por Óscar Rosa Jiménez La publicación de este tomo supone un nuevo hito histórico en el panorama comiquero de nuestra querida piel de toro. Después de prácticamente 25 años desde su concepción, la etapa de Alan Moore con el personaje deja de estar dentro del mercado especulativo, aunque nadie se esperaba una jugada maestra digna de un ajedrecista soviético. Después de poner la miel en los labios del lector con los dos tomos anteriores (caros, pero más o menos accesibles), damos a un salto cuantitativo importante, rompiendo incluso la barrera psicológica de los 30 €, para dejarnos un tomo de más de 300 páginas, de las cuales prácticamente el 60 % son extras. Y no unos extras cualquiera, no. Hay más de 100 páginas sobre la evolución creativa de las viñetas del interior, que casi parecen una lección destinada a futuros aspirantes a dibujantes profesionales. En esta ocasión, la culpa no es de Panini Comics, al menos no toda, porque alguna sí que tiene. Según parece, una de las condiciones impuestas en las complicadas negociaciones destinadas a la recuperación de este material, obligaba a no modificar ningún contenido a la hora de publicarlo en otros países, ofreciendo un clon del producto original publicado en Estados Unidos. Hasta aquí, poco podemos hacer, la verdad, sobre todo conociendo la auténtica odisea que se ha vivido para poder ver hecho realidad este sueño. No obstante, el precio, esa cuestión que recae en las competencias de un departamento que parece tomar decisiones con un lanzamiento de dados, no puede dejar indiferente a nadie. 34.95 € por 328 páginas, de las cuales solo 146 son historieta, el motivo por el que se presupone que alguien compra este tipo de productos, no tiene una lógica comprensible. Y, por favor, que ningún voluntario se saque de la manga una inverosímil tabla de precios según el número de páginas que, a estas alturas, es un recurso demasiado explotado. Llegados a este punto, la cuestión es la de siempre: el aficionado debe decidir si apoya este tipo de movimientos empresariales o, por el contrario, claudica y completa, por fin, una de las mejores obras que ha salido de la fértil mente del “Guionista Original”. La respuesta a esta cuestión debe ser de carácter personal, por supuesto, aunque debo reconocer que la tentación es muy grande. Si hay algún tebeo por el que quizá merezca la pena esta “bajada de pantalones” metafórica, ese es el Miracleman de Alan Moore, no me cabe la menor duda. Pero también entiendo perfectamente a aquellos que, por amor propio, no apoyen este tipo de publicaciones, para no mandar un mensaje equivocado a las editoriales. Sin embargo, viendo la cada vez mayor afluencia en las librerías de material caro y con similares características, me pregunto si realmente es posible poner freno a esta especie de “burbuja comiquera” que parece estar creándose. El futuro, como suele ser habitual, será quien ponga las cosas en su sitio, para bien o para mal. Esperamos estar aquí para verlo. Dejando a un lado este tipo de cuestiones, que solo sirven para expresar la frustración y la impotencia de un servidor ante los atentados que sufre en algunas ocasiones la cultura en este país, nos centramos en los contenidos que, bajo mi punto de vista, hacen de esta una obra magna y el paradigma perfecto de la evolución del género. Nuestro querido y barbudo “Guionista Original” nos invita a asistir al último acto de un drama cuyo principal objetivo es profundizar en el impacto que producirían los metahumanos en la sociedad real. Obviamente, esto es solo la punta del iceberg, Miracleman es una obra mucho más compleja. La mayoría de los guiones de Alan Moore deben diseccionarse, ya que incluyen diferentes capas de lectura. Cómo si de una matrioska se tratara, debemos pasar de un concepto a otro hasta llegar al núcleo de todo, aunque quizá no es tan importante lo que hay al final, sino lo que aprendemos por el camino. En esta fase final, la estructura narrativa alcanza un nivel extraordinario, convirtiéndose en un tebeo tan denso como interesante. La reflexión es tan profunda que solo puedo quitarme el sombrero ante un genio de este calibre, capaz de convertir un cómic en literatura ilustrada. Muy pocos tebeos, dentro del género o fuera de él, ofrecen tanto en tan poco espacio. Sobre todo por esa capacidad de profundizar en conceptos que lo convierten en un producto adelantado a su tiempo en décadas, de manera que a día de hoy sigue ofreciendo una lectura con mucha fuerza y frescura. El propio título ya es una declaración de intenciones. El Olimpo, ese entorno extraído de la mitología griega que tiene su contrapartida real en una montaña de dicho país, no