Yo parto de la base de que hablar de tebeos clásicos conlleva cierto componente nostálgico. Por lo tanto, esta semana, me vais a permitir que desnude mi alma (como lector) para hablar de una de esas historias que seguramente sea responsable de que esté hoy aquí, dejando mis impresiones en negro sobre blanco. Sin más dilación, quiero hablaros de...

MI HISTORIA FAVORITA DE SPIDERMAN
por Óscar Rosa Jiménez


Los lectores Marvel de nuestra querida piel de toro, o Marvelzombies como se les suele llamar, se suelen identificar por aquella época en la que se introdujeron en el Universo Marvel. Este distintivo está asociado a la editorial que tenía los derechos en cada momento. Así, tenemos las generaciones Vértice, Bruguera, Forum, y la de los más jóvenes que solo han conocido a esa editorial que para muchos de nosotros siempre estará relacionada con los cromos de nuestra infancia. Servidor, pese a haber nacido en los setenta, siempre será un hijo de los ochenta, porque realmente fue entonces cuando tomé verdadera consciencia de la realidad. Por lo tanto, cuando echo la mirada atrás, y pienso en mi primer contacto con el Universo Marvel, lo primero que se me viene a la cabeza es la editorial Bruguera.

La historia de esta empresa, afincada en Barcelona, se remonta a principios de siglo, exactamente a 1910. Bajo el nombre de El Gato Negro se especializó en folletines, chistes y sobre todo en historietas, siguiendo la estela de la revista TBO, aparecida solo cuatro años antes. En junio de 1921, publicó por primera vez la revista semanal Pulgarcito, que sería muy importante dentro del cómic patrio. El símbolo posterior de la editorial, un gato negro, fue una forma de homenajear sus propios orígenes.

En la década de los setenta, Bruguera pretendía dar un nuevo rumbo, multiplicando su producción de tebeos. Revistas semanales, mensuales y recopilatorios monográficos poblaban los kioscos. Además de la clásica Pulgarcito, podíamos ver a Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, el Botones Sacarino, Lily o Rompetechos. Una constelación de personajes que acompañaron la infancia de muchos niños, entre los que se incluye el que os escribe. La añorada Colección Olé, tan castiza como entrañable, fue un punto de partida perfecto para iniciarme en la lectura; mucho mejor que los famosos cuadernillos Micho.

Pero, pese a lo interesante de la historia del cómic de nuestro país, me estoy desviando demasiado del tema, ya que de las diferentes publicaciones de la editorial barcelonesa, la que quiero destacar es la dedicada a Spiderman. A principio de los ochenta, Bruguera comenzó a publicar material de la Casa de las Ideas. Sinceramente, hasta muchos años después no descubriría que publicó colecciones como Kazar, rey de la jungla perdida, La Guerra de las Galaxias o 2001: La odisea del espacio. En mi inocencia, tampoco era consciente del atentado cultural que perpetraba la editorial en sus ediciones. Quizá, Vértice se lleve la palma en cuanto a despropósitos editoriales, pero Bruguera no se quedó atrás. A pesar de ello, como decía, en la inconsciencia de mi infancia, a parte de ser un mundo mucho menos globalizado, todo esto quedaba en un segundo plano. Lo realmente importante eran las historias. Y estas, amigos míos, eran increíbles.

