por Óscar Rosa Jiménez La primera parte de este recopilatorio es quizá la más interesante, además de ser los últimos retazos de coherencia de un autor cuyas obsesiones acabarían por precipitar su marcha de la cabecera. A lo largo de poco más de tres años, Englehart ha demostrado que su trabajo en la colección no era más que un intento por continuar alguno de los conceptos que formuló en su estancia en The Avengers durante la década de los setenta. Por no mencionar su pasión por rescatar a personajes y tramas prácticamente olvidadas por todos, casi para demostrar que para construir algo sólido hay que partir de un buen conocimiento de las bases sobre las que se asienta el Universo Marvel. De ese modo, en el transcurso de cuatro números americanos, el guionista afronta una historia en la que el principal protagonista es el científico aventurero Dr. Pym, dejándolo en las puertas de una nueva etapa de su vida. Por lo tanto, decide que nada mejor que retomar el nombre de la colección que lo vio nacer para titular un arco argumental cuya principal característica es seguir profundizando en el miembro de los Vengadores que más identidades ha tenido en toda la historia del grupo. Tales to Astonish (Relatos para asombrar) era el rimbombante título de una colección antológica propia de una época donde los monstruos y los alienígenas campaban a sus anchas por los tebeos de la primigenia Casa de las Ideas, lugar en el que debutó Hank Pym hasta convertirse en el héroe que todos conocemos hoy. Hace algún tiempo, hablamos extensamente de ella en esta sección (artículo 86), además de que os recomiendo seguir ”La Era Marvel de los Cómics”, donde podréis asistir en primera fila a la evolución del personaje en cada una de sus aventuras. No obstante, si hay algo por lo que se caracterizó los inicios del Hombre Hormiga fue por la constante presencia del enemigo procedente del Telón de Acero, cuya amenaza comunista era uno de los temas candentes de la época, mientras el país se sumergía en una Guerra Fría con la antigua Unión Soviética. Englehart recupera muy bien esa obsesión con el enemigo ruso, partiendo de una trama en la que Pym decide volver a Hungría, país en el que podría encontrase con vida su primera esposa: María Trovaya. Bajo este punto de partida, no solo tendremos un viaje al pasado de uno de los miembros fundadores del grupo original, sino que el guionista aprovecha para trabajar las interrelaciones de los miembros del equipo, poniendo sobre la mesa un tema que establezca un nexo de unión entre los integrantes de la formación en ese momento: el matrimonio. El más obvio y evidente es el anhelo de Pym por recuperar a alguien muy querido que pensaba que estaba muerto. Este tipo de giros argumentales comenzaba a ser algo habitual en la etapa de Englehart, que parecía empeñado en escarbar en los rincones más recónditos del Universo Marvel, donde en ocasiones no parecía necesario, sobre todo si es para demostrar una vez más cuan efímero puede ser un óbito en el universo de ficción de la Casa de las Ideas. Pero si se está dispuesto a remover hechos pretéritos que parecían estar muertos, nunca mejor dicho, nada mejor que recuperar a las “viejas glorias” de Tales to Astonish. Es decir, los primigenios enemigos del novato Hombre Hormiga, que se las tuvo que ver con una serie de villanos muy peculiares cuyo leitmotiv era la defensa a ultranza del comunismo. Obviamente, este concepto añejo y desfasado no encajaba demasiado bien con el final de la década de los ochenta, pero debido al tono setentero que el autor supo imprimir a la serie, consigue abstraernos de este anacronismo, lo que nos permite sumergirnos de nuevo en esa vieja rivalidad que parece ser tan inmortal como algunos personajes del Universo Marvel. Los Vengadores Costa Oeste deberán hacer frente a un grupo de lo más variopinto, extraído de las páginas de tebeos de los años sesenta, con cierto aire renovado. Empezando por la mismísima Madame X, una espía que ya no ve la necesidad de ocultar su rostro bajo una máscara, y mucho menos tiene que hacerse pasar por un hombre para ostentar cierta autoridad. A continuación tenemos a El Toro, que quizá no ha