MARVEL HÉROES LA COSA: SECRET WARS
por Óscar Rosa Jiménez


En los últimos años, Panini Comics se ha marcado como objetivo recuperar, de forma cronológica, todas las obras realizadas por John Byrne en lo que podemos considerar su época dorada en el cómic mainstream. El artista de origen inglés y canadiense de adopción debutó en la industria de la historieta a mediados de los años setenta, trabajando para la editorial Charlton Comics, para acabar engrosando las filas del Bullpen de la Casa de las Ideas como dibujante, destacando su labor junto a su compatriota Crhis Claremont. Tras su exitoso trabajo junto al Patriarca Mutante en títulos como Marvel Team-Up, Iron Fist o Uncanny X-Men, se consolidaría como autor completo dando vida al grupo canadiense Alpha Flight (artículo 48) y haciéndose cargo del destino de los 4 Fantásticos a lo largo de buena parte de los años ochenta. Su pasión y cariño por la Primera Familia puso de manifiesto su adoración por el germen del Universo Marvel, así como por el trabajo de Stan Lee y Jack Kirby en la cabecera, en lo que supuso el pistoletazo de salida a este cosmos de ficción, el cual convirtió en un indudable referente para su posterior trabajo. De hecho, a lo largo de su trayectoria profesional en Marvel y DC, dio muestras de querer seguir la senda marcada por el Rey de los Cómics, dando continuación a algunas de sus obras. Por lo tanto, cuando en 1983, en las oficinas de Marvel, el editor Jim Shooter se planteó estrenar una serie protagonizada por el entrañable sobrino de la tía Petunia, Byrne vio la oportunidad de definir el destino de uno de sus personajes favoritos durante los próximos años. Aunque debido a su estatus de estrella del medio en aquellos momentos, la editorial fue la primera interesada en que ello se produjese, por lo que en un principio todos contentos; o puede que no, quién sabe.

El primer personaje del cuarteto que disfrutó de cierta independencia fue la Antorcha Humana, que durante buena parte de finales de los sesenta protagonizó un serial publicado en las páginas de Strange Tales. Como ya comentamos en los inicios de esta sección (artículo 2), a la postre se convertiría en el primer spin-off del Universo Marvel, además de ser el primero de muchos proyectos que tendrían su germen en Fantastic Four, donde un buen número de creaciones darían un salto importante dejando de ser secundarios para convertirse en auténticos protagonistas, sirviendo de paso a una progresiva expansión del Universo Marvel. Durante la década de los setenta, nuestro amistoso vecino arácnido protagonizó un título que se caracterizó por contar en cada entrega con un invitado diferente. Siguiendo este mismo esquema, la Cosa haría lo propio en Marvel-Two-In-One, una colección que llegó a alcanzar el centenar de números ante de dar paso a la cabecera que hoy nos ocupa, titulada The Thing, donde Byrne pudo profundizar a gusto en el personaje, extrayéndolo del núcleo de los 4 Fantásticos durante más de dos años.

El primer contacto de John Byrne con Benjamin Grimm fue especialmente relevante dentro de su carrera, ya que supondría su primer trabajo para Marvel como autor completo. En Marvel Two-In-One #50, número con el que arranca este tomo, el artista escribió e ilustró un relato en el que la Cosa viaja al pasado para intentar deshacerse de su aspecto pétreo, pero que por cuestiones de las complejidades espaciotemporales serviría como punto de inicio a una nueva realidad. Un concepto que más tarde el propio Byrne modificaría para narrar una secuela en el último número de la colección, también incluida en este volumen, que serviría como prólogo a la nueva serie protagonizada por la Cosa, que arrancaría justo al mes siguiente. De ese modo, Byrne realizaba de manera simultánea su etapa con los 4 Fantásticos, mientras tenía la oportunidad de ahondar en algunos aspectos del que confiesa que es su personaje predilecto entre los integrantes del cuarteto. Durante 23 números y algún crossover con Fantastic Four, el personaje tenía la oportunidad de dar el siguiente paso en su evolución en las manos de uno de los grandes artistas de la época. El resultado, a pesar de ser bueno, es quizá uno de los considerados “trabajos menores” del autor, aunque profundiza por primera vez en cuestiones que hoy día forman parte del inconsciente colectivo de los aficionados; pero realmente es Byrne el que siguiendo la línea de sus creadores fue capaz de llevarlas a su siguiente punto evolutivo, aunque algunos aspectos se hayan desmentido con el tiempo o directamente se hayan olvidado.

