamente la llave del éxito para algunos de los muchos secundarios de este escenario de ficción. No obstante, Wolfman realiza su particular team-up dentro de la faceta sobrenatural de la Casa de las Ideas. Después de que las editoriales estadounidenses consiguieran que el Comics Code Authority desbloqueara a los grandes iconos del cine y la literatura contemporáneos, el propio guionista había presentado a los lectores de la época la versión marvelita de Drácula (Artículo 69), que aunque no se diferenciaba demasiado del original, sí que contaba con un interesante plantel de secundarios basados en la creación literaria de Bram Stoker. De ese modo, en una combinación de inspiración literaria y homenaje al cine clásico de la Universal, el guionista dio rienda suelta a un crossover entre la colección del príncipe de Valaquia y Jack Russell. Pero este encuentro entre dos de las figuras más reconocibles del género del terror no sería solo una maniobra de marketing, ni un espectáculo visual para los aficionados al horror, sino que estaría sustentado en una trama que nos llevaría a revelar los verdaderos orígenes de la maldición de la familia Russell, que como ocurriría posteriormente en otros medios, incluido el cine, se establece un nexo de unión entre el vampiro y el hombre lobo, así como una enconada enemistad que los convierte en enemigos letales. La combinación del arte de dos artistas de la talla de Mike Ploog y Gene Colan propicia que estemos ante una de las mejores historias de la colección protagonizada por Jack Russell, que desde que cayera en manos de Wolfman consigue encontrar una dirección sobre la que avanzar, dirigiendo al personaje hacia la resolución del misterio que rodea sus orígenes, continuando esa búsqueda incansable sobre un modo con el que pueda terminar con su maldición.

Tras lo que podríamos determinar cómo el punto álgido de la etapa de Wolfman en la cabecera, cedería el testigo en la máquina de escribir a Mike Friedrich. Este editor y guionista, después de varios años trabajando para DC Comics en colecciones como Batman y The Spectre, se convirtió en uno de los principales guionistas de la Casa de las Ideas durante la década de los setenta. Entre sus trabajos es recordada su etapa en The Invincible Iron Man, donde en colaboración con Jim Starlin ayudó a introducir en el Universo Marvel a personajes como Thanos y Drax el Destructor. Posteriormente, dejaría el cómic mainstream para destacar en la industria independiente o comix underground, siendo especialmente reseñable su etapa como editor de la editorial Star*Reach entre 1974 y 1979. Friedrich siguió la senda marcada por Wolfman, en cuanto a esa búsqueda propia de un road movie, pero resulta especialmente fallida su forma de tratar al personaje, que regresa al tratamiento que le diera Gerry Conway en el pasado, mostrando muchas similitudes con Hulk. Además, los globos de pensamiento no terminan de encajar con los cuadros de texto reflexivos que convierten a Jack Russell en el propio narrador de sus historias. No obstante, el guionista apuesta fuerte en su debut, en Werewolf by Night #16 aboga por una historia referencial y en cierto modo un homenaje a uno de los grandes autores de la literatura clásica: Victor Hugo. De ese modo, el alter ego de Jack Russell, envuelto en su viaje de búsqueda por el viejo continente europeo, realiza una escala en París, donde se topa con el famoso jorobado de Notre-Dame en la famosa catedral del mismo nombre. Aunque realmente no es el Quasimodo de la saga literaria Nuestra señora de París (Victor Hugo, 1831), ni Topaz ejerce el papel original de Esmeralda, no deja de ser otra forma de unir bajo un mismo paraguas argumental a dos monstruos clásicos.

