TRANSFORMERS CLÁSICOS USA VOL. 1
por Óscar Rosa Jiménez


En 2014, Planeta DeAgostini comenzó la publicación de una serie de recopilatorios que recuperan la cabecera protagonizada por los Transformers, publicada por Marvel Comics durante la década de los ochenta, poniendo de manifiesto que en la actualidad vivimos una época particularmente interesante en lo que a clásicos se refiere, ya que si no es por una u otra editorial, cualquier cómic parece ser susceptible de volver a las estanterías de las librerías especializadas. Teniendo en cuenta las complejidades que suelen rodear a las licencias de este tipo, en las que intervienen diferentes empresas de la industria del entretenimiento, cuyos cómics pertenecen en la actualidad a IDW Publishing, la reedición de los números incluidos en este volumen ha sido completa, lo cual me parece especialmente destacable, porque en su momento se intentó impulsar las ventas de la colección introduciendo algunos elementos del Universo Marvel. Pero quizá me estoy adelantando a los acontecimientos, por lo que sería mejor empezar por el principio de lo que a la postre sería un acuerdo comercial muy beneficioso tanto para la editorial como para la empresa juguetera.

Los Transformers son una línea de figuras de acción creadas por la compañía Hasbro, en asociación con la empresa japonesa Takara Tomy. Aunque en realidad deberíamos hablar de una estrategia comercial realizada por la juguetera estadounidense, que en 1982 se hizo con los derechos de distribución de las marcas de juguetes japoneses Diaclone y Microman, ambas de Takara Tomy, a las que fusionó y rebautizó como Transformers. Seguramente más de uno ya se habrá fijado en que el concepto de estas creaciones tiene muchas similitudes con los denominados Mechas, un subgénero de la ciencia ficción que resurgiría en los años setenta en Japón, con especial efervescencia en los ochenta, gracias al anime y el manga. De él provienen series mundialmente conocidas como Mazinger Z, uno de sus principales exponentes, aunque hubo muchísimas más. Por lo tanto, a tenor del origen japonés de estos juguetes, que prácticamente fueron importados a los Estados Unidos en un momento de esplendor para este particular género, todo cobra un mayor sentido. El éxito de estas figuras fue arrollador, por lo que poco tiempo después, Hasbro compró todos los derechos de autor y la marca de toda la línea de juguetes en el continente americano y europeo, manteniendo Takara Tomy la producción, comercialización y los derechos de autor en el mercado asiático. Para hacernos una idea de cómo triunfaron en su momento los Transformers, moviendo una cantidad inimaginable de dinero, en 1983, solo un año después del hábil movimiento empresarial de Hasbro, la compañía de juguetes Tonka crea a los Gobots, un concepto que presentaba muchas similitudes con los Transformers, ya que estaba protagonizado por un grupo de robots que se transformaban en vehículos. Además, llegaron a tener incluso una serie de televisión producida por Hanna-Barbera. En sus inicios fue una línea independiente y competitiva, pero en 1991 paso a formar parte de la propiedad intelectual de Hasbro, que rápidamente los fusionó con la franquicia de los Transformers, estableciéndolos en una dimensión alternativa dentro de la misma. Parece obvio que la juguetera no quería arriesgarse con la competencia.

Hasbro y Marvel Comics ya habían colaborado con anterioridad obteniendo excelentes resultados. Recordemos que Rom, el caballero espacial, tras su diseño inicial, había sido desarrollado plenamente en una serie de cómics que publicó Marvel a partir de 1979 a petición de la juguetera, en un intento de promocionar su nuevo lanzamiento. De ese modo, tras hacerse con los derechos de los Transformes parecía lógico repetir la jugada. Además, esto sería reforzado con una potente campaña de marketing, incluyendo su presencia en todo tipo de publicaciones, anuncios de televisión o expositores, que sería apoyada por una serie de televisión producida por Sunbow Productions y Marvel Productions, que después pasaría a las manos de Hasbro Productions, evitando intermediarios. Siguiendo esta línea de promoción, la juguetera le encarga una miniserie de cuatro números a Marvel Comics, pero de nuevo el éxito lo cambiaría todo, provocando que su publicación se prolongase durante ochenta entregas, siendo cancelada en 1991. Jim Shooter, el Editor en Jefe de la Casa de las Ideas en aquel momento, recibe un suculento contrato para poner en marcha este proyecto en 1984, siendo responsable de establecer una línea argumental básica que definiría a los Transformers en su posterior desarrollo tanto en los cómics como en otros medios. En esta labor participaría inicialmente Dennis O' Neil, que venía amparado por el éxito cosechado en su revolucionaria etapa de Green Lantern/Green Arrow para DC Comics, así como por escribir y editar títulos tan importantes como Daredevil, The Amazing Spider-Man y The Invincible Iron Man. Sin embargo, su borrador inicial fue desestimado por Shooter, considerando su trabajo como algo inaceptable, a pesar de que llegó a cobrarlo, salvo por algunos detalles. El más importante de ellos sería el nombre del líder de los Autobots: Optimus Prime.