A diferencia de la mayoría de sus trabajos publicados en aquella época, Byrne solo se encargaría de los guiones, dejando la parte artística a Ron Wilson, que se mantendría incluso tras la marcha del inglés. El dibujante neoyorquino aportó cierta solidez gráfica, a pesar de sus evidentes carencias. Además, en la mayoría de números se limitaba a realizar bocetos, lo que provoca que dependiendo de quién entinte sus lápices el resultado final es más o menos satisfactorio. Su irregular trazo cobra una mayor fuerza ante las tintas del eficiente Joe Sinnott, por ejemplo, quedando perfilada la imagen icónica por excelencia del protagonista. En otras ocasiones, sin embargo, sus deficiencias anatómicas o su particular enfoque narrativo quedan al descubierto. No obstante, el trabajo de Wilson es bastante solvente, dentro de sus limitaciones, permitiendo al lector disfrutar de las propuestas del guionista dentro de un estilo clasicista, aunque a buen seguro que tanto el resultado final como el recuerdo de la obra serían muy diferentes si en el tablero de dibujo se hubiese situado a un autor de renombre a la altura de John Byrne. Independientemente de todo ello, creo que es una lectura interesante, donde el dibujo no está mal pero, sobre todo, porque queda relegado a un segundo plano gracias a la profundidad con la que aborda Byrne a nuestro rocoso protagonista, que nunca tuvo tanta atención centrada en sí mismo.

La etapa de Byrne al frente de la colección tuvo diferentes fases, a pesar de que son parte de un conjunto que cobra mayor sentido en su recta final. Uno de los principales objetivos del guionista es dar una completa autonomía al personaje, ampliando en gran medida aspectos de su pasado. Durante una serie de números autoconclusivos con los que arranca la cabecera, la adorable Cosa de ojos azules nos llevará al corazón de la calle Yancy para reconstruir su infancia y sus orígenes, además de conocer a su primer amor durante su época de universitario. De ese modo, se planta una sólida base sobre la que el personaje se ha construido a lo largo de su existencia, nacido en un barrio marginal de donde debe salir para no convertirse en un delincuente más. El otro pilar sobre el que se asienta el trabajo de Byrne es la forma en la que ahonda en la humanidad del monstruo. El ídolo de millones carga con un lastre emocional debido a su aspecto monstruoso, que desde sus inicios como integrante del cuarteto ha supuesto una pesada losa que sobrelleva con una mezcla de humor y amargura. Byrne va más allá, esgrimiendo una buena parte de sus argumentos en base a este tema, consiguiendo que la mayoría de las aventuras iniciales pivoten sobre el rechazo del mundo hacia los que son diferentes, así como la importancia del interior de una persona sea cual sea su aspecto. Con estos mimbres se desarrollan dos líneas argumentales que cuentan con la presencia de un personaje tan especial como carismático: Mandíbulas; que dejará constancia de que es algo más que un gigantesco perro, con sorpresa incluida. Dos historias particularmente emotivas en la que el drama y la crítica social están muy presentes.

A pesar del marcado tono superheroico, dentro del particular drama existencial del protagonista, la Cosa no tendrá enemigos destacables durante esta etapa. Byrne mantiene un pequeño y necesario cordón umbilical con la serie madre recuperando al Amo de Marionetas, siendo quizá el único villano reconocible que se pase por estas páginas. También presentará a Zapatones, un gigantesco sueco que decide utilizar su invento de forma delictiva, unas botas atómicas, tras ser descartado por considerarse un inmigrante ilegal. Una historia que tendrá su reverso en un relato complementario, con visita de Ben Grimm a las oficinas de Marvel incluida. Por otro lado, un mago del antiguo Egipto despertará el alma inmortal de un esclavo dentro del cuerpo de la Cosa en busca de justicia, creando el caos en la ciudad. Sin embargo, la mayoría de sus antagonistas no son más que un elemento secundario, ya que el foco central se encuentra en Ben y su obsesión por aquello que parece estar fuera de su alcance: una vida normal. En este aspecto, cabría resaltar el giro radical que sufre su relación con Alicia Masters, su amor y principal apoyo durante muchos años, pero para la que Byrne tiene otros planes de futuro, que se cristalizan durante las Secret Wars, las cuales suponen un punto de inflexión tanto para el personaje como para la colección.

