por Fernando del Moral El primer nombre nos es de sobra conocido. Estamos en un momento en el que el escritor británico ya se había afianzado como posiblemente el guionista más importante de la editorial, ya sea por su trabajo en Uncanny X-Men o en obras afines como Magik, Honor o Dios ama, el hombre mata. Claremont es por tanto una garantía de éxito, y su trabajo habla por sí solo sin que yo tenga que añadir nada más. Por contra, el nombre de Allen Milgrom no responde igual. Autor todoterreno donde los haya y de la misma generación que Claremont, Milgrom en esos años compagina labores de edicion para Marvel y su sello Epic, así como de dibujante regular u ocasional en títulos como The Avengers o Spectacular Spider-Man. Esta última faceta es la que desgraciadamente le ha dado más fama, pues su dibujo siempre ha sido demasiado limitado y tosco, por no decir otra cosa. Sin embargo, en Kitty Pryde & Wolverine consigue esmerarse lo suficiente para mimetizar -salvando las distancias- el trazo y la narrativa de Frank Miller, ofreciéndonos los que posiblemente sean los mejores lápices de toda su carrera. Una muestra de consideración por parte de un autor que, limitaciones aparte, siempre se caracterizó por su profesionalidad en el medio. Las tintas del propio Milgrom ayudaron bastante a homogeneizar todo el conjunto. Hay que decir que todo lo malo que tiene Milgrom de dibujante, lo compensa de sobra a la hora de entintar dibujos propios o ajenos, y esta miniserie es muestra de ello. Apenas dos años atrás, Claremont y Frank Miller nos habían obsequiado con la ya citada Honor (Artículo 58), aquella historia de amor y superación que supuso la confirmación de Lobezno como personaje puntero de la editorial. Kitty Pryde & Wolverine está concebida como su secuela, pese a que entre ambas sucedieron acontecimientos como aquella no-boda de Logan con Mariko Yashida. En cualquier caso, en Kitty Pryde & Wolverine se verán reflejados esos acontecimientos y tendremos una vuelta de tuerca a lo acaecido en Honor respecto a la evolución de los protagonistas. Si en Honor Lobezno tuvo la papeleta de estar inmerso en un infierno personal donde le veíamos perder poco a poco su identidad y humanidad, ahora le tocará asistir como espectador a ese mismo proceso en su joven compañera Kitty Pryde. Recordemos como Kitty no estaba en su mejor momento. Coloso le rompió el corazón debido a los designios de Jim Shooter, perpetrados en sus dichosas Secret Wars, algo que a Claremont no le hizo ninguna gracia pero que, como excelente autor que es, se aprovechó de aquella circunstancia para seguir explorando en el aspecto personal de la joven mutante. Totalmente rota, decide ausentarse temporalmente de la Patrulla-X para volver a su hogar en Deerfield. La Kitty que vemos en esas escenas iniciales nos recuerda mucho en el aspecto a la treceañera que debutase cinco años antes. Toda una manera de pretender volver a las raíces, cosa que, la verdad, le hacia mucha falta. Sin embargo, nada dura. Su padre, Carmen Pryde, se ve implicado con la Yakuza japonesa. A partir de ahí, la joven emprende un viaje clandestino a Tokio a fin de ayudar a su progenitor. Es entonces cuando se da cuenta de que, a pesar de su condición de Mujer-X y sus poderes, está totalmente sola ante un mundo sórdido y cruel, quedando expuesta a la corrupción de los adultos. Dicha corrupción es personificada en la figura de Ogun, uno de los yakuza implicados, quien en realidad es un ronin legendario e inmortal, antaño sensei de Lobezno. Ogun, con extrema sutileza y su poder mental, consigue pervertir a una chiquilla que en sus manos no es sino arcilla con la cual moldea una marioneta extremadamente mortal en la que se proyecta a sí mismo. A mí la verdad es que me cuesta no establecer un paralelismo entre esto que le sucede a Kitty y otro tipo de posesiones que el propio Claremont ya mostrase anteriormente, como eran los casos de Tormenta con Drácula o la influencia del demonio Belasco sobre Illyana Rasputin. Sólo la ayuda de Lobezno y Yukio servirán para poner fin a dicha posesión, pero de manera temporal, pues la influencia de Ogun todavía pervive en una Kitty totalmente rota y devastada, al ser consciente de que aquella pesadilla no