A partir de ahí, Friedrich decidiría que abordaría lo que acabaría convirtiéndose en el leit motiv de la serie. Es decir, la búsqueda de una cura, no tanto con el objetivo de salvarse a sí mismo, sino de evitar que la maldición arrastre a su hermana Lissa. Para ello, uno de los primeros pasos es dejar a un lado a ciertos secundarios como Topaz, hasta el momento su fiel compañera y el único interés romántico sólido. Si bien es cierto que el personaje comenzó prácticamente como la figura icónica de una damisela en apuros, la opción ideal para ser raptada por el villano de turno, termina convirtiéndose en la única capaz de controlar con sus poderes el lado salvaje de la bestia durante las transformaciones las noches de luna llena. No obstante, dejará su sitio al resto de secundarios habituales, de los cuales destacarán Buck Cowan, la propia Lissa y los vecinos del piso de Jack en el edificio Colden House. Con todos ellos realiza algunos argumentos y subtramas que nos devuelven al Comité, una organización cuya enemistad con Jack Russell comienza a perder todo su sentido. Sin embargo, son la herramienta perfecta para introducir un esquema básico en estas aventuras, en el que el Comité elige a un esbirro monstruoso que envía a eliminar a Jack, y este lo impide en su forma lupina. Aunque también se elige una figura de autoridad dentro de la organización, Barón Trueno, un villano de segunda del que no se consigue obtener demasiados resultados. Un golem, actores convertidos en vampiros y un segundo hombre lobo son algunas de las aportaciones a la serie de un guionista que, visto desde la perspectiva que ofrece el tiempo, parece más bien el protagonista de una etapa de tránsito que el pretendido escritor regular de la cabecera. Y es que tras cuatro números, llegaría un nuevo relevo, está vez como algo más definitivo y trascendental para el futuro del lupino protagonista; y su nombre es: Doug Moench.

Pero antes de que la serie regular estrenase un nuevo equipo artístico, de forma simultánea, Jack Russell participaría en una nueva cabecera con regularidad trimestral cuyo nombre iría asociado a una de sus principales características: el aumento de páginas del interior. De ese modo, a mediados de los setenta, el formato utilizado hasta el momento para los anuales pasó a convertirse en Giant-Size, pero acudiendo a los kioscos a su cita cada tres meses. Con fecha de portada de julio de 1974 se ponía al a venta Giant-Size Creatures #1, que a partir de su segunda entrega pararía a renombrarse como Giant-Size Werewolf by Night. En sus páginas, Tony Isabella tomaba las riendas de Jack Russell para narrar una aventura en la que acabaría convirtiéndose prácticamente en un secundario, ya que los hechos verdaderamente relevantes de la trama estarían ligados a Greer Nelson. Esta futura vengadora nacía de un plan elaborado por Stan Lee a principios de los setenta, en el que lanzó una serie de proyectos cuya principal premisa era, básicamente, mujeres escribiendo a mujeres. En un intento por buscar un hueco en el nicho de mercado que ofrecía el público femenino, Stan contrató a varias escritoras para que trabajasen en diversos títulos cuyos protagonistas fuesen personajes femeninos, y con cierta relación en el tono con el superhéroe habitual del incipiente Universo Marvel. Linda Fite, bajo la supervisión de Roy Thomas, sería la encargada de dar vida a la Gata, una joven que consigue poderes mediante un experimento genético, el cual perseguía que una mujer obtuviera su máximo potencial físico y mental. En un intento de mostrar al personaje femenino desde una óptica muy diferente a la de la época, Greer presenciaría la muerte de su esposo y se convertiría en justiciera después, aunque su carrera sería muy corta, siendo cancelado el título tan solo cuatro números después de su lanzamiento. Isabella recupera a Greer en este especial, la vincula al Pueblo Gato y la transforma en Tigra, una mujer capaz de convertirse a voluntad en un híbrido de humano y felino. Así renace un personaje que había quedado olvidado y que posteriormente se convertirá en una de las piezas clave del entorno de los Vengadores, sobre todo gracias a la pericia de Roger Stern.

