EL DRAGÓN NEGRO
por Óscar Rosa Jiménez


A mediados de 1985, Chris Claremont y el dibujante John Bolton volvían a unirse para realizar otra obra enmarcada dentro del género de espada y brujería. En esta ocasión, el formato elegido sería una miniserie de seis números titulada The Black Dragon, integrada en la línea Epic Comics, siguiendo la senda de su anterior trabajo en este sello editorial para la Casa de las Ideas: Marada: La Mujer Lobo (articulo 136). En el momento álgido de su carrera, el guionista británico regresa de nuevo a un género alejado de los superhéroes, que tanta fama le había proporcionado, para narrar una historia que hunde sus raíces en el folclore de su país natal, combinando elementos de ficción y fantasía con un marcado contexto histórico, incluyendo en la trama a personajes relevantes dentro de la historia de Inglaterra. A pesar de que no es habitual ver al autor en este tipo de obras, hay que recordar que ya tuvo contacto con la fantasía heroica en esporádicos guiones para la revista The Savage Sword of Conan, escribiendo alguna historia protagonizada por cierto cimmerio de la Era Hiboria, además de haber mostrado interés por sus raíces en series como Excalibur o en su creación durante la década de los setenta para la división inglesa de Marvel: el Capitán Britania. Por lo tanto, y a pesar de que posiblemente esta sea una de sus obras más extensas centradas en el medievo, Claremont ya había dado muestras de ser un autor orgulloso de su historia y una aficionado a la literatura, además de un escritor de gran talento y versatilidad.

La acción se desarrolla en el año 1193, tras la muerte del rey Enrique II, momento en el que el caballero James Dunreith, duque de Ca’thrym, regresa del exilio para reclamar sus posesiones y terrenos. A su llegada es capturado por unos caballeros que le llevan ante la reina Leonor de Aquitania. La monarca le encomienda la misión de investigar una posible rebelión contra la corona en el condado de Glenowyn, gobernado por su viejo amigo Edmund DeValere, donde parece haber indicios del uso de la magia. En este delicado cometido se le unirá Brian Griffon, otro viejo amigo, sobre el que se cierne su misteriosa juventud, al igual que la del protagonista que ha estado ausente más de veinte años. Durante el viaje, ambos rescatan a Ellianne, la hija de Edmund, de la cual caerá inexorablemente enamorado. A medida que avanza la historia, veremos como el planteamiento inicial dentro del género de caballería clásica se va inclinando hacia la fantasía y el folclore, con unos protagonistas íntimamente ligados a la Inglaterra mágica, entrando en escena el mundo de las hadas y elementos de corte sobrenatural.

Uno de los puntos fuertes de la obra es, sin duda, la caracterización de los personajes, algo muy habitual en cualquier trabajo de Claremont. El protagonista es un caballero inusual, poco propenso a la violencia que, además, esconde un importante secreto sobre sus raíces y su nexo de unión con su país natal, que finalmente es el foco central de la historia. Por otro lado, el eterno escudero, Brian Griffon, presenta los valores típicos hacia su señor: lealtad y sacrificio; pero también muestra una sabiduría poco habitual para alguien de su rango, llegando a ofrecer consejos y a discutir las decisiones de Dunreith, ofreciendo una relación que presenta ciertas similitudes entre la que tuvieran cierto hidalgo de triste figura y el lenguaraz Sancho Panza. Además, tenemos a Edmund DeValere, cuya amistad excede al amor propio de un amigo de la infancia, dejándose entrever una más que probable homosexualidad reprimida y un amor platónico, aunque mantenga una relación incestuosa con su propia hermanastra, cuyos fines parecen traspasar los límites del amor fraternal y tienen objetivos más oscuros de carácter mágico. Entre los personajes femeninos destaca con fuerza Ellianne, que se presenta inicialmente como una damisela en apuros y un objeto de amor cortés, pero poco a poco se va perfilando como una mujer culta, autónoma, con ciertos poderes precognitivos y con una educación poco convencional gracias a la reina.