Las Secret Wars (artículo 62) sirvieron como herramienta para aislar aún más a Ben Grimm de sus compañeros, consiguiendo esa autonomía que pretendía el autor, viviendo durante meses en el Mundo de Batalla creado por el Todopoderoso. Inmerso en lo que prácticamente podríamos considerar un viaje iniciático, Ben Grimm viajará por el planeta alienígena en una búsqueda de sí mismo, gracias a que por primera vez en su vida puede controlar su transformación de la Cosa a voluntad. De ese modo, la parte humana de Ben tendrá un mayor protagonismo, aunque para salvar la vida o ayudar a otros tenga que recurrir al monstruo de piedras naranjas. A lo largo de un extenso arco argumental bajo el título “Rocky Grimm, ranger espacial”, Byrne nos introduce en la mente del personaje de una forma literal y metafórica para que podamos ser testigos a cada momento de cómo sus inquietudes y sus mayores miedos cobran forma para desvelarse que el gran enemigo de la Cosa no es otro que Ben Grimm. Así se produce un complejo análisis psicológico de nuestro rocoso protagonista que vive sus aventuras enmarcadas en diferentes géneros como la fantasía heroica, el terror o la ciencia ficción. El autor afincado en el país de la hoja de arce da vida también a los grandes anhelos de Ben, personificados en Tarianna, una hermosa joven que se convertirá en su compañera de peripecias a lo largo y ancho del planeta, surgiendo incluso la chispa del amor. Ambos consolidan un fuerte vínculo mientras se enfrentan a las reminiscencias del propio evento, incluyendo la presencia del Doctor Muerte; ayudan a una civilización extraterrestre a defenderse de otra invasora; llevan a un niño rey a su hogar, convirtiéndose temporalmente en una familia; y un sinfín de aventuras que van dejando pistas al lector más atento sobre las intenciones de Byrne, que prácticamente desembocaría en una búsqueda al interior de Ben para intentar devolverle la confianza en sí mismo. Finalmente, tras el desenlace dramático, nuestro protagonista regresa a su hogar.

La parte final de este recopilatorio se centra en el regreso de la Cosa a la Tierra, que lejos de volver al seno de los 4 Fantásticos decidirá seguir con su independencia, debido principalmente a su decisión de romper su relación con Alicia Masters. Aunque Ben había pospuesto la decisión antes de su participación en las Guerras Secretas, tras su terapia de choque en el Mundo de Batalla llegaba el momento de afrontar el tema. Sin embargo, durante su larga ausencia algo había cambiado, ya que la escultora ciega había conocido el amor. De ese modo se inicia uno de los conceptos más atrevidos de todos los que planteó Byrne durante su estancia con la Primera Familia, que vuelve a incidir en el carácter más desgraciado y dramático del personaje. Uno de los superhéroes más poderosos y querido de la Tierra es en realidad alguien amargado e infeliz, cuyo aspecto exterior no refleja lo que hay en su interior. Este es el concepto que plantaron Lee y Kirby en Fantastic Four #1, desarrollándolo a lo largo de su mítica etapa en la colección, y que serviría de punto de apoyo fundamental al trabajo de Byrne, capaz de sumergirnos en un interesante viaje hasta los rincones más profundos de la mente del miembro más carismático de los 4 Fantásticos. Sin embargo, la marcha del autor se produjo en cierta manera de forma precipitada, principalmente por diferencias editoriales; algo bastante habitual en las oficinas de Marvel en aquella época, aunque Byrne también es conocido por su temperamento y su obsesión por el control de sus personajes. Al marcharse a DC, donde lo recibieron con los brazos abiertos para que se encargara de revitalizar a Superman tras Crisis en Tierras Infinitas, Roger Stern, un buen amigo suyo, se encargaría de contar la historia del regreso de la Cosa a los 4 Fantásticos, aunque eso forma parte de la última edición realizada por Panini de la etapa de Byrne en Fantastic Four (artículo 71), y que podríamos decir que este tomo la complementa.

La edición de este recopilatorio está bastante bien, ya que en este formato un volumen de 600 páginas es algo relativamente manejable, teniendo en cuenta los estándares a los que nos tienen acostumbrados las editoriales en los últimos años. Además, con las nuevas entregas, los tomos Marvel Héroes han ganado en robustez y consistencia, dejando atrás esa sensación de fragilidad de sus inicios cuando dejaba de ser un coleccionable quincenal para convertirse en una colección mensual, eliminando en el proceso la limitación de páginas y el precio fijo. Aunque es obvio que la editorial italiana solo pretende recuperar el trabajo de Byrne, hubiese estado bien plantearse la posibilidad de un segundo tomo con la etapa posterior. Realmente es complicado defender esa postura cuando ya de por sí este mismo tomo no está en gran consideración por los aficionados, salvo los más acérrimos seguidores del artista. No obstante, estaría dentro de la línea completista que ha marcado la propia Panini en su recuperación de clásicos durante los últimos años. De todas formas, la reedición de esta etapa ya me parece un adelanto importante. Creo que es una lectura sumamente entretenida, donde podemos ver a Byrne en la plenitud de sus facultades creativas, demostrando que la cohesión del Universo Marvel es más que posible siempre que haya un respeto y cariño por los personajes que se escribe, además de profundizar en la Cosa a niveles muy interesantes, como no se había hecho antes nunca. Por todo ello, así como por el nivel de entretenimiento que ofrece, me parece que esta etapa merece al menos un oportunidad. Y es que, lo creáis o no, ha llegado... ¡La hora de las tortas! Buen provecho.

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