Llegados a este punto, Shooter tuvo que buscar rápidamente un sustituto, según parece en mitad de un fin de semana que coincidía con la fiesta de Acción de Gracias, que desarrollara la idea en apenas unos días. Entre los diferentes candidatos, el encargo acabaría recayendo en las manos de Bob Budiansky, un polifacético artista que trabajó en la Casa de las Ideas a lo largo de veinte años, destacando su prolongada estancia como dibujante en Ghost Rider, o su etapa como editor de Daredevil y Fantastic Tour. No obstante, terminaría íntimamente ligado a esta franquicia, llegando incluso a trabajar en ella fuera de Marvel. En el mencionado fin de semana daría forma a una serie de biografías que definían a los Transformers originales, creando a la mayoría de los personajes, incluyendo al líder de los Decepticons, Megatron, entre otros. Su trabajo se añadiría más tarde a los embalajes de cada figura, ofreciendo así una personalidad única a cada juguete. No obstante, no escribiría la serie hasta el número cinco, por motivos que escapan a mi comprensión. La publicitada inicialmente como serie limitada estaría a cargo de Bill Mantlo y Ralph Macchio en su número de presentación, siendo este último sustituido por Jim Salicrup en la segunda entrega, que se ocuparía en solitario de los guiones en los dos números siguientes de la miniserie, justo antes de convertirse en una cabecera mensual. En este volumen se incluyen las trece primeras entregas de esta etapa inicial de la serie.

Los cuatro primeros números de esta colección no solo se caracterizan por ser una serie limitada que se vio superada por el éxito, prolongando su estancia en los puntos de venta. En ellos también se establecen las bases sobre las que se asientan la franquicia hasta hoy día. Y no me refiero solo a los cómics, incluso la reciente saga de películas de Michael Bay se nutre en gran medida de lo que Marvel desarrolló para su serie de cómics. Hay muchos conceptos y argumentos que parten de estos tebeos clásicos. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que los Transformers eran prácticamente una tabula rasa sobre la que construir todo un Universo, y eso precisamente fue lo que hicieron en Marvel Comics, a partir de un bosquejo inicial de Shooter y el trabajo posterior de Budiansky. Sin embargo, debo reconocer que desde la perspectiva actual cuesta entender el éxito de una serie que empieza de un modo tan flojo. Los dos primeros números son especialmente duros. Mantlo y Macchio no consiguen dar fluidez a sus guiones, apoyados en recargados cuadros de textos o en diálogos más propios de un anuncio promocional que de un cómic. La historia gira en torno a Cybertron, un mundo máquina donde la vida había evolucionado. La interacción de poleas, engranajes y palancas engendraron de manera natural a seres pensantes, que serían conocidos como los Autobots. Por otro lado, en una facción disidente de este paraíso mecánico se encuentra el malvado Megatron, comandante de los autodenominados Decepticons. Ambos grupos se verían inmersos en una encarnizada guerra que se desarrollaría en el seno de su planeta. Durante una misión dirigida por Optimus Prime para evitar la colisión de un cinturón de asteroides, Megatron y los suyos aprovechan el momento de debilidad de los Autobots tras evitar la catástrofe, pero sufren un accidente y el Arca, la nave en la que todos se encuentran, se estrella contra la Tierra, quedando inactivos en el interior de un volcán durante cuatro millones de años, hasta que este entra en erupción, lo que provoca que se reactiven. Despiertan en 1985, entonces el Arca los dota de la habilidad para transformarse en lo que cree que es la forma de vida predominante, de manera que puedan mimetizarse con el entorno. Los Autobots serán vehículos de diferente índole, dependiendo principalmente de sus habilidades, mientras que los Decepticons se pueden transformar en armas y elementos de comunicación como la tan de moda cinta de casete de la época, entre otros artilugios. De ese modo, la guerra comenzada en Cybertron se traslada a nuestro planeta, donde el impacto de ver a estos seres de gran tamaño causará cierta desazón y algo de miedo, a pesar de que Optimus Prime pondrá por encima de todo la protección de los inocentes, sintiéndose responsable de haber traído el conflicto al planeta.