La llegada de Mike Friedrich no había sido el único cambio en el equipo artístico tras la marcha de Wolfman, ya que al poco también se iba Mike Ploog. El encargado de sustituirlo en el tablero de dibujo es Don Perlin, un artista con mucho menos talento que Ploog, pero que con el paso de los números le va cogiendo el pulso al tono de la serie. A pesar de que la colección pierde cierto potencial estético, la elección no se puede decir que sea desacertada del todo. Perlin es un artista curtido en la década de los cuarenta, donde trabajó para las principales compañías de la industria como Hillman Periodicals, Harvey Comics, Fox Features o Charlton Comics, así como para la precursora de Marvel, Atlas Comics. Por lo tanto, con este bagaje por el cómic mainstream de una época marcada por las historias de monstruos, el suspense y lo sobrenatural en todas sus facetas inimaginables, ponerlo al mando de una serie protagonizada por un hombre lobo, a caballo entre el género del terror y los superhéroes, no cuesta nada pensar que el resultado final no podía ser malo. Siendo totalmente honestos, no creo que lo sea del todo, sino que más bien está particularmente marcado por el trabajo de los entintadores. La marcha de Ploog iba aparejada a la del entintador Frank Chiaramonte, y con Perlin llegaba Vince Colletta. Sin duda, este artista de ascendencia italiana, que algunos han llegado a asociar con la mafia, ha pasado a la historia por ser uno de los principales responsables de borrar lápices de Jack Kirby durante su etapa al frente de la colección protagonizada por el Dios del Trueno, agobiado por las fechas de entrega. Incluso muchos compañeros de profesión llegaron a rechazarlo como pareja artística en más de una ocasión, porque después no reconocían su trazo bajo las tintas de Colletta. Leyenda urbana, exageraciones o habladurías del mundillo, lo cierto y verdad es que cuando Perlin se encarga de entintarse a sí mismo el resultado cambia radicalmente, y comenzamos a ver una evolución positiva en el apartado gráfico. Incluso se aprecian mejores composiciones de página, con una narrativa más atrevida y una mayor profusión por los detalles, especialmente en el pelaje del hombre lobo. Esto se apercibe mejor durante la lectura de este volumen, donde se observa paso a paso la evolución del dibujante, muy diferente en las páginas finales del recopilatorio. Aunque es obvio que está lejos del Olimpo de los grandes dibujantes del momento, y se acerca más a un artesano con oficio que a cualquier otro apelativo, también creo que es justo añadir que su estilo no encajaba del todo mal en esta serie, llegando a realizar algunas páginas francamente buenas, y que quizá se vio demasiado eclipsado por el trabajo del entintador, que lejos de embellecer su lápices, los empeoró.

Doug Moench aterriza en Werewolf by Night #20, convirtiéndose en la última pieza que constituye el equipo creativo más sólido de la cabecera debido a su permanencia en ella. Con Don Perlin más o menos asentado, el guionista convierte al Hombre Lobo en un protagonista silente mientras su alter ego es la única voz narrativa de todo lo que ocurre a modo de vagos recuerdos de lo sucedido durante las noches de su transformación. En esta sección hemos hablado ampliamente de Moench, sobre todo de aquellos trabajos que se han convertido en obras de culto como son Master of Kung-Fu o Moon Knight. Quizá es un escritor algo denostado, por su en ocasiones prosa un poco recargada y su tendencia a la reflexión, dando como resultado una lectura no demasiado fluida. No obstante, creo que una vez más vuelve a dar en la diana en cuanto al tratamiento del personaje, que deja de ser una especie de Hulk peludo para convertirse en algo mucho más cercano al monstruo icónico que todos conocemos, bajo la particular pátina que ofrecían los cómics producidos por Marvel durante la década de los setenta. En un principio, busca esa continuidad en la integración al cosmos de ficción de la Casa de las Ideas, utilizando como invitado al Monstruo de Frankenstein, que también disfrutaba de su propia cabecera por aquella época (artículo 139), para después desligarse y continuar con las tramas relacionadas con la incesante búsqueda de una cura para la maldición de Jack Russell. Si bien es cierto que aquí deja a un lado su tono reflexivo, buscando más el drama y la consternación del protagonista, en mi opinión consigue sumergir al lector en esa dinámica propia de una serie que se aleja progresivamente de los superhéroes para mantenerse ligada a la faceta sobrenatural del Universo Marvel, en esos momentos con una mayor autonomía y con cierta distancia sobre dicho escenario de ficción, como ya hiciera con el propio Caballero Luna en sus inicios.

