LA EDAD DE ORO DE LA ESPADA SALVAJE DE CONAN (VI)
por Taneleer Tivan


"Cuando era un guerrero los tambores sonaban a mi paso,
el pueblo arrojaba polvo de oro a las patas de mi caballo.
Ahora que soy un gran rey, la gente me persigue,
hay veneno en mi copa de vino y los puñales acechan mi espalda.
"

Robert E. Howard, "El Camino de los Reyes"

6. El final de la época clásica de Roy Thomas y John Buscema

A mediados de 1979, habiendo sido ya adaptadas al cómic casi todas las historias de Conan que habían formado parte de la exitosa serie de novelas publicadas por Lancer Books en los años sesenta, las historias que comenzarían a aparecer en lo que en ese momento ya era el sexto año de publicación de The Savage Sword of Conan, iban a estar fundamentalmente centradas en los denominados pastiches de tercera generación que apenas un año antes habían empezado a publicarse por parte de las editoriales Bantam Books y Ace Books tras haberse desbloqueado los problemas legales que habían existido hasta entonces para continuar la serie. Partiendo de esta base, otra circunstancia que también iba a incidir de manera muy notable en las historias que aparecerían durante lo que iba a ser este último periodo de la época clásica de la revista, sería la publicación a principios de 1980 de King Conan, la tercera serie regular que Marvel le dedicaba al personaje creado por Robert E. Howard, un evento que iba a conllevar que durante siete meses consecutivos las historias que aparecieron en The Savage Sword estuviesen presididas a modo de prólogo por la cadena de acontecimientos que conducirían a la coronación del bárbaro como rey de Aquilonia.

Antes sin embargo de que ese camino hacia el trono de Aquilonia empezase a tomar forma en las páginas del magacín, The Savage Sword of Conan continuaría la andadura que se había iniciado en The Savage Sword of Conan #39 con la adaptación de Las Legiones de los Muertos, centrándose en el resto de relatos que habían aparecido incluidos en el volumen titulado Conan el Espadachín (Conan the Swordsman, 1978), la primera novela que había publicado Bantam Books como continuación a la serie clásica de Lancer. El origen común de todos los pastiches que aparecían en esta novela se encontraba en las sinopsis, borradores y relatos en diferentes fases de elaboración que L. Sprague de Camp, Lin Carter y Björn Nyberg tenían terminados o en preparación en el momento en que se había producido la quiebra de Lancer Books y habían comenzado los litigios sobre los derechos de publicación del personaje. Su orden de aparición en el magacín, aunque con algunas excepciones como veremos, acabaría siendo bastante similar al orden en que cada uno de esos pastiches aparecían incluidos dentro de Conan el Espadachín, un orden que era el que a su vez resultaba de la trayectoria cronológica del personaje elaborada por P. Schuyler Miller y John D. Clark (A Probable Outline of Conan's Career, 1938), posteriormente ampliada por el propio Sprague de Camp (An Informal Biography of Conan the Cimmerian, 1969). De acuerdo con ese orden, el primero de ellos, Las Legiones de los Muertos, había sido efectivamente el primero en aparecer en The Savage Sword of Conan #39 a fin de dar tiempo a John Buscema para encargarse de la extensa adaptación de Conan el Bucanero en The Savage Sword of Conan #40 a 43. No ocurriría sin embargo lo mismo con los otros dos que aparecían a continuación en esa novela, El Pueblo de la Cumbre y Sombras en la Oscuridad, que en cierto modo iban a tener su propia historia dentro de los cómics Marvel.

El Pueblo de la Cumbre (The People of the Summit), una historia de Björn Nyberg y Sprague de Camp ambientada en la época en que Conan había servido en el ejército turanio, era precisamente el segundo relato que aparecía en esta primera novela de Bantam Books y el que en principio hubiera debido aparecer en el magacín a continuación de Las Legiones de los Muertos. Sin embargo, en esta ocasión, Roy Thomas iba a decidir saltarse este relato puesto que en realidad se trataba de una historia que ya había sido publicada en 1974 en The Savage Sword of Conan #3 bajo el título Los Demonios de la Cumbre, con dibujos de Tony DeZúñiga. La versión que aparecía ahora en Conan el Espadachín no era sino una revisión efectuada por Sprague de Camp de la misma historia que el propio Björn Nyberg ya había publicado en 1970 dentro de la recopilación The Mighty Swordsmen, siendo esa versión original de Nyberg la que Thomas se había ocupado de llevar al cómic en los primeros tiempos del magacín, considerando innecesario volver a hacerlo de nuevo por segunda vez. Algo parecido sucedería con Sombras en la Oscuridad (Shadows in the Dark), el tercer relato que aparecía recogido en Conan el Espadachín, una secuela de El Coloso Negro firmada por Sprague de Camp y Lin Carter que sin embargo acabaría siendo el único pastiche de ambos escritores que nunca llegaría a ser publicado por Marvel. El motivo, tal y como se explicaba en la propia sección de correo de The Savage Sword of Conan #43, es que Roy Thomas vino a considerar que su argumento contradecía abiertamente la propia secuela de El Coloso Negro que Marvel ya había llevado a cabo en la otra historia que aparecía también en The Savage Sword of Conan #3 (En las Montañas del Dios Luna), siendo esa contradicción con la propia continuidad del cimmerio en los cómics Marvel la que acabaría impidiendo que se adaptase dentro de The Savage Sword.

Teniendo en cuenta estas circunstancias, The Savage Sword of Conan #44 acabó presentando el cuarto de los relatos que se incluían en Conan el Espadachín: La Estrella de Khorala (The Star of Khorala), la otra historia firmada por Björn Nyberg y Sprague de Camp que aparecía en ese volumen, siendo necesario mencionar que los títulos de crédito de The Savage Sword of Conan #44 se la atribuían erróneamente a Sprague de Camp y Lin Carter, una errata que a pesar del tiempo transcurrido sigue generando todavía alguna que otra confusión. Desde el punto de vista literario, aun cuando algunos elementos circunstanciales de la historia (como la denominación de Ianthe con que se bautizaba a la capital de Ophir) eran fruto de la imaginación de Sprague de Camp, lo cierto es que La Estrella de Khorala era en realidad un relato escrito enteramente por Björn Nyberg al que el propio Sprague de Camp había dado algunos retoques estilísticos para su mejor adecuación a la lengua inglesa, compartiendo así los derechos legales sobre la historia. Björn Nyberg había llegado por primera vez a las historias de Conan a principios de la década de los cincuenta en su país natal, Suecia, a través de sus amigos B. Ostlund y P. Chapman, quienes le habían dado a conocer las ediciones en inglés que en esos años estaba publicando Gnome Press. Impresionado como tantos otros por las historias que Robert E. Howard había escrito sobre el cimmerio, Nyberg fue el primero en atreverse a escribir una novela sobre Conan sin partir de ninguna obra preexistente de Howard como base de su desarrollo. A pesar del obstáculo idiomático que suponía escribir una novela entera en una lengua extranjera que no era la suya, Nyberg acabaría enviando esa novela a Gnome Press, siendo aceptada por Martin Greenberg a principios de 1957 y publicada ese mismo año bajo el título de El Regreso de Conan (retitulada en 1968 como Conan el Vengador) tras las oportunas correcciones que también se encargaría de efectuar el propio Sprague de Camp, siendo así como Nyberg se había introducido en el universo literario creado por Howard.

Ambientada en el reino de Ophir y enmarcada durante los vagabundeos de Conan posteriores a su etapa con los zuagires del desierto, La Estrella de Khorala venía a funcionar en la saga del cimmerio como una secuela de Sombras en Zamboula (The Savage Sword of Conan #14), tomando su título de la mágica joya descrita por Howard que el bárbaro obtenía como botín a la conclusión de dicha historia, aun cuando Nyberg también la acabaría utilizando para proporcionar algunas notas de continuidad a la saga. Era precisamente en esta historia donde se mostraba el primer encuentro entre Conan y la reina Marala de Ophir, quien años más tarde se convertiría en la misma condesa Albiona que Howard había presentado en La Hora del Dragón y cuyo rescate de la Torre de Hierro de Tarantia (Giant-Size Conan the Barbarian #3) resultaba en cierto modo homenajeado en este relato, por mucho que la torre estuviese esta vez situada en la capital de Ophir. A modo de curiosidad, este rescate de la reina de Ophir, que a su vez incorporaba también referencias a la época del bárbaro como ladrón en Zamora, derivaba buena parte de su desarrollo de una de las aficiones del propio Nyberg. En este caso, la habilidad innata para escalar propia de los cimmerios que Howard había descrito en varios de sus relatos, se veía complementada por Nyberg con la utilización de unos curiosos accesorios, bautizados como Pies de Dragón, que no eran sino la trasposición al Universo Hyborio de los crampones y piolets utilizados por los alpinistas para ascender y descender por paredes verticales, algo que seguramente proporcionaba una mayor verosimilitud a la historia, pero que no dejaba de restarle un poco de magia a la Edad Hyboria.

Presentando una nueva ilustración de portada a cargo de Bob Larkin, que además de trabajar en otros magacines de Marvel, comenzaba también en esta época a hacer sus primeras portadas para las novelas de Bantam Books, la adaptación al cómic de La Estrella de Khorala estaba firmada por Roy Thomas, Sal Buscema y Tony DeZúñiga, siendo un fiel reflejo del relato escrito por Nyberg y de Camp salvo por el pequeño resumen de dos páginas que Thomas decidía incorporar a la historia recordando los hechos que habían tenido lugar en Sombras en Zamboula, a fin de que los lectores pudieran situar el contexto de la historia y tener un conocimiento directo sobre cómo había llegado la joya a manos del bárbaro. Reemplazando de nuevo a su hermano para que éste pudiera reajustar sus fechas de entrega, el trabajo a lápiz de Sal Buscema en esta historia fue posiblemente el mejor de todos los que llevó a cabo para el magacín, combinándose con el acabado de DeZúñiga de una manera mucho más convincente que en cualquier otra ocasión anterior en la que ambos artistas hubiesen trabajado juntos. No obstante, es necesario mencionar que el artista filipino se encontró también con problemas para entregar esta historia a tiempo tras la importante participación que había tenido en la extensa adaptación de Conan el Bucanero, empleando un entintado a base de tintas y aguadas de grises que prescindía casi totalmente del uso de las habituales tramas de zip-a-tone que había venido utilizando hasta entonces en sus trabajos para la revista, un estilo que funcionaría realmente bien en esta historia complementando los lápices de Sal Buscema.

Junto con la adaptación de La Estrella de Khorala, The Savage Sword of Conan #44 completaba sus contenidos con dos artículos y un portafolio dedicados al Universo de Conan. El primero de los artículos, bajo el título de Notes on Hyborian Heraldry and Cartography (Anotaciones sobre Heráldica y Cartografía Hyboria), no era sino el último de los apéndices que habían aparecido completando el libro A Gazeteer of the Hyborian World of Conan de la escritora Lee N. Falconer, aunque sin los mapas que aparecían en el libro, que realmente era lo más interesante de este apéndice. El segundo de los artículos (Conan the Conquistador) era una continuación del que había aparecido en The Savage Sword of Conan #26 a cargo de Fred Blosser e incidía en lo que hoy denominaríamos como arqueología del cómic, respondiendo a los nuevos descubrimientos que en ese momento estaban apareciendo sobre La Reina de la Costa Negra, el desconocido tebeo inspirado en las aventuras de Conan y Bêlit que se había estado publicando en México en la década de los cincuenta y principios de los sesenta sin poseer ningún tipo de derechos. El autor del artículo era Douglas Menville, el aficionado que había llamado por primera vez la atención a Roy Thomas y a Fred Blosser sobre la existencia de esta desconocida publicación mexicana. Por lo demás, el número se completaba con un nuevo portafolio de cinco páginas (The Bullpen's Barbarians) dedicado a Conan y a Red Sonja que aparecía realizado por varios artistas de Marvel, en este caso Ernie Chan, Tony DeZúñiga, Marshall Rogers, Will Meugniot y Joe Jusko.

Con fecha de portada de octubre de 1979, correspondiéndose en realidad con el mes de agosto, el equipo artístico habitual de la revista que formaban Roy Thomas, John Buscema y Tony DeZúñiga regresó a las páginas del magacín en The Savage Sword of Conan #45 con la adaptación del quinto de los pastiches que aparecían incluidos en Conan el Espadachín: La Gema en la Torre (The Gem in the Tower), un relato de Sprague de Camp y Lin Carter que funcionaba en el contexto de la saga del cimmerio como una precuela de El Estanque del Negro, situándose cronológicamente al comienzo del periodo en que Conan había navegado con los piratas barachanos.

En su génesis literaria, el origen de La Gema en la Torre era similar al de La Cosa de la Cripta (Conan the Barbarian # 92) y El Cubil del Gusano de Hielo (The Savage Sword of Conan #34), al tratarse también de la reescritura de una de las historias de Thongor que Lin Carter había escrito sobre la juventud del personaje y no había llegado a publicar: Black Moonlight (Luz de Luna Negra), apuntándose desde las filas de REHupa que probablemente se tratase de un descarte efectuado años atrás por Sprague de Camp de uno de los relatos que le había facilitado Lin Carter para su posible inclusión en las novelas de Lancer. El punto de partida de ambas versiones era en cualquier caso similar, una ambientada en la época en que Thongor se acababa de unir a los piratas de la ciudad de Tarakus y la otra en los años en que Conan se acababa de unir a los piratas barachanos, presentando tanto una como otra varias situaciones comunes con el capítulo final de La Reina de la Costa Negra (Conan the Barbarian # 100) que denotaban cuál había sido la principal influencia en la génesis de ambas, como sucedía por ejemplo con el episodio del embrujado sueño del loto en que el cimmerio veía lo que estaba sucediendo a su alrededor mientras permanecía dormido, similar al que tenía lugar en la historia de Howard. De igual modo, si bien en la versión protagonizada por Conan desaparecían los hombres bestia a los que se enfrentaban el joven pirata lemurio y sus compañeros de tripulación (claramente inspirados en los hechizados estigios que aparecían en La Reina de la Costa Negra), el monstruo de piedra que aparecía en la versión de Thongor se transformaba en este pastiche del cimmerio en una criatura alada de aspecto humanoide y origen prehumano que resultaba también muy similar a la que Howard había presentado en aquella historia.

Desde el punto de vista de su adaptación al cómic, La Gema en la Torre se situaba también antes de la adaptación de El Estanque del Negro (The Savage Sword of Conan #22 y 23), aunque cronológicamente transcurría entre El Horror de la Torre Roja (The Savage Sword of Conan #21), a cuya conclusión Conan anunciaba su intención de probar fortuna entre los piratas del Mar Occidental, y La Venganza del Bárbaro (Marvel Comics Super Special #2), donde el cimmerio ya formaba parte de la Hermandad Roja como capitán de su propia nave. La portada, una de las mejores que llegaron a aparecer en The Savage Sword, era obra del ilustrador filipino Néstor Redondo, siendo la primera de la serie de ocho que éste iba a realizar a lo largo de los meses siguientes para el magacín. En relación a esta primera portada de Redondo que aparecía en The Savage Sword y a la iconografía tan reconociblemente "vikinga" que presentaba, lo cierto es que originalmente no se trataba de una ilustración concebida para representar a Conan ni tampoco para aparecer en el magacín; de hecho, en realidad se hallaba inspirada en Voltar, un personaje creado por Alfredo Alcalá para los komiks filipinos. Redondo había adquirido una creciente popularidad en esos años gracias a sus trabajos para DC Comics, especialmente en La Cosa del Pantano, donde había sustituido a Bernie Wrightson y se había encargado de muchas de sus portadas. A través de Tony DeZúñiga, Redondo había enviado a Thomas un muestrario del tipo de ilustraciones que estaba realizando en ese momento, siendo esta portada uno de los ejemplos que había enviado de su trabajo. La ilustración le acabó gustando tanto a Thomas que decidió utilizarla como portada para The Savage Sword of Conan #45 aprovechando el motivo marítimo que representaba, si bien el propio Redondo le añadiría luego algunos retoques posteriores de manera previa a su publicación. De hecho, no sería ésta la única de esas ilustraciones iniciales enviadas por Redondo que Thomas utilizaría en el magacín, puesto que otras dos de ellas acabarían apareciendo también como portadas de The Savage Sword.

Ambientada geográficamente en el Mar Occidental, en la denominada Isla de Siptah, una isla situada al sur de las costas de Estigia que recibía su nombre del hechicero estigio que la habitaba (un nombre que de Camp había tomado prestado a su vez de uno de los faraones del antiguo Egipto, como todo lo que tenía que ver con los estigios), la adaptación de La Gema en la Torre fue una de las historias más logradas del equipo artístico formado por John Buscema y Tony DeZúñiga que aparecieron en The Savage Sword. Aprovechando al máximo las posibilidades del entorno isleño en que se desarrollaba la historia, el trabajo y los fondos de DeZúñiga volvían a adherirse a las poderosas y dinámicas figuras de Buscema de una manera completamente natural, combinando el entintado a base de finas plumillas con las habituales tramas de zip-a-tone en las zonas de sombrado, e incorporando numerosas texturas a la iluminación de las escenas, especialmente las nocturnas, a la vez que conseguía representar a un Conan mucho más veterano y maduro del que el mismo Buscema había presentado junto a Ernie Chan en esos mismos escenarios del Mar Occidental acompañando a la Reina de la Costa Negra, un envejecimiento de diez años aportado por DeZúñiga a los rasgos del cimmerio que proporcionaba verosimilitud a ambas historias, a pesar de los pocos meses que en realidad separaban la elaboración de unas páginas de otras por parte de Buscema.

