por Óscar Rosa Jiménez Tengo que reconocer que cuando abordé la lectura de este libro me esperaba otra cosa. Es imposible no encontrar en Internet alguna reseña más o menos elaborada sobre él, cuya crítica es generalmente positiva, sobre todo elogiando lo adictiva que es su lectura. Y, ciertamente, es verdad. Si realmente sois amantes de los cómics y os interesa un poco el mundillo, a poco que empecéis a leer el prólogo ya estaréis irremediablemente enganchados hasta el final; no obstante, es una lectura bastante densa. Este hecho no implica necesariamente que sea aburrido, pero está escrito con una extraña combinación de rigurosidad periodística, narrativa biográfica e histórica y un tono crítico propio. Realmente es inexplicable como un ensayo de estas características consigue proporcionar una experiencia lectora tan apasionante. Además de las constantes notas a pie de página, un recurso cada vez menos utilizado en publicaciones orientadas a la divulgación, incluye un riguroso compendio con las citas procedentes de las múltiples entrevistas que ha necesitado el autor para dar forma a su obra, junto a un índice que se me antoja imprescindible para revisar ciertos pasajes, ordenando alfabéticamente autores y personajes e indicando las páginas en las que se menciona cada uno de ellos. Se trata de un auténtico mamotreto de más de 500 páginas en las que se disecciona la historia viva de Marvel Comics, desde un poco antes de su concepción hasta prácticamente nuestros días. Sin duda alguna, un increíble trabajo de investigación que nos introduce en un auténtico psicodrama humano, ayudándonos a conocer un poco mejor cómo cobró forma la magia Marvel, a principios de los sesenta, en una pequeña oficina de la avenida Madison de Nueva York, donde la realidad superó con creces a la ficción. A pesar del desglose de contenidos poco atractivos con el que he empezado este artículo, no quiero que nadie se confunda: el libro es una lectura obligada a poco que te interesen mínimamente los cómics y su mundo. Sinceramente, tras haber devorado su contenido, y reconociendo que me esperaba algo un poco más rápido de leer, el resultado final es magnífico. Howe consigue un tono en su narrativa que te mantiene hipnotizado, evitando que aprecies que estás pasando página tras página a una velocidad inusitada. Cabe destacar el hilo conductor de la historia que une cada uno de los pasos de ciertas figuras representativas de la editorial a los grandes hitos que tuvieron lugar en las viñetas. De ese modo, sitúa de una manera magistral en su contexto histórico la llegada de Galactus, el estreno de la serie de Hulka y de otros personajes para mantener la licencia sobre los mismos, o la concepción de diferentes líneas editoriales como el sello Epic. Todo ello sin dejar de lado los diferentes problemas económicos, los despidos, las desavenencias creativas y un sinfín de situaciones que posiblemente nos suenen de algo, pero que aquí descubrimos con todo lujo de detalles. Si bien es cierto que se destila cierto toque periodístico, a fin de cuentas el autor es un consumado editor y suele escribir críticas en afamados periódicos estadounidenses, su prosa es clara y concisa. No cabe duda de que destila cierta pasión contagiosa sobre aquello que escribe, trasladándola al lector, que se deja llevar de la mano en un paseo por la historia más desconocida de una de las principales compañías de la industria del cómic norteamericano. Difícilmente se podía hacer mejor. A pesar de que te está bombardeando con una lluvia de cifras y estadísticas de la bolsa, o introduciéndote en el complejo mundo de la economía bursátil y los tiburones de Wall Street, sigues aferrado a tu lectura pasando páginas como un poseso para conocer cómo avanza la apasionante historia de la que ya conoces su final. Pero si la forma en la que está escrito este ensayo tiene su mérito, donde realmente radica su éxito es en cómo disecciona la intrahistoria de la Casa de las Ideas, desnudando el Bullpen para el lector, de forma que su percepción sobre los entresijos de la editorial cambia radicalmente. Aunque Howe se mantiene distante a la hora de decantarse por un bando en las diferentes rencillas en las que se ven envueltos los trabajadores de Marvel a lo largo de su historia, no deja de lado su carácter crítico tanto hacia el comportamiento de la mayoría de artistas como al de los diferentes magnates empresariales, cuyo papel será en ocasiones más importante que el de los propios cómics que se vendían en los kioscos y librerías especializadas. De