LA TUMBA DE DRÁCULA
por Adamvell


Drácula. Vlad Draculea, hijo de Vlad Dracul, nacido en Transilvania en 1431, libertador del pueblo rumano frente al invasor otomano, cruel dictador, hombre justo pero terrible. Dicen que gustaba de cenar en compañía de los bosques de enemigos, disidentes o criminales empalados, por los cuales se hizo horriblemente famoso. Dicen que incluso se bebía su sangre en esos terribles festines. Sean verdad o no todas las historias que cuentan de él, Vlad Draculea es una figura histórica contrastada y un héroe nacional en Rumania, que por su rica, fascinante y desagradable vida ha dado lugar a cientos de fabulaciones sobre quién era y cuáles fueron realmente sus actos. El Empalador fue el sobrenombre que le dieron, pero sólo se empezó a utilizar después de muerto. ¿Muerto? ¿O quizá… no muerto?

Eso debió de pensar Bram Stoker al realizar su novela, Drácula, mezclando al Empalador bebedor de sangre con los mitos vampíricos tan enraizados en las culturas de todo el mundo desde tiempos inmemoriales, recreando a su alrededor toda una mitología de rutinas, debilidades y poderes, incluyendo los ataúdes, los ajos, los crucifijos, la atracción hipnótica, el dominio sobre las bestias.... todo ello abrazado por la fascinante personalidad de Drácula. Stoker consiguió una mezcla tan perfecta que los arquetipos sobre los que se articula se encuentran todavía en la mayoría de relatos posteriores sobre la figura de los vampiros: la atrayente fascinación de la maldad encarnada en la figura de la noche; la víctima que no puede escapar de su influencia; y el equipo de cazavampiros organizado para destruir al mal.

La Tumba de Drácula, que es la serie que Marvel se sacó de la manga para darle una vuelta de tuerca al mito e integrarlo en su universo de ficción, no es ajena a ninguno de esos clichés. Debida principalmente, aunque no de manera exclusiva, a Marv Wolfman y Gene Colan, la serie abraza y potencia estos aspectos de una manera sorprendentemente natural, logrando que no nos suenen repetitivos. Todo lo contrario. La Tumba de Drácula nació en 1972, duró nada más y nada menos que 70 números, y fue una reacción de Marvel aprovechando la relajación del Comics Code Authority en cuanto a narrar historias que incluyeran vampiros, cosa que estaba prohibida antes de 1971. La Casa de las Ideas ya había conseguido esquivar la política del Comics Code al respecto al introducir a Morbius, un personaje que actuaba como tal, aunque la explicación de sus poderes fuera científica. Pero esta vez se pudo hacer abiertamente, siendo Drácula el elegido al ser sus derechos de dominio público.

La manera de retratar a Drácula se centra en el potente tratamiento de su regia figura, que emana el mal en cada mirada, en cada gesto. Pero son gestos acompañados de cierta nobleza, de cierto glamour, cierta coreografía, que consiguen, a ratos, incluso hacernos empatizar con ese mal encarnado, como si fuéramos polillas atraídas por la luz de la bombilla. Exactamente igual que les pasa a muchas de las víctimas que caen bajo su influjo, no podemos escapar de su mirada, tenemos que seguir leyendo. Deseamos que sus planes queden frustrados pero a la vez que continúe su cruzada. Porque Drácula tiene un propósito: la dominación del planeta por parte de los suyos: los vampiros. Pero aunque hará lo que sea por conseguirlo, no romperá su propio código, llegando en ocasiones a sentirlo más humano que muchos de los que pasen por sus páginas. Más humano que muchas de las turbas que le persiguen; agradecidos cuando muestra su nobleza cuando alguien le ayuda de corazón y espeluznados cuando ataca sin piedad ni remordimiento.