La segunda historia que presentaba The Savage Sword of Conan #45 era El Amo de las Sombras (Master of Shadows), una aventura de Red Sonja escrita por Christy Marx (con alguna que otra pequeña colaboración argumental de Roy Thomas que no aparecía recogida en los títulos de crédito aunque sí se mencionaba en la sección de correo) en la que la guerrera hyrkania se veía obligada a enfrentarse a una reputada hermandad de asesinos en una aparentemente tranquila ciudad de Zamora. Dibujada también por John Buscema y Tony DeZúñiga, los mismos artistas que firmaban La Gema en la Torre, El Amo de las Sombras era en realidad la historia que había sido anunciada para aparecer en el décimo sexto número de la serie a color Red Sonja, the She-Devil with a Sword, no llegando a hacerlo a causa de la cancelación de la serie apenas unos meses antes de que la historia acabase apareciendo en The Savage Sword. Toda vez que la historia ya se hallaba terminada por Buscema y se encontraba en manos de DeZúñiga para su acabado a tinta (ambos artistas se habían encargado también del Red Sonja # 15, el último número que había llegado a aparecer antes de la cancelación), Thomas decidió aprovechar lo que no dejaba de ser una buena historia de la guerrera hyrkania e incluirla en el magacín, encargándose DeZúñiga de añadir numerosas tramas de zip-a-tone a las tintas originalmente realizadas para un comic-book a color a fin de que pudiese aparecer ahora en una revista a blanco y negro.

El resto del número se completaba con dos secciones a cargo de Jim Neal, cuyos artículos volvían a aparecer cada vez con más frecuencia en el magacín. La primera de ellas era precisamente la primera parte de un artículo sobre la esclavitud en las diferentes naciones de la Edad Hyboria (Chains and Fetters, a study of slavery in the Hyborian Age) que recopilaba las diferentes referencias al tema que se recogían tanto en las historias originales de Howard como en los posteriores pastiches, centrándose esta primera entrega en los reinos situados al sur y al este del continente hyborio. La segunda sección consistía en una especie de pasatiempos de más de sesenta preguntas (A Conan Quiz), sobre todo lo relacionado con el cimmerio en los cómics Marvel. Divididas en diferentes apartados (geografía, hechiceros, gobernantes, etc), las preguntas presentaban diferentes grados de dificultad; de hecho, en una época en la que no existía internet, muchas de ellas resultaban realmente difíciles de responder, lo que evidenciaba el trabajo que le había dedicado Neal a la elaboración del pasatiempos, que no dejaba de ser todo un artículo cuyas soluciones venían incluidas al final.

De acuerdo con el orden en que aparecían incluidos dentro de Conan el Espadachín, el siguiente pastiche que hubiera debido aparecer publicado en The Savage Sword era La Diosa de Marfil, la secuela de Las Joyas de Gwahlur. Sin embargo, en esta ocasión, la adaptación de dicha historia iba a acabar siendo postergada para más adelante, al decidir Roy Thomas que apareciese en su lugar el siguiente pastiche que venía a continuación: Luna de Sangre (Moon of Blood), el séptimo y último relato que cerraba ese primer volumen de Bantam Books. Las razones de esta decisión estaban basadas en lo que se hallaba a punto de suceder en apenas unos meses en las páginas del magacín. Retrocediendo un poco en el tiempo, las cifras de ventas que venían obteniendo tanto The Savage Sword of Conan como Conan the Barbarian, habían convertido al cimmerio en uno de los indiscutibles pesos pesados de la editorial, siendo a principios de 1979 cuando por fin se había decidido poner en marcha su tercera serie regular, una serie que iba a estar ambientada en su época como rey de Aquilonia y a la que se iba a titular King Conan, cumpliéndose así con una vieja aspiración editorial que Roy Thomas había estado manejando desde los tiempos de Giant-Size Conan y que en los últimos años había venido desarrollando a través de los anuales de Conan the Barbarian. A fin de promocionar convenientemente ese acontecimiento editorial que suponía la aparición de una nueva serie protagonizada por el bárbaro, Thomas decidiría utilizar las páginas de The Savage Sword como una especie de introducción a la misma, adaptando al cómic de una manera cronológica y sucesiva los tres pastiches escritos por Sprague de Camp y Lin Carter que narraban el camino seguido por el cimmerio hasta alcanzar el trono de Aquilonia, siendo de esta manera y coincidiendo en el tiempo con la publicación del quinto anual de Conan the Barbarian en el que tenía lugar su matrimonio con Zenobia, como The Savage Sword of Conan #46 acabaría presentando el primero de esos pastiches: Luna de Sangre.

Ambientada en la frontera aquilonia con las tierras pictas, Luna de Sangre se presentaba como una secuela de Más Allá del Río Negro (The Savage Sword of Conan #26 y 27), situándose unos meses después de lo sucedido en aquella historia, aunque servía también para explicar el acercamiento de Conan a la corte de Numedides que Sprague de Camp había introducido años atrás en la saga del cimmerio a través de El Tesoro de Tránicos. Con todo, el elemento más importante de la iconografía de esta historia se encontraba en su propio título, cuyo doble significado iba más allá de lo que en principio parecía a simple vista. En su sentido más evidente, el título hacía referencia al reflejo de la luna sobre los charcos de sangre que se formaban a la conclusión de la batalla entre pictos y aquilonios, pero lo cierto es que no se podía ignorar el trasfondo mitológico que esta peculiar forma de eclipse lunar había llegado a tener en el pasado para numerosas civilizaciones antiguas, en las que era considerada como el presagio de un acontecimiento muy importante para el futuro, una señal que en este caso lo que hacía era anunciar el inicio del ascenso de Conan al trono de Aquilonia, el comienzo de un periodo que iba a ser de gran trascendencia para la Edad Hyboria.

Situándose la acción en la provincia aquilonia de Schohira que Howard había establecido como uno de los territorios fronterizos disputados con los pictos, Luna de Sangre era en el fondo una de las historias más entretenidas que aparecían incluidas en Conan el Espadachín, siendo su principal defecto el que no dejaba de ser sino un plagio más o menos evidente de Más Allá del Río Negro que añadía además a su argumento el elemento de la traición entre los propios aquilonios procedente del fragmento Lobos más allá de la Frontera, el otro relato ambientado en la frontera picta que el escritor tejano había comenzado a escribir pero que no había llegado a concluir. Las semejanzas entre Más Allá del Río Negro y Luna de Sangre resultaban bastante evidentes: así, el Fuerte Tuscelán era reemplazado por el asentamiento de Velitrium como puesto más avanzado de los aquilonios en territorio picto, el hechicero Zogar-Sag era sustituido por uno de sus parientes, el brujo picto Sagayetha, mientras que el fallecido Balthus era reemplazado por el joven teniente Flavius como compañero de armas de Conan en los sucesos que tenían lugar en la historia, cuya finalidad argumental era la de mostrar el momento en que el cimmerio era nombrado general del ejército de Numedides, preparando así los acontecimientos que Sprague de Camp narraría como sucedidos en la corte de Tarantia dentro de El Tesoro de Tránicos y que luego el propio Roy Thomas desarrollaría de una manera más detallada y específica durante su segunda época con el bárbaro en El Hombre de la Torre de Hierro (The Savage Sword of Conan #201).

Presentando una nueva portada de Earl Norem, dominada por los vivos tonos de color rojo que el ilustrador norteamericano utilizaba para reflejar el color de la luna que presidía el título de la historia, la adaptación al cómic de Luna de Sangre corría a cargo de Roy Thomas, Ernie Colon y Tony DeZúñiga, el mismo equipo creativo que apenas un año y medio más tarde iba a encargarse de llevar a cabo Arak, Son of Thunder para DC Comics, uno más de los clones del bárbaro que en este caso sería el propio Roy Thomas quien crease para la competencia tras su salida de Marvel. La entrada del puertorriqueño Ernie Colon obedecía a la necesidad de suplir una nueva ausencia de John Buscema de las páginas del magacín, una ausencia ocasionada esta vez por los anuales de Conan the Barbarian y The Mighty Thor que ese mes se habían añadido a su ya apretada agenda. Con Sal Buscema imposibilitado para reemplazar a su hermano (a modo de anécdota, si la agenda de John Buscema era apretada, la de Sal Buscema resultaba verdaderamente enloquecida, habiendo llegado a firmar en esos dos meses, bien como dibujante, bien como entintador, o bien como dibujante y entintador, hasta más de diez cómics, entre ellos tres especiales con más páginas de lo habitual), Roy Thomas decidió acudir a Colon para encargarse del dibujo a lápiz de esta historia, un artista con bastante experiencia en el género de las revistas en blanco y negro que había comenzado a trabajar el año anterior para Marvel en la serie John Carter, Warlord of Mars. En cualquier caso, sin ser ni mucho menos una mala adaptación gráfica, su principal inconveniente era que Ernie Colon no conseguía hacer olvidar la ausencia de John Buscema, básicamente porque las suaves y ligeras figuras del artista puertorriqueño ni eran las de Buscema ni se terminaban de adecuar a las personalísimas tintas de DeZúñiga, las cuales se acababan sobreponiendo a los lápices de Colon, alternando buenas páginas con otras que probablemente no resultaban tan afortunadas.

Además de Luna de Sangre, la otra historia que aparecía incluida en The Savage Sword of Conan #46 era Se alquila esta Espada (This Sword for Hire), una historia corta de ocho páginas escrita por Don Glut y dibujada por uno de los asistentes de Tony DeZúñiga, Hal Santiago, que se presentaba a su vez bajo el subtítulo genérico de Un relato de la Edad Hyboria (A Tale of the Hyborian Age) con el que unos pocos meses después volvería a aparecer otra historia de este mismo estilo a fin de completar los contenidos del magacín. A efectos argumentales, estos denominados relatos de la Edad Hyboria no se hallaban protagonizados por Conan ni por ningún otro personaje de Howard, sino que como su propio título indicaba, simplemente se hallaban ambientados en la Edad Hyboria, en esta ocasión en la ciudad nemedia de Numalia. El número se completaba con un nuevo artículo de Fred Blosser (The Savage Swordbooks of Conan) que se ocupaba de reseñar los dos últimos libros que la editorial Ace Books acababa de publicar sobre la figura de Robert E. Howard: The Howard Collector y The Blade of Conan, el primero de ellos firmado por Glenn Lord y el segundo por Sprague de Camp. Ambos libros recopilaban ensayos, artículos y diverso material sobre Howard que había aparecido originalmente en The Howard Collector y Amra, los dos fanzines más prestigiosos que se habían llevado a cabo sobre la figura del escritor tejano en la década de los años cincuenta y sesenta, un material de coleccionista que originalmente no había tenido una gran tirada y que resultaba muy buscado entre los seguidores del cimmerio.

Siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos que conducirían a Conan hasta el trono de Aquilonia, la siguiente saga que Roy Thomas desarrollaría en dos partes dentro de The Savage Sword of Conan #47 y 48 sería la adaptación de El Tesoro de Tránicos (The Treasure of Tranicos), uno de los pastiches de primera generación que Gnome Press había publicado en los años cincuenta, en realidad, el primero de todos ellos, puesto que fue la primera reescritura efectuada por Sprague de Camp de una historia hasta entonces inédita de Robert E. Howard, aunque con la particularidad de que en esta primera ocasión no se trataba de un relato protagonizado por otro personaje del escritor tejano, sino de una de las historias originales del propio Conan que Howard no había conseguido publicar al haberle sido rechazada por Weird Tales, y cuyo título original era El Extranjero Negro (The Black Stranger).

Escrita a principios de 1935, El Extranjero Negro suponía una continuación temática de Más Allá del Río Negro (de hecho, su punto de partida original era que Conan había sido capturado por los pictos cerca de la provincia de Conajohara mientras perseguía a una partida de guerra que había estado hostigando la frontera aquilonia), siendo una de las últimas historias que Robert E. Howard llegó a escribir sobre el cimmerio. A efectos argumentales, Howard venía a retomar en ella la idea del enfrentamiento entre civilización y barbarie que había inspirado la elaboración de su gran historia sobre los pictos, pero al mismo tiempo aprovechaba también para desarrollar una entretenida historia de piratas que seguía la estela de las obras clásicas del género popularizadas por Rafael Sabatini y Robert Louis Stevenson, en aquel momento muy en boga gracias al estreno cinematográfico de La Isla del Tesoro, la película de Victor Fleming.

La historia era muy buena y no puede decirse que estén demasiado claras las razones por las que el editor de Weird Tales, Farnsworth Wright, se la acabó rechazando a Howard, puesto que en esta época prácticamente le estaba aceptando todas las historias del cimmerio que le estaba enviando, siendo además uno de los personajes más populares de la revista y de los que más portadas obtenía. Siguiendo las estrategias comerciales de Wright, Howard había llegado incluso a escribir alguna escena expresamente concebida para que Margaret Brundage la llevase directamente a la portada de la mítica revista pulp (en concreto, la escena del castigo de Tina a manos del conde Valenso, una escena que luego Roy Thomas y Gil Kane suavizarían bastante en su adaptación al cómic en The Savage Sword of Conan #47), lo que la hacía todavía más viable comercialmente desde el punto de vista de Wright. De todas las razones que se han propuesto para explicar este rechazo, la versión que parece más plausible es que la revista le adeudaba ya mucho dinero a Howard a causa de los eternos problemas económicos por los que atravesaba y no quería adeudarle todavía más. Sea como fuere, ante ese imprevisto rechazo por parte de Weird Tales, el propio Howard, que evidentemente tenía una opinión lo suficientemente buena de esta historia como para no abandonarla sin más, decidiría reescribirla bajo el título de Espadas de la Hermandad Roja (Swords of the Red Brotherhood), utilizando esta vez al pirata Terence Vulmea como protagonista, un personaje que acababa de crear con la intención de vender sus historias a la revista pulp Golden Fleece. En esta nueva versión, que curiosamente tampoco llegaría a publicarse a causa del cierre de la revista, la historia aparecía ambientaba en el siglo XVII, en las costas de América Central, desapareciendo el elemento fantástico y transformándose el Tesoro de Tránicos en el legendario Tesoro de Moctezuma como eje central de la historia, una historia que no obstante, en lo esencial, seguía siendo prácticamente la misma.

Tras esta primera reescritura de El Extranjero Negro efectuada por el propio Howard, la siguiente versión que aparecería de esta misma historia tendría como principal protagonista a la figura de Sprague de Camp y sería la que acabaría conociéndose como El Tesoro de Tránicos, siendo la primera que apareció publicada y haciéndolo bajo las firmas de Robert E. Howard y L. Sprague de Camp. Su origen se encuentra ligado a las primeras ediciones que Gnome Press llevó a cabo sobre las historias del cimmerio. En concreto, en 1951, gracias a su primer contacto con Oscar J. Friend, el agente que en ese momento tenía a su cargo las obras de Howard, Sprague de Camp había encontrado el manuscrito original de El Extranjero Negro (junto con el de La Hija del Gigante Helado y El Dios en el Cuenco) en el interior de una caja de cartón que había pertenecido al fallecido Otis Adelbert Kline, el agente literario original de Howard, recibiendo el encargo del propio Friend y del editor Martin Greenberg de prepararla para su publicación con el fin de incluirla en lo que acabaría siendo el cuarto volumen que Gnome Press le iba a dedicar al cimmerio.

A la hora de prepararla para su publicación, Sprague de Camp decidiría ir sin embargo más allá y reescribir buena parte de la historia original, básicamente porque el final escrito por Howard no encajaba demasiado bien con el esquema cronológico que tenía en mente el propio Sprague de Camp, puesto que en ese final el cimmerio decidía volver a retomar su carrera como pirata en lugar de comenzar su camino hacia el trono de Aquilonia, que era lo que Sprague de Camp entendía que debía suceder a la hora de proporcionar una mayor continuidad a la saga del bárbaro. De este modo, además de acortar su extensión y de introducir la figura del demonio en la caverna en la que se encontraba el tesoro (en la versión original de Howard lo que había era una especie de gas venenoso invocado por la brujería picta), Sprague de Camp decidiría añadir una serie de interpolaciones que no aparecían en la historia a fin de poder enlazarla con la del rey Numedides y la del hechicero estigio Toth-Amon (quien pasaba así a ocupar el lugar del innominado hechicero que aparecía en el relato original), configurando su parte final como una especie de precuela de El Fénix en la Espada, la primera historia de Conan en que aparecía como rey. Igualmente, entre las modificaciones introducidas, el nombre de Strom, el capitán de los piratas barachanos, pasaría a ser el de Strombanni, cuya fonética italiana le sonaba mejor a Sprague de Camp en base a su propio argumento de que Howard acostumbraba a italianizar los nombres de sus personajes argóseos. En todo caso, el propio Sprague de Camp se encargaría de enumerar y analizar todas las diferencias existentes entre estas dos versiones de la historia en el ensayo que él mismo llevaría a cabo sobre esta obra: El Rastro de Tránicos (The Trail of Tranicos, 1980).

A modo de presentación editorial, la nueva versión de la historia vería la luz por primera vez en el número de febrero de 1953 de la revista Fantasy Magazine, si bien su editor, Lester del Rey, procedería a introducir a su vez toda una serie de cambios sobre los realizados por Sprague de Camp, decidiendo además publicarla con su título original de El Extranjero Negro. Esta nueva versión modificada por el editor de Fantasy Magazine sería la que acabase apareciendo dentro del cuarto volumen de la serie de Gnome Press (King Conan, 1953), siendo también en ese volumen de Gnome Press donde aparecería por primera vez bajo el título de El Tesoro de Tránicos, un título que en este caso procedía del propio Sprague de Camp. Con todo, esta primera versión de El Tesoro de Tránicos tampoco iba a resultar la definitiva, puesto que catorce años más tarde, con motivo de su publicación dentro de la novela Conan el Usurpador (Conan the Usurper, 1967), el propio Sprague de Camp decidiría recuperar la extensión original del relato, eliminando todas las acortaciones del texto que él mismo había llevado a cabo inicialmente, y suprimiendo todos los cambios que posteriormente había realizado Lester del Rey, aunque conservando las modificaciones que él mismo había introducido al principio a fin de poder integrar la historia dentro de la cronología del cimmerio elaborada por Miller y Clark. Esta nueva y definitiva versión de El Tesoro de Tránicos, bastante más próxima a la versión original de Howard que la que en un principio había aparecido en la serie de Gnome Press, sería la que Roy Thomas acabase llevando a los cómics Marvel a través de las páginas de The Savage Sword, siendo también necesario mencionar que toda esta intrahistoria sobre el origen literario de El Tesoro de Tránicos, así como su conexión con El Extranjero Negro y con Espadas de la Hermandad Roja, era convenientemente revisada por Fred Blosser en el único artículo que en esta ocasión iba a complementar las páginas de The Savage Sword of Conan #47: El Secreto de El Extranjero Negro (Secret of the Black Stranger), un artículo cuya finalidad era que todos los seguidores del bárbaro tuviesen en su mano toda la información disponible sobre la complicada génesis de esta historia y sus diferentes versiones.

