Tras la prematura marcha de Rogern Stern y John Byrne de Captain America, el editor Jim Salicrup tenía la difícil tarea de encontrar un nuevo equipo creativo estable para la colección. Dicho proceso fue algo que se consiguió de forma paulatina, quedando perfectamente representado en… por Óscar Rosa Jimenez Mike Zeck es un dibujante nacido en Greenville (Pennsylvania) durante septiembre de 1949. El autor comenzó su carrera en 1974, trabajando en la editorial llamada Charlton Comics, realizando ilustraciones para acompañar los relatos de texto. De ahí pasaría a los diferentes títulos de la editorial relacionados con el género del terror. En 1977 aterriza en la Casa de las Ideas para formar pareja con Doug Moench en Master of Kung-Fu, como hemos podido ver extensamente en esta sección. Tras realizar Master of Kung-Fu #101, se traslada a la serie del vengador abanderado, convirtiéndose en su dibujante regular a partir del mencionado Captain America #258. Al parecer, esto fue una decisión del propio autor, ya que se enteró de las necesidades de Jim Salicrup y solicitó el puesto. Una de las características principales del trabajo de Mike Zeck a lo largo de este tomo es la evolución, algo que es evidente con solo comparar el primer número del tomo con el último. Al principio, podemos ver a un dibujante más irregular, menos arriesgado y con ciertos problemas con las proporciones. Todo esto se va puliendo número a número, pero es realmente cuantificable con la llegada del entintador John Beatty en Captain America #265. Para mí es el momento en el que la colección muestra una solidez gráfica considerable, a pesar de que el dibujante todavía tiene que pulir un poco su trabajo. En el aspecto argumental, la serie muestra aquello que Jim Shooter pidió: números más o menos autoconclusivos, aunque la llegada de J. M. DeMatteis se produciría mediante una historia en tres partes, precisamente el motivo que propició la marcha de Roger Stern. Empiezo a pensar que aquí hay algo más que lo que comentaba Jim Salicrup. Sea como sea, tras la marcha de Stern, la colección tuvo cinco fill-ins hasta la llegada de DeMatteis en Captain America #261. Los dos primeros han sido obviados por la editorial. La verdad, es que no me extraña, porque estamos ante dos números que no aportan gran cosa. Captain America #256 está escrito por Bill Mantlo y está dibujado por Gene Colan. Nos sitúa en Inglaterra, donde el Capitán América investiga una historia relacionada con su pasado, adornando la trama con un toque sobrenatural con druida incluido, que le viene muy bien al estilo del maestro Gene Colan. El siguiente número es obra de Mike W. Barr y el dibujante Lee Elias. Ambos autores son responsables del rapto de Steve a manos de una organización basada en la transformación de la esvástica en un ocho, aunque a mí se me parece más al símbolo del infinito, pero bueno. Este nuevo grupo cuya meta es la dominación mundial adopta el nombre de la Matriz de Ocho. Además, tienen secuestrado al Dr. Banner con la intención de crear un arma que utilice las radiaciones gamma, que recibe el revelador nombre de Gammadroide. De esa forma, el gigante de jade y el Centinela de la Libertad formaran equipo para salir de su prisión, a la vez que detienen lo que podría convertirse en una catástrofe a escala mundial. Justo en el número siguiente, como ya hemos comentado llegaba a la colección Mike Zeck. Su primer trabajo consiste en ilustrar una historia escrita por Chris Claremont, ayudado por David Micheline, ambos autores realizan una historia donde se retoma la relación con Bernie Rosenthal. Además, Steve reanuda su convivencia vecinal. Se podría decir que es el mejor número autoconclusivo de todos los que sirven de puente a la estabilidad creativa de la colección. Claremont deja impreso su sello personal, estableciendo un interesante desarrollo de los personajes, pese a que solo se trata de un número aislado. La historia se centra en mostrar varios aspectos sociales como la especulación inmobiliaria mediante la provocación de incendios. También se hará hincapié en el carácter heroico de una profesión tan peligrosa como la de