Con mi escaso nivel adquisitivo, y mis ansias de lectura, recibir una buena porción de la colección Spiderman (Bruguera) por parte de una de mis tías, era toda una bendición del cielo. Pese a que tuviésemos que repartir los números entre mi primo y yo, el botín seguía siendo considerable, y aquellos otros cómics dormirían en mi casa muchas veces. A esta serie, no solo le debo mi pasión por Marvel, sino mi afición por nuestro amistoso vecino arácnido, a pesar de la caótica edición que presentaba: mezclar colecciones del personaje; alternar la cronología de los episodios; unir números USA como si de uno se tratara; y malas traducciones, son solo algunos de los más destacables despropósitos que podíamos encontrar. A todo esto, le podemos añadir que se eliminaban los créditos, con lo que la atención del lector se centraba en los personajes y las aventuras. Poco importaba que aquellos tebeos estuviesen escritos por Stan Lee, ni siquiera que estuviesen ilustrados por grandes maestros del cómic como John Buscema, John Romita y Gil Kane. Eso eran auténticas menudencias ante el descubrimiento de un universo de ficción que me comenzaba a cautivar, y donde cada tebeo, leído mil veces, me introducía en un mundo fantástico tremendamente divertido. Bendita inocencia que nos alejaba de obras maestras, tapas duras y demás estupideces. La esencia de todo está en su origen, poco importa la crítica o el envoltorio; lo importante son las historias, y las de esta colección eran de las que crean afición.

Aunque soy consciente de que me sigo desviando de mi rumbo inicial, no puedo evitar evocar los momentos felices que me hicieron pasar muchos de estos cómics. Momentos que muchos tildan de chanantes, como la creación del Spidermóvil, son recordados con mucho cariño por mí. Ese tebeo, precisamente, era uno de los que cayeron en posesión de mi primo. Incluso la primera aparición del Canguro me trae gratos recuerdos. Pero quizá una de las que más me impactó fue la historia en la que vi por primera vez al Camaleón, en las antípodas del personaje caracterizado por Steve Ditko. Tengo que reconocer que aquel rostro me llegó a infundar miedo al principio. Curiosamente, aunque yo desconocía el dato, ese sería el último número de la colección, algo de lo que la editorial nunca informó, como si la cancelación de la serie hubiese sido de la noche a la mañana, ya que incluso emplazaban al lector para el próximo número; uno que nunca vería la luz.

La nostalgia me puede y me es imposible evitar el torrente de recuerdos que se agolpan en mi mente: una historia de Electro (Spiderman #63, Bruguera), en la que Max Dillon parecía un villano realmente temible; una del Conmocionador (Spiderman #48, Bruguera), aunque para mí siempre será el Shocker, por culpa de las no-traducciones de la editorial; una de mis favoritas de Kraven (Spiderman #56, Bruguera), con esa pelea final tan impactante, en un edifico en plena construcción; la historia en la que la vida de John Jameson cambió para siempre (Spiderman #57, Bruguera); mi primera toma de contacto con el Buitre original (Spiderman #58, Bruguera); y el día que conocí al Tigre Blanco (Spiderman #37, Bruguera), un personaje con raíces latinas que me encantaba.

Estas serían algunas de las historias que mi frágil memoria es capaz de ubicar. Después estarían aquellas que no sitúo bien en la edición, pero que dejaron una huella indeleble en mi mente: el enfrentamiento contra el Hombre Ígneo, en una noche de nevada y con un resfriado tremendo; la guerra de bandas entre Cabeza de Martillo y el Dr. Octopus, en la que Spiderman se quedaba atrapado en medio; y los diferentes enfrentamientos contra el Duende Verde, que incluso conocía su identidad secreta, algo que siempre me pareció alucinante.

Pese a que ni siquiera leí la colección completa, por mucho que me hubiese gustado, conseguí familiarizarme con la mayoría de enemigos habituales del Trepamuros. También me pareció interesante la vida de Peter Parker, la cual obtenía bastante más protagonismo del esperado en un tebeo de superhéroes. Ahí tenemos a la endeble tía May, que parece estar dispuesta a enterrarnos a todos, junto a los amigos habituales de Peter: Flash Thompson, el típico bocazas; y Harry Osborn, el eterno compañero de piso. Por otro lado, el magnífico dibujo me permitió enamorarme de la exuberante belleza de Mary Jane y de la cándida hermosura de Gwen Stacy, la eterna novia, o eso creíamos todos. Aún recuerdo la escena en la que ambas bailan bajo la luz de los focos y animan la fiesta en la que estaban. ¡Y de qué manera!