Si la trayectoria literaria de El Tesoro de Tránicos acabó siendo sumamente azarosa y compleja, no puede decirse que su adaptación al cómic resultase mucho más sencilla; de hecho, casi podría decirse que resultó todavía más complicada. Con una de las mejores y más famosas portadas que Earl Norem realizaría para el magacín, una portada que claramente venía a homenajear la primera e histórica portada que Frank Frazetta había llevado a cabo en 1966 para la novela Conan el Aventurero, The Savage Sword of Conan #47 se encargó de presentar la primera parte de la adaptación al cómic de El Tesoro de Tránicos, comprendiendo los cinco primeros capítulos de los ocho que abarcaba la versión literaria y apareciendo firmada por Roy Thomas, Gil Kane, John Buscema y Joe Rubinstein. A efectos editoriales, la gran particularidad que presentaba la adaptación al cómic de esta primera parte de El Tesoro de Tránicos, radicaba en que esta vez no se trataba de una historia originalmente concebida para aparecer publicada en este momento concreto de la trayectoria del magacín, sino que se trataba de una historia que había comenzado a realizarse más de tres años atrás, permaneciendo durante todo ese tiempo en un cajón del despacho de Roy Thomas en espera de poder ser terminada algún día y llegar a ser publicada en The Savage Sword.

Haciendo un poco de historia, a mediados de 1976, en la época en que Thomas buscaba artistas de renombre para que llevasen su particular visión del bárbaro a las páginas del magacín (una política editorial que había llevado a The Savage Sword firmas tan reconocidas como las de Neal Adams, Frank Brunner, Gene Colan o Dick Giordano), Roy Thomas había concertado con Gil Kane la adaptación al cómic de El Extranjero Negro, es decir, la versión original de la historia escrita por Howard, puesto que en 1976 Marvel no poseía todavía los derechos sobre las historias firmadas por Sprague de Camp, motivo por el que resultaba imposible llevar al cómic El Tesoro de Tránicos, que en ese momento era la única versión conocida y publicada de la historia. Sin embargo, a través de su excelente relación con Glenn Lord, Thomas había tenido acceso al manuscrito original de El Extranjero Negro, decidiendo llevar la versión original de Howard al cómic en un par de números del magacín y proponer su adaptación gráfica a Gil Kane, quien había aceptado la propuesta y se había puesto a trabajar de inmediato en ella. Desafortunadamente, otro proyecto más interesante a nivel económico llegó también en ese momento a manos de Kane: las tiras de prensa de Star Hawks para el United Feature Syndicate, abandonando la adaptación de El Extranjero Negro cuando tan sólo llevaba dibujadas a lápiz las primeras 31 páginas, es decir, algo más de la mitad de lo que Thomas había previsto como el primer número de los dos en que tenía pensado desarrollar la historia. A pesar de que Kane llegó a afirmar varias veces a Thomas que su intención era la de continuar el trabajo tan pronto como le fuese posible hacerlo, lo cierto es que la interrumpida adaptación acabó languideciendo durante casi tres años en las oficinas de Marvel, asumiendo Thomas con el paso del tiempo que Kane nunca iba a poder terminarla.

En esta situación, la creación de Conan Properties en 1977 posibilitó que Marvel adquiriese por fin los derechos para publicar todas las historias existentes de Conan, pastiches incluidos, siendo entonces cuando Roy Thomas se empezó a plantear la posibilidad de concluir la historia que Kane había dejado inacabada, pero adaptando en su lugar la versión conocida y oficial de El Tesoro de Tránicos, toda vez que el punto en el que Gil Kane había dejado interrumpida la historia coincidía con el punto en que la versión firmada por Howard/de Camp comenzaba a separarse de la versión original de Howard. Desde el punto de vista artístico, durante todo el tiempo en que la historia había permanecido inacabada, Roy Thomas ya había estado pensando en John Buscema como la opción más lógica para concluirla, de manera que cuando se planteó llevar a las páginas de The Savage Sword la saga que narraba el camino recorrido por Conan hasta llegar al trono de Aquilonia, lo único que Thomas necesitaba para incluir El Tesoro de Tránicos en ella y encajarlo todo en el esquema que tenía en mente, era que Buscema intercalase un par de páginas en la parte dibujada por Gil Kane (en concreto las páginas en las que Conan se enfrentaba por primera vez al demonio de la caverna), que redibujase en un par de viñetas la figura del Hechicero Negro a fin de poder convertirla en la figura de Toth-Amon, y sobre todo que se encargase de las cerca de veinte páginas que faltaban para concluir esa primera parte de la saga, así como de las otras cincuenta que eran necesarias para terminar la historia en el número siguiente, una tarea extensa y complicada para cualquier artista que no fuese John Buscema, que lo cierto es que tan sólo necesito un par de semanas más para terminar las páginas que le correspondían a Kane y poder entrar a tiempo de cumplir con las fechas de entrega del número siguiente.

Con Buscema haciéndose cargo de lo que ahora era ya la adaptación de El Tesoro de Tránicos, la distribución final de las 51 páginas que integraron esa primera parte de la historia que apareció en The Savage Sword of Conan #47, acabó teniendo a Gil Kane como dibujante de sus trece primeras páginas, siendo las páginas 14 y 15 obra de Buscema, regresando otra vez Kane en las páginas 16 a 33 y siendo finalmente Buscema quien concluía esta primera parte de la adaptación llevando a cabo las páginas 34 a 51. Una vez terminado el trabajo por parte de Buscema, las páginas realizadas por ambos artistas le serían entregadas al entintador Joe Rubinstein, quien había mostrado insistentemente su interés por llevar a cabo el acabado a tinta de las páginas de Kane desde que se había enterado de su existencia, aun cuando no llegaría a encargarse de la totalidad de la saga al hacerse evidente que no iba a llegar a tiempo para cumplir con las fechas de entrega de su segunda parte, circunstancia que llevaría a Klaus Janson a las páginas del número siguiente a fin de encargarse de la conclusión de la historia. Por otra parte, aunque por error no apareciese recogido en los créditos de la historia, es necesario destacar que sería el entintador Rick Bryant quien se encargase de completar las tintas de Rubinstein en esta primera parte de la saga, llevando a cabo en ella todo el trabajo de cepillos y tramas de zip-a-tone.

Con fecha de portada de Enero de 1980 (en realidad el mes de Noviembre de 1979), The Savage Sword of Conan #48 presentó la segunda parte de El Tesoro de Tránicos: Un viento sopla desde Estigia (A wind blows from Stygia), a cargo esta vez de Roy Thomas, John Buscema y Klaus Janson. La portada era obra de Néstor Redondo, la segunda que aparecía en el magacín, si bien en esta ocasión estaba realizada sobre la base de un boceto previo de John Romita Jr., circunstancia que no aparecía recogida en los títulos de crédito de la historia, pero que resultaba mencionada en la sección de correo de The Savage Sword of Conan #49. Aunque ya había empezado a dar sus primeros pasos como artista profesional en la serie regular de The Invincible Iron Man, su relación con la portada de este número de The Savage Sword se explicaba en el hecho de que Romita trabajaba en ese momento como consultor artístico del magacín, junto a Marie Severin, realizando un boceto previo para Redondo que éste devolvería completamente terminado en lugar de realizar una portada nueva.

Abarcando una extensión de cincuenta páginas, esta segunda parte de El Tesoro de Tránicos comprendía los tres últimos capítulos de la versión original literaria, cuya adaptación acabaría conllevando la nada despreciable extensión final de más de cien páginas distribuidas entre dos maestros del cómic norteamericano como Gil Kane y John Buscema, siendo para muchos la última gran historia procedente del material de Robert E. Howard que llegó a aparecer en esta época clásica del magacín. A modo de curiosidad, catorce años más tarde, la trama principal de El Tesoro de Tránicos volvería a ser visitada por parte de Roy Thomas y John Buscema en The Savage Sword of Conan #196 y 197, en este caso a través de una precuela ambientada en la época de Conan entre los piratas barachanos, y en la que el cimmerio no sólo se veía envuelto por primera vez con Zarono el Negro y Strombanni en la búsqueda del Tesoro de Tránicos, sino que además también se encontraba por primera vez con otro de los personajes creados por el escritor tejano: Valeria de la Hermandad Roja, la protagonista femenina de Clavos Rojos.

A pesar del diferente y muy especialmente reconocible estilo de ambos artistas, la sensación de continuidad entre ellos, a la hora de tomar Buscema el relevo de Kane en la narración de la historia, resultaba bastante fluida, aun cuando Buscema optase por seguir su propio estilo narrativo y apartarse del determinado inicialmente por Kane (de hecho, incluso hacía desaparecer en varias páginas la línea divisoria entre las viñetas, algo totalmente ajeno a la idea narrativa de Kane, quien en la primera parte de la saga había venido distribuyendo alrededor de cinco, seis o incluso siete viñetas por página, con gran profusión de viñetas horizontales y rectangulares y total ausencia de splash-pages, salvo la de la propia página de presentación, que por cierto también aparecía encuadrada entre otras viñetas), aun cuando también es cierto que Buscema se limitaba a intercalar una única splash-page a lo largo de toda esta segunda parte de la saga, consecuencia de la ausencia de la habitual división en capítulos de la historia, algo que venía determinado así por Gil Kane desde el comienzo de la adaptación. Con todo, en un evidente guiño editorial dirigido a todos los seguidores del bárbaro, quizás la anécdota más curiosa de este número se encontraba en la última viñeta con la que concluía la saga, la cual era utilizada por Roy Thomas y John Buscema para traspasar la cuarta pared y anunciar a los lectores, en este caso a través del propio Conan, todo lo que estaba a punto de suceder a continuación, y ya no sólo de manera inminente durante los próximos meses en las páginas del magacín, sino a través de King Conan, la nueva serie a color que anunciaban las palabras del bárbaro y que Marvel estaba a punto de lanzar al mercado en poco más de un mes.

El encargado de las tintas en esta segunda parte de la adaptación era Klaus Janson, al igual que Rubinstein y Bryant, otro de los artistas que había comenzado su carrera en Continuity Studios, el estudio de Neal Adams y Dick Giordano que funcionaba como uno de los packagers con los que Marvel trabajaba habitualmente en aquellos años en el entintado de muchos de sus cómics. A modo de curiosidad sobre el trabajo desarrollado entre Janson y Rubinstein en estas dos partes de El Tesoro de Tránicos, Janson acababa de comenzar a entintar en esta época a Frank Miller en sus primeros números de Daredevil, dándose la circunstancia de que las cincuenta páginas que vino a conllevar este número de The Savage Sword y las experimentales y laboriosas técnicas de entintado que Janson utilizó en ellas (plumillas y pinceles para el diferente grosor de las líneas, cepillos y uso de tramas de negros en la iluminación de las escenas, o salpicados de tinta en algunos fondos), motivaron que sus fechas de entrega para el resto de trabajos que tenía sobre la mesa se ajustasen al límite, dándole tiempo únicamente a llevar a cabo el entintado de las dos primeras páginas de Miller en Daredevil #163, lo que motivó que fuese reemplazado en las otras dieciséis páginas restantes de ese número por el propio Joe Rubinstein, quien acababa en ese momento de concluir su trabajo en The Savage Sword of Conan #47, intercambiándose así los dos trabajos entre ambos artistas a fin de que los dos pudiesen cumplir con las fechas de entrega en ambas series.

Completando las expectativas que en ese momento se estaban creando alrededor del fenómeno en que se había convertido Conan, el único complemento que en esta ocasión acompañaba a The Savage Sword of Conan #48 era la reproducción de un interesante artículo del periodista Kenneth Turan (The Barbarian in Babylon) que acababa de aparecer unos meses antes en la revista New West Magazine con motivo de la esperada película de John Milius y Arnold Schwarzenegger que se iba a comenzar a rodar en el mes de enero. Acompañado de numerosas declaraciones de personas cercanas a todo lo que se trataba en el mismo, el artículo era en realidad un magnífico reportaje sobre la historia del personaje en la vida real, desde la propia trayectoria vital de Robert E. Howard y su creación del cimmerio, a lo que había sucedido con los derechos sobre el personaje tras el fallecimiento del escritor, su resurgimiento literario en los años cincuenta y sesenta, y los conflictos y controversias que habían surgido entre Sprague de Camp y Glenn Lord sobre el legado literario de Howard, llegando finalmente a la enorme difusión obtenida por el personaje en la última década a través de los cómics Marvel, la creación de Conan Properties y todo lo que en ese momento se sabía sobre la película que se estaba a punto de comenzar a rodar sobre el bárbaro.

Culminando el orden cronológico de las acontecimientos que habían tenido lugar en The Savage Sword of Conan #46 a 48 con Luna de Sangre y El Tesoro de Tránicos, los números correspondientes a The Savage Sword of Conan #49 a 52 presentaron la adaptación en cuatro partes de Conan el Libertador (Conan the Liberator, 1979), la novela firmada por Sprague de Camp y Lin Carter en la que el cimmerio se proclamaba finalmente rey de Aquilonia y entraba así en la última fase de su trayectoria personal, tras haber sido a lo largo de su carrera ladrón, mercenario, pirata, guerrero, aventurero o jefe de algunas de las más salvajes tribus de la Edad Hyboria, una historia que dada su trascendencia iba a traer de nuevo a las páginas del magacín al equipo artístico habitual de la revista formado por Roy Thomas, John Buscema y Tony DeZúñiga.

En su versión original literaria, Conan el Libertador fue el tercero de los pastiches de nueva generación que aparecieron tras la creación de Conan Properties en 1977, siendo también la última historia que firmaron juntos Sprague de Camp y Lin Carter, al decidir éste último dar por finiquitada su relación con Sprague de Camp y no continuar más allá de este punto su colaboración póstuma (como la denominaba de Camp) con la obra de Robert E. Howard. Publicada por Bantam Books en febrero de 1979, en pleno apogeo del fenómeno comercial en que se había convertido Conan, esta última novela de Lin Carter y Sprague de Camp tenía como principal razón de ser la necesidad de relatar uno de los momentos más importantes en la vida del cimmerio del que no se sabía demasiado, pero sobre el que el propio Howard había dejado algunas referencias escritas que podían ser utilizadas para crear una historia a su alrededor. De esta manera, Conan el Libertador encontraba su génesis principal en el diálogo que Conan mantenía con el general Prospero al comienzo de El Fénix en la Espada, en el que el bárbaro recordaba cómo había asesinado a Numedides a los pies de su trono y se había coronado a sí mismo rey de Aquilonia, mencionándose también en ese diálogo cómo los propios aquilonios le habían aclamado en aquel momento como su Libertador, un sobrenombre creado por Howard que Carter y de Camp decidirían utilizar como título de la historia en la que el cimmerio se convertía en rey de Aquilonia, cumpliéndose así con el destino que aparecía narrado en el fragmento de las Crónicas Nemedias que encabezaba el clásico relato de Howard.

En su adaptación al cómic, The Savage Sword of Conan #49 se encargó de presentar la primera parte de Conan el Libertador bajo el título Cuando la Locura lleva Corona (When Madness wears the Crown), el mismo que encabezaba el prólogo de la novela, de la que se adaptaban además sus cuatro primeros capítulos. Tras ese prólogo que servía para explicar la enloquecida situación que se vivía en Tarantia, la historia continuaba directamente del final de El Tesoro de Tránicos, comenzando en el reino de Argos, donde se establecía el ejército rebelde liderado por Conan. Por otra parte, con el fin de que los lectores fuesen ubicando los escenarios en los que se iba desarrollando la trama, durante los cuatro números de los que constaba la saga aparecería un nuevo mapa del artista Ron Zalme, centrado en el territorio en el que se desarrollaba la campaña militar emprendida por Conan, que de manera excepcional venía a sustituir al conocido mapa de la Edad Hyboria que aparecía habitualmente en la página de presentación del magacín. A modo de anécdota, sin embargo, debido a un error de coordinación en el proceso editorial, el mapa de Zalme ya había hecho su aparición de manera inesperada y fuera de lugar en el número anterior, perdiéndose con ello parte de la gracia que se le pretendía dar al acontecimiento. La ilustración de portada volvía a ser obra de Néstor Redondo, siendo necesario destacar que al igual que la aparecida en The Savage Sword of Conan #45, no se trataba de una ilustración concebida originalmente como portada para el magacín, o al menos en principio no lo era, sino que se trataba de otra de las ilustraciones que el artista filipino había enviado inicialmente a Roy Thomas como muestra de su trabajo y que éste había decidido llevar a las portadas de la revista.

A efectos argumentales, esta primera parte de la saga presentaba a todos los personajes principales que acompañaban a Conan a lo largo de la historia, la mayoría de ellos procedentes de la imaginación de Robert E. Howard, como sucedía con el propio Numedides, el conde Trocero de Poitain, el general Prospero o el consejero Publius, todos ellos aparecidos o mencionados en las tres historias de Conan que transcurrían en su época como rey de Aquilonia (El Fénix en la Espada, La Ciudadela Escarlata y La Hora del Dragón), aunque también aparecían otros personajes que procedían de los propios pastiches de Sprague de Camp (Dexitheus, el sacerdote de Mitra que el propio de Camp había introducido en la parte final de El Tesoro de Tránicos y al que también se mencionaba en Conan de las Islas), así como otros de nuevo cuño que Sprague de Camp y Lin Carter utilizaban para completar el papel de los enemigos a los que en esta ocasión se enfrentaba el cimmerio, como era el caso del hechicero lemurio Thulandra Thuu y la bailarina Alcina, su principal agente. A efectos artísticos, el diseño gráfico de todos los villanos por parte de John Buscema resultaba verdaderamente destacable, especialmente el de Numedides, para el que recreaba la figura de un demente y cruel emperador romano en su traslación a la Edad Hyboria.