Por supuesto, no podía faltar el equipo de cazadores de vampiros que lo persigue y frustra sus planes continuamente. Es este un equipo, además, con solera. Veamos sus componentes:

En primer lugar tenemos a Frank Drake, descendiente directo de Drácula, y que teme convertirse en vampiro dentro de un tiempo indeterminado de su futuro. Después está Rachel van Helsing, nieta del famoso personaje de la novela de Stoker, Abraham Van Helsing, el cazavampiros por antonomasia, que acompañada por su fiel guardaespaldas indio Taj Nitaly armada con su ballesta, vive obsesionada con acabar con el enemigo de su familia. Seguidamente tenemos a Quincey Harker, otro descendiente de los personajes de Stoker, ya que es el hijo de los infortunados Jonathan y Mina Harker, y además toma su nombre de otro protagonista de la novela. En este caso, se trata del componente del grupo de Abraham Van Helsing, Quincy Morris, que falleció en lucha contra Drácula. También él ha pagado ya cara su persecución estando confinado a una silla de ruedas y se nos presenta junto a su hija Edith. También hay que hablar el cinematográfico Blade, el tipo duro del grupo, el cazavampiros moderno y profesional, ataviado con todo tipo de armas contra los seres de la noche, desde estacas de madera hasta agua bendita pasando por el ajo. Drácula es para él sólo un objetivo secundario en su búsqueda del ser que le dio su inmunidad a la maldición de los bebedores de sangre, al morder a su madre embarazada. Cabe destacar que la versión de Blade que encontramos en esta serie dista bastante del personaje del celuloide interpretado por Wesley Snipes, que debe más a la versión de los cómics de los noventa. Aquí tiene más similitudes con Shaft, máximo representante de la blaxploitation, movimiento principalmente cinematográfico que confirió a los personajes de color cierta relevancia en la década de los 70 en los E.E.U.U. A ellos se uniría posteriormente el improbable Hannibal King, detective privado y vampiro que jamás ha probado la sangre directamente de un ser humano y que busca acabar con sus congéneres.

Además, por la colección irán apareciendo toda una serie de personajes relacionados con Drácula de una manera u otra, como sus hijos Lilith y Janus, este último poseído por un ángel. También se deja ver Deacon Frost, el vampiro responsable de la existencia de Blade, o Anton Lupeski, líder de una secta mediante la cual Drácula fingía ser Satán y de cuya hija nació Janus. Por otro lado, tenemos al Dr. Sol, un personaje que no cuadraba mucho al tratarse de un científico que había trasladado su cerebro a un cuerpo sintético y necesitaba sangre para vivir, argumento quizá demasiado colorido para el tono de la serie, hasta el punto de que reaparecería como villano en la cabecera protagonizada por Nova, una colección completamente alejada del tono de la Tumba de Drácula (y ahí pegaba más). Mención aparte merece el simpático escritor Harold H. Harold, aunque el pobre no acabara demasiado bien. No obstante, personajes secundarios hay muchos, muy buenos y muy variados, surgiendo casi a cada número, proporcionando a veces curiosas moralejas respecto a lo que suponía cruzarse en el camino de Drácula.

¿Qué decir de sus autores? Marv Wolfman, su guionista principal, que cogió el testigo de la serie a la altura del séptimo número, realiza aquí el trabajo de su vida. Su inmersión en la figura de Drácula es total, y la caracterización de todos y cada uno de los personajes es impecable. Consigue que queramos una cosa y la contraria en el mismo acto, para luego hacernos sentir culpables por ambos sentimientos. Los argumentos, tragedias y luchas se suceden siempre alrededor de la figura de Drácula, que se nos hace tan atrayente o más que las de sus perseguidores. Por muchas veces que lo veamos, nos sigue estremeciendo la silueta del murciélago cerniéndose sobre la imprudente joven que camina sola por un callejón oscuro, el grito ahogado que emite su garganta al ser perforada, el último gemido de placer que emana el cuerpo inerte cuando Drácula ha terminado de beberse su sangre… La atmósfera única creada alrededor de la serie nos hace reconocer una voz específica, un discurso recurrente que la hace identificable con leer sólo unas pocas líneas de texto.