Sinceramente, no sé si es por la ingente cantidad de personajes que se presentan al lector en cada página, o simplemente por su falta de ritmo en cuanto a narrativa. La cuestión es que la serie limitada comienza de una forma densa. Puede que en las oficinas de Marvel se dieran cuenta de ello. Sea como sea, en el tercer número deciden incluir la presencia de un invitado de excepción para fomentar las ventas del proyecto. Desde un principio, la Casa de las Ideas dio pequeñas muestras de que todo esto sucedía dentro del Universo Marvel que todos conocemos. Aunque hasta el momento solo eran pequeños detalles para el aficionado más atento, como la canción de una cantante llamada Dazzler sonando en la radio. No obstante, en la tercera entrega hace aparición uno de los buques insignias de la compañía: Spiderman. La idea surgió de Jim Salicrup, que no solo era el guionista de aquella entrega, sino también un experimentado editor de Marvel. Por el contrario, se rechazó inicialmente la propuesta, ya que el personaje formaba parte en ese momento de una línea de juguetes propiedad de Mattel, vinculado a la maxiserie Secret Wars (Artículo 62). A pesar de ello, en la Casa de las Ideas le expusieron a la juguetera que solo era una estrategia comercial para mostrar el nuevo traje negro de Spiderman en The Transformers, mientras que su figura de acción iba vestida con su indumentaria roja y azul habitual. Finalmente, Mattel fue convencida, pero lo que desconocían es que en Secret Wars #8, el uniforme creado a partir de un simbionte se convertiría en el traje oficial del Trepamuros, obligándolos a elaborar una nueva figura que reflejara este cambio en el personaje. Además, para reforzar estos lazos de unión con el Universo Marvel, tendría lugar un cameo de Nick Furia y algunos de sus agentes de SHIELD.

No sabría decir si fue la presencia de estos invitados, el abrumador trabajo de marketing o simplemente la atracción del público infantil por los Transformers, pero lo cierto y verdad es que a pesar de que en la portada de la cuarta entrega seguía figurando el encabezado de serie limitada de cuatro números, en la escena final del cómic se deja bien claro que ese no era el final. A partir de ese momento, Bob Budiansky toma las riendas de la colección, y hay que reconocer que gracias a él se nota una mejoría casi inmediata, la cual sería progresiva en las siguientes entregas. Bill Mantlo y Ralph Macchio no supieron imprimir ritmo, Salicrup no lo hizo tan mal, pero parecía demasiado centrado en explotar las limitaciones de los Transformers, sacando a relucir su necesidad de carburante, uno que no se podía encontrar en la Tierra, por lo que ponía en un serio aprieto a los protagonistas. De ese modo, se introducían algunos secundarios importantes para el devenir la colección como el mecánico Sparkplug Witwicky y su hijo Buster, los cuales serían desarrollados en mayor profundidad por Budiansky. Pero no solo los guiones suponen un lastre para este arranque de colección, el apartado gráfico tampoco ayudaría, con un Frank Springer venido a menos, que ni con diferentes entintadores presentaría un trabajo mínimamente respetable. Tengo la impresión que no es un problema de los materiales de reproducción, ya que tenemos unos trazos gruesos bien definidos y cierta nitidez en los dibujos. Sin embargo, el artista realiza ilustraciones muy toscas, con poca definición en la tecnología, algo capital en un título donde prima la ciencia ficción y el componente bélico. Es obvio que Springer no atravesaba su mejor momento y aquí realiza un trabajo alimenticio más, ofreciendo un resultado bastante pobre. Desgraciadamente, los números incluidos en este recopilatorio no destacan precisamente en el apartado gráfico, aunque sí es cierto que ninguno llegaría a los niveles de Springer. Alan Kupperberg sería su sucesor mejorando mucho la estética, algo que no era especialmente complicado, al igual que sucedería con William Johnson, o con la esporádica aportación de Ricardo Villamonte. Sin embargo, curiosamente, los mejores momentos gráficos correrían a cargo de Herb Trimpe bajo las tintas de Al Gordon o Tom Palmer. Y es que mientras Budiansky se mantenía firme en la máquina de escribir, por el tablero de dibujo parecían estar jugando al juego de las sillas, porque nadie duraba demasiado, a pesar de ser un título impulsado por las ventas y un encargo que al proceder de una licencia estaba mejor pagado.