hecho, esto nos llevará a un punto en el que la industria del cómic queda retratada como un gigantesco consorcio dispuesto a explotar el sector del entretenimiento, sin importar demasiado la calidad de sus productos, solo las indecentes cantidades de dinero que podían amasar cuánto antes mejor. Desde los propios inicios de Timely, fundada por Martin Goodman, veremos cómo la figura del empresario suele tener un importante peso, desplazando en algunos momentos a la creatividad. El propio Goodman, que a pesar de ser un hombre con un buen olfato para los negocios también conocía el mundo editorial, queda retratado como un magnate que no solo fundará una editorial de la nada, enriqueciéndose de paso, sino que será en parte el responsable de que aquello que empezó como una pequeña empresa familiar se convierta en un conglomerado empresarial mediante diversas absorciones, ventas de licencias y diferentes negocios en las más altas esferas. Desde luego, aquel famoso partido de golf fue decisivo en su vida. Sin embargo, hay partes de la otra historia de Marvel que quizá no sean tan sorprendentes. Un poco sí, claro. Sobre todo cuando se revelan detalles que nos hacen ver cómo algunos trabajadores de la incipiente editorial duplican o triplican sus ingresos en muy pocos años, dejando meridianamente claro que el éxito del Universo Marvel fue realmente meteórico a niveles que nunca hubiésemos imaginado, o que difícilmente habíamos cuantificado realmente. Es precisamente ese aspecto uno de los que más fisuras generará entre todos los implicados en este drama, ya que el éxito conllevará que algunos se enriquezcan con contratos que rivalizan con estrellas del cine o de la música, mientras otros morirán en la indigencia. Además, los egos camparán a sus anchas por el Bullpen, de manera que algunas heridas no lleguen a cicatrizar nunca. El ejemplo más evidente lo tenemos en el jovial Stan Lee, cuyos diferentes ascensos en la editorial le llevan a disfrutar de un sueldo de algo más de medio millón de dólares de manera vitalicia, siempre en una permanente disputa por los derechos de sus creaciones frente a Jack Kirby y Steve Ditko. Este triángulo protagonizará una áspera historia que se prolonga a lo largo de las décadas y que supuso en cierta medida el inicio de la lucha de los autores por los royalties. Hay escenas realmente significativas, en las que podemos apreciar cómo los padres del Universo Marvel tuvieron un agrio divorcio creativo que fueron incapaces de superar. Kirby, al que todos acaban definiendo como un jugador de equipo, el corazón que impulsó la primigenia editorial hasta límites increíbles, atravesó épocas en las que llegó a ser objeto de burlas internas. Aunque el paso del tiempo, junto al impresionante historial creativo del Rey, pone las cosas en su sitio, hay momentos muy tristes en la biografía de este magnifico autor, cuyas capacidades difícilmente han sido superadas. Algo similar sucede con Steve Ditko, que llegó hasta el punto de trabajar años en la misma serie que Stan sin dirigirle la palabra. Después, estarían muchos años intentando establecer quién creó qué. Cómo no podía ser de otra forma, con el paso del tiempo, todo este tipo de cuestiones nos introducen en un escenario recurrente: las salas de los juzgados. Una de las características que siempre se nos ha vendido, era el buen ambiente que se vivía en el Bullpen de Marvel. Aunque se podría decir que hubo momentos muy felices, en los cuales estaban tan unidos que parecían una familia, la felicidad no fue eterna. Mientras que en sus inicios Stan Lee animaba e incordiaba a partes iguales tocando la ocarina, a medida que crecía la empresa y se establecía una jerarquía piramidal típica de cualquier compañía de grandes dimensiones, las diferencias creativas abrían una brecha que difícilmente conseguiría cerrarse. Curiosamente, la creatividad, ese factor que se suele asociar a los artistas, se veía limitado una y otra vez por mandatos editoriales, o por la incesante tentativa de dar una imagen pulcra para poder dar el salto al cine, la televisión o el merchandising. Este sería un aspecto que en cierta forma se repetiría en plenos años noventa, demostrando que en esta vida todo es cíclico. Tanto es así, que veremos cómo la empresa alcanza cifras de ventas inimaginables para, poco después, caer en la bancarrota, estando a punto de desaparecer. Ese mantra que estoy seguro que muchos aficionados conocerán, y que incluso se ha trasladado en más de una ocasión al mercado de nuestro país, sobre el apocalipsis de la