por Óscar Rosa Jiménez No quiero hacer especial hincapié en el tema, más que nada para no sonar repetitivo, pero la proliferación de reediciones autodenominadas integrales viene aparejada de ciertas decisiones un poco extrañas. Este tomo es un claro ejemplo del abuso de “extras”, considerados por algunos como “rellenos”, que si bien es cierto que son cómics, en lugar de otro tipo de materiales más prescindibles, no me termina de convencer su inclusión aquí; sobre todo si eso repercute en el precio final del producto. Los responsables del departamento de precios de la editorial italiana se vuelven a cubrir de gloria, al incrementar el precio de este recopilatorio, con respecto al anterior, en tres euros, a pesar de que ambos tiene las mismas páginas: 608. Teniendo en cuenta que la diferencia de publicación es de prácticamente dos meses, no se termina de entender esta nueva “tasación”. Ni siquiera ha pasado el tiempo suficiente para valorar si el primer ejemplar ha vendido bien o mal. A esto hay que sumarle que poco menos de la mitad del tomo son materiales de diferentes épocas, por lo que tampoco incita al hipotético comprador a desembolsar ese incremento de precio para completar la colección que, además, ni siquiera tendrá una presencia tan activa de Thomas como veremos más adelante. Quizá esa idea de que los precios surjan de una tirada de dados no es tan exagerada como pensaba, porque realmente es una decisión inentendible, así como muchos de los elementos que rodean a esta línea de clásicos, la cual dista mucho de fomentar la confianza entre la editorial y sus clientes, sino más bien todo lo contrario. Tres euros no es una gran diferencia y, obviamente, nadie está obligado a comprarse el tomo si no está satisfecho con las condiciones, pero qué duda cabe, el detalle hacia el aficionado es horrible, que una vez más es tratado con cierto desprecio, poniendo por delante el beneficio económico, o la máxima explotación de un fenómeno editorial que esperemos que tenga los días contados, porque la situación parece estar abocada a un todo vale. Casi parece como si se estuviese tensando la cuerda hasta ver cuanto es capaz de aguantar el aficionado. Supongo que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, o no, quién sabe. Dejando un poco de lado el inflamable tema de los precios, la inclusión de ciertos cómics tampoco está exenta de polémica. Primero tenemos la conclusión de la serie The Invaders, que concluyó en su número 41 para, a continuación, comenzar un rocambolesco baile de contenidos que ayudan a entender el destino de la formación más allá de su serie regular. La miniserie de los noventa, escrita por el propio Thomas, tiene su lógica, al ser considerada como el volumen dos de la colección clásica. Incluso el segundo Giant-Size de la serie, que vio la luz en 2005, también obra del padre de la idea, es otro complemento que está dentro de la coherencia por completar la trayectoria editorial de los Invasores. Esto hubiese supuesto unas 370 páginas más o menos, lo que no hubiese estado nada mal, incluso podría haber influido a nivel económico, rebajando un poco su coste. Sin embargo, la fiesta se prolonga hasta las más de 600 páginas con un material que no es que sean malos tebeos, pero tampoco era necesario publicarlos aquí. Quizá el que menos me ha molestado es la miniserie escrita por Roger Stern, Marvel Universe, tanto por su calidad como por el protagonismo de los luchadores contra el Eje. Tampoco me parece mal la inclusión del What If #4, por su importancia de cara al destino de los personajes tras la Gran Guerra. Si se hubiese parado ahí, tendríamos unas 450 páginas más o menos, lo que quizá nos hubiese permitido ahorrar algo. Sea como sea, de aquí al final del tomo tenemos dos números de la serie protagonizada por el Centinela de la Libertad, concretamente la saga transcurrida en la mansión de los Falsworth, en la que tendremos el regreso de unos viejos conocidos. A continuación, se incluye el sexto anual de Captain America, durante la etapa de J.M. DeMatteis, en el que se solventan algunos problemas con la continuidad del personaje. Para rematar, tenemos The Avengers #71, la primera aparición de los Invasores en el Universo Marvel, que no es más que otra perspectiva sobre el encuentro entre los Vengadores y el supergrupo de la Segunda Guerra Mundial con respecto a lo que pudimos ver en el primer anual de la serie, publicado en el anterior volumen. Todavía si se hubiese incluido junto a dicho anual, a modo de extra, tendría cierto sentido, pero como colofón de la recopilación no