Aunque la novela no obtuvo en su momento críticas muy positivas, la trascendencia de la historia que se contaba, el fenomenal trabajo de Roy Thomas, completando en muchos casos las lagunas de las que podía adolecer la historia, y su excelente realización gráfica por parte de John Buscema y Tony DeZúñiga, acabaron convirtiendo a esta saga en otro de los relatos más exitosos que aparecieron durante el final de esta época clásica del magacín. Como él propio Roy Thomas indicaba en la introducción que precedía a la sección de correo de The Savage Sword of Conan #49, el principal inconveniente que presentaba su adaptación al cómic es que por mucho que Conan siguiese siendo el epicentro de los acontecimientos sobre los que giraba la historia, su posición como líder de la revolución rebelde le obligaba a desempeñar un papel bastante menos arriesgado y activo que en otras ocasiones, algo que Thomas no tenía más remedio que revisar para cubrir las necesidades específicas de acción y protagonismo que requerían los cómics Marvel. Así por ejemplo, en esta primera parte de la adaptación, toda la secuencia en que Conan se encontraba por primera vez con Alcina en la Posada de las Nueve Espadas (págs.18 a 22), no procedía de la novela, sino que era una de las inserciones que Thomas y Buscema decidirían incorporar a la misma. Desde el punto de vista argumental, la escena servía no sólo para proporcionar un poco más de acción al cimmerio de cara a lo que podían esperar los seguidores del magacín, sino que presentaba al personaje femenino de la historia de una manera mucho más directa y relevante para la saga, encargándose además John Buscema de proporcionarle un evidente e intencionado parecido físico con Bêlit, la fallecida Reina de la Costa Negra, un parecido que Sprague de Camp no llegaba en ningún caso a mencionar en la novela, pero que sin embargo Thomas y Buscema introducían como caracterización del personaje de cara a explicar la atracción que el cimmerio sentía por ella. Al fin y al cabo, el recuerdo de la pirata shemita no sólo se hallaba presente en la memoria de Conan, sino en la de los propios lectores del magacín, puesto que en ese momento apenas habían pasado seis meses desde la histórica conclusión de La Reina de la Costa Negra en Conan the Barbarian # 100.

Junto con la primera parte de Conan el Libertador, The Savage Sword of Conan #49 completaba sus contenidos con la segunda parte del artículo de Jim Neal dedicado a la esclavitud en la Edad Hyboria que había aparecido en The Savage Sword of Conan #45: Cadenas y Grilletes (Chains and Fetters), un artículo cuyo contexto se relacionaba con la repercusión obtenida por la serie televisiva Raíces, cuya secuela se acababa de estrenar precisamente en ese año 1979. Finalmente, la segunda historia que contenía The Savage Sword # 49 era otro de los relatos cortos de ocho páginas ambientados en la Edad Hyboria que Don Glut había escrito unos meses antes para el magacín: La Mujer de Khitai (The Woman from Khitai: A Tale of the Hyborian Age), un relato de corte fantástico que transcurría en el harén de una anónima ciudad estado situada al oeste de Turan, cuyo apartado gráfico corría a cargo de uno de los habituales de Crazy Magazine: Gary Brodsky, el hijo de Sol Brodsky, quien en esta ocasión era acompañado a las tintas por el propio Tony DeZúñiga.

Coincidiendo su fecha de portada con la del primer número de la nueva serie King Conan (aunque en realidad King Conan #1 había aparecido unas semanas antes, aprovechando el tirón del periodo navideño), The Savage Sword of Conan #50 abrió el año 1980 con la segunda parte de Conan el Libertador: Espadas cruzando el Alimane (Swords across the Alimane), comprendiendo la adaptación de los siguientes cuatro capítulos de la novela, aun cuando el último de ellos no era adaptado en su totalidad, toda vez que Thomas y Buscema decidieron distribuir su contenido entre este número y el siguiente a fin de que los hechos que se ocupaban de narrar las circunstancias colaterales de la guerra civil aquilonia no restasen más protagonismo del necesario al cimmerio, que en buena parte de este número se veía forzado a ser un mero espectador de los acontecimientos. Con un trabajo muy bueno a color, la portada era nuevamente del ilustrador filipino Néstor Redondo, siendo la última que quedaba por aparecer de las tres que Roy Thomas había decidido seleccionar de aquellas muestras iniciales que le había hecho llegar Redondo.

La diferencia argumental más importante que tenía lugar en esta segunda parte de la saga respecto de la versión literaria, era la que Thomas llevaba a cabo intercambiando los papeles que los rebeldes poitanos Prospero y Trocero desempeñaban en la historia, un cambio de papeles que el guionista realizaba a fin de explicar los motivos por los que más adelante Conan decidiría nombrar a Trocero senescal de Aquilonia, motivos que Sprague de Camp no llegaba a mencionar en la novela, pero que Roy Thomas decidió integrar en la continuidad del Conan de Marvel aprovechando las circunstancias que le ponía en bandeja esta parte de la saga. Por otra parte, Thomas y Buscema también acortaban algunas escenas de esta segunda parte de la novela en las que el cimmerio no aparecía, como sucedía con la conversación que mantenían Thulandra Thuu y Alcina, o incluso una controvertida escena que tenía lugar entre esta última y el espía Fadius, que directamente desaparecía de la adaptación al cómic. Igualmente, anticipando los hechos que más tarde desembocarían en El Fénix en la Espada, otros tres de los personajes creados por Howard para esa historia hacían su primera aparición en esta segunda parte de Conan el Libertador: el bosonio Pallantides, más tarde nombrado comandante de los Dragones Negros, la guardia personal del rey de Aquilonia, y dos de los traidores que apenas un año más tarde iban a acabar formando parte de la conspiración para asesinar al rey bárbaro: Ascalante, el conde de Thune, y Gromel, el comandante de la Legión Negra, ambos formando parte del ejército de Numedides en esta historia.

The Savage Sword of Conan #50 completaba su contenido celebrando el aniversario que suponía el quincuagésimo número del magacín con un artículo muy especial a cargo del propio Roy Thomas (Conan at Fifty, a retrospective look by a Nameless Editor), en el que el editor, guionista y principal responsable del bárbaro, hacía un examen de los cincuenta números que hasta ese momento había cubierto la trayectoria de The Savage Sword of Conan, incluyendo en esa revisión los cinco primeros números de su antecesora Savage Tales y los dos especiales a color que habían aparecido bajo la cabecera del magacín Marvel Super Special, anticipándose también interesantes detalles sobre el futuro que deparaban los siguientes números del magacín. El artículo contenía además numerosas curiosidades relativas a lo que Thomas consideraba como momentos más importantes de la revista, sobre sus propios orígenes editoriales, y sobre la curiosa génesis de cómo había surgido en su mente el nombre del magacín. En concreto, al igual que había hecho en su día con Conan the Barbarian, Thomas había tomado prestado el título de uno de los volúmenes publicados por Gnome Press, en este caso el segundo de ellos, The Sword of Conan (1952), y luego, emulando a Stan Lee en lo que había sido la transformación del título de la cabecera Amazing Fantasy a Amazing Spiderman, Thomas había hecho algo muy similar, aprovechando el título inicial de Savage Tales y transformándolo en The Savage Sword of Conan.

The Savage Sword of Conan #51 se encargó de presentar la tercera entrega de Conan el Libertador: La Sangre del Sátiro (Satyrs'Blood), que resultaría ser la más extensa de la saga, al punto de que en esta ocasión no iba a aparecer ninguno de los contenidos que habitualmente completaban el magacín. Con el tándem formado por Earl Norem y Néstor Redondo alternándose desde hacía varios meses en las portadas, Norem era quien precisamente se encargaba de la de The Savage Sword #51, una escena nocturna presidida por una enorme luna central que el ilustrador norteamericano realzaba a través de suaves tonos azules monocromáticos y bajo la que se enmarcaban las figuras centrales de Conan y el sátiro al que se enfrentaba, una criatura de aspecto terrorífico que poco tenía que ver con las que aparecían en el interior. La portada se hallaba más o menos inspirada en una escena que Thomas había introducido inicialmente en el guion y que no formaba parte del argumento original de la novela (una escena en la que Conan perseguía alrededor de su tienda de campaña al sátiro capturado por los rebeldes). La escena en cuestión acabaría desapareciendo en la versión final de la historia dibujada por Buscema, probablemente a causa del elevado número de páginas que acabaría teniendo este capítulo de la saga, aunque sin embargo sí que acabaría inspirando de alguna manera su portada.

Esta tercera entrega de la saga se encargaba de adaptar la parte de la novela en la que el ejército rebelde cruzaba por fin la frontera de Argos y entraba por primera vez en territorio aquilonio, abriéndose precisamente con una recreación artística que mostraba la marcha del cimmerio hacia la capital de Aquilonia, una escena de carácter meramente descriptivo que apenas ocupaba una línea de texto en la novela original, pero que sin embargo Thomas y Buscema desarrollaban por su cuenta hasta convertirla en un hermoso homenaje a la poesía de Robert E. Howard, introduciendo para ello unos versos originales del escritor tejano (The lion strode through the halls of hell...) en la canción que entonaban los soldados aquilonios al paso de su general. Los versos procedían de un poema sin título que había aparecido en un pequeño volumen recopilatorio titulado Always Comes Evening publicado por Glenn Lord en 1957, el primero que se había dedicado íntegramente a la poesía del escritor tejano. A modo de curiosidad, más de diez años después, en la secuela de Conan el Libertador que Thomas llevaría a cabo en The Savage Sword of Conan #214, este pequeño homenaje a la poesía del escritor tejano se extendería a todos los versos que el juglar Rinaldo aparecería cantando a lo largo de dicha secuela.

A efectos argumentales, The Savage Sword of Conan #51 presentaba también el primer enfrentamiento directo entre el ejército de Conan y el hechicero lemurio Thulandra Thuu. Al igual que había ocurrido con los personajes de Numedides y Alcina, Buscema había decidido prescindir en su diseño gráfico de la descripción más o menos genérica del hechicero que se venía a esbozar en la novela (de cabellos trenzados y sin barba), decidiendo llevar a cabo su propia recreación artística del personaje, mucho más oscura y siniestra que la que se venía a desprender de su versión literaria. En este sentido, se ha llegado a apuntar que la visión que Sprague de Camp y Lin Carter presentaban de Thulandra Thuu recordaba demasiado al modelo clásico del Dr. Fu-Manchú, el gran villano por excelencia de la era pulp, señalándose en este sentido sus experimentos sobre la inmortalidad y la utilización de una figura femenina como su principal agente, la dama Alcina, cuyos ojos verdes que se le aparecían en sueños a Dexitheus delataban igualmente esa inspiración en la hija de Fu-Manchú que también parecía subyacer bajo el personaje. Por otra parte, a fin de proporcionar de nuevo más acción al cimmerio y de describir mejor la manera en que éste se integraba con su ejército, toda la escena del entrenamiento de los nuevos reclutas que tenía lugar en las páginas 22 a 24, era de nuevo otra incorporación que Thomas y Buscema añadían a la adaptación al cómic, basándose esta vez en un párrafo bastante genérico que apenas ocupaba un par de líneas en la novela original de Sprague de Camp y Lin Carter.

Desde el punto de vista mitológico, la aparición de los sátiros y sus flautas eran la aportación más novedosa que se introducía en esta tercera parte de la saga. Inspiradas en las criaturas de los bosques de los mitos clásicos grecorromanos, esta versión hyboria de los sátiros mantenía la especial predilección por el vino que caracterizaba a estas criaturas en la antigüedad, aunque prescindía de mencionar cualquier referencia a la peculiar iconografía sexual por la que también se conocía a estos seres. Del mismo modo, el episodio de las flautas y su terrorífico efecto sobre el ejército de Numedides procedía también de otro de los episodios clásicos de la mitología griega, en este caso de la antigua leyenda que ha acabado inspirando el origen etimológico de la palabra "Pánico", según la cual el dios Pan (deidad relacionada también de manera muy importante con los sátiros) había logrado evitar el saqueo del Templo de Delfos haciendo huir de terror a los invasores extranjeros con la extraña música que surgía de su flauta. E igualmente, la manera en que el ejército de Conan se libraba del efecto de las flautas de los sátiros, no dejaba de recordar también al modo en que Ulises había evitado que sus hombres se viesen afectados por los cantos de las sirenas en La Odisea. No obstante, no toda la iconografía fantástica de este episodio procedía del antiguo escenario de la mitología griega, sino que también tomaba elementos referenciales propios de los mitos artúricos. En concreto, el Bosque de Brocellian en el que habitaban los sátiros, derivaba su nombre del mítico Bosque de Brocelianda, íntimamente relacionado en las leyendas artúricas con la figura de Merlín; de hecho, su supuesta ubicación en la Bretaña francesa, se correspondía en la ficción con el territorio aquilonio que Howard había delimitado en su día en el mapa que había llevado a cabo del continente hyborio.

Con fecha de portada de mayo de 1980 (correspondiéndose en realidad con el mes de marzo de ese mismo año), The Savage Sword of Conan #52 se encargó de presentar la conclusión de la historia bajo el mismo título original de Conan el Libertador que venía presidiendo la saga. La excelente portada que llevaba a cabo Néstor Redondo, resaltada a través de un espléndido trabajo a color y con las figuras de Conan y Numedides representando lo que era el momento culminante de la saga, seguía las directrices establecidas por Buscema tanto en lo relativo a la figura de Numedides como a la de la propia corona de Aquilonia que sostenía el bárbaro; no así en las que representaban a Alcina y a los Dragones Negros, en cuya interpretación Redondo iba mucho más por libre. La novedad más destacable de esta última parte de la saga consistía en que Tony DeZúñiga prescindía de las habituales tramas de zip-a-tone que había venido empleando hasta entonces en todos sus trabajos con Buscema y utilizaba en su lugar las clásicas aguadas a fin de obtener los tonos de grises que en este número completaban su trabajo a tinta sobre los lápices de Buscema, un estilo de entintado que DeZúñiga acostumbraba a utilizar cuando iba demasiado justo con las fechas de entrega, tal y como había sucedido por ejemplo en The Savage Sword of Conan #44. En este caso, hay que tener en cuenta que las más de 190 páginas de extensión que acabó abarcando la adaptación de esta novela convirtieron a Conan el Libertador en la saga más extensa que había aparecido hasta entonces en el magacín, resultando hasta cierto punto lógico que DeZúñiga llegase un poco apretado con la entrega de las páginas en este último número de la saga.

Respecto al desarrollo del enfrentamiento final entre Conan y Numedides que constituía el momento culminante de la historia, salvo alguna viñeta circunstancial que había aparecido en Conan the Barbarian Annual #2, la única referencia gráfica que existía hasta entonces era una página que Roy Thomas y Gil Kane habían introducido a modo de flashback en la primera parte de la adaptación de La Hora del Dragón que había aparecido en Giant-Size Conan the Barbarian #1. La escena no aparecía originalmente en la novela de Howard, pero Thomas le había indicado a Kane la conveniencia de introducirla a fin de que los lectores pudieran tener algún esbozo de la manera en que el cimmerio se había proclamado rey de Aquilonia, puesto que en 1974 esa historia no había sido todavía contada en ninguna parte. Argumentalmente, la escena que ahora se presentaba en el magacín no tenía nada que ver con la que se había presentado entonces, sino que era mucho más contundente. A través de una brillante narrativa, realzada a base de primeros planos y de una significativa ausencia de diálogos en su parte final, la escena por la que Numedides dejaba de ser rey de Aquilonia resultaba mucho más impresionante y elaborada que la que había aparecido en su día dentro del Giant-Size Conan the Barbarian #1, entre otras cosas porque el Comics Code Authority nunca habría permitido una escena semejante a cargo del héroe protagonista en un comic-book a color, restricción a la que sin embargo Roy Thomas y John Buscema no se hallaban sujetos en The Savage Sword gracias a la publicación de la revista bajo el sello Curtis Magazines.

Con bastante más polémica a su alrededor, otra circunstancia gráfica que llamaba la atención de The Savage Sword of Conan #52 era la desnudez de la que hacía gala Alcina en toda la segunda mitad de esta parte final de la historia, sobre todo porque esa ausencia de vestimenta no procedía de la propia novela, sino que era una licencia artística que Thomas y Buscema decidían incorporar por su cuenta en la adaptación al cómic, una tendencia procedente del cómic europeo que estaba siendo cada vez más recurrente en los últimos tiempos del magacín y que no era en absoluto compartida por Jim Shooter, cada vez más contrario a que Thomas fuese su propio editor en las series que guionizaba y a que el sello Curtis Magazines se moviese fuera de las reglas por las que funcionaban el resto de los cómics Marvel.