El contexto histórico nos traslada a un época muy concreta de la Inglaterra medieval, algo que aprovecha Claremont para introducir al lector en un mundo que combina la ficción con la fantasía. Por aquí se pasean personalidades como Leonor de Aquitania, un personaje que a buen seguro no fue escogido al azar, ya que reúne muchas de las características de la típica “chica Claremont”. Se trata de una mujer que sería reina consorte de Francia entre 1137 y 1152, debido a su primer matrimonio con Luis VII y, más tarde, reina de Inglaterra tras la muerte de su segundo esposo Enrique Plantagenet, más conocido como Enrique II de Inglaterra. Fue una de las mujeres más excepcionales y controvertidas de la Edad Media. Madre de diez hijos, luchó por su dignidad, sus intereses y los de sus descendientes, llegando a sufrir la reclusión ordenada por su segundo marido. Participó en la Segunda Cruzada de forma activa, tomando decisiones, aunque al final sería acusada de intentar seducir a Saladino. Existe una leyenda negra alimentada por el paso de los siglos y la multitud de elucubraciones que se han hecho en relación a su comportamiento, su aspecto físico, su espléndida preparación cultural, su amor por el mundo relacionado con los trovadores y su increíble fortaleza, pues vivió ochenta años en un mundo en el que la esperanza de vida era mucho menor. Una trascendencia nada habitual para una mujer de la época. Como decía, una mujer con carácter, propia de cualquier relato del escritor británico, que no cuesta nada ver por qué la eligió para convertirla en mentora de Ellianne, además de elegir el momento de su reinado en viudedad.

Escribir sobre la Inglaterra medieval sin incluir elementos de la leyenda artúrica es prácticamente imposible, algo que a buen seguro también sabía el propio Claremont. Por ese motivo introduce a otra mujer con temperamento y fácilmente reconocible por el lector: Morgana Le Fay. Curiosamente, el escritor inglés no utiliza al personaje de la forma habitual, sino que está muy lejos de la villana que todos conocemos, de la cual han surgido versiones en los universos de ficción de Marvel y DC. En esta ocasión, la poderosa hechicera discípula de Merlín, que en las leyendas artúricas es la antagonista de su hermano Arturo Pendragón, se convierte en adalid de la luz y defensora de la Inglaterra mágica, un mundo en decadencia por la preponderancia de la mano del hombre, incapaz de respetar las tradiciones ancestrales de su país. La otra pieza clave extraída del folclore inglés será Robin de Locksley, más conocido mundialmente como Robin Hood, el eterno enemigo del sheriff de Nottingham y el príncipe Juan I de Inglaterra, defensor de los oprimidos que robaba a los ricos para dárselo a los pobres y excepcional arquero, cuyo escenario habitual es el Bosque de Sherwood. Un personaje de ficción que ha trascendido a lo largo de los siglos al que muchos historiadores han querido buscar una contrapartida real, pero aunque encontraron algunas posibles coincidencias, nunca se ha podido confirmar del todo si la leyenda tiene una base real e histórica. Como curiosidad cabe señalar que con el tiempo se utilizó la popular figura de Robin Hood como ícono reivindicativo defensor de la causa Sajona contra los Normandos. Esto entronca directamente con otra de las líneas argumentales que sustentan esta obra. Y es que si bien es cierto que el folclore, la magia y los elementos sobrenaturales terminan acaparando toda nuestra atención, al final todo se reduce a un intento por preservar la pureza sanguínea de un país que como la mayor parte de Europa estuvo asolado por las conquistas y las invasiones, dando lugar a cierta mezcolanza étnica que en muchos lugares no se terminó de aceptar. La xenofobia, el odio hacia convecinos cuya única diferencia son los orígenes de sus ancestros, sería el tema que subyace en esta obra, y que fue ampliamente desarrollado por el autor durante su larga estancia en The Uncanny X-Men; porque, después de todo, la fantasía y la ficción no dejan de ser un trasfondo para plasmar todo aquello que nos rodea, y eso es algo que siempre ha caracterizado la obra de Claremont, qué duda cabe.

Aparte de este tipo de inclusiones, cabría destacar el cameo de Archie Goodwin, el legendario editor y guionista de Marvel, que durante la publicación original de la miniserie incluía su propia caricatura dentro de los textos editoriales de cada entrega. Como si se tratase del famoso Wally, Goodwin se cuela en una escena vestido del mago Merlín en The Black Dragon #4, durante una importante escena al final del número, donde solo le falta saludar. Aunque no es el único, quizá el menos disimulado, ya que también figura el propio Claremont entre los presentes. Parece que entre tanto drama hay un pequeño espacio para el humor.