Aunque hay que reconocer que Salicrup sentó bastantes bases sobre el futuro de los personajes, Budiansky fue quien realmente supo sacarles partido. Además, comenzó a no entorpecer a los dibujantes con recargados textos, permitiendo que la narrativa gráfica hablase por sí misma. La eterna rivalidad entre los Autobots y los Decepticons dejaría de tener como objetivo el carburante, un tema que casi acaba olvidado, a pesar de que en algunos momentos prácticamente no podían ni desplazarse. En un primer plano estaría la conquista de la Tierra y la dominación de los seres humanos, en lo que podríamos definir como una rebelión de las máquinas. Asimismo entra en escena la matriz de la creación, un poderoso elemento que permitiría a Shockwave crear más Decepticons para facilitar la dominación del planeta, que se encuentra dentro del propio Optimus Prime, pero que servirá para iniciar un línea argumental en la que germine una colaboración entre los humanos y los Autobots contra su enemigo común. El guionista trabaja en un formato similar al televisivo, construyendo en la mayoría de las ocasiones aventuras con misiones concretas dentro del conflicto, que presentan por un lado números más o menos autoconclusivos, pero por otro incluyen pequeñas subtramas que mantienen cierto hilo argumental de fondo. Esto permite que el lector pueda familiarizarse con personajes concretos, sin sentirse abrumado por la presencia multitudinaria de robots de ambos bandos a los que no termina de identificar. También permite explorar el concepto en las distancias cortas, incluso trasmitir algún tipo de enseñanza moral, como en la historia protagonizada por Slick, un perdedor que se topa con una pistola muy especial que le permite cumplir uno de sus sueños, aunque se dará cuenta demasiado tarde de que por el camino deberá sacrificar algunas cosas a las que no le había dado la menor importancia. Además se profundizaría en el tiempo en el que los Autobots permanecieron en suspensión en la Tierra Salvaje, se presentarían a nuevos personajes como los Dinobots y los Constructicons, protagonistas de nuevas líneas de figuras en el futuro, que no pararían de aumentar, al igual que el éxito de la serie. Cabría señalar la inclusión de algunos argumentos que comienzan a explorar las diferencias existenciales entre el hombre y las máquinas, llegando al punto de conflicto por el obvio choque de intereses. En esa línea estarán G. B. Blackrock, poseedor de una plataforma petrolífera de la que se adueñan los Decepticons, por lo que formará parte del frente de rebelión contra los invasores; y Josie Beller, una brillante informática que queda inmovilizada de cuello para abajo tras el ataque de Megatron a una de las empresas de Blackrock, la cual resurge bajo la identidad de Circuit Breaker, utilizando una revolucionaria tecnología para llevar a cabo su venganza contra los robots alienígenas.

Siendo honesto, y a tenor de lo que ofrece este tomo, realmente no entiendo cómo aquella miniserie inicial tuvo tanto éxito. Desde luego, visualmente no era algo destacable, y los guiones eran propios del contenido adicional de un embalaje de una figura de acción. Todo es muy estático, apenas sin ritmo, y la experiencia lectora se resiente muchísimo. Sin embargo, contra todo pronóstico, la serie comienza a arrancar cuando llega a la cabecera Bob Budiansky, que es el padre del concepto original, y el que verdaderamente sabe cómo desarrollarlo y en qué dirección quiere hacerlo evolucionar. En ese aspecto, vemos una evolución positiva progresiva hasta el último número de este tomo, en el que su contenido está dentro de unos parámetros más aceptables y es más acorde a lo que uno espera ver en una serie que se publicó durante la gloriosa década de los ochenta en Marvel Comics. Aunque debo reconocer que ha supuesto una pequeña desilusión porque esperaba un poco más de esta cabecera pero, como se suele decir, esto solo acaba de empezar...

Finalmente, la edición que ofrece Planeta DeAgostini es bastante sólida en el encuadernado y con un papel acorde al coloreado de la época, pero sin puntitos, ya que ha sido restaurado para esta edición, que suponemos debe de estar basada en la misma que puso a la venta IDW Publishing. Realmente está dentro del estándar de calidad que podemos ver en las ediciones españolas de clásicos. Quizá habría que destacar un aspecto realmente novedoso, ya que la editorial barcelonesa no solo pone a la venta el tomo en formato físico, sino que, además, ofrece la oportunidad de por prácticamente la mitad de su precio adquirirlo en formato digital, con el consiguiente ahorro de espacio y dinero. Soy consciente que seguramente esta no sea una opción demasiado exitosa entre los aficionados a este tipo de tebeos clásicos, pero quizá abre la posibilidad a introducir en el mercado un tipo de publicaciones a precios asequibles y económicos, aunque sea de un modo poco convencional, pero que cada vez está más extendido en los libros. De ese modo, se pone de manifiesto que los Transformers siempre van un paso por delante de nosotros en el uso de la tecnología, ya sea a mediados de los ochenta o en el propio siglo XXI. Ahora solo falta que sus vehículos incluyan un lector de CD, tiempo al tiempo.


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