cambiado mucho desde entonces, pero ha dejado su dictadura de Santo Rico para venir a la vieja Europa a saldar una cuenta pendiente con su viejo enemigo. Incluso se dejará caer el espía sin nombre que protagonizó el primer caso de Pym como el Hombre Hormiga o las Bestias de Berlín, en otro ejemplo perfecto que ponía de manifiesto que no era importante ni el lugar geográfico en el que estos villanos operara en su momento, ni su más que improbable inconexa relación; la cuestión era reunir los enemigos de Hank a toda costa en un bizarro homenaje a sus inicios como superhéroe. A este plantel de “grandes villanos” se unirían la Voz, que no tiene nada que ver con cierto programa televisivo, el cual habría conseguido curar de algún modo su laringitis, y al Escarabajo Escarlata, posiblemente uno de los oponentes más irrisorios del Hombre Hormiga que, en esta ocasión, no vendría solo. Un auténtico desfile que reúne a lo más granado, y algo vergonzoso, del incipiente Universo Marvel, recuperado por obra y gracia de Englehart, que si bien parecía haber conseguido subir la autoestima del personaje, ahora mostraba cierto empeño en remover sus cimientos, “reviviendo” asuntos que no necesitaban en absoluto ser desenterrados, en el más amplio sentido de la palabra. Desde luego, su capacidad para asombrara al lector no parecía tener límites. Sin embargo, esta línea argumental, como gran parte del tomo, no solo tendría espacio para el asombro, sino que estaría plagada de regresos. Tras la incorporación oficial del Caballero Luna a las filas de los Vengadores Costa Oeste, además del regreso puntual de la Avispa para sustituir la marcha de Iron Man, ahora le toca el turno a la Visión y la Bruja Escarlata, otras dos piezas clave dentro de la trayectoria del autor en aquella época, ya que escribió buena parte de la serie regular que protagonizaron de forma paralela a esta, cuyas cabeceras tuvieron un crossover. El sintezoide y la mutante dejan atrás su periodo de excedencia en los Vengadores para unirse al equipo liderado por Ojo de Halcón. De esta forma, el autor puede trabajar en ese ambiente típico de un culebrón sudamericano que tanto le gustaba y que, en cierto modo, ha sido una parte importante de la esencia del grupo durante su larga trayectoria editorial. Este matrimonio aportaría la presencia de dos niños, así como el lazo familiar que une a la Visión con el Hombre Maravilla, dos hermanos que se alegran de estar juntos, pero que quizá pensaran diferente si supiesen en qué va a derivar su relación con el paso de los años. Además, tenemos el contraste de unos recién casados en la plenitud de su felicidad, al menos de momento, en contraposición a la divorciada pareja formada por Henry Pym y Janet Van Dyne, que a pesar de su turbulento pasado parece haber solucionado sus diferencias de un modo amistoso. A este coctel emocional habría que sumar la deteriorada relación entre Clint Burton y Bobbi Morse, la cual llega a su punto de ebullición en cuanto sale a la luz el secreto de Pájaro Burlón, devolviéndonos el eterno debate de si un vengador puede matar, en según qué circunstancias. Cada uno tendrá su opinión propia, pero Ojo de Halcón tiene la suya muy arraigada, la cual afectará no solo a su matrimonio, sino al grupo que tanto se esforzó en unir. Esto, curiosamente, nos llevará a un importante punto de inflexión, ya que el equipo que tanto tiempo costó reunir queda fraccionado rápidamente, demostrando que los Vengadores son, por encima de todo, un grupo con cierta inestabilidad, otro de sus encantos, para qué negarlo. Por si todo esto fuera poco, a lo largo de la saga tendremos la presencia del Doctor Muerte, aunque ocupando el cuerpo de Kristoff, un niño cuya historia encaja muy bien en el tono culebronesco de Englehart y que casi merecería un artículo para él solo. Hijo de una nativa de Latveria y el viajero temporal Nathaniel Richards, este joven acabó bajo la protección del Doctor Muerte tras su regreso al trono al derribar al régimen de Zorba. Más tarde, acabaría con el cerebro lavado y sería utilizado por el monarca de Latveria como huésped humano de su mente. Además, por otro lado, tenemos al cerebro