Mediante una serie de tramas de escaso recorrido, Moench intenta encontrar antagonistas que hagan sombra al personaje, sin demasiada fortuna. Una de las deficiencias claras de Werewolf by Night es que el Hombre Lobo no tiene grandes enemigos, aunque se recurra con frecuencia al Comité; presenciemos el nacimiento de Atlas, un actor perturbado que se convierte en un asesino y que bien podría ser un enemigo de los habituales del héroe selenita; se recupere al Ahorcador, con su particular trasfondo social; se explore el concepto del bien y del mal en un sosías del literario Doctor Jekyll y Mr. Hyde; o incluso se dé un giro radical a la participación de varios miembros de la policía, obsesionados con la persecución de un monstruo que para ellos es un peligro para la ciudad, aunque no terminen de encajar su existencia. Sin embargo, todo ello sirve para potenciar el dramatismo, buscando cierta comunión entre lo sobrenatural y lo terrenal. Asimismo, se va cocinando a fuego lento un argumento que culmina en una larga saga, en la que se pretende dar carpetazo a la posibilidad de que la maldición pueda afectar también a Lissa, la hermana de Jack. Moench recurre a los secundarios habituales, dejando atrás a los habitantes de Colden House, incluyendo a Topaz, que de nuevo se revela como la pieza clave en lo que podría ser una solución para la familia Russell. En un nuevo acercamiento a lo sobrenatural, Moench introduce como uno de los componentes principales la magia, introduciendo al hechicero Glitternight, quizá el único villano con cierta entidad a lo largo de todo este volumen. Utilizando las almas de algunos de los seres queridos de Jack, dará vida a unos monstruos que acosarán a los protagonistas de la cabecera, coincidiendo con uno de los momentos más temidos de la colección: el día que Lissa cumple los 18 años. Bajo esta premisa, el guionista consigue dotar a la serie de cierta cohesión argumental, dotándola de una serialización de las tramas, que permiten recuperar el rumbo perdido. Esto sumado a la evolución positiva del desarrollo de los personajes convierte al título en una lectura mucho más interesante que hasta el momento, ofreciendo un producto que parecía que nadie era capaz de concebir tras la marcha de Marv Wolfman. De ese modo, como si de una montaña rusa se tratase, la calidad argumental del tomo sufre ciertos altibajos hasta aumentar ostensiblemente en el tramo final, dejando al lector presumiblemente interesado en lo que parece ser un futuro prometedor para los protagonistas de una serie que hasta el momento solo han vivido desgracias.

Haciendo un poco de balance, podemos decir que tras 30 números y varios especiales, la serie se ha mantenido en un promedio bajo, salvo contadas ocasiones, gracias en parte al trabajo de los dibujantes iniciales y del guionista Marv Wolfman. No obstante, lejos de lo que pueda parecer en un principio, y sin tener prácticamente ninguna expectativa, este segundo recopilatorio me ha parecido una lectura mucho más entretenida de lo esperado. Don Perlin ofrece una evolución positiva, sin ser un dechado de virtudes, mientras que Moench va construyendo argumentos sólidos y mejora sustancialmente el tratamiento de los personajes. Si bien es cierto que dentro de las colecciones de personajes de terror de Marvel en los setenta no es la más destacable, está un poco por encima de otras como The Monster of Frankenstein, pero poco más, ofreciendo unos mínimos de entretenimiento, y siendo conscientes de que no deja de ser un tebeo añejo, no está del todo mal. Desde luego, personalmente, creo que sería más propicia su publicación en un formato más de batalla, sin tanto lujo ni la exclusividad de una edición limitada, pero a estas alturas parece que esa lucha ya está perdida, así que solo queda decidir si realmente el aficionado está dispuesto a pagar su precio y actuar en consecuencia, sin darle muchas vueltas al tema. La edición es buena, eso no se puede negar, aunque el tema del diseño de los tomos de la línea sigue siendo un gran hándicap, algo que algunos aficionados han resuelto de manera muy lograda poniendo sobrecubiertas. No obstante, la principal preocupación, que no es otra que la encuadernación, parece ser cosa del pasado, porque no hay extraños crujidos y presenta la solidez propia de un producto de este elevado precio. En el apartado de extras está muy comedido, teniendo en cuenta lo aficionada que es Panini a los rellenos innecesarios, además de que ofrece una comparativa de Perlin entintado por sí mismo y por Colletta, donde quizá se aprecie un poco lo que argumentaba a lo largo del artículo. Cabe destacar la inclusión de varios relatos de texto publicados en la revista Monsters Unleashed! como viene siendo habitual en otros tomos de la línea. En definitiva, una oferta que nos permite ver el lado oscuro del mal en el Universo Marvel más clásico de la mano de uno de los grandes iconos de la literatura y el cine, aunque tenga que ser bajo la luz de la luna llena.

Si deseas expresar tu OPINIÓN o plantear alguna DUDA sobre este articulo, escribe un texto y envialo a TRIBUNA EXCELSIOR.


Copyright © Marvel Characters, Inc.