Mencionar a la familia Stacy me hace recordar la historia que me impulsó a escribir este artículo, pero que, curiosamente, aún no he citado. Imagino que esto es lo que sucede cuando uno se deja llevar por la nostalgia...

Aunque ya lo he señalado en otras ocasiones, quiero hacer hincapié en que muchos de los datos que aportaré eran totalmente desconocidos por mí cuando leí aquella historia. Sin embargo, la fuerza del relato, las magníficas ilustraciones o el emotivo final, dejaron una huella indeleble en aquel infante lector. A pesar de haberla releído muchas veces (hasta quedarme sin la portada) y poseer varias ediciones diferentes, se me sigue escapando una lagrimilla al final de la historia. La transmisión de emociones ha perdurado a lo largo de las décadas, quedando impregnadas en unas viñetas que casi he memorizado. Para mí, por muchas razones a parte de la nostalgia, mi historia favorita de Spiderman es la muerte del Capitán Stacy (Spiderman #69, Bruguera).

Muchos años después, puede identificar al equipo creativo como el que más me gusta dentro de la colección The Amazing Spider-Man: Stan Lee escribiendo, Gil Kane dibujando y John Romita embelleciendo. Visualmente es la perfección artística. Pocos dibujantes plasman tan bien la agilidad en los movimientos de Spiderman como Gil Kane. Además, el entintado de Romita suaviza los rostros y nos deja la imagen icónica del personaje por excelencia. A lo largo de esta historia, de solo dos números americanos, ambos artistas nos dejan apabullados con su narrativa. La búsqueda del Dr. Octopus nos deja imágenes imposibles de olvidar.

La historia que yo leí, unía The Amazing Spiderman #89 con The Amazing Spiderman #90 como si de una sola historia se tratara. Tardé muchos años en darme cuenta que aquello no era un solo cómic, y algo más en comprender que la historia había sido mutilada. Nunca me importó, ya que disfrute de aquel tebeo hasta prácticamente destrozarlo. Con esta historia, comprendí que el Dr. Octopus era un gran villano, alguien realmente temible. Pese al esquema habitual (derrota en el primer enfrentamiento, que lleva al protagonista a buscar una solución para derrotar a su enemigo en un segundo envite), la trama no ha quedado desfavorecida con el paso del tiempo. La tensión se mantiene, sobre todo durante la pelea final contra Octavius cuando se le descontrolan los brazos.

No obstante, el momento que lo cambia todo, con respecto a cualquier tebeo de superhéroes que yo pudiera leer en aquella época, se encuentra en las dos páginas finales. Los escombros derribados por el Dr. Octopus ponen en peligro la vida de un inocente y surge el héroe de la historia: George Stacy. Se trata de una de las pocas personas que creía en Spiderman; el secreto que mantuvo a lo largo de su vida así lo confirma. Las últimas viñetas son increíbles: desde la espectacular narrativa hasta uno de los diálogos más inspirados de Stan. Así moría un héroe de verdad; uno que dejaba a Peter con una pregunta en los labios: ¿Por qué? Además, esta muerte significaba un punto y seguido en el camino de la responsabilidad y la culpa que se inició en el lejano Amazing Fantasy #15, manteniendo intacta en todo momento la esencia del personaje, que se transmitiría a lo largo de las siguientes generaciones.

Posiblemente, haya quien piense que todo esto es una exageración, y que no es nada más que un tebeo viejo más. No obstante, mi última relectura, en el Coleccionable Marvel Héroes #16 solo ha ratificado mi opinión. Estamos ante un clásico imperecedero, una obra que se mantiene fresca como el primer día, y que es capaz de transmitir el drama en su punto más álgido. Si bien es cierto que el componente nostálgico está ahí, el fallecimiento fortuito de uno de los grandes secundarios de la serie ha sido respetado a lo largo de los años, mientras que los de muchos otros no. Quizá en el inconsciente colectivo haya quedado como un relato perfecto que no necesita continuación. Sea como sea, en mi tierna infancia, me dejó marcado para siempre y por eso es mi historia favorita de Spiderman. ¿Y la tuya, cuál es?


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