solo es absurdo, sino que transmite la sensación de relleno para completar la cifra redonda de las 608 páginas, presentando dos volúmenes de igual paginación pero, curiosamente, sin idéntico precio. Desde luego, estamos ante otro de esos insondables misterios editoriales que escapan a la comprensión de los aficionados, los cuales debemos parecer un público capaz de tragar con todo con tal de completar una colección. Lo peor de todo es que estos tebeos han sido publicados por la editorial en fechas más o menos recientes en otras de sus publicaciones, por lo que es muy posible que el target al que va dirigido este producto sea prácticamente el mismo. Esto nos deja la reflexión de que no solo nos “obligan” a pagar tres euros más por un tomo de idénticas características a otro publicado dos meses antes de la misma colección, sino que, además, repetimos material alegremente y engordamos un tomo que no lo necesita. Estoy seguro que después habrá quién diga que los clásicos no venden lo suficiente comparado con los cómics de rabiosa actualidad, pero el maltrato que sufren los interesados en él tampoco es una cuestión desdeñable. Volviendo a los cómics, el tramo final de la colección protagonizada por los Invasores toma un cariz ligeramente diferente al que pudimos ver en los números anteriores de la serie. Roy Thomas comenzó a ausentarse, lo que influyó en cierta medida en la calidad de las historias. El de Misuri me parece especialmente inspirado en un puñado de cómics que hunden sus raíces en un marco histórico que se nota a la legua que le apasiona. Su sustituto, Don Glut, un polifacético escritor ligado al mundo audiovisual, no lo hace del todo mal, pero le cuesta coger el ritmo, mostrando ligeras diferencias en su trabajo cuando está en solitario y cuando está apoyado por Thomas, sobre todo en el desarrollo y la presentación de nuevos conceptos. Los primeros números del tomo pierden un poco de fuerza, a pesar de que mantiene el tono dinámico de las aventuras y se presentan nuevas amenazas como el Caballero Teutón. No obstante, el nutrido grupo de protagonistas se reduce a los tres pilares sobre los que se asienta los inicios de la editorial, apoyados por algunas de las nuevas incorporaciones. Cabría destacar una de las primeras novedades, dotando a Union Jack de unos poderes eléctricos que no terminan de encajar con la esencia del personaje, que se había perfilado como un cazador de espías enmascarado, cuyas principales características eran sus habilidades físicas y el empleo de armas como su cuchillo y su Webley, un revólver británico del calibre 455. A esto habría que sumarle una proliferación de argumentos que situaban la acción en épocas pretéritas del grupo, propiciando un aumento de la retrocontinuidad y el empleo de nuevos villanos ligados al nazismo como la versión nacionalsocialista del monstruo de Frankenstein. El momentáneo e intermitente regreso de Thomas serviría para recuperar el rumbo de la serie, que adquiría una mayor serialización de sus guiones, incluyendo ciertas subtramas relacionadas con algunos personajes habituales del título como el Destructor. También serviría para retomar el tema de la mitología escandinava, del cual ya tuvimos un pequeño adelanto en el tomo anterior, donde se utilizó la ópera de Wagner, “El anillo del nibelungo”, como base para una de las historias. En esta ocasión, Thomas introduce nada más y nada menos que a Thor, convirtiéndolo en aliado circunstancial, bajo engaño, de Hitler. Esto entroncaría con la propia realidad histórica, ya que los nazis y su mayor dirigente tenían una insana obsesión por la mitología, los objetos de poder y lo sobrenatural, algo que los llevó a realizar auténticos expolios a lo largo y ancho de todo el planeta. De ese modo, el de Misuri vuelve a conectar ficción y realidad de una manera sutil e inteligente, de manera que sus ideas no solo resultan dinámicas y entretenidas, sino que hunden sus raíces en un trasfondo histórico, al igual que muchos de los conceptos que desarrolló a lo largo de su estancia en el título. Esta sensación se acrecienta con la utilización de personajes reales muy involucrados en la acción como Wiston Churchill, así como otros políticos y militares que participaron activamente en el conflicto bélico. Entre los enemigos a los que tendrían que hacer frente en la fase final de la colección, tenemos a Cruz de Hierro que, en palabras del propio Thomas, pretendía ser una versión nazi de Iron Man. Otra importante incorporación a la galería de villanos sería Lady Loto, una sensual japonesa que sería la principal