tras el que se esconde la reunión de los viejos enemigos de Pym, así como una investigación secreta con superhumanos auspiciada por el gobierno de Hungría, lo cual no sería más que un pequeño aperitivo del siguiente regreso; un personaje que, sinceramente, había tardado demasiado en volver, teniendo en cuenta que hablamos de Steve Englehart. Obviamente, nos referimos a Mantis, la Madonna Celestial, que no se reencontraba con los Vengadores desde Giant-Size Avengers #4, escrito, como no, por el propio Englehart. Todos los autores han tenido, en mayor o menor medida, cierta predilección por alguna de sus creaciones. Recordemos que Stan Lee tuvo vetada la utilización de Estela Plateada durante buena parte de la década de los setenta, siendo el único que escribiera sus aventuras en aquella época. Jim Starlin ha tenido una intensa relación con Thanos a lo largo de su carrera, la cual se prolonga hasta nuestros días, y es de sobras conocida la fijación de Frank Miller con Elektra, cuya resurrección por parte de Marvel le llevaría a tener ciertas diferencias con la editorial, algunas irreconciliables, hasta el punto de propiciar su marcha de la misma. Y Englehart, bueno, Englehart tenía a Mantis, un personaje con el que tuvo una íntima relación, rayando la obsesión en ocasiones, lo que le llevaría a no tener el más mínimo reparo en emplearla en proyectos que nada tenían que ver con la Casa de las Ideas, a pesar de los inevitables derechos de la propiedad que tiene la compañía sobre él, llegando a aparecer en algún número de la Liga de la Justicia bajo el nombre de Willow, o siendo rebautizada como Lorelei para incluirlo en Scorpio Rose, el título de Eclipse Comics. Mantis debutó en The Avengers #112, siendo la pieza clave de una línea argumental que se desarrollaría a lo largo de la etapa de Englehart en los Héroes más Poderosos de la Tierra, que la convertiría en la Madonna Celestial, un destino que la unía en matrimonio con un árbol cotati, miembro de una raza alienígena de vegetales inteligentes (Artículo 54). Tras su boda con el cotati, que adoptaría la forma del fallecido Espadachín, desaparecería del mapa para dar a luz a un hijo que estaba predestinado a ser una especie de Mesías cósmico. En su regreso a Marvel, Englehart no tardó en recuperar a Mantis, convirtiéndola en pareja de cierto surfista plateado, en el tercer volumen de su serie regular, poco antes de ingresarla en las filas de esta nueva rama de los Vengadores, lo que supondría el principio del fin. Hasta el momento, el guionista había regresado al pasado una y otra vez durante su etapa en la colección. Sin embargo, el editor de la cabecera no vio con buenos ojos el regreso de Mantis, debiendo de pensar que ya teníamos suficiente sobredosis de nostalgia por el momento. No obstante, Englehart ignora estas directrices y lleva a cabo sus planes de reencuentro entre la Madonna Celestial y los Vengadores. Por si fuera poco, el de Indiana decide rescatar también al Espadachín/cotati, otro regreso tan inesperado como innecesario que supone la gota que colma el vaso. Las diferencias editoriales se enquistan más aún si cabe, propiciando su salida de la colección de forma prematura, sin que le dé tiempo a concluir con la subtrama que venía arrastrando Pájaro Burlón desde su encuentro con el Jinete Fantasma. A pesar de todo, antes de marcharse, Englehart tendría tiempo de escribir el tercer anual de la colección, una historia implicada en el crossover titulado “La Guerra de la Evolución”, el cual se desarrolló en los anuales de diferentes colecciones durante el año 1988. El autor ofrecía dos relatos en el que las dos facciones del grupo se encontraban con el Alto Evolucionador en la Tierra Salvaje, que a pesar de tener diferentes protagonistas ofrecían la misma viñeta final, así como el regreso del Goliat Negro (Artículo 82). De ese modo, concluía la etapa de Steve Englehart y Al Milgrom en The West Coast Avengers. En el transcurso de poco más de tres años, el guionista había mostrado lo mejor y lo peor de su trabajo. Por un lado, nos había devuelto el sabor clásico que destilaba el grupo en la década de los setenta, haciendo especial hincapié