A modo de epílogo, aun cuando la historia de la proclamación de Conan como rey de Aquilonia concluía en The Savage Sword of Conan #52, el propio Roy Thomas se encargaría de llevar a cabo una secuela de esta saga catorce años más tarde, en la que sería su segunda etapa con el bárbaro. Consciente de que la despedida del hechicero lemurio procedente del argumento de la novela no resultaba excesivamente convincente, y probablemente tampoco demasiado satisfecho con la manera en que se separaban Conan y Alcina, un personaje femenino al que el propio Thomas se había ocupado de potenciar en la adaptación por encima del papel que jugaba en la novela, los caminos de ambos volverían a cruzarse con el del cimmerio en The Savage Sword of Conan #214, una secuela que contaría con unos discretos dibujos de Ernie Chan, en esta última época bastante alejado ya del artista que años atrás había llegado a encargarse de las tiras de prensa del bárbaro y que precisamente en The Savage Sword #52 llevaba a cabo un interesante portafolio compuesto por seis ilustraciones a doble página dedicadas a los personajes de Robert E. Howard (The Chan Barbarians) con el que se completaba el contenido de este histórico número del magacín. El portafolio estaba fundamentalmente protagonizado por Conan (presentando dos de las escenas más icónicas de La Torre del Elefante y Nacerá una Bruja), aunque también aparecían un par de ilustraciones dedicadas a Kull y a Solomon Kane, así como otra en la que aparecían varios de los personajes femeninos más relevantes en la vida del cimmerio, una ilustración en la que los lectores descubrirían que la anónima y ubicua figura femenina que tantas veces había aparecido acompañando al cimmerio como un elemento recurrente de las portadas del magacín, había llegado a adquirir su propia individualidad entre los miembros del Bullpen, recibiendo el curioso nombre de Miraaj.

Una vez finalizada la adaptación de Conan el Libertador, la idea de Roy Thomas era continuar con la publicación del resto de pastiches de tercera generación que en ese momento estaban apareciendo en el mercado, complementándolos con sus propias historias, e incluyendo también entre ellos los últimos relatos cortos de Sprague de Camp y Lin Carter que aún quedaban por aparecer en el magacín. Sin embargo, como es sabido, esta nueva etapa que Thomas tenía en mente sólo se iba a acabar desarrollando en sus primeros pasos, puesto que apenas unos meses más tarde se iba a anunciar su marcha de la editorial. En cualquier caso, antes de que eso sucediese, con fechas de portada que fueron de junio a agosto de 1980, los números correspondientes a The Savage Sword of Conan #53 a 55 presentaron la adaptación en tres partes de la novela Conan y el Hechicero (Conan and the Sorcerer, 1978), una novela corta escrita por Andrew J. Offutt que suponía a su vez el primer capítulo de una trilogía protagonizada por el cimmerio y que debido precisamente a la marcha de Thomas de la editorial no vería la luz en su integridad sino hasta catorce años más tarde de que se comenzase a publicar en las páginas del magacín.

En su versión original literaria, Conan y el Hechicero fue el primer pastiche de Conan en el que no aparecieron por ninguna parte las firmas de Lyon Sprague de Camp, Lin Carter o Björn Nyberg, los únicos escritores que de manera oficial, y bajo el absoluto control de Sprague de Camp, se habían encargado de continuar hasta entonces las historias que había dejado escritas Robert E. Howard, lo que de alguna manera vino a convertir a Andrew J. Offutt en el primer escritor en narrar las aventuras del cimmerio tras quienes habían sido sus continuadores oficiales a lo largo de casi dos décadas. Offutt había comenzado su carrera como escritor a finales de los años cincuenta en el terreno de la ciencia ficción, entrando en contacto por primera vez con la obra de Howard a través de los cuatro pastiches protagonizados por el guerrero céltico Cormac Mac Art que había publicado la editorial Zebra Books a mediados de los setenta, siendo esos pastiches los que le habían llevado a ser contratado por Glenn Lord y Conan Properties como uno de los nuevos escritores encargados de continuar la saga del cimmerio. Presidente de la Asociación de Escritores Norteamericanos de Ciencia Ficción durante la época en que se comenzaron a publicar sus primeros pastiches de Howard, lo que sin embargo ya no era tan conocido en esos años era la prolífica carrera como escritor de novelas eróticas que Offutt había desarrollado en paralelo a sus trabajos en el género fantástico, una influencia bastante apreciable en todas las historias que llegó a escribir, incluidas las de Conan.

Publicada originalmente por la editorial Ace Books en octubre de 1978, Conan y el Hechicero aparecía ambientada en la época en que un joven Conan de apenas 18 años actuaba como ladrón en Zamora, situándose su comienzo en la ciudad de Arenjún unas semanas después de lo sucedido en La Torre del Elefante. No obstante, el propio Sprague de Camp, en el último ensayo que publicó sobre el cimmerio (Conan the Indestructible, 1986), apuntaba que el Conan de esta trilogía resultaba demasiado experto y conocedor de las costumbres hyborias para el joven e inexperto bárbaro que apenas unas semanas antes acababa de llegar a la Ciudad de los Ladrones, considerando por ello que su ubicación debía situarse más correctamente a continuación de Villanos en la Casa (Conan the Barbarian #11), es decir, al final de su periplo como ladrón en los reinos hyborios. En cualquier caso, en lo referente a los cómics Marvel, la propia página de presentación de The Savage Sword of Conan #53 situaba también su comienzo unas semanas después de lo sucedido en La Torre del Elefante, tal y como se establecía en la propia novela, lo que implicaba que toda la trilogía de Offutt transcurría entre Conan the Barbarian #4 y Conan the Barbarian #5, dejando al bárbaro al final de la saga de camino hacia la ciudad de Shadizar, a la que llegaría en Conan the Barbarian #6.

Con una nueva portada de Earl Norem basada en una de las escenas que aparecían en su interior, The Savage Sword of Conan #53 se encargó de presentar la primera parte de la novela de Offutt bajo el título El Hechicero y el Alma (The Sorcerer and the Soul). A través de unas primeras páginas introductorias en las que Buscema llevaba a cabo una presentación gráfica muy similar a la que había realizado años atrás en La Torre del Elefante (The Savage Sword of Conan #24), esta primera parte de la historia funcionaba tomando prestados muchos elementos del citado clásico de Howard, como la mención a la caída de la Torre de Yara, o el incidente en la taberna de Arenjún que servía para poner en marcha los acontecimientos que se sucedían a continuación, o incluso la aparición de la figura de Ajhindar de Iranistan, desempeñando en cierto modo un papel similar al que Taurus de Nemedia había llevado a cabo en esa historia de Howard. Por otra parte, también eran muy reconocibles las referencias a otro de los clásicos del escritor tejano, Sombras en Zamboula (The Savage Sword of Conan #14), referencias que no sólo se extendían a la propia ciudad turania, sino a su deidad Hanuman o a Jungir Khan, al que aquí se identificaba como hijo de Akter Khan, el sátrapa que gobernaba la ciudad en los años en que ahora se desarrollaba esta trilogía de Offutt. Por el contrario, la mención que se hacía de Kobad Shah como rey de Iranistan, procedía de uno de los pastiches que Sprague de Camp había llevado a cabo sobre el cimmerio, El Cuchillo Llameante (The Savage Sword of Conan #31-32).

En esta primera parte de la adaptación era donde hacían su primera aparición los otros dos personajes principales de la historia; por un lado, el hechicero al que se aludía en el título de la novela, el brujo zambulio Hisarr Zul y su mágico espejo de almas (un recuerdo a los hechizados espejos de Thuzun Thune que el propio Howard había presentado en la serie del rey Kull), y por otro la ladrona Isparana, una experta lanzadora de cuchillos creada por Offutt que también era originaria de Zamboula y cuyo camino se acabaría cruzando en varias ocasiones con el del cimmerio, convirtiéndose con el paso del tiempo en uno de los personajes femeninos que más utilizaría Roy Thomas. En este sentido, la figura de Isparana no sólo reaparecería en los meses siguientes en las páginas de The Savage Sword con motivo de la conclusión de la trilogía de Offutt, sino que el propio Thomas la volvería a traer de vuelta a principios de los noventa, apareciendo en los números con los que concluiría la andadura clásica de la serie a color (Conan the Barbarian #264-275) y en su posterior continuación en The Savage Sword #218. De hecho, a modo de despedida, Thomas volvería a utilizar a Isparana a finales del año 2000 en la miniserie Conan: Flame and the Fiend, con Geoff Isherwood al dibujo, la última historia que Marvel publicó sobre el cimmerio antes de perder sus derechos a manos de Dark Horse.

Desde el punto de vista gráfico, la primera parte de la adaptación de Conan y el Hechicero corría a cargo de John Buscema y del ilustrador filipino Rudy Nebres, un equipo artístico que en principio estaba previsto que se ocupase de la totalidad de la saga, pero que sin embargo no llegaría a hacerlo a causa de los retrasos que sufriría Nebres en el acabado a tinta de las páginas de Buscema, unos retrasos que motivaron que lo que originalmente iba a ser una saga de dos números, acabase apareciendo en tres. El laborioso entintado que el artista filipino llevó a cabo en esta primera parte de la historia, muy en la línea del detallado y exuberante estilo empleado años atrás por Alfredo Alcalá sobre los lápices de Buscema, le iba a acabar ocupando un tiempo excesivo que se añadiría al trabajo que estaba realizando al mismo tiempo como artista en solitario para los magacines de James Warren, fundamentalmente en 1984 y Vampirella. A pesar de esta circunstancia, lo cierto es que el detallado y barroco trazo de Nebres se ajustó a la perfección a los siempre magníficos lápices de Buscema, añadiendo numerosas texturas a los dibujos y haciendo de esta primera parte de Conan y el Hechicero uno de los mejores trabajos gráficos que aparecieron en estos últimos números de la etapa clásica de The Savage Sword, un trabajo que como señalaba el propio Roy Thomas, todavía hubiera sido mejor si Nebres hubiese dispuesto del tiempo suficiente para añadir más tonos de negro en las áreas de sombreado.

La segunda historia que completaba The Savage Sword of Conan #53 estaba protagonizada por el espadachín inglés Solomon Kane, quien regresaba así a las páginas del magacín tras casi un año de ausencia de la revista. La historia consistía esta vez en la adaptación a cargo de Don Glut y David Wenzel de la primera parte de uno de los mejores relatos que Howard había llegado a escribir sobre el personaje: Alas en la Noche (Wings in the Night), una de las últimas historias originales de Kane que aún quedaban por llevar a los cómics Marvel. Publicada originalmente en el número de julio de 1932 de Weird Tales, la historia aparecía de nuevo ambientada en la misteriosa y desconocida jungla africana del siglo XVI en la que ya se habían desarrollado otras historias de Kane, situándose cronológicamente entre El Regreso de sir Richard Grenville (The Savage Sword of Conan #41) y Las Pisadas en el Interior (Marvel Preview #19). Precedida de una icónica ilustración de Wenzel a modo de presentación del personaje, la adaptación abarcaba los dos primeros capítulos del relato de Howard, quedando interrumpida en el momento en que el aventurero inglés caía arrastrado desde el cielo por una de las misteriosas criaturas aladas a las que se enfrentaba en esta ocasión.

El resto del número se completaba con un artículo a cargo del propio Roy Thomas (The Hyborian Reporter) comentando su curiosa experiencia en una supuesta fiesta de disfraces de Hollywood (se mencionaba también entre los asistentes al productor Bob Greenberg, Gerry Conway o Alfredo Alcalá), a la que Thomas había acudido junto con su pareja Danette Couto, él disfrazado de Conan y ella de Red Sonja. Entre las anécdotas que Thomas mencionaba en el artículo, la que más llamaba la atención era que ambos habían descubierto nada más llegar que la cuestión del disfraz era opcional, siendo ellos los únicos invitados que habían asistido disfrazados al evento, una situación bastante cortante de la que ambos consiguieron salir con bastante dignidad, al menos desde el punto de vista de Thomas, toda vez el artículo no reflejaba el punto de vista de su acompañante, que como suele suceder en estos casos, seguramente hubiera sido el más interesante de reseñar.

Con una nueva portada de Earl Norem que reflejaba el enfrentamiento entre Conan y el demonio de las arenas que tenía lugar en las páginas interiores, The Savage Sword of Conan #54 presentó la segunda parte de Conan y el Hechicero bajo el título El que acecha en las Arenas (The Stalker amid the Sands), en la que el joven cimmerio daba comienzo a la persecución de Isparana con la intención de recuperar el Ojo de Erlik, el mágico amuleto que ésta tenía ahora en su poder tras habérselo robado a Hisarr Zul. El apartado gráfico corría esta vez a cargo de John Buscema y del artista peruano Ricardo Villamonte, que se encargaba así de sustituir al filipino Rudy Nebres, aun cuando en las páginas iniciales donde se contenía el resumen de lo sucedido hasta entonces, todavía se reproducían algunas de las viñetas acabadas por Nebres en el número anterior.

Con las diferencias que estaban surgiendo entre Roy Thomas y Jim Shooter en plena efervescencia, los problemas de fechas que Rudy Nebres había estado teniendo a la hora de entregar a tiempo las páginas de Buscema en The Savage Sword of Conan #53, no se hicieron evidentes hasta que prácticamente se comenzaron a solapar con las fechas en que debían entregarse las páginas correspondientes a The Savage Sword of Conan #54. Sin demasiado margen de tiempo para corregir la situación, y siendo evidente que Nebres no iba a llegar a tiempo de pasar a tinta las más de cuarenta páginas dibujadas por Buscema que aún quedaban para concluir lo que en principio debía ser la segunda y última parte de la adaptación, el peruano Ricardo Villamonte, un artista que había llegado a los cómics Marvel siguiendo la estela de Boris Vallejo y Pablo Marcos, sería el designado por Thomas para hacerse cargo del retraso de Nebres, acabando a tinta buena parte de las páginas terminadas por Buscema en un tiempo récord de apenas dos semanas. Aun así, el margen de tiempo fue tan escaso que no hubo más remedio que dividir en dos números esta segunda parte de la saga, en función de las páginas que Villamonte consiguió terminar a tiempo para que pudieran aparecer como contenido de The Savage Sword #54, siendo esa la razón de que esta segunda entrega de Conan y el Hechicero abarcase tan sólo veinticinco páginas de extensión y de que el acabado de algunas de ellas pareciese en ocasiones demasiado apresurado.

Este acortamiento del número de páginas que vino a sufrir la historia principal que se presentó en The Savage Sword #54, influyó a su vez de manera correlativa en el resto de contenidos que aparecieron en este número. Así, Alas en la Noche, la historia de Solomon Kane a cargo de Don Glut y David Wenzel que había dado comienzo en el número anterior y que inicialmente iba a ser publicada en tres números del magacín, tuvo que ser reestructurada para aparecer finalmente en dos, de manera que las partes segunda y tercera, inicialmente previstas para aparecer de manera sucesiva en The Savage Sword of Conan #54 y 55, acabaron uniéndose en una única entrega de 24 páginas con el fin de poder completar el número de páginas que en esta ocasión requería el contenido de The Savage Sword #54. Sea como fuere, sin ser ni mucho menos una mala adaptación, lo cierto es que las historias de Kane no estaban recibiendo la acogida prevista entre los seguidores del magacín. Seguramente, el tono épico que Roy Thomas lograba proporcionar a sus guiones a la hora de trasladar al cómic la prosa de Howard, no se encontraba presente en los guiones de Don Glut, y aunque David Wenzel hacía un trabajo bastante meritorio en el apartado gráfico, su estilo posiblemente tampoco fuese el más adecuado para el carácter terrorífico y oscuro que destilaban las historias de Kane, algo que no dejaba de percibirse en un relato tan significativo como éste dentro de la producción del escritor tejano. Por lo demás, el resto del número se completaba con un nuevo artículo de Fred Blosser sobre las compañías de mercenarios que actuaban en la Edad Hyboria (Satan's Swordbearers) y con una nueva ilustración a doble página a cargo de Ernie Chan, protagonizada esta vez por Conan y el Hechicero estigio Thoth-Amon, una ilustración que hubiera debido aparecer originalmente en el portafolio presentado en The Savage Sword of Conan #52 (The Chan Barbarians), pero que se había acabado quedando fuera de ese número por cuestiones de paginación, decidiendo Thomas que se publicase ahora aprovechando la necesidad de contenidos que en esta ocasión se precisaban para The Savage Sword of Conan #54 .

Con fecha de portada de agosto de 1980 (correspondiéndose en realidad con el mes de junio de ese año) y presentando de nuevo otra magnífica ilustración de Earl Norem a modo de portada, The Savage Sword of Conan #55 presentó la tercera y última parte de Conan y el Hechicero bajo el título Loto Negro y Muerte Amarilla (Black Lotus and Yellow Death), conteniendo las 32 páginas de John Buscema que faltaban para concluir la historia y que Ricardo Villamonte no había llegado a tiempo de terminar para que apareciesen en The Savage Sword of Conan #54, evidenciándose en esta ocasión que el artista peruano había dispuesto esta vez de un mayor margen de tiempo para llevar a cabo el entintado de los lápices del artista neoyorquino. En este sentido, sin ser ni mucho menos uno de los mejores entintadores que Buscema llegó a tener en la serie, lo cierto es que Villamonte consiguió mantener el nivel que requerían los lápices de Buscema, llevando a cabo un entintado a base de tintas puras y tonos de grises en el que sobre todo destacaba su ingeniosa utilización de los raspados a la hora de producir el efecto del viento sobre la arena del desierto.

Con todo, la mayor anécdota que presentaba el apartado gráfico de este número hacía referencia al famoso casco con cuernos con el que de repente aparecía el cimmerio en las páginas finales de la historia y que no había sido visto hasta entonces a lo largo de la saga. La explicación a este repentino añadido a la indumentaria del cimmerio tuvo bastante que ver con los problemas de fechas de entrega que afectaron a estos números del magacín y con un descuido personal del propio Roy Thomas, probablemente más pendiente en esos momentos de las circunstancias por las que estaban atravesando sus negociaciones con Jim Shooter a la hora de renovar su contrato con Marvel que de sus diferentes tareas como editor del magacín. El caso es que por un olvido del propio Roy Thomas, defensor a ultranza de la continuidad en los cómics Marvel, cuando éste le entregó a Buscema el guion de The Savage Sword of Conan #53, se le olvidó mencionar en él su intención de que el atuendo del cimmerio se dibujase de una manera consistente con el aspecto que éste tenía al final de Conan the Barbarian #4, es decir, portando el famoso casco con cuernos, las sandalias y el medallón que llevaba en esos números iniciales de la serie dibujados por Barry Smith. Al no haberle mencionado esta circunstancia a Buscema, éste decidió dibujarlo con idéntico atuendo al que portaba en la adaptación de La Torre del Elefante que él mismo había llevado a cabo en The Savage Sword of Conan #24. Al llegarle las páginas dibujadas por Buscema y percatarse de la situación, Thomas le indicó a Nebres que introdujera ese casco con cuernos en el acabado a tinta de los lápices del artista neoyorquino; pero o bien el artista filipino iba demasiado mal de tiempo como para introducir esos cambios, o bien no quiso retocar de ninguna manera los lápices originales de Buscema, con lo que Conan acabó apareciendo en The Savage Sword of Conan #53 sin el famoso casco que Thomas pretendía introducir a efectos de continuidad en el atuendo del cimmerio. Sea como fuere, Thomas no quiso desistir de su intención inicial, decidiendo justificar la ausencia del casco en el texto de una de las viñetas conteniendo el resumen de lo sucedido que aparecía en la tercera página de The Savage Sword of Conan #54, y haciéndole aparecer finalmente con él (evidentemente tras haberlo recuperado a su regreso a Arenjún) en las páginas finales de The Savage Sword of Conan #55, siendo esa la razón de que ese casco apareciese de una manera tan repentina en esta última parte de la saga.