artífice de la creación del Super Eje, un supergrupo de villanos que protagonizaría la última gran aventura de la serie, recuperando a los principales antagonistas de los Invasores desde el inicio de su serie regular. Por otro lado, en el apartado de aliados tendríamos el regreso de la Legión de la Libertad, los cuales permitirían que dos de su miembros se uniesen al conocido Escuadrón de Vencedores: Miss América y Zumbador. Ambos insuflarían un nuevo aire al equipo, convirtiéndose una herramienta para profundizar en la relación de sus integrantes, no solo por la que ellos mismos protagonizarían, sino porque sería más acusada la tensa relación entre la Antorcha Humana y Namor, en una alusión directa al choque de los elementos que representan, así como la evolución de Spitfire y Union Jack, que poco a poco se irían distanciando del grupo, sobre todo al dirigir las tramas al frente doméstico, en lugar de a la mansión de Inglaterra, que se había convertido en su base de operaciones habitual durante su estancia en Europa. Si bien es cierto que cuando Thomas mantuvo el control total del proyecto la serie me pareció más sólida, la aportación de Glut permite que las tramas adquieran un cariz más sesentero, recordando en cierta forma al estilo de la Marvel de la época, dejando un poco atrás el tono añejo. Poco a poco, gracias a la colaboración de ambos autores, la serie adquiere más amplitud argumental, los personajes obtienen un mayor desarrollo para culminar en una saga que deja un buen sabor de boca como broche final. Es inevitable ver ese homenaje a la Golden Age, y a los cómics de esa época en general, llegando a colarse incluso un pequeño guiño a los lectores de DC Comics, debido al cameo de la pareja de soldados formada por Steve y Diana. Después de 41 números, los Invasores se despedían de los lectores por la puerta grande, dejando atrás un buen puñado de tebeos, cargados de acción y como un claro ejemplo de cómo se puede homenajear al género respetando los orígenes y ayudando a completar muchos de los aspectos de un universo de ficción tan complejo y rico como el Universo Marvel. Sinceramente, tenía serias dudas sobre esta colección, por su temática y su aura de serie no apta para todos los públicos, pero me ha sorprendido gratamente durante su lectura. En el apartado gráfico, también tenemos novedades. Frank Robbins deja paso a Alan Kupperberg que, entintado por Frank Springer, Chic Stone y Rick Hoberg, dejará atrás el estilo propio de las comics strips, contribuyendo a devolver a la serie ese aire sesentero que comentaba antes. Bajo mi punto de vista, los tebeos incluidos en este tomo son más atrayentes visualmente hablando para el lector medio de la Marvel clásica, ya que pueden encontrar en ellos el sello característico de la Casa de las Ideas de la época. A pesar de que Kupperberg se muestra irregular, a medida que avanzan las páginas podemos ver como va evolucionando positivamente, sobre todo gracias a entintadores de la talla de Chic Stone, que puso su arte a disposición del Rey de los Cómics durante buena parte de la década de los sesenta. Por lo tanto, es prácticamente imposible no tener esa sensación tan familiar de estar ante unos tebeos que gráficamente son el vivo ejemplo de lo que se realizaba en la Casa de las Ideas a finales de la década de los setenta. No obstante, debo decir que el trabajo de Robbins no es en absoluto malo, pero no deja de estar influenciado por un estilo clásico que no termina de ser aceptado por una parte del público, acostumbrado a un tono menos realista y quizás más dinámico. The Invaders Vol. 2, a pesar de haber transcurrido casi 15 años, retoma de una forma más que correcta al supergrupo de la Segunda Guerra Mundial, aportando a la experiencia lectora una autentica sensación de continuidad, pese al tiempo transcurrido. Esto es gracias al guión de Roy Thomas, que en sus pocos trabajos en la década de los noventa intentó aportar su pequeño grano de arena par evitar que se perdiera del todo esa forma de hacer tebeos que, de la noche a la mañana, se volvió obsoleta en la década por antonomasia de los dientes apretados, las chaquetas de cuero llenas de bolsillos y los grandes pistolones imposibles de sujetar. Aunque Dave Hoover, el encargado de ilustrar esta miniserie de cuatro números, nada tiene que ver con Frank Robbins, dentro de todos los dibujantes que podrían haber elegido creo que no está nada mal. Obviamente, está fuertemente influenciado por la época dorada del postureo y la brillantina, así como Miss América y cualquier fémina que aparezca en estos