por Angelus A los 17 años de edad se gradúa en la School of Industrial Art de Manhattan, en su Nueva York natal, que cuenta con un buen número de alumnos de brillante trayectoria en la industria del cómic. Nombres como Joe Orlando (Mad Magazine), Dick Giordano, Neal Adams, Larry Hama o dos de sus influencias reconocidas Carmine Infantino y Alex Toth pasaron por esta institución, además de otros creadores en otros sectores como Calvin Klein. Antes de ser reclamado por el ejército pasa un tiempo realizando bocetos en Timely Comics donde conoce a Stan Lee y luego realiza trabajos como freelance para Atlas, por ejemplo, en Captain America Comics (1941). A su vez, trabaja para DC Comics en series de corte romántico como Girl’s Love Stories o Young Love. Más tarde, vuelve como freelance a Marvel Comics, entintando la portada de Jack Kirby y los lápices de Don Heck en The Avengers #23. Romita se sentía cómodo entintando y pretendía enfocar su trabajo en ese aspecto, sin embargo Stan Lee acabó convenciéndolo para dibujar a Daredevil. La marcha de Steve Ditko de Marvel plantea un gran problema a la editorial y el “marrón” de hacerse cargo de la cabecera de Spiderman recae sobre los hombros de un John Romita que se muestra reticente de inicio, aunque acaba aceptando el reto y trata de no romper con el estilo de su predecesor pensando que iba a volver, pero no lo hizo y eso dio pie a que Lee le concediera una mayor libertad creativa sabedor del potencial que atesoraba el neoyorquino. Desde luego, a partir de ahí, sí podemos decir aquello de “El Universo Marvel no volverá a ser el mismo”. Llegados a ese punto, asistimos a la liberación de un Romita que a las influencias mencionadas anteriormente suma otras como Milton Caniff o el extraordinario pintor e ilustrador Coby Whitmore, que también influenció de forma notable en John Buscema, por ejemplo (artículo 38). Es bastante común encontrarse a lectores que comparan el trabajo de Ditko y Romita en base a un criterio único, cuando son prácticamente agua y aceite. En Ditko la atmósfera es casi claustrofóbica incluso en entornos abiertos y con John es como abrir la ventana para respirar aire fresco cada vez que se lo propone. También a la hora de realizar a los personajes encontramos una clara diferencia, Romita construye sus figuras partiendo de una base sólida cimentada en la estructura ósea. La precisión en la línea y todos los recursos que se necesitan para llevarla a cabo no son ningún misterio para un John Romita que sin renunciar a la expresividad tiene también como objetivo la belleza de la obra, algo que no suma puntos en términos de calidad objetiva. Aunque sea debatible el exceso de idealización tanto en hombres como en mujeres del medio, a nadie le amarga un dulce y entre otras cosas existe consenso respecto al beneficio que supone el tratamiento que las mujeres que realiza, muchas de ellas extraídas de su afición por el cine como la actriz Ann Margret Olsson, que sirvió de modelo para Mary Jane. Su canon de belleza afectaría a todos y cada uno de los personajes de sus trabajos, sólo el cambio de Peter Parker merecería un artículo extenso acerca de lo que implica, pero sin duda ese enfoque favorece una representación más amena y menos exigente con el espectador sin que eso signifique simpleza, porque no la hay. De hecho, el autor se pregunta en numerosas ocasiones acerca de lo que está dibujando y lo plasma en pequeños detalles deliciosos como esa mochila de redes para guardar la ropa civil. Esa conciencia acerca del trabajo le otorgó la posibilidad de ser escuchado a menudo por los guionistas. Para finalizar, si algo representa para mí Romita Sr. es el equilibrio, la vía perfecta en la que sintetizar la expresividad, la eficacia en la narración y un gran dominio de los elementos compositivos de Kirby o Ditko con el uso de figuras concebidas desde un estándar académico a las que se dota de un movimiento creíble aunque estén realizando acciones imposibles. El estilo de Romita es extremadamente reconocible, algo que tampoco es siempre sinónimo de calidad pero que en su caso nos asegura un mínimo de agilidad y elegancia sustentada en la simplicidad formal. Esa aparente falta de complejidad hace que se convierta en uno de los autores más recomendables para iniciarse en el mundo del cómic. No sólo para el lector, también para aquellos que pretendan iniciar una carrera profesional en el sector; y es que Romita es un libro abierto del que se debería beber obligatoriamente. |
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