bombero. Y como broche final, el héroe de las barras y estrellas deberá enfrentarse al Demoledor, el villano de la historia, responsable de los incendios. No obstante, el carácter humano de la trama eclipsa por completo la batalla final. Este tipo de detalles son los que demuestran por qué autores como Claremont llegaron tan alto en esta industria. El siguiente número, Captain América #259, sería escrito por el propio Jim Shooter, aunque David Micheline repetiría en su papel de guionista contribuyente. El Editor en Jefe de Marvel opta por dejar de lado la vida privada de Steve, centrándose en su faceta heroica, sobre todo en la de héroe de guerra. De ese modo, un antiguo miembro del ejercito, que curiosamente se apellida Coulson, le solicita ayuda al Capitán América para intentar evitar que su hijo acabe junto a una banda de moteros autodenominados los Hunos. En medio de esta situación aparece el Dr. Octopus, cuyo plan consiste en robarle el escudo al vengador, con la intención de utilizar su desconocida composición para endurecer sus miembros metálicos. Si Shooter hubiese obviado la aparición de Otto, tendríamos una historia de carácter humano mucho más interesante, de la cual extraeríamos una moraleja final. Pero la introducción con calzador de un villano del entorno de Spiderman, con motivos poco convincentes, enturbia un poco el resultado final de una historia que, sin ser nada del otro mundo, tiene algún que otro concepto interesante. Además, aquí recibe una moto personalizada como regalo, que se convierte en su compañera de aventuras a partir de ese momento. Captain America #260 ni siquiera está dibujado por Mike Zeck, sino por Alan Kupperberg. El guión es obra de Al Migrom, que también contribuye al entintado. El que supondría el último fill-in, cuenta con la trama más absurda de todos. Los autores encarcelan al Capitán América, que intenta ayudar al alcaide de una prisión, demostrando que sus métodos progresistas son un beneficio para la integración social de los presidiarios. Además, debe poner a prueba el sistema de seguridad de la cárcel intentando fugarse. Este conato de drama carcelario pierde toda su fuerza cuando el protagonista es un héroe reconocible y enmascarado. Hay momentos en que la situación es insostenible, como las peleas en las que se ve envuelto y que sea tratado como un preso más, cuando con solo su aspecto ya impone cierto respeto a los mismos guardias. En definitiva, todo un despropósito de historia en la que lo único interesante es la crítica al sistema de justicia estadounidense, aunque de una manera muy superficial, sin profundizar en un tema que sí podría haber resultado de interés. Tras este periplo en el que la serie solo había conseguido cierta cohesión gráfica, llega a la serie J. M. DeMatteis en Captain America #261. Además lo hace a lo grande, iniciando su estancia en la colección con una historia en tres partes, que supone lo mejorcito que podemos encontrar en este tomo. El guionista no alcanza los niveles de Claremont o Stern, pero comienza una recuperación paulatina de los secundarios de la serie. Entre ellos la joven Bernie Rosenthal que mantiene algo parecido a una relación con Steve, pero que no parece ir hacia ningún lado, debido a la persistencia de los autores en querer mantener al personaje con dos identidades. Otro que regresa es Sam Wilson, su amigo y compañero vengador conocido como el Halcón. Aunque lo hará de una manera fugaz y sobre todo en la faceta civil de su amigo, pese a que su nombre volverá a figurar en una portada de la serie. La historia urdida por DeMatteis narra cómo hace acto de presencia un héroe bajo la antigua encarnación de Steve, Nómada. El presunto héroe inicia una campaña de desacreditación pública contra el Capitán América, de forma que el vengador abanderado decide aceptar la invitación para participar en una campaña que publicita una película basada en él. Esto tiene una relación directa con un proyecto real frustrado de llevar al personaje a la gran pantalla, lo que propició que el autor escribiera la historia algún tiempo atrás. Con la cancelación del film, el guión quedó relegado a un