en el tratamiento de los personajes, dotando al título de diferentes subtramas que permitían a los protagonistas desarrollarse a nivel individual. Además, estaba el interesante planteamiento coral de la cabecera, con multitud de frentes abiertos, recordándonos qué significa una serie regular en el más amplio significado del concepto. En contraposición, tras llegar a su punto álgido, el autor comenzó a abusar de la nostalgia recuperando conceptos y personajes que no necesitaban ser “resucitados”. Aunque esto no sea necesariamente malo per se, el problema radica cuando el objetivo de la recuperación no deja de ser poco más que un ejercicio sentimental, sin ningún trasfondo interesante o, en ocasiones, sin un fin bien definido. Parecía como si el autor quisiese retomar el trabajo que dejó una década atrás simplemente para desquitarse. A esto habría que sumar el pobre trabajo de Al Milgrom, un artista que no destacó especialmente en su trayectoria profesional, salvo en algunos trabajos muy puntuales, o en algunas portadas, que fue salvado en la medida de lo posible por los entintadores, que no siempre pudieron obrar el milagro de un mediocre dibujante que quizá hubiese debido quedarse relegado a su faceta de entintador. No obstante, y a pesar del descenso final de la etapa de Englehart, su estancia en la colección nos dejó algunos buenos momentos, demostrando que un guionista con su oficio y sus conocimientos sobre el Universo Marvel, aún en su época de decadencia, fue capaz de hacernos revivir parte de la esencia que hicieron grandes a los Vengadores en la década de los setenta. Este recopilatorio también incluye un fill-in escrito por D.G. Chichester famoso por su etapa en Daredevil, donde fusiló sin miramientos el Daredevil: Born Again de Frank Miller, con una indigesta y bastante presuntuosa secuela, junto a Margaret Clark. El dibujo corre a cargo de Tom Morgan. La historia es un triste recuerdo de tiempos mejores por parte de Simon Williams, cuando el grupo se enfrentó al Profanador, un cantante de rock que canaliza formas de vida a un plano dimensional a cambio de energía. Una buena demostración de que, aunque no lo parezca, siempre se puede caer más bajo. Por otro lado, Mark Gruenwald enfrenta al fraccionado grupo contra el Turno de Noche, un grupo de criminales dirigidos por Mortaja, cuyos componentes son más numerosos que la actual formación liderada por Ojo de Halcón, por lo que lo tendrán especialmente difícil. Este equipo tiene la particularidad de partir de un concepto opuesto al que presentara Kurt Busiek en Thunderbolts, ya que Mortaja los reúne con el objetivo de combatir el crimen, mientras ellos piensan que se van a convertir en los amos de los bajos fondos de Los Ángeles. Debido a la particular situación que viven los Vengadores Costa Oeste tendrá lugar un enfrentamiento que realmente se podía haber evitado. Finalmente, Ralph Macchio y Tom DeFalco son los encargados de poner punto y final a la trama que protagonizan Pájaro Burlón y el Jinete Fantasma. Para ello, ambos autores cuentan con la colaboración del Hijo de Satán, un experto exorcista de lo más versátil. Además, tenemos la presencia de los acólitos del dios Set, conectando con el trabajo de Tom DeFalco en la colección del Dios del Trueno, algo que aprovecharía también para dar una última vuelta de tuerca a la relación entre Khonshu y el Caballero Luna, que se convertiría en algo más terrenal a partir de ese momento. No obstante, las diferencias personales entre algunos miembros de la formación seguían presentes, algo con lo que tendría que lidiar el relevo creativo que recaería en los hombros de un autor en solitario: John Byrne. De ese modo, llegamos al final de una era que, en muchos sentidos, fue asombrosa, aunque seguramente cada uno le encuentre un significado diferente a esa palabra. Quizá lo podríamos rebautizar como relatos para la nostalgia, la cual a veces puede ser muy bonita, incluso romántica, pero en otras ocasiones no tanto. Englehart nos dio su versión, que no sé si fue asombrosa o no, pero de lo que estoy seguro es de que no dejó indiferente a nadie. |
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