fue nunca un sueño. Es a partir del cuarto número donde la serie arranca de verdad, con un viaje iniciático por parte de los protagonistas y forjándose una relación cuasi paternofilial entre ambos, algo que ya se dejaba entrever en números anteriores de Uncanny X-Men. Al igual que en Honor, los temas del libre albedrío, la aceptación y la superación son el motor principal de la historia, que es lo que realmente interesa. Como lector te das cuenta de que el duro y, a ratos, cruel entrenamiento con el que Logan somete a Kitty no era una forma de reacondicionamiento, sino la manera con la cual a la joven se le muestra el camino de poder sobreponerte física y, sobre todo, mentalmente a sus miedos para no caer de nuevo bajo el embrujo de Ogun; y debe hacerlo ella sola, de ahí la dureza mostrada. Por ese motivo Lobezno no acepta que Kitty reciba terapia psíquica de Charles Xavier, porque ello hubiera supuesto que siguiese dependiendo de otros, siendo esclava de sus miedos. Para Kitty, la prueba real es esa. La presencia de Lobezno en esta historia podría haber sido casi testimonial, limitándose a su papel de mentor, pero no es así en absoluto. Qué casi todo se desarrolle en Japón no es casualidad, y la aparición de personajes como Yukio, Mariko o su recién hija adoptiva Akiko no es de manera gratuita, y no sólo sirven para recordarnos su estatus tras la aclamada Honor, sino también para mostrarnos la evolución del mutante canadiense y como ésta ha dado lugar a un personaje mucho más rico en matices y en personalidad, algo impensable años atrás, pero que ahora no solo se nos antoja natural, sino inevitable. Por otra parte, Kitty ya no será más la preadolescente surgida de un suburbio pijo cinco años atrás, si es que alguna vez lo fue. El demonio que es Ogun ha intentado quitarle el último resto de inocencia que aun mantenía, y por ello sabe que a partir de entonces ya nada será lo mismo y solo tendrá dos opciones: rendirse y renunciar a ser ella misma; o asumir lo ocurrido y renacer con más determinación. Lobezno tuvo que pasar por esto solo, pues es adulto, pero Kitty es todavía una niña y necesita que se le muestre el camino aunque tenga que recorrerlo sola igualmente. De esas cenizas resurgidas adoptará un nuevo nombre de guerra que perdurará para los restos: Gata Sombra. Y es que Kitty Pryde & Wolverine es también una historia de reencuentro. Prácticamente estamos ante el símil de un padre que hará todo lo posible para que no le roben a su hija. Para ello, Lobezno instruye a su compañera con el fin de poder hacer frente a la corrupción adulta, creándose una relación de amor y camaradería sincera y duradera. Dicho lazo será la clave en la confrontación final de ambos contra la maldad de Ogun, más allá de duelos con katanas, artes marciales o garras de adamantium. Claremont y Milgrom planearon hacer esta historia en cuatro números, y al final les salieron seis porque el compás de la misma acabó en poder de sus criaturas. El resultado culminó de manera sobresaliente. No podía ser de otra forma. Por eso, considero que esta miniserie no es en absoluto una obra menor sino una a tener en muy alta consideración, pese a que a muchos lectores les pueda tirar hacia atrás el nombre de Milgrom, cosa por un lado comprensible, pero no por ello hay que dejar que semejante defecto estropee lo que realmente es: una obra de importancia capital para sus dos protagonistas. Por eso en su próximo Omnigold dedicado a Uncanny X-Men, Panini debería tener esto muy en cuenta para valorar su inclusión, aunque solo fuese por la coherencia interna acorde a sus anteriores volúmenes, donde se incluyó material más ajeno al entorno mutante por aquello de mantener esa continuidad. Qué menos, en mi opinión, que hacer lo mismo con dos de los Hombres-X del momento, que encima salen fortalecidos de cara al futuro. Pero es que, por encima de cualquier consideración editorial, Kitty Pryde & Wolverine merece editarse simplemente porque estamos ante un relato puramente heroico pero al mismo tiempo emotivo y precioso como pocos, y que te llega muy hondo al corazón. Hasta todo un duro como Lobezno pudo dar fe de esto último, y en más de un sentido. |
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