es más que la forma de hacernos ver que los superhéroes en el mundo real serían considerados dioses. La analogía con esas deidades nos introduce tímidamente en la religión, aunque ese es un tema que el autor parece querer dejar al margen. Al fin y al cabo, la base de la obra sigue fundamentándose en las ideas de Nietzsche, como explicamos en el artículo anterior. La filosofía y el pensamiento racional nunca se han llevado bien con el misticismo y la religión, por lo tanto no es de extrañar que sea algo hecho adrede. Bajo ese punto de partida se abre un increíble abanico de posibilidades sobre el impacto emocional y social que supondría el comienzo de una era de prodigios, en la que lo metahumanos tomarían conciencia de su poder y lo utilizarían para hacer el bien en el mundo, aunque para ello se produzca un cambio radical a todos los niveles. Mientras muchos autores han utilizado este concepto una y otra vez a posteriori, nadie ha sido capaz de hacerlo llegar a los límites a los que lo lleva Moore en esta obra. El superhéroe del pasado como concepto infantil da paso a una realidad aplastante, en la que toma las riendas de la vida a nivel global, transformando el día a día de las personas corrientes en algo nuevo y diferente. Además, esto nos lleva al siguiente paso evolutivo de la humanidad, donde la guerra no tiene sentido, al igual que el hambre, la miseria o la incultura. El “Guionista Original” nos plantea una utopía de felicidad en la que nuestro mayor problema es el rechazo al cambio. No obstante, esto no está carente de un dilema moral. Los límites del bien y el mal se diluyen para dar paso a una única vía de pensamiento para la que quizá no estemos preparados. El cambio social es solo un escenario. A pesar de la complejidad y profundidad que ofrece un planteamiento de estas características, sobre todo con la maravillosa prosa del autor en su mejor momento, lo realmente interesante recae en los dilemas individuales que provoca la situación. El propio Miracleman es un mar de dudas. Su vida cambia a un ritmo vertiginoso, al igual que las personas de su alrededor. Su consciencia se expande, ve el mundo de una forma diferente. Al fin y al cabo es un dios, por lo que esto influye principalmente en su mujer. El impacto emocional es tan fuerte como el social. Quizá las relaciones entre humanos y superhéroes están abocadas al fracaso en un mundo como el que nos presenta el autor. Quién sabe, pero la cuestión realmente interesante es que el cambio de mentalidad afecta a niveles emocionales, algo que queda perfectamente reflejado a lo largo de este volumen. Analizar en profundidad todo lo que ofrece solamente el entorno en el que se desarrolla la historia, nos daría para escribir una auténtica tesis sobre el superhéroe. Realmente, si tuviésemos que definir el tramo final de la etapa, creo que ese tipo de estudio científico es el que mejor se adapta a la complejidad y profundidad del desenlace de esta epopeya, que nos deja con la sensación de final perfecto. Quizá perfecto no sea la palabra más adecuada, pero sí está claro que el barbudo guionista ha alcanzado su objetivo: un sentido homenaje al superhéroe. No me cabe la menor duda de que esa es la intención de todo esto ya que, en todo momento, hay un intento por dar coherencia a un pasado lleno de aspectos inverosímiles, a los que el paso del tiempo ha convertido en algo infantil e irrisorio. Sin embargo, desde el primer instante, Moore ha intentado añadir una pátina de realismo a la manida invasión extraterrestre y a la ingenua forma de expresar la arquetípica lucha del bien contra el mal. En este tomo, cierra el círculo y añade su personal visión sobre la heroína pulp, que incluso llego a protagonizar un género propio con ciertas connotaciones sexuales. De ese modo, sale a escena otro personaje de la familia Miracleman que, como no podía ser de otra forma, se llama Miraclewoman, pero preferirá que la llamen Avril Lear. El mes pasado hablamos de la heroína pulp de los cincuenta y su influencia en la Marvel setentera, pero baste decir que nuestro guionista británico explota el aspecto masturbatorio de su origen. La mujer introducida en el cómic como un claro objeto sexual, que toma forma en el proyecto orquestado por el Dr. Gargunza, se nos presenta como una violación, metafórica y literal, de la cultura hacia el sexo opuesto, en un mundo gobernado por un patriarcado. No obstante, el sexo, otra herramienta para profundizar en los conceptos que plantea Moore, se muestra desde diversas perspectivas. Quizá la más obvia es la de la procreación de seres que trascienden a la humanidad, pero la más interesante es la de arma pacificadora