Junto a la conclusión de Conan y el Hechicero, la segunda historia que presentó The Savage Sword #55 fue una historia perteneciente a la serie del rey Kull de Valusia: Hechicero y Guerrero (Wizard and Warrior), el último relato de los protagonizados por Kull que quedaba por llevar a los cómics Marvel, aun cuando en este caso se tratase de una historia que no había llegado a ser terminada por Howard, sino por Lin Carter, que era quien la había concluido para su aparición en el volumen recopilatorio King Kull publicado en 1967 por Lancer Books. Su adaptación al cómic corría a cargo de Roy Thomas y Alfredo Alcalá, quien de esta manera regresaba a las páginas del magacín tras una prolongada ausencia de casi dos años. Tal y como ya se había anunciado en el artículo del propio Thomas que había aparecido en The Savage Sword of Conan #50 (Conan at Fifty, a retrospective look by a Nameless Editor), era Alcalá quien se encargaba de todo el trabajo a lápiz y tinta de esta historia corta de apenas doce páginas en la que el guerrero picto Brule le narraba a Kull una aventura de juventud en la que se había enfrentado al rey brujo de una tribu enemiga, una historia sin demasiada trascendencia en la que la narración se planteaba durante el transcurso de una partida de ajedrez en la que las piezas en juego se identificaban con los protagonistas de la historia que contaba Brule.

El resto de contenidos de The Savage Sword of Conan #55 lo formaban un artículo de Jim Neal y un portafolio de cinco páginas a cargo de varios autores con Conan de protagonista. El artículo de Neal (Havoc in Hyboria: A Study of Warfare in Conan's World) se extendía a lo largo de siete páginas y venía acompañado de varias ilustraciones de Rick Hoberg y Gene Day, tratándose de un estudio histórico de los principales acontecimientos, conflictos y guerras que habían tenido lugar en tiempos de Conan, y en el que se indicaban a modo de guía los cómics Marvel en que aparecían todos los hechos que se referenciaban en el artículo. Por su parte, el portafolio (The New Kids in Town) presentaba las primeras ilustraciones que realizaban sobre el cimmerio toda una serie de jóvenes artistas de la época como Joe Jusko, Will Meugniot, Peter Ledger, Rich Larson y Steve Swenston, algunos de los cuales llegarían a ser muy conocidos con el transcurso de los años, especialmente Joe Jusko, quien pocos meses después se iba a encargar de llevar a cabo numerosas portadas para el magacín.

Como continuación de Conan y el Hechicero y con fechas en portada que iban de Septiembre a Noviembre de 1980, los números correspondientes a The Savage Sword of Conan #56 a 58 presentaron la adaptación de la siguiente novela de Andrew J. Offutt que había aparecido publicada: La Espada de Skelos (The Sword of Skelos, 1979), con Roy Thomas, John Buscema y Tony DeZúñiga haciéndose cargo esta vez de su traslación al cómic en lo que sería la última saga de DeZúñiga para el magacín. La circunstancia más relevante de esta nueva saga de The Savage Sword, radicaba en que su argumento central continuaba la trama centrada en el Ojo de Erlik que procedía de Conan y el Hechicero, pero sin embargo, el otro hilo argumental que había quedado pendiente al final de The Savage Sword of Conan #55, como era que el alma del cimmerio permaneciese todavía atrapada en el espejo de Hisarr Zul, aparecía ahora repentinamente resuelto en la página 29 de The Savage Sword of Conan #56, en la que Conan se limitaba a mencionar a su compañero de viaje, el iranistaní Khassek, que había conseguido recuperar su alma gracias a la intervención de la reina Ialamis de Khauran. Como única explicación, en el cuadro de texto que acompañaba a esa viñeta, Roy Thomas se limitaba a indicar a los lectores que para saber lo que había sucedido estuviesen atentos a la aparición de la siguiente novela de Offutt o a su próxima adaptación en las páginas del magacín. Y es que, efectivamente, entre The Savage Sword #55 y The Savage Sword #56 faltaba toda una historia entre medias, toda vez que La Espada de Skelos no era en realidad la segunda parte de la trilogía de Offutt, sino la tercera, es decir, la conclusión de la saga que se había iniciado en Conan y el Hechicero. La historia que faltaba, donde no sólo se resolvía la cuestión del alma de Conan, sino que además suponía el primer contacto del cimmerio con el reino de Khauran y explicaba cómo años después había llegado a ser el capitán de la guardia de la reina Taramis, hija de Ialamis, en Nacerá una Bruja (The Savage Sword of Conan #5), era la novela Conan el Mercenario (Conan the Mercenary, 1981), una novela que sin embargo no sería adaptada a los cómics Marvel sino hasta trece años después de su aparición, haciéndolo a principios del año 1994 en las páginas de The Savage Sword of Conan #217-218, durante la segunda época de Thomas en el magacín.

Aunque a veces se ha llegado a mencionar que Offutt no escribió las tres novelas de su trilogía de manera sucesiva en cuanto a su desarrollo narrativo, los motivos que llevaron a la desaparición de la segunda parte de esta trilogía de las páginas de The Savage Sword tuvieron en realidad mucho más que ver con las fechas de publicación de las tres novelas de Offutt y los desajustes entre las dos editoriales que se repartieron la publicación de esa trilogía. Para entender lo que sucedió, hay que partir de la base de que una vez que los derechos sobre las novelas de Conan volvieron a estar disponibles tras la creación de Conan Properties, esos derechos de publicación no acabaron recayendo en una sola editorial, sino que se repartieron entre dos editoriales, Ace Books y Bantam Books, de manera que Ace Books se hizo con los derechos para reeditar las doce novelas originales que debían haber conformado la serie de Lancer (incluyendo así entre ellas a Conan de Aquilonia, la novela que en su momento se había quedado inédita a causa de la quiebra de la editorial), mientras que Bantam Books se hacía con los derechos para publicar las ocho nuevas novelas que estaban previstas que continuasen y completasen esa serie original de Lancer. Sin embargo, no todas esas nuevas novelas iban a acabar siendo publicadas por Bantam Books, sino que Ace Books consiguió reservarse los derechos para publicar dos de ellas, que acabaron siendo las dos primeras de la trilogía de Offutt, Conan y el Hechicero y Conan el Mercenario, quedándose Bantam Books con los derechos para publicar las otras seis que aparecerían dentro de esa tercera generación de pastiches del cimmerio, entre ellas La Espada de Skelos.

En esta peculiar situación editorial, Ace Books procedió a publicar la primera (Conan y el Hechicero) en octubre de 1978, pero sin embargo, bien por problemas de comunicación, o bien por esas cuestiones que suelen surgir entre las editoriales que comparten un mismo producto, Bantam Books decidió publicar la tercera y última novela de la trilogía (La Espada de Skelos) apenas seis meses después de que hubiese aparecido la primera, sin dar tiempo a que Ace Books publicase entre medias Conan el Mercenario, la segunda novela que debería haber continuado a la primera que había aparecido. En esta situación, y sin dar muchas más explicaciones al respecto, la consecuencia fue que Ace Books decidió posponer la publicación de Conan el Mercenario hasta que Bantam Books terminase de publicar todas las novelas que le correspondían, siendo de esta manera el último de los pastiches de tercera generación que aparecería publicado, haciéndolo en enero de 1981, es decir, casi un año después de que Thomas hubiese abandonado Marvel y de que el magacín hubiese comenzado una nueva etapa bajo la dirección de Louise Jones (años más tarde conocida como Louise Simonson) y la guía editorial de Jim Shooter, una etapa en la que se decidiría cortar todos los vínculos relacionados con el Conan literario que habían constituido hasta entonces la línea editorial del magacín. Como consecuencia de todo ello, la adaptación de Conan el Mercenario quedaría relegada al limbo de las historias inéditas del magacín durante más de una década, en concreto hasta que Thomas regresase a la editorial a principios de los años noventa y decidiese completar la trilogía de Offutt, siendo el artista español Esteban Maroto (el mismo que se había encargado en su día de ilustrar las páginas interiores de las novelas de Offutt) quien se hiciese cargo de su adaptación al cómic en The Savage Sword of Conan #217-218.

En cualquier caso, en el momento en que se decidió publicar esta historia, dado el escaso margen de tiempo con el que se trabajaba en relación a los nuevos pastiches que en ese momento estaban apareciendo en el mercado, nada de esto se sabía por parte de Roy Thomas al planificar la aparición de la saga en las páginas del magacín. Al echar en falta la pertinente explicación a cómo Conan había recuperado su alma del espejo de Hisarr Zul, Thomas decidió dirigirse al propio Offutt indagando sobre la cuestión, siendo entonces cuando éste le informó de que entre Conan y el Hechicero y La Espada de Skelos faltaba una novela entre medias (Conan el Mercenario), así como de los problemas que existían para su publicación. Al enterarse de la situación, Thomas se puso a continuación en contacto con Ace Books para saber cuándo se iba a publicar esa novela intermedia de Offutt, informándole la editorial neoyorquina de que faltaba al menos un año para que esa novela viese la luz, un tiempo que Thomas no estaba dispuesto a esperar, de manera que decidió seguir adelante y publicar La Espada de Skelos a continuación de Conan y el Hechicero, tal y como había ocurrido con su versión literaria, dejando para otro momento el rellenar ese hueco que quedaba entre ambas y advirtiendo de esta circunstancia a los lectores del magacín. Desafortunadamente, como es sabido, Roy Thomas se marcharía de Marvel apenas unos meses más tarde a causa de sus diferencias contractuales con Jim Shooter, con lo que la saga que formaba la trilogía quedaría incompleta.

Con estos antecedentes, y coincidiendo en el tiempo con el comienzo en Epic Illustrated de la magnífica adaptación de Almuric, la novela interplanetaria de Howard, a cargo del propio Roy Thomas y de Tim Conrad (Epic Illustrated #2-5), The Savage Sword of Conan #56 vino a presentar la primera parte de la adaptación de La Espada de Skelos (The Sword of Skelos) bajo ese mismo título original que encabezaba la novela de Offutt, comprendiendo el prólogo y los siete primeros capítulos del que posiblemente era el pastiche más flojo de la trilogía. En la alternancia que en ese momento se estaba produciendo en las portadas del magacín entre Earl Norem y Néstor Redondo, el que firmaba la de The Savage Sword #56 era Néstor Redondo, presentando en esta ocasión una ilustración temática de la historia en la que el cimmerio se veía obligado a hacer frente al hechicero Zafra y a la mágica Espada de Skelos.

Tras un prólogo ambientado en Zamboula en el que Buscema y DeZúñiga hacían una brillante presentación gráfica de la historia, la trama se iniciaba en las calles de Shadizar, la capital del reino de Zamora, hacia la que Conan había encaminado sus pasos tras sus experiencias como ladrón en Arenjún. Siguiendo las indicaciones de Thomas, Buscema ahora sí que acomodaba desde un principio la indumentaria del cimmerio a la que Barry Smith había presentado en los primeros números de Conan the Barbarian, portando así el famoso casco con cuernos, el medallón y las sandalias que el guionista pretendía que apareciesen desde el comienzo de la saga anterior. A efectos argumentales, sin embargo, la diferencia más importante que existía en esta primera parte de la adaptación entre la versión literaria y su traslación al cómic tenía lugar en el diálogo que Thomas ponía en boca de Isparana al final de su reencuentro con el bárbaro y que precedía a la relación sexual que ambos mantenían a continuación. Ese diálogo daba a entender que la ladrona zambulia estaba más conforme con esa relación que lo que en realidad sucedía en la novela de Offutt, en la que Conan prácticamente violaba a Isparana tras la encarnizada lucha en la que habían muerto los acompañantes de ambos.

Junto a la primera parte de la adaptación de La Espada de Skelos, el resto de The Savage Sword of Conan #56 se completaba con un artículo del escritor afroamericano Charles R. Saunders (To Kush and Beyond) en el que se examinaban los reinos negros que existían al sur del continente hyborio de acuerdo con lo que se contaba en las diferentes historias de Conan, no sólo en las escritas por Howard. El artículo aparecía ilustrado por Gene Day y John Buscema, si bien la aportación de este último se limitaba a los lápices de algunas de las ilustraciones acabadas por Day, un artista que curiosamente ya había colaborado con Saunders en Dark Fantasy, un importante fanzine de la época creado por el propio Day a principios de los años setenta. Además de este artículo de Saunders, The Savage Sword #56 incluía también entre sus páginas un nuevo portafolio dedicado a Conan que esta vez corría a cargo de Tony DeZúñiga (The DeZuñiga Conan). Tras haberse publicado unos meses atrás el portafolio de Ernie Chan, ahora era el turno de otro de los artistas filipinos más vinculados con el cimmerio. El de Alfredo Alcalá tardaría más en aparecer, pero también lo haría. En cuanto a su contenido, de las cinco ilustraciones que contenía el portafolio, cuatro de ellas estaban protagonizadas por Conan, mientras que la última de la serie se hallaba centrada en la figura de Red Sonja.

Presentando la última de las siete portadas que Néstor Redondo vino a realizar para el magacín, una portada que mostraba la carga de Conan contra los yoggitas del desierto que luego Buscema se ocupaba de desarrollar en profundidad en páginas interiores, The Savage Sword of Conan #57 presentó la segunda parte de La Espada de Skelos bajo el título El Ojo de Erlik (The Eye of Erlik), comprendiendo la adaptación de los diez siguientes capítulos de la novela, en los que Conan e Isparana llegaban a Zamboula y se veían envueltos en las intrigas de la ciudad turania. La ambientación de la historia en la exótica ciudad inspirada en la antigua Samarcanda que Howard había establecido como puesto más avanzado de los turanios al oeste de su imperio, traía como consecuencia los inevitables guiños a varios de los personajes que el propio escritor tejano había situado en ella en Sombras en Zamboula (The Savage Sword of Conan #14). Así ocurría con el sumo sacerdote Totrasmek, que no aparecía en la historia pero que sí era mencionado en ella como uno de los personajes influyentes en la ciudad, o con Jungir Khan, gobernante de Zamboula en el clásico de Howard y que aquí era identificado como hijo de Akter Khan, el sátrapa que en ese momento gobernaba la ciudad del desierto. En el apartado de los errores gruesos, la mayor inconsistencia argumental que presentaba la saga, probablemente también debida a que Roy Thomas se hallaba en ese momento más pendiente de las circunstancias por las que estaba pasando su propia situación contractual que de la propia adaptación, tenía lugar en la página 25, cuando Isparana no reconocía el Ojo de Erlik en el registro que había efectuado de las pertenencias del cimmerio, a pesar de haberlo tenido en su poder durante el transcurso de la saga de Conan y el Hechicero. Originalmente, en la novela de Offutt, Isparana no encontraba el Ojo de Erlik porque Conan lo había ocultado en un molde de arcilla al que hacía parecer como uno de sus amuletos bárbaros. Apartándose en este punto del argumento de la novela, Thomas decidió que en su lugar era mejor que Isparana no reconociese la forma del amuleto, olvidando sin embargo que la ladrona zambulia lo conocía perfectamente, puesto que Conan se lo había robado inicialmente a ella en The Savage Sword of Conan #55.

Las más de cincuenta páginas de extensión que comprendía esta segunda parte de la saga motivaron que el único contenido que vino a completar este número fuese un nuevo artículo de Jim Neal (Surgeons and Scars: Life, Death and Medicine in the Hyborian Age) acerca de las artes de curación y los problemas de salud más comunes en el Universo Hyborio, de acuerdo como siempre con lo que se contaba en las historias originales de Howard y en los pastiches de sus continuadores. Con todo, lo más relevante para la serie era lo que acababa de suceder apenas unos meses antes entre bastidores, puesto que en ese mismo mes de agosto (correspondiéndose con los tebeos que aparecían con fecha de octubre) se publicaba también el último número de Roy Thomas como guionista de Conan the Barbarian tras diez años de trayectoria al frente de la serie, haciéndose oficial que Thomas abandonaba Marvel y con ello las tres series del bárbaro que en ese momento tenía a su cargo como editor y guionista, es decir, las dos series clásicas de Conan the Barbarian y The Savage Sword of Conan, y la nueva serie trimestral que apenas unos meses antes acababa de salir al mercado, King Conan.

Desde que Jim Shooter había ascendido al cargo de Editor en Jefe de Marvel, las relaciones entre Roy Thomas y Jim Shooter nunca habían sido fluidas, añadiéndose además la circunstancia de que Thomas residía en California, lo que tampoco facilitaba que existiese una buena comunicación entre ambos. En esta situación, a principios de 1980, el único guionista de Marvel que además se encargaba de editar las series que escribía era precisamente Roy Thomas. Llegado el momento de renovar ese contrato de editor/guionista con el que desde hacía años trabajaba en la editorial, la situación que se vino a plantear fue que Shooter no estaba para nada conforme con esa situación contractual única que Thomas tenía en Marvel y estimó necesario modificarla, de manera que un editor contratado al efecto estuviese siempre situado editorialmente por encima de Thomas y tuviese bajo su control la aprobación final de todos los cómics que escribía así como toda su producción editorial, especialmente en aquéllos que no estaban sujetos al Comics Code Authority, como era el caso de The Savage Sword of Conan.

