por David Hernández Ortega Así que cuando uno se pone a hablar de los años dorados de Uncanny X-Men, esos gloriosos primeros años que para muchos duraron más que para otros, especialmente en lo referente al tándem Claremont-Byrne, es lógico y normal que quien escribe, primero se plantee una cuestión muy simple: ¿Queda algo por decir acerca de este cómic? Y lo más seguro es que no, que ya esté todo dicho, y está bien que así sea. Porque ya sabemos qué pasó, quién lo hizo posible, cómo sucedió, cuándo, dónde, y todo ello, con todo lujo de detalles, contado por los mismos autores, a través de decenas, cientos de artículos y análisis acerca de aquella serie que impresionara y fascinara a partes iguales a los lectores de la época, y a una generación tras otra después de eso, revolucionando la Casa de las Ideas de arriba a abajo. Así que, cuando todo está ya dicho, lo mejor es simplemente dejar las formas, las formalidades, e ir al meollo del asunto: ¿Qué hacía tan condenadamente buena a Uncanny X-Men? Bueno, el secreto no es tal. En realidad es muy sencillo. El secreto de Uncanny X-Men es que estaba bien hecha. Sin más. Sus principales creadores e impulsores no buscaron reinventar el cómic, ni transgredir el medio, sino que simplemente se limitaron (ya quisieran muchos poder "simplemente" hacer eso) a coger todo lo bueno que ya había en el cómic y elevarlo un nivel por encima, haciéndolo todavía mejor. Perfeccionar los engranajes hasta convertir Uncanny X-Men en una máquina de crear grandes historias, de confeccionar buenos cómics a medida. De ahí que no haya ninguna sorpresa en constatar que, por encima de las acertadas caracterizaciones de personajes tan tridimensionales y reales como Tormenta, Lobezno, Coloso, Rondador Nocturno o Banshee, la principal baza de la serie era apostar fuerte por el género clásico de la aventura, y hacerlo bien, muy bien. Sabemos hacer algo y se nos da bien. Genial. Pues centrémonos en ello. No busquemos vestirnos con otras galas solo por llegar a un público más prosaico y elitista que rechazará la calidad de las propuestas que aplaudiría de ver envueltas en otro género. Que les den. Los lectores de verdad ya llegarán. Y la jugada no les salió nada mal. Muchos verán, y harán bien, ramalazos de terror en historias tan tétricas como la de los demonios de ultratumba N´Garai, surgidos de un portal místico roto, en el horror de D´Spayre en los dominios del Hombre Cosa, o en la película de terror con ecos de Alien protagonizada por una solitaria adolescente en una sombría mansión. Otros verán, y sí, harán bien, una alegoría de la amistad, de la camaradería, del sacrificio, un drama existencial en busca de respuestas, un mensaje social muy consciente de su entorno, una reivindicación de género (formal y sexual), o incluso el acercamiento a cuestiones clásicas tratadas desde el principio de los tiempos en el arte de ficcionar. Y lo mejor es que todos tendrán razón, aunque ninguno más que los que vean en Uncanny X-Men un cómic de aventuras. Aventura pura, clásica, reconocible, artesanalmente confeccionada, con visos de gran epopeya generacional. De esa que se hacía antes sin que uno tuviera que pedir perdón por hacer una historia sin pretensiones elitistas y pseudointelectuales. La aventura por la aventura, como en las antiguas películas de romanos, de piratas, de semidioses. El viaje sin final en montaña rusa, la amalgama de subgéneros dentro de un compromiso mayor. Durante siete largos y excitantes años, la colección corrió a cargo de únicamente tres artistas principales (los mentados y eternos Claremont, Cokrum y Byrne), con pequeñas sustituciones y/o aportaciones al entramado principal, que se encargaron de llevar estas premisas a su máxima expresión, con el objetivo de regalar a los lectores el mejor cómic de aventuras jamás creado. Fueron ellos los artífices del que muchos llaman "el primer clásico moderno", una serie bisagra que funcionaba espléndidamente bien entre lo pasado y lo futuro, llena de referencias y sabor Marvel, pero bebiendo además de tantas fuentes como le era posible. Un cómic de su tiempo, y un cómic del futuro. En estos años la aventura no dio pie al aburrimiento, enlazando una historia con otra, referencia tras referencia, siempre con la aventura por bandera, encontrando paralelismos y referenciando un sinfín de obras clásicas. Algunas tan conocidas como el viaje al mismo centro de la tierra, con posterior vuelta al mundo incluida en sus influencias vernecianas, el paraje natural creado a semejanza del célebre personaje de Burroughs, o una tragedia griega emulando a Sófocles, con tintes de incestuosa relación y drama familiar. No faltaron tampoco los elementos puros de ciencia-ficción, las distopias futuristas a lo Ray Bradbury, la space opera con emulsiones lucasianas, o las referencias a la literatura fantástica. El imaginario de estos años es tan icónico, tan potente y reconocible, que resulta prácticamente imposible dejar un solo elemento fuera sin descompensar el equilibrio y resultar tremendamente injusto, ya que la idiosincrasia de estos símbolos descansa, precisamente, en la misma esencia de la serie. Sí, Uncanny X-Men es un tebeo puro de aventuras. Puro tebeo de subgénero, en este caso el superheroico. Y lo es a mucha honra, porque al igual que el peludo canadiense es el mejor en su género, el mejor en su trabajo. Y su trabajo no es otro que asegurar una generación tras otra de jóvenes lectores en pos de la aventura de su vida. Quieres enganchar a un nuevo lector para la causa. ¿Sabes cómo se hacen los lectores Marvel? Leyendo Uncanny X-Men. |
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