Claro que si hablamos de atmósfera nos tenemos que referir a su dibujante: Gene Colan. Las sombras, los claroscuros, las densas nieblas, los picados y contrapicados, las viñetas que cobran vida para adaptarse al relato, alargándose, quebrándose y desapareciendo si es necesario. Las transformaciones de Drácula en murciélago y viceversa son uno de sus puntos fuertes, aprovechando la capa que viste habitualmente para confundirla entre las alas del quiróptero. Es una auténtica Biblia de cómo narrar un cómic y, para este servidor, también el mejor trabajo del dibujante. Si hilamos fino, nos podemos encontrar con la serie larga más consistente a nivel gráfico de toda la historia del Universo Marvel, no ya sólo por la uniformidad de la misma sino por la calidad que atesora. Claro que tampoco hubiera sido lo mismo sin Tom Palmer, entintador por excelencia de grandes ilustradores como Joh Buscema, Neal Adams o el mismo Gene Colan. Ese Tom Palmer que tapa con su estilo a dibujantes menores, en este caso se convierte en el aliado vital para Gene Colan, dado que su especial trazo era muy complicado de entender para la inmensa mayoría de los entintadores habituales, resintiéndose a menudo el resultado final. No ocurre eso en la Tumba de Drácula, hasta el punto de que la simbiosis entre dibujante y entintador se hace perfecta. Una delicia visual.

Si hay que ponerle un pero a la serie, diría que le sobran las apariciones de otros personajes del Universo Marvel. Resulta muy extraña la fusión de Drácula con otros héroes marvelitas como Estela Plateada. Aunque se podría argüir que son necesarias para ambientar la serie en el mundo de ficción de la Casa de las Ideas, hay otros modos de hacerlo que no impliquen el colorido de estos personajes, si bien imagino que a nivel editorial tiene todo el sentido del mundo su inclusión. Cuando mejor funciona la serie es cuanto más pegados a la humanidad estamos, cuando las supersticiones, creencias y deseos humanos son los que predominan sobre el colorido. En España la serie tiene un corto historial de publicación: dejando aparte la añeja edición de Vértice en la revista Escalofrío, Forum intentó editarla en los 80 dentro de la colección titulada Clásicos del Terror: Drácula, a tamaño grande y a todo color, compartiendo cabecera con el Hombre Lobo. Sin embargo, aquello no terminó de funcionar y la serie fue cancelada sin llegar a la veintena de números. Posteriormente, junto con el renacer del gusto por lo clásico que supuso la Biblioteca Marvel, Forum consiguió editarla entera e incluso añadir los magazines relacionados con el personaje. Lo hizo estrenando una línea nueva que vino en llamar Biblioteca Grandes del Cómic, que si bien en el caso de Drácula copió el formato de la mencionada Biblioteca Marvel (tamaño reducido, blanco y negro, número de páginas, etc...), en otros casos posteriores, editando personajes que no tenían que ver con el Universo Marvel se decantó por diferentes formatos.

Panini realizó un intento fallido de nueva edición, también en blanco y negro pero a tamaño original, dividiendo el material en tres tomos de los que quedó sin editar el último por falta de ventas. A pesar de ello, se redistribuyeron algún tiempo después en una edición en tapa dura. Actualmente, SD en colaboración con la editorial italiana ha puesto a la venta la serie, por primera vez en nuestro país, con tamaño original y a todo color, en una edición de cuatro tomos, limitada a 1.500 ejemplares cada uno, no apta para todos los bolsillos, dentro de la línea Marvel Limited Edition. Son volúmenes perfectamente editados que si bien no dejan de ser muy caros, salen algo más económicos que el resto de la línea, lo cual es de agradecer.

En definitiva, afortunadamente, en España vamos a tener la oportunidad de poder disfrutar de esta serie, teniéndola disponible en el mercado tanto en un formato de lujo como en una edición de bolsillo, de manera que todas las economías puedan tener acceso a ella y aquellos que quieran tener una edición más cuidada puedan hacerlo también. Sin duda la colección lo merece.

Lee la Tumba de Drácula, en soledad, a la luz de una vela, y ten a mano un crucifijo que poder empuñar en caso de que flaquee tu voluntad… pero asegúrate de tener fe en él, o Drácula te lo arrebatará y se aferrará con fuerza a tu garganta…


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