Aunque las versiones de Roy Thomas y Jim Shooter sobre lo sucedido difieren considerablemente en algunos puntos, en general, existe un posicionamiento bastante claro entre los aficionados a favor de la figura de Roy Thomas, sobre todo atendiendo a la lista de artistas y autores de renombre que acabaron abandonando Marvel a lo largo de los años por sus propias y abiertas discrepancias con Shooter. Básicamente, Thomas quería seguir tal y como había estado trabajando hasta entonces, manteniendo su contrato como editor y guionista sin nadie que supervisase su trabajo y con el pleno control de las series que escribía, mientras que Shooter entendía que ese tipo de contratos eran ya una cosa del pasado y que todos los guionistas tenían que responder ante un editor que controlase todo el proceso editorial, incluida la contratación de los artistas que trabajaban en el cómic. En principio, Thomas estaba dispuesto a aceptar la autoridad de Jim Shooter como director editorial, pero consideraba que su estatus dentro de Marvel y los años que llevaba en la editorial, siendo además el responsable directo de haber traído a Marvel licencias tan rentables y exitosas como Conan the Barbarian o Star Wars, se merecían la libertad de la que había gozado hasta entonces como editor y guionista de sus series, sin tener que responder de su trabajo ante ninguno de los jóvenes editores que Shooter acababa de contratar por aquella época. Tras una tensa conversación telefónica entre ambos que finalizó de muy malas maneras y sin ningún tipo de acuerdo, Thomas decidió que había llegado el momento de abandonar la editorial, comunicándoselo así por carta el 10 de Abril de 1980 a Jim Galton, el presidente de la compañía. A pesar de todo, con el fin de intentar reconducir la situación, se llegaría incluso a celebrar una reunión en las oficinas de Marvel entre todos los implicados, una reunión a la que también asistiría Stan Lee, pero el enfrentamiento entre Shooter y Thomas era ya tan directo que no había posibilidad de marcha atrás. Con Galton posicionándose finalmente al lado de Shooter, a Thomas se le reiteró que no iba a conseguir ningún contrato que le garantizase el control de sus títulos, de manera que el escritor decidió poner punto y final a su relación con Marvel tan pronto como finalizase su contrato, lo que sucedería unos pocos meses después.

Como es sabido, Roy Thomas acabaría marchándose a DC Comics, pero antes de marcharse aprovecharía el tiempo que le restaba de contrato para cerrar su etapa con el bárbaro de una manera más o menos coherente con la trayectoria editorial que había estado diseñando durante los últimos diez años. Así, su último guión para Conan the Barbarian sería el del número 115, con el que se cumplían los diez años justos de su aniversario en la cabecera, al coincidir su fecha de portada del mes de octubre con la del mismo mes del año 1970 en que había aparecido el primer número de la serie. Por su parte, en The Savage Sword of Conan, Thomas aprovecharía ese lapso de tiempo para terminar la adaptación de la novela de Andrew J. Offutt que en ese momento se hallaba en curso, así como para publicar los dos últimos relatos cortos de Sprague de Camp y Lin Carter y la última historia con material de Howard que aún quedaban por aparecer en el magacín (aunque esta última desgraciadamente quedaría inconclusa), mientras que en King Conan, utilizando la recurrente técnica del flashback, su etapa iba a concluir con los cuatro números que comprendía la adaptación de la novela Conan el Vengador de Sprague de Camp y Björn Nyberg, si bien, al tratarse de una publicación trimestral, su duración se acabaría extendiendo en el tiempo durante todavía más un año tras la salida de Thomas de la editorial. Desafortunadamente, la nota dirigida a los lectores que Roy Thomas había dejado escrita a modo de despedida, no llegaría a aparecer publicada en ninguna de las tres series por decisión personal de Jim Shooter.

Bajo estas circunstancias editoriales, The Savage Sword of Conan #58 presentó la tercera y última parte de La Espada de Skelos: Por el Trono de Zamboula (For the Throne of Zamboula). La portada era esta vez obra de Earl Norem, reflejando de nuevo una de las escenas que tenía lugar en páginas interiores, en concreto el momento en que el cimmerio era capturado por los soldados de Akter Khan. A efectos argumentales, la resolución de la trama de la novela de Offutt no resultaba quizá demasiado convincente, seguramente por la pretensión de dar una gran trascendencia al cimmerio en los acontecimientos que tenían lugar en la Edad Hyboria, pero su adaptación gráfica por parte de Buscema y DeZúñiga la convirtieron por el contrario en una historia muy valorable artísticamente que lo que hacía era cerrar la trama de Isparana y el Ojo de Erlik iniciada en The Savage Sword of Conan #53, ocupándose además de dejar al bárbaro en el punto de partida de su camino hacia la ciudad zamorana de Shadizar, donde los lectores le reencontrarían en Conan the Barbarian #5-6.

Desde el punto de vista artístico, esta última parte de La Espada de Skelos supuso el punto y final a la larga asociación de más de dos años entre John Buscema y Tony DeZúñiga en las páginas de The Savage Sword, una asociación que no sólo se había extendido durante esta etapa gráfica del magacín que había seguido a la marcha de Alfredo Alcalá, sino que en realidad había estado ahí desde casi el principio de la revista, toda vez que DeZúñiga había sido el máximo responsable del colectivo de artistas conocido como La Tribu que había reemplazado en varias ocasiones a Alcalá durante esos primeros años del magacín. Siguiendo los pasos de Thomas, DeZúñiga también se marchaba ahora de Marvel para regresar a DC, donde se iba a encargar de llevar a cabo todo el apartado artístico a lápiz y a tinta de Jonah Hex, el personaje que él mismo había contribuido a crear a principios de los años setenta, así como de ayudar al propio Roy Thomas a poner en marcha la nueva serie de bárbaros que Thomas iba a desarrollar para DC, Arak, Son of Thunder, siendo DeZúñiga quien se encargase de diseñar los personajes y el estilo que se buscaba para esa nueva serie, entintando también sus primeros números.

La marcha de Tony DeZúñiga supondría también en cierto modo el final de una época para The Savage Sword. Tras unos primeros años en que Alfredo Alcalá se había ocupado de proporcionar su aspecto final a los magníficos lápices de Buscema, el entintado ágil y suelto de DeZúñiga, a través de una experta combinación de plumas, pinceles, aguadas de tinta y tramas de zip-a-tone, había conseguido reemplazar con éxito el inolvidable trabajo que había llevado a cabo Alcalá, con algunas colaboraciones junto a Buscema que resultaban verdaderas obras maestras y que en general no se encontraban demasiado lejos de los resultados artísticos que Alcalá había logrado proporcionar a las dinámicas figuras e indómitos parajes de la Edad Hyboria que era capaz de dibujar el artista neoyorquino. Tras la salida de DeZúñiga, sería Ernie Chan quien se encargase de manera más o menos habitual de acabar los lápices de Buscema en The Savage Sword, una nueva etapa gráfica que iba a llevar en los años siguientes al magacín al equipo artístico que había marcado toda una época para Conan the Barbarian, aunque ahora presentando su trabajo de una manera diferente al tratarse de una revista en blanco y negro.

Con una página editorial a modo de introducción explicando cómo había tenido lugar su génesis, la segunda historia que presentaba The Savage Sword of Conan #58 era El Espejo de la Mantícora (Mirror of the Manticore), una historia corta de doce páginas protagonizada por el zaporosko Olgerd Vladislav que servía para que Roy Thomas cerrase un viejo capítulo a efectos de continuidad que se venía arrastrando desde su aparición en The Savage Sword of Conan #31, tras el aparente destino que el antiguo líder de los zuagires parecía haber sufrido a la conclusión de El Durmiente bajo las Arenas (The Savage Sword of Conan #6). La historia estaba escrita por el propio Roy Thomas sobre la base de un argumento de Fred Blosser, que era quien había proporcionado la idea sobre la que giraba El Espejo de la Mantícora. Con todo, lo más destacado de la historia era la presencia de Kerry Gammill encargándose de todo el trabajo a lápiz y a tinta, un joven dibujante que en esos momentos comenzaba a hacerse un nombre en Marvel a través de las páginas de Powerman and Iron Fist. Su trazo, limpio y detallado, y su magnífico juego de tintas y tonos de grises, hacían de esta pequeña historia corta toda una sorpresa en el apartado gráfico, a pesar de que a Gammill le había llevado casi dos meses realizar las doce páginas de las que constaba.

En cuanto al resto de contenidos, la aportación de Fred Blosser a The Savage Sword of Conan #58 no se ceñía sólo al argumento sobre el que giraba esta segunda historia que aparecía en el magacín, sino que era también el autor del extenso artículo que acompañaba a este número de The Savage Sword: REH el Bardo de las Sombras (REH, Bard from the Shadows), un minucioso examen de los cuatro libros que habían aparecido hasta entonces recopilando la dispersa obra poética del escritor tejano: Always Comes Evening, Singers in the Shadows, Echoes from an Iron Harp y Night Images, este último por cierto con portada de Frazetta e ilustrado por Richard Corben. El artículo venía además acompañado de varias ilustraciones de Gene Day, a quien Thomas le acababa de encargar un portafolio basado en los personajes de Robert E. Howard que aparecería unos meses más tarde en The Savage Sword of Conan #61.

Con la época clásica del magacín llegando a lo que iba a ser su final, The Savage Sword of Conan #59 presentó como contenido principal dos historias que darían bastante de qué hablar en los meses siguientes a la marcha de Thomas, especialmente la segunda de ellas. La primera de esas historias era la adaptación de uno de los relatos cortos de Sprague de Camp y Lin Carter que todavía no habían sido llevados al cómic, en este caso uno de los denominados pastiches de segunda generación que habían aparecido en los años sesenta a través de las novelas de Lancer: La Ciudad de los Cráneos (The City of Skulls), siendo su adaptación al cómic obra de Roy Thomas, Mike Vosburg y Alfredo Alcalá. La portada era obra esta vez del ilustrador norteamericano Clyde Caldwell, otro de los artistas que en esos años estaba comenzando a publicar sus primeros trabajos profesionales en novelas y magacines y que unos pocos años más tarde se convertiría en uno de los ilustradores más famosos en el terreno del arte fantástico a través de sus trabajos para el grupo editorial TSR, la empresa líder en la creación de los famosos juegos de rol que proliferarían durante la década de los ochenta.

Aparecida por primera vez dentro del primer volumen cronológico de las novelas de Lancer (Conan, 1967), La Ciudad de los Cráneos era una historia de la juventud de Conan que se desarrollaba al este de Hyrkania, en la ciudad de Shamballah, la capital del Valle de Meru, durante los años en que el bárbaro había servido como mercenario en el ejército del rey Yildiz de Turan, situándose cronológicamente justo antes de La Maldición del Monolito (The Savage Sword of Conan #33) y siendo la historia en la que aparecía por primera vez el mercenario kushita Juma, un personaje que veinte años después reaparecería en la saga del cimmerio durante el transcurso de Conan el Bucanero (The Savage Sword of Conan #40-43). A modo de curiosidad, su título inicial era Thralls of Shamballah (Esclavos de Shamballah), si bien en las revisiones finales del relato se decidiría cambiar ese título por el de La Ciudad de los Cráneos, que sería con el que finalmente acabaría apareciendo publicado dentro de ese primer volumen de las novelas de Conan.

El problema que se vino a plantear con su adaptación al cómic era la contradicción que esta historia generaba dentro de la propia continuidad del bárbaro a efectos de los cómics Marvel, sobre todo en relación al momento en que éste y Juma se conocían y forjaban una alianza que años más tarde se mantendría en la Ciudad de las Amazonas, al punto de que existen dos versiones completamente diferentes de esta historia, tan diferentes que ni siquiera pueden considerarse la misma puesto que en realidad no lo son. Retrocediendo un poco en el tiempo, a finales del año 1973, Neal Adams se había ofrecido a Roy Thomas para dibujar una historia de Conan, justo en el momento en que éste acababa de concretar (o eso pensaba él) un acuerdo con Sprague de Camp para que Marvel llevase a sus cómics los relatos firmados por él, decidiendo Thomas que el primero de ellos fuese precisamente La Ciudad de los Cráneos. Para ir adelantando tiempo, y mientras los abogados de Marvel se ocupaban de cerrar los detalles de ese acuerdo con de Camp, Adams y Thomas decidieron comenzar a trabajar en esa adaptación de La Ciudad de los Cráneos, que originalmente iba a ser una historia de 34 páginas a blanco y negro destinada a la revista Savage Tales (probablemente para Savage Tales #5). Sin embargo, en algún momento de ese proceso inicial, toda vez que el desarrollo de La Ciudad de los Cráneos transcurría en el mismo periodo de la vida del cimmerio que en ese momento se estaba narrando en Conan the Barbarian, Thomas decidió que apareciese finalmente en la serie a color y no en el magacín en blanco y negro, limitándola así a 19 páginas.

Apenas habían comenzado a trabajar en esa adaptación de La Ciudad de los Cráneos cuando Sprague de Camp decidió de repente cambiar de opinión y no firmar el acuerdo con Marvel, retirando los permisos iniciales que había dado para que Thomas y Adams comenzasen a trabajar en la historia, lo que les dejó a ambos con seis páginas completamente terminadas que había que aprovechar como fuera, tratándose además de las seis páginas iniciales en que se presentaba a Juma y a la princesa Zosara, dos de los personajes centrales del relato. Afortunadamente, como gesto de buena voluntad, Sprague de Camp les dio permiso para seguir utilizando a Juma en la historia y no desperdiciar las páginas ya realizadas, consiguiendo también Thomas el permiso de Glenn Lord, el albacea literario de la obra de Howard, para adaptar en su lugar otra historia de Howard ambientada en la era del rey Kull: La Maldición del Cráneo Dorado (The Curse of the Golden Skull), de manera que con unos cuantos arreglos una historia se acabó transformando en otra, añadiéndose un prólogo de tres páginas para introducir la nueva versión. Así, las seis primeras páginas de La Ciudad de los Cráneos pasaron a ser las páginas 4 a 9 de La Maldición del Cráneo Dorado, convirtiéndose la princesa Zosara, hija del rey Yildiz de Turan, en la princesa Yolinda, hija de Yezdigerd y nieta de Yildiz, manteniéndose el papel de Juma a lo largo de toda la historia y continuando a partir de ese punto La Ciudad de los Cráneos con el argumento de La Maldición del Cráneo Dorado, siendo bajo este título con el que la historia acabaría siendo finalmente publicada en Conan the Barbarian #37.

Con estos antecedentes editoriales, la adaptación de la versión original de La Ciudad de los Cráneos supuso una excepción que no se iba a volver a repetir nunca más, tal y como se explicaba en la introducción que acompañaba a esta historia en la página de presentación de The Savage Sword of Conan #59. Debido a los problemas con los derechos de Sprague de Camp que habían existido en 1973, la política editorial que Thomas había adoptado desde entonces era que una vez que Marvel hubiese hecho su propia versión de cualquier episodio de la vida del bárbaro que hubiese sido contado de una manera distinta en la versión literaria, la única versión existente a efectos de los cómics Marvel era lógicamente la publicada por Marvel. Sin embargo, en esta ocasión, de manera excepcional, Roy Thomas decidiría atender al deseo de Mike Vosburg (un dibujante con el que mantenía una buena relación y que se había encargado unos años antes de las historias de Shang-Chi en el magacín Deadly Hands of Kung-Fu y de varios números de la serie a color John Carter Warlord of Mars) de adaptar al cómic una historia del Conan literario, siendo en ese momento La Ciudad de los Cráneos la única historia que podía considerarse disponible a tenor de las circunstancias que habían tenido lugar en 1973. Con la garantía que suponía el tener a todo un clásico del magacín como Alfredo Alcalá en el acabado a tinta de los lápices de Mike Vosburg, Thomas decidió que merecía la pena hacer una revisión de este pastiche que en su momento no había podido adaptarse en su versión original y dejar que fuesen los lectores los que eligiesen la versión que prefiriesen, aunque teniendo en cuenta dos circunstancias: la primera, que atendiendo al canon oficial literario la adaptación de La Ciudad de los Cráneos debía tener primacía sobre la historia aparecida en Conan the Barbarian #37, y la segunda, que a efectos de la continuidad del Conan de Marvel, La Maldición del Cráneo Dorado, aparecida antes, seguía siendo la versión oficial de este episodio de la vida del bárbaro en los cómics Marvel ; de hecho, sería esta versión oficial la que tendría una secuela tras el regreso de Thomas a Marvel a través de la novela gráfica The Ravagers Out of Time, traducida de manera bastante creativa en nuestro país como La Resurrección de Rotath.

Desde el punto de vista artístico, el laborioso y barroco entintado a base de finas líneas y estudiados juegos de luces y sombras que llevaba a cabo Alfredo Alcalá sobre los lápices de Vosburg, acabó siendo el verdadero protagonista gráfico de La Ciudad de los Cráneos, o al menos de su mayor parte, puesto que el artista filipino acabó llegando tan justo a las fechas de entrega que no tuvo más remedio que terminar los sombreados de las últimas ocho páginas a base de tonos de carbón, prescindiendo en ellas de la mayor parte del trabajo a tinta, lo que acabó desluciendo bastante el resultado de esa parte final de la adaptación al notarse una mayor presencia de espacios en blanco. En todo caso, la colaboración gráfica de Vosburg y Alcalá resultó bastante bien acogida entre los seguidores del magacín, aunque sin llegar nunca al nivel de aceptación que tuvieron los trabajos de Neal Adams con el bárbaro; de hecho, Conan the Barbarian #37 llegó a ser durante muchos años uno de los números más vendidos de la serie a color, algo a lo que lógicamente ni se acercaría The Savage Sword of Conan #59.