mundial. Aquella frase tan de los setenta, “haz el amor y no la guerra”, cobra un nuevo sentido bajo la batuta de un autor capaz de explotar sus argumentos hasta el más mínimo detalle. Detener una guerra intergaláctica con sexo y amor, creo que es algo que solo se le podía ocurrir a Alan Moore sin que suene ridículo. Además, la genialidad viene acompañada de un profundo respeto hacia la inteligencia de la mujer y su especial sensibilidad hacia la vida. Por último, me gustaría destacar uno de los aspectos que quizá impacta más de esta etapa: la representación del mal. El bien queda asociado a la divinidad, mientras que el mal queda ligado irreversiblemente al demonio que todos llevamos dentro. El enfrentamiento entre el superhéroe y el villano es la representación arquetípica y ancestral de la lucha entre los dos conceptos citados, pero Moore quiere ir más allá, explorando hasta las últimas consecuencias de esta lucha. Este aspecto me parece importante, ya que es capaz de poner un punto final a un tema que con el paso del tiempo se vuelve recurrente. A lo largo de las décadas, la mayoría de los autores presentan el conflicto de manera cíclica, de forma que nunca lleguemos a saber qué pasaría si realmente el mal se extinguiera del mundo. Por otro lado, buceamos en el origen del mal, a través de los dos grandes enemigos de Miracleman: Gargunza y Kid Miracleman. Ambos representan dos tipos de villano muy diferentes. El primero es la personificación de la ambición humana; mientras que el segundo es un producto creado por la maldad que reside en la humanidad que, si nos marca en nuestra infancia, nos acompaña el resto de nuestras vidas. Estamos ante dos conceptos diferentes, llenos de matices, los cuales se resuelven en el momento de mayor dramatismo de toda la historia. Miracleman es una maravilla argumental, pero en el apartado gráfico no se queda atrás. Esto es debido al estupendo trabajo de John Totleben, que si bien es cierto que estuvo parcialmente teledirigido por el “Guionista Original”, no deja de tener mucho mérito su forma de trasladar el guión a las viñetas. A lo largo de este tomo podemos apreciar cómo queda patente la influencia de autores como Bernie Wrightson, el propio Jack Kirby, en algunas de sus composiciones, o Windsor McCay y su obra Little Nemo in Slumberland, entre otras referencias culturales. Además, escoge simbolismos para algunas escenas, como las miradas de los personajes o la posición de los brazos. La narrativa prácticamente roza la perfección y la espectacularidad en algunas páginas es increíble. Esto es algo que se aprecia mucho mejor cuando podemos observar su trabajo en blanco y negro, o incluso simplemente a lápiz. El dibujante estadounidense ya había trabajado antes con el barbudo de Northampton en el título de DC La Cosa del Pantano, otra de las obras cumbre de Alan Moore. No obstante, aquí presenta una mayor madurez artística, presentando el que posiblemente sea el mejor y más recordado trabajo de toda su carrera. De ese modo, se produce una simbiosis creativa entre los autores, cuyo resultado es una obra maestra indiscutible. En la parte final del tomo, aparte de los voluminosos extras, se incluye un anual realizado en 2014, que incluye nuevas historias del personaje realizadas tras la adquisición por parte de Marvel de los derechos de explotación. Este número especial incluye dos historias. La primera de ellas es obra del equipo creativo formado por Grant Morrison, Joe Quesada y Richard Isanove. El relato intenta profundizar en el origen de Johnny Bates como villano. La historia en sí misma es posible que no parezca gran cosa, pero a medida que profundizamos en ella, al igual que la mayoría de los trabajos en los que está involucrado el escocés, nos daremos cuenta de que hay un importante simbolismo, incluso algún guiño autorreferencial. La segunda, escrita por Peter Milligan y dibujada por Mike Alldred, es un homenaje a los cómics de los años cincuenta y a los ingenuos enfrentamientos entre héroes y villanos tan típicos de esa década. Sin embargo, también encierra algún guiño interesante como el de la escena final. Posiblemente, este sea el extra más interesante de todo el tomo que, a pesar de su grosor, adolece de la falta de un artículo introductorio, o algún texto que explique aspectos interesantes del personaje y su historia. Más de veinte años esperando un milagro para ver cómo, al final, la mala fortuna se ceba en el personaje. No obstante, parece ser la mejor oportunidad de entrar en el Olimpo y comprobar qué pasa cuando un dios convive con el hombre. Así comienza la era de los dioses.
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