En el lado negativo habría que señalar la densidad de la trama, con un guionista en ocasiones algo farragoso, en mi opinión. El escritor inglés abusa del diálogo y de los globos de texto sin permitir que el magnífico arte de Bolton hable por sí mismo, algo que también es habitual en sus trabajos, todo hay que decirlo. No obstante, el argumento es fluido y presenta cierta intensidad a medida que avanza la trama hasta llevarnos a su clímax final. En contraposición, el dibujante muestra su faceta más realista con una clara influencia de Hal Foster, en una apuesta por la documentación histórica de la época que nos deja un trabajo marcado por el estudio del detalle, principalmente en lo que a elementos típicos de la caballería se refiere, con un gran realismo a la hora de plasmar armas, vestuario e incluso animales como los caballos, de importancia capital en una historia de este género. Incluso se pueden apreciar retazos que recuerdan al gran Bernie Wrightson en algunas escenas terroríficas como la lucha contra seres de ultratumba en el primer número. En definitiva, tenemos una obra de fantasía medieval muy disfrutable que bebe de los grandes clásicos aunando la realidad histórica con el folclore europeo para dar forma a una historia con tintes trágicos al más puro estilo de Claremont, ofreciendo su versión sobre la eterna lucha entre la luz y la oscuridad siguiendo la senda marcada por otros grandes autores y las diferentes sagas que a lo largo del tiempo han acabado encumbrando a la fantasía heroica.

Pero si hay algo realmente negativo en esta historia es la edición, una constante que se ha venido repitiendo en las diferentes recuperaciones de esta obra tanto en Estados Unidos como en nuestro país. The Black Dragon fue concebida originalmente como una miniserie a color, pero en sus posteriores reediciones se ha publicado en blanco y negro. Generalmente, los artistas de la calidad de John Bolton suelen salir ganando cuando podemos apreciar su trabajo bajo las tintas, pero en este caso concreto me da la sensación de que es todo lo contrario. No acabo de entender el motivo por el que Dark Horse decidió publicar en 1996 un tomo con esta miniserie en blanco y negro, en lugar de con su color original. Esto provocaría que en 1998 Forum se basase en ella para su primera publicación de esta obra en nuestra piel de toro en un tomo, que repite los mismos errores de la edición norteamericana. No solo por la ausencia de color, sino que, además, se presentan los seis números de la miniserie original unidos como uno solo, llegando incluso a eliminar la primera página del segundo número, al ser la misma imagen de la última viñeta de The Black Dragon #1.

En 2014 la editorial Titan Books sería la encargada de rescatar esta obra, pero volvería a cometer los mismos errores que Dark Horse, volviendo a la edición en blanco y negro. En 2017, ECC Ediciones ha publicado lo que parece ser la versión española de dicho volumen. Podemos observar que se mantiene la eliminación de la mencionada página y se incluyen una serie de extras que si bien podrían ser interesantes, no dejan de ser insuficientes al no incluir las portadas originales de la miniserie o la página omitida. Además, la ausencia de un prólogo o algún artículo que acompañe la obra de alguna forma nos hace pensar que el resultado es una edición pobre y poco cuidada por mucha tapa dura o papel de calidad que posea. Es una verdadera lástima, porque estamos ante una obra de género que incluye ciertos aspectos inusuales, pero que ha sido maltratada en sus reediciones, mientras que no ocurre lo mismo con Marada, a pesar de ser una historia inconclusa. Aunque en el mercado americano realicen chapuzas de este tipo, las editoriales españolas deberían cuidar más estos detalles, y no hacer un copia y pega de los materiales originales. Entiendo que no se va a colorear la obra, pero incluir las portadas, algún texto explicativo o la página omitida, incluso créditos más específicos sobre la procedencia original y sus posteriores ediciones en las que se basa la edición, no creo que sea pedir demasiado. Es una alegría para los aficionados que se recupere este tipo de material, aunque no debería hacerse en estas circunstancias tan lamentables y poco respetuosas con la obra original.

Desgraciadamente, en esta ocasión, no hay mucho donde elegir para poder acercarse a esta obra que, a pesar de la calidad que atesora y de estar en un época donde la denominación "edición definitiva" está a la orden del día, ha tenido publicaciones tan poco satisfactorias. No obstante, tenemos dos ediciones patrias donde elegir, así que elegid la que prefiráis para conocer de primera mano la leyenda oculta del Dragón Negro. Tened cuidado de no quemaros con su fuego infernal.


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