Junto a otro nuevo artículo de Fred Blosser ilustrado por Gene Day (The Kozaks Ride), en el que se examinaba la historia de los salvajes jinetes de las estepas hyrkanias que había llegado a liderar Conan, la segunda historia que presentaba The Savage Sword of Conan #59 era la primera parte del último relato aparecido en las novelas de Lancer que quedaba por llevar al cómic, precisamente el único en que no aparecía el cimmerio, sino que tan sólo resultaba mencionado al final del mismo, coincidiendo ese final con el momento de su proclamación como rey de Aquilonia: Lobos más allá de la Frontera (Wolves Beyond the Border), un fragmento inacabado que Howard había abandonado a fin de emprender la elaboración de Más Allá del Río Negro (The Savage Sword of Conan #26-27) y que sería terminado por Sprague de Camp con el fin de proceder a su publicación dentro de lo que acabaría siendo el octavo volumen cronológico de la serie de Lancer, Conan el Usurpador (Conan the Usurper, 1967).

En su origen literario, Lobos más allá de la Frontera era una historia que Howard había comenzado a escribir hacia finales de 1934 con la mente puesta en The Little Red Foot, una novela de aventuras del escritor Robert W. Chambers que trataba sobre la época de la revolución norteamericana y los conflictos que los antiguos colonos mantenían con las tribus indias que habitaban al norte de lo que hoy es el estado de Nueva York. Inspirándose en esa novela de Chambers, Howard transformaba la guerra de la independencia de las colonias norteamericanas en la guerra civil aquilonia, mientras que varios de los lugares de aquella primera frontera norteamericana (Canajoharie, Caughnawaga, Oriskany, Schoharie) se transformaban en asentamientos aquilonios situados en la frontera picta (Conajohara, Conawaga, Oriskonie, Schohira); de hecho, incluso el nombre del protagonista, Gault, el hijo de Hagar, tenía su origen en el nombre de una de las familias que aparecían en esa novela de Chambers. En cualquier caso, abandonada su escritura por parte de Howard, el fragmento había sido encontrado por Glenn Lord a mediados de los años sesenta formando parte de los manuscritos originales del escritor tejano que habían acabado llegando a su poder, apareciendo con él una breve sinopsis en la que se contenía su conclusión. Desarrollando esa sinopsis argumental, el relato sería finalmente terminado por Sprague de Camp, aunque con alguna alteración importante respecto de la versión original de Howard, puesto que de Camp ambientaba la historia dos años después de los hechos narrados en Más Allá del Río Negro, mientras que en el fragmento original de Howard en realidad había transcurrido mucho más tiempo desde esa historia. En concreto, el personaje protagonista, Gault, comentaba que era sólo un niño cuando los pictos habían cruzado el Río Negro y arrebatado a los aquilonios la provincia de Conajohara, en clara referencia a lo que luego sería el argumento de Más Allá del Río Negro.

Su adaptación a las páginas de The Savage Sword correría a cargo de Roy Thomas y Ernie Chan, quien se encargaba en esta ocasión de todo el trabajo a lápiz y tinta, esta vez utilizando unas logradas aguadas de grises que se adaptaban perfectamente al estilo que Thomas buscaba para el magacín. Desafortunadamente, la historia nunca llegaría a ser concluida en ningún cómic Marvel. Debido a la marcha de Thomas, la adaptación, que estaba prevista que se desarrollase en un mínimo de tres partes, sólo llegaría a ver publicadas las dos primeras, coincidiendo con la parte del relato que había dejado escrita Robert E. Howard, y quedando interrumpida justo cuando comenzaba la parte final que había llevado a cabo Sprague de Camp. De esta manera, esta primera parte del relato que aparecía en The Savage Sword of Conan #59 comprendía los dos primeros capítulos y parte del tercero de los seis que en total abarcaba la historia. La segunda parte de la adaptación, otras ocho páginas con el final del tercer capítulo, aparecería un año y medio más tarde en The Savage Sword of Conan #76, quedando inéditos los tres últimos capítulos que faltaban para concluir el relato toda vez que ningún otro escritor terminaría la historia. A modo de curiosidad, esta inconclusa adaptación al cómic de Lobos más allá de la Frontera es también la única historia del Conan de Howard adaptado por Marvel que permanece inédita en nuestro país a pesar de los casi cuarenta años que han transcurrido desde su publicación, circunstancia difícil de explicar si tenemos en cuenta el incontable número de reediciones que han llegado a tener las aventuras del cimmerio.

Finalmente, con fecha de portada de enero de 1981 (en realidad, finales del mes de noviembre de 1980), aparecería el último número de Roy Thomas al frente de The Savage Sword of Conan como editor y principal responsable del magacín, lo que a efectos prácticos vendría a significar el final de la época clásica de la revista marcada por la presencia del equipo formado por Roy Thomas y John Buscema. Muchos editores y guionistas, unos mejores que otros, continuarían su labor al frente del magacín y de las historias del cimmerio, pero ninguno de ellos conseguiría retratar al personaje creado por Howard como lo había hecho hasta entonces Roy Thomas, que con el paso del tiempo se había acabado convirtiendo en uno de los más importantes continuadores que había tenido la obra del escritor tejano, aunque fuese en un medio diferente. Los últimos guiones, tanto de Conan como de otros personajes e historias de Howard, que Thomas dejó terminados antes de finalizar su contrato (algunos de ellos simples historias de inventario para ser utilizadas en situaciones de emergencia) se irían publicando a lo largo del tiempo en un intento de extender todo lo posible su presencia en la revista, que tras la marcha de Thomas comenzaría a aparecer bajo el sello Marvel Magazine Group, sujeto a las mismas reglas de censura que el resto de cómics publicados por la editorial. De esta manera, sin ningún otro indicio de despedida más allá de las breves alusiones de Roy Thomas en sus esquemáticas respuestas a los lectores en la sección de correo, The Savage Sword of Conan #60 se limitó a presentar como cierre de toda una época, una época que había comenzado nueve años atrás, en 1971, con aquel experimental primer número de Savage Tales, la adaptación del último pastiche de tercera generación escrito por Sprague de Camp y Lin Carter que quedaba por publicar en el magacín: La Diosa de Marfil (The Ivory Goddess).

Aparecido originalmente dentro de Conan el Espadachín, la recopilación de relatos que Bantam Books había publicado en 1978 como décimo tercera novela de la serie, La Diosa de Marfil era otro relato que se incorporaba a los que ambos escritores habían llevado a cabo en la década de los sesenta como secuela de las historias originales de Howard, aun cuando varios especialistas encabezados por Morgan Holmes, autor del conocido ensayo The de Camp Controversy, sostienen que Lin Carter no tuvo en realidad demasiado que ver en su elaboración, tratándose básicamente de un relato escrito por Lyon Sprague de Camp y su esposa, Catherine Crook de Camp. En cualquier caso, sin ser ni mucho menos uno de los mejores pastiches que aparecieron publicados, La Diosa de Marfil funcionaba como una continuación a Las Joyas de Gwhalur (The Savage Sword of Conan #25), una historia que Howard había situado originalmente en el reino de Khesan y en la que el cimmerio buscaba el tesoro de la antigua ciudad de Alkmeenon en competencia con uno de sus viejos rivales, el aventurero estigio Thutmekri, quien también volvía a aparecer ahora en esta secuela que se desarrollaba en el vecino país de Punt. Con algunas añadiduras propias (como por ejemplo la atribución del nombre de Nebethet a la diosa de marfil de Punt, un nombre que se derivaba de una de las divinidades mortuorias del antiguo Egipto que aparecía como esposa del dios Seth, la figura que había inspirado a Howard en su creación del dios de los estigios), su argumento, que por momentos podía pasar perfectamente por un plagio del relato original de Howard, procedía directamente de las palabras que Conan le dirigía a Muriela a la conclusión de la historia:
"Creo que una buena actriz como tú me puede ser muy útil. No tenemos nada que hacer en Keshan. Nos iremos a Punt. El pueblo de Punt adora a una diosa de marfil y extraen oro en abundancia de sus ríos... Si consigo introducirte en secreto en su templo y ponerte en el lugar de esa diosa de marfil, nos darán hasta sus dientes de oro antes de que hayamos terminado con ellos" (Las Joyas de Gwahlur, Cap. III, p.44).
Partiendo de esta base argumental, la adaptación gráfica de La Diosa de Marfil corría de nuevo a cargo de John Buscema, aunque acompañado esta vez del filipino Danny Bulanadi, uno de los antiguos asistentes del estudio de Tony DeZúñiga que en esos años acababa de independizarse de DeZúñiga y comenzaba a hacer sus primeros trabajos para Marvel. No obstante, la splash page inicial que servía como presentación a la historia era obra únicamente de John Buscema, siendo una buena muestra del trabajo a lápiz y a tinta que era capaz de hacer el artista neoyorquino cuando la ocasión lo merecía, toda vez que el original de esa splash inicial iba a acabar formando parte de la colección personal de Roy Thomas como regalo de despedida por parte de Buscema, algo parecido a lo que pasaría también con la portada de este número, aunque no con la que apareció publicada. En concreto, reproduciendo una de las escenas que aparecían en el interior, la ilustración de portada que presentaba este número era obra de Earl Norem, pero Néstor Redondo había llevado también a cabo un magnífico estudio a color como preparación a la misma que acabaría siendo descartado en favor de la versión de Norem. A pesar de ello, la versión propuesta por Redondo pasaría también a formar parte de la colección personal de Thomas como regalo de despedida por parte del artista filipino, apareciendo publicada años más tarde en Alter Ego #83, la revista dedicada al mundo de los cómics y sus creadores dirigida por el propio Roy Thomas.

Con un texto de presentación a cargo del guionista Mike W. Barr, la segunda historia que completaba The Savage Sword of Conan #60 (Conan of the Storyboards) no era en realidad una historia propiamente dicha, sino un storyboard de casi sesenta ilustraciones que Neal Adams había llevado a cabo como una posible secuencia de inicio para la película que iba a protagonizar el cimmerio. Aficionado al personaje desde que lo había descubierto a mediados de los sesenta a través de las ilustraciones de Frank Frazetta, Adams se había puesto a trabajar por su cuenta en ese storyboard al enterarse por medio de Roy Thomas de que se estaba barajando la posibilidad de rodar una película sobre el bárbaro, un storyboard que sería finalmente rechazado por la productora dado el camino por el que se acabaría dirigiendo la película y el inicio de la misma. Decepcionado por su trato con la industria de Hollywood, Adams acabó pasando ese storyboard a Roy Thomas para que se publicase en las páginas del magacín, conformando una soberbia secuencia de diecinueve páginas con lo que era la presentación del personaje de cara a los espectadores de esa posible película que finalmente nada tuvo que ver con la que acabaría llegando a la gran pantalla, pero que desde luego hubiera funcionado perfectamente como introducción a cualquier película protagonizada por el cimmerio.

The Savage Sword of Conan #60 sería el último número que Roy Thomas llevaría a cabo como editor y principal responsable del magacín, pero no el último en que apareciese como guionista, ya que todas las historias en las que estuvo trabajando hasta finalizar su contrato con Marvel irían apareciendo durante el siguiente año y medio a fin de que la transición a los nuevos guionistas, Michael Fleisher y Bruce Jones, este último encargándose de algunos números como freelance, no se produjera de una manera demasiado brusca de cara a los lectores del magacín. Así, por ejemplo, las últimas historias que Thomas había dejado escritas para Conan aparecerían durante cuatro meses consecutivos en The Savage Sword of Conan #66 a 69. La mejor de todas ellas fue sin duda la que apareció en The Savage Sword of Conan #67: El Botín de la Isla de la Muerte (Plunder of Death Island), una secuela de El Estanque del Negro (The Savage Sword of Conan #22-23) que contaba en el apartado artístico con John Buscema, Alfredo Alcalá y Kerry Gammill, siendo la última historia del Conan de Roy Thomas y John Buscema que vino a aparecer en el magacín, poniendo de algún modo el colofón a toda una época. La historia contaba de nuevo con un argumento de Fred Blosser y ya había sido anunciada un año y medio antes de su publicación en el artículo del propio Roy Thomas que había aparecido en The Savage Sword of Conan #50, apuntándose como bastante probable que fuese la que estuviese originalmente prevista para aparecer a continuación de La Diosa de Marfil. Igualmente, Las Capas Negras de Ophir (Black Cloaks of Ophir), dibujada a lápiz y a tinta por Ernie Chan, aparecería en The Savage Sword of Conan #68, tratándose de un relato construido sobre una idea de Andrew J. Offutt que se situaba cinco años después de los hechos narrados en La Estrella de Khorala (The Savage Sword of Conan #44). Las otras dos historias, El Mar sin Retorno (The Sea of No Return) y El Ojo del Hechicero (Eye of the Sorcerer), con argumentos de Danette Couto y Christy Marx respectivamente, aparecerían en The Savage Sword of Conan #66 y 69, contando con dibujos de Ernie Colon y Ernie Chan la primera de ellas, y del propio Ernie Chan, entintado por Alfredo Alcalá, la segunda.

Además de estas cuatro historias de Thomas sobre el cimmerio, The Savage Sword of Conan #62 presentaría entre sus historias de complemento la adaptación de La Mancha Negra (The One Black Stain), el último poema de Howard de los protagonizados por Solomon Kane que quedaba por llevar a las páginas del magacín, siendo su dibujo obra de David Wenzel en el que posiblemente fue su mejor trabajo con el personaje. The Savage Sword of Conan #68 y 69 presentaron a su vez la adaptación en dos partes de La Raza Perdida (The Lost Race), una de las primeras historias de Howard sobre el pueblo picto que contaba con Gene Day y Danny Bulanadi en el apartado artístico. Otra de las historias de piratas del escritor tejano, La Isla de la Condenación de los Piratas (Island of the Pirates Doom), anunciada por primera vez en el correo de The Savage Sword of Conan #39 y reiterada en el famoso artículo de Thomas que se había publicado en The Savage Sword of Conan #50, aparecería dividida en seis partes dentro de The Savage Sword of Conan #73 a 79 (excepto en The Savage Sword of Conan #75), hallándose protagonizada por Valeria de la Hermandad Roja, que ocupaba así el lugar de la pirata Helen Tavrel, su protagonista original. El serial de Valeria aparecía firmado por John Buscema y Danny Bulanadi (con alguna que otra página a cargo de Ricardo Villamonte), quien de esta forma sustituía a Tony DeZúñiga, que era quien inicialmente estaba previsto que se ocupase de entintar los lápices de Buscema en este serial protagonizado por la pirata aquilonia. Otra de las historias de Howard, esta vez perteneciente a la serie de los Mitos de Cthulhu, La Piedra Negra (The Black Stone), totalmente dibujada a lápiz y a tinta por Gene Day, aparecería como uno de los contenidos de The Savage Sword of Conan #74, mientras que la segunda parte de Lobos más allá de la Frontera (Demons of Ghost Swamp), a cargo de Ernie Chan, aparecería enThe Savage Sword of Conan #76. Finalmente, en otra de esas historias que llevaban mucho tiempo siendo anunciadas en el magacín, The Savage Sword of Conan #78 presentaría una nueva versión gráfica a cargo de Dick Giordano y Terry Austin del guion de El Día de la Espada (The Day of the Sword), la historia sobre el origen de Red Sonja que ya había aparecido en su día dentro de Kull and the Barbarians #3.

Con Roy Thomas fuera de Marvel, The Savage Sword of Conan #61 inauguraría el año 1981 ya con Louise Jones como nueva editora al frente de la revista, produciéndose una clara ruptura con lo que hasta entonces había sido la línea editorial del magacín. Jones había sido la editora de los magacines publicados por James Warren hasta finales de 1979, momento en que había pasado a trabajar para Marvel, instalándose desde un primer momento como una de las editoras de más confianza de Jim Shooter. Aunque John Buscema, la otra piedra angular sobre la que descansaba el éxito del personaje, seguiría siendo el principal responsable gráfico de la revista durante unos años más, lo cierto es que el nivel de las historias del magacín se resentiría notablemente tras la marcha de Thomas. Sin el amplio conocimiento que Thomas poseía sobre la obra de Robert E. Howard, sobre el Universo Hyborio y sobre el propio Conan, sin esos pequeños detalles que Thomas indicaba a Buscema a la hora de llevar a cabo países, ambientes y vestuarios, la cronología interna de la Edad Hyboria iría desdibujándose cada vez más, desvaneciéndose también poco a poco la continuidad del cimmerio que Thomas había trasladado a los cómics Marvel.

Sea como fuere, este repaso a lo que fue la etapa clásica del magacín más famoso y reconocido de Marvel termina aquí. Tras el despido de Jim Shooter en 1987, el equipo formado por Roy Thomas y John Buscema regresaría de nuevo a las páginas del magacín con el comienzo de la década de los noventa intentando salvar el paulatino declive al que se había visto abocada la revista, y si bien habría algunas historias verdaderamente dignas de haber formado parte de esta primera época de ambos autores en The Savage Sword, lo cierto es que no puede decirse que esta segunda etapa de Thomas y Buscema llegase a tener nunca la frescura de sus primeros años en el magacín. En cualquier caso, si por desgracia eres de los que todavía no conocen las aventuras clásicas de Conan y quieres saber por qué estos cómics, cuarenta años después de su publicación, siguen siendo objeto de culto entre todos los aficionados al cómic y no sólo entre los seguidores de Marvel, introdúcete sin complejos en la Edad Hyboria, el fastuoso universo creado por Robert E. Howard al que durante toda una década dieron forma algunos de los más grandes artistas que trabajaron en Marvel, y descubre por ti mismo las razones que existen detrás de semejante veneración por parte de tantos aficionados. Como se suele decir en estos casos, lo único que tienes que hacer es acomodarte en tu sillón favorito y empezar a leer. Lo demás se encargan de ponerlo Robert E. Howard, Roy Thomas, John Buscema y toda una pléyade de los mejores artistas que ha dado el cómic norteamericano.


La Edad de Oro de La Espada Salvaje de Conan (I)

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