historieta, veremos cómo está asociado a un mercado fluctuante, que jamás ha conocido la estabilidad, pero que siempre consigue resurgir de sus cenizas. Otro de los aspectos interesantes del libro es poder revivir los diferentes cambios generacionales que ha sufrido la Casa de las Ideas. De aquellos comienzos de Goodman, con un personal muy reducido que tenía que hacer auténticos malabares para entregar a tiempo, acompañados de la secretaria Flo Steinberg, una atractiva joven que haría las delicias de los fans de Marvel en la década de los sesenta, pasaríamos a una nueva generación de autores procedentes de la universidad, un lugar en el que el propio Stan quiso cultivar el núcleo de sus seguidores, en los primeros intentos por dotar al medio de cierta relevancia. En esa nueva hornada de la que saldrían nombres tan celebres como Jim Starlin, Steve Gerber o Steve Englehart, entre muchos otros, destacaría con fuerza la introducción de una nueva herramienta para fomentar la creación de ideas y conceptos: el LSD. En una década dominada por la protesta social y el movimiento hippie, un buen número de guionistas y dibujantes se reunían en sesiones de auténtica psicodelia para dar forma a sagas que se convertirían en grandes clásicos de Marvel. Pero en esta vorágine creativa, destaca con especial fuerza un joven prodigio que escribió su primer cómic a los 14 años. Tras iniciar su carrera en DC, llegaría Jim Shooter, que rápidamente escalaría puestos hasta convertirse en el Editor Jefe de Marvel, ganándose a pulso una pléyade de enemigos en el camino. La figura de Shooter tendría un papel muy importante en la evolución de Marvel, transformando muchos aspectos importantes de la industria, por lo que recibe mucha atención en este libro. Teniendo en cuenta que sobre la trayectoria del gran Jim han corrido auténticos ríos de tinta, posiblemente haya quien piense que Howe no ha podido contar nada especialmente nuevo. Sin embrago, os puedo garantizar que gracias al contexto en el que se nos sitúa, podremos ver a Shooter con otros ojos más benevolentes, teniendo en cuenta la situación que se encontró al iniciar su mandato. Sin embargo, esto no justifica muchos de sus actos, pero sí que se entienden algunas cuestiones al tener mayor perspectiva de los acontecimientos. Difícilmente podrá dejar de ser ese ogro que prácticamente está implantado en el inconsciente colectivo, pero al igual que veremos con otros ojos la afabilidad y la charlatanería de Stan Lee, que acaba cobrando simplemente por ser una imagen corporativa, nuestras opiniones sobre determinados autores que tendrán un dilatado papel en esta otra historia oculta de Marvel, serán un poco distintas al concluir el libro. Es muy complicado sintetizar el torrente de información que nos ofrece Howe en su ensayo. Tampoco creo que sea totalmente necesario, pero con estas pequeñas pinceladas espero haber llamado vuestra atención, sobre uno libro especialmente interesante cuyo título se ajusta perfectamente a su contenido, ya que nadie hasta entonces había profundizado en la trayectoria de Marvel de este modo. Realmente estamos ante una historia jamás contada, una que nadie debería perderse. Como colofón, Panini Books incluye un capítulo final dedicado a la historia de Marvel en España, escrito a cuatro manos por Julián Clemente y Alejandro Martínez Viturtia. Ambos nos introducen en los inicios de Vértice, las vicisitudes de Brugera y Surco, la trayectoria de Forum y la llegada de Panini, poseedora de los derechos de Marvel en Europa desde mucho antes de coger las riendas de la publicación de tebeos en nuestro país. En poco más de 50 páginas, tenemos una disección del mundo editorial en nuestra querida piel de toro, incluyendo algunas revelaciones especialmente interesantes como el inicio de la línea Excelsior o la progresiva asimilación del mercado americano por parte de nuestro país, dejando atrás los vicios adquiridos que tanto costaron eliminar. Además, destaca cómo el fandom de este país ha jugado un papel importante en la evolución editorial, demostrando que nunca hay que dejar de prestar atención a los aficionados. En definitiva, un libro muy completo, que nos ayuda a conocer el mundo de los cómics desde una perspectiva totalmente diferente, para enseñarnos que a veces la historia detrás de las viñetas es tan apasionante o más que la de lo propios cómics. Os invito a ver con vuestros propios ojos cómo cambia Marvel para siempre y, por primera vez, nadie podrá hacer nada por impedirlo. |
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