cómics está muy cercana al estándar de top model con curvas de infarto, pero entre las nuevas creaciones se deja entrever que aún pervive ese emotivo homenaje a los lejanos cuarenta, aún más lejanos si cabe en 1996. En el propio cómic, Thomas afirmaba que si la miniserie tenía una buena aceptación continuaría, pero no pasó del cuarto número, como era de prever por otra parte. Roger Stern es uno de los mejores guionistas que han pasado por Marvel Comics, principalmente por la capacidad de hilar el pasado con el presente, siempre con la vista puesta en el futuro. Creo que no hay una etapa durante su trayectoria profesional que no merezca al menos ser leída, además de ser una lectura altamente entretenida. Una de sus principales características es el magnífico trabajo que realizó desarrollando y haciendo evolucionar a los personajes del Universo Marvel, sin dejar de lado su historia pasada. Qué duda cabe, Stern es una de esas enciclopedias humanas que cualquier editor querría tener en su colección. No es de extrañar en absoluto que fuese el impulsor de una serie de breve recorrido titulada Marvel Universe, publicada originalmente en 1998, junto al dibujante Steve Epting, de la cual se incluye los tres primeros números. En ella se retrotrae a los años cuarenta, narrando una historia protagonizada por los Invasores en la que se enfrentan a una conocida organización criminal: Hydra. A pesar de ser un tebeo relativamente actual, con un grafismo moderno, no deja de ser una historia clásica al más puro estilo de Stern. Es quizá uno de los mejores complementos de todo el tomo, siendo capaz de imbricar nuevas historias con la creación de Thomas en el pasado. No se me ocurre mejor forma de definirlo que tebeos de antes con técnicas de ahora. Una auténtica gozada que sirve de ejemplo de lo que el Universo Marvel actual podría ser si hubiese más guionistas como Stern. Del resto del tomo prefiero no hablar. Al fin y al cabo, no dejan de ser extractos de etapas que ya hemos comentado en esta sección, por lo que quizá lo mejor sería repasar el artículo 27, donde se comentaba una de mis etapas favoritas del Capitán América, entre los que se encuentran los dos números incluidos en este volumen, aunque debo decir que me ha parecido interesante su lectura tras The Invaders, aportando una mayor perspectiva sobre los hechos que ocurren en la saga . Al anual nos referimos en el artículo 36 y la etapa de Thomas al frente del título de los Héroes más Poderosos de la Tierra fue ampliamente desmenuzada por nuestro compañero Fernando del Moral en los artículos 77, 80 y 84. Finalmente tenemos What If #4, cuya principal particularidad es que su historia no sucede en un mundo alternativo, sino que forma parte de la cronología oficial y canónica del Universo Marvel, convirtiéndose en una de las piezas clave para conocer qué sucedió con los personajes tras la Segunda Guerra Mundial y para arreglar en parte el desaguisado de las diferentes encarnaciones del Capitán América, tras descubrirse que Steve Rogers había permanecido congelado durante varias décadas. Tengo que reconocer que a mí esa historia se me hace un pelín larga. 40 páginas para contar el complejo argumento no son pocas, pero se me atraganta un poco por su densidad. No deja de tener mérito el esfuerzo por dar una coherencia al escenario de ficción que está constante construcción, pero como experiencia lectora se hace un poco duro. Quizá es que con tanto cambio, a esa altura del tomo empieza a estar uno saturado. No sé, quizá futuras relecturas me hagan tener una opinión mejor de él, quién sabe. Con esto concluye mi pequeño repaso a esta recuperación de la trayectoria editorial de los Invasores, que nos devuelve a una época en la que el pasado era tenido en cuenta, además de que se respetaba y admiraba a partes iguales. Actualmente esta práctica está en desuso, salvo contadas ocasiones, parece que es mejor destruir el pasado para crear uno nuevo y dejar huella, en lugar de seguir adelante y no mirar atrás, pero sin faltar el respeto a aquellos que lo empezaron todo prácticamente desde cero. Esta es una colección hecha a medida para los amantes de los clásicos en general, y de Marvel en particular, donde pueden sumergirse perfectamente en una época que nunca volverá, pero que siempre estará presente en nuestros corazones. Una forma como otra cualquiera de volver al tiempo de los Invasores, disfruten del viaje y tengan cuidado con los nazis. |
---|
Si deseas expresar tu OPINIÓN o plantear alguna DUDA sobre este articulo, escribe un texto y envialo a TRIBUNA EXCELSIOR. |