cajón para ser recuperado, y retocado, intentando redirigir el rumbo de la serie. Además de contar con un elemento de una época en la que el personaje dudaba de las ideologías de su propio país, se introduce una organización que rinde culto al nihilismo, lo cuales implantan sus ideas a base de actos de terrorismo. En dicho grupo milita el Ameridroide y se recupera a la némesis del personaje por antonomasia, Craneo Rojo. Con una trama muy bien planteada y cierta dosis de intriga, tenemos una historia muy interesante. Volvemos a la humanidad de Steve, como un personaje falible al que le afecta el ataque por parte de algunos medios de comunicación. Aunque también sirve para demostrar que se crece ante las adversidades, y que su integridad es un valor muy a tener en cuenta, siendo muy difícil de quebrantar. En contraposición a esta saga tremendamente divertida, tenemos el siguiente número, que supone un paso atrás, ya que volvemos a un número autoconclusivo sin demasiado interés. No solo eso, sino que nuestro protagonista es sumido en una especie de control mental en lo que nada tiene demasiado sentido. Ni siquiera esa alegoría que el título quiere mostrar hacia el sueño americano me parece demasiado acertada. Los dos siguientes números, Captain America #265-266, están escritos por David Anthony Kraft. Se trata de un team-up formado por Spiderman, Nick Furia y nuestro protagonista. Todo comienza con un intento de atraco a Steve del que consigue salir airoso, bajo la atenta mirada de nuestro amistoso vecino arácnido. El lanzarredes, atónito ante tal destreza, ve como el fornido rubio desaparece en una cabina telefónica tras la pelea. Al ponerle uno de sus rastreadores, puede seguirle el rastro, llegando a unas instalaciones secretas de SHIELD. Allí, Furia le explica la situación tan delicada en la que se encuentra el Capitán América y unen fuerzas para localizarlo. Este pequeño grupo, reunido de forma fortuita, se enfrenta a Sultán, un antiguo miembro de la organización gubernamental que ha dirigido su camino hacia el noble campo de la megalomanía. Sinceramente, que todos los villanos tengan un objetivo tan superfluo como la dominación mundial acaba perdiendo la fuerza que pudiese tener el concepto en algún momento. Quizá lo más destacable sea su condición de constructo biónico, lo que le dota de una posibilidad plausible de ser inmortal. Más allá de eso, o del interés que pueda suscitar tan variopinta reunión más propia de una de las series del arácnido, la historia en dos partes no deja de ser simplemente entretenida. Pero el gran problema radica en la cantidad de discursos que el autor pone en boca del protagonista. Tenemos una diatriba tras otra, de lo que se quejan hasta los mismos participantes de la trama, ya que es algo que en algunos momentos resulta cargante. El personaje nunca ha estado carente de cierta elocuencia, pero es que aquí solo le falta ponerse en un púlpito a soltar discursos. Kraft exagera al máximo una característica del personaje, eclipsando otras que supieron potenciar anteriores autores, volviéndolo un estereotipo andante. Lo que llama la atención es que este enfoque parece que le gustó a J. M DeMatteis, porque en su siguiente número lo introduce en una historia autoconclusiva que cierra el tomo. El descontento social ante una situación de pobreza es el vehículo que utiliza el autor para presentarnos a un nuevo defensor del desfavorecido. Así nace el Hombre de la Calle, en lo que él cree que es una iniciativa para contrarrestar al Capitán América, el cual, siempre según este "héroe" urbano, representa únicamente a la sociedad pudiente y bien situada en el estatus social. Huelga decir que nuestro abanderado protagonista demuestra, una vez más, que clase de hombre es, además, se gana el respeto de los que verdaderamente saben lo que es la vida de las calles como puedan ser los miembros de una banda juvenil. Esto provoca, aunque de forma más mesurada, eso sí, una continua exposición de los valores de un sueño americano perfecto; uno que puede que esté más cerca de la utopía que de la realidad. |
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