por Óscar Rosa Jiménez La relación entre la Casa de las Ideas y Marshal Law se rompió antes de tiempo, algo bastante habitual en la línea debido a que los autores mantenían los derechos de sus obras, aunque algunos años después volvería puntualmente al sello Epic para protagonizar una aventura junto a Pinhead, la creación de Clive Barker, el personaje principal de la saga Hellraiser, que pasó de la gran pantalla a las viñetas gracias a Marvel. El contenido de este tomo incluye tanto la etapa final en Marvel como el inicio de su andadura en la editorial independiente Apocalypse. Se trata de una editorial surgida, en la década de los noventa, a rebufo de la explosión que sufrió la industria del cómic cuando diferentes autores embriagados por su efímero éxito decidían autopublicarse bajo un sello editorial propio, de manera que no tuviesen limitaciones para su “arte”. Aunque, realmente, la creatividad poco o nada tenía que ver con la posibilidad de amasar grandes sumas de dinero por el mismo esfuerzo. Afortunadamente, el tiempo puso las cosas en su sitio y el público, soberano, dejó bien claro que aquello no era otra cosa que una moda pasajera. Años más tarde, los derechos del personaje acabarían recayendo en DC, la poseedora actual de ellos. Gracias a ello hemos podido ver recopiladas de nuevo en nuestro país las aventuras de Marshal Law, algo que muchos pensábamos que difícilmente fuera posible algún día. En 1988 veía la luz Crime and Punishement Marshal Law Takes Manhattan. El primer especial que abre este volumen y con el que, a la postre, Marshal Law se despediría de Marvel. Una de las principales características de esta historia es que Pat Mills comienza a simplificar las tramas y el nivel de profundidad. La primera miniserie del personaje se nos presentaba como un producto denso con diferentes niveles de lectura. El complejo análisis psicológico al que sometía al superhéroe dejaba bien claro que aquello era mucho más de lo que parecía a simple vista. Aunque los autores no abandonan la crítica ni el mensaje soterrado, el argumento se vuelve mucho más digerible y el humor ácido y satírico cobra un mayor protagonismo. Podríamos decir que es una auténtica gamberrada, pese a que es una gamberrada inteligente con muchos matices interesantes, pero una gamberrada al fin y al cabo. Los sesudos análisis psicológicos siguen ahí, pero ya no buscan la deconstrucción del superhéroe, al menos no de una forma reflexiva, sino más bien ridiculizar hasta extremos inimaginables a ciertas figuras totalmente reconocibles de la Casa de las Ideas. Otros de los aspectos más destacables de la que podríamos considerar la segunda época de Marshal Law es que se vuelve una obra con cierto tono referencial. De hecho, hay quien piensa que el propio título hace referencia a la conocida canción de Leonard Cohen, aunque si buscamos en la simplicidad, podemos pensar que no es más que la forma de declarar como el personaje invade la ciudad en la que residen la mayor parte de los personajes de la Casa de las Ideas. En la primera miniserie ya se apuntaban algunos aspectos de este tipo. Es bastante obvio que Espíritu Público era un sosias de Superman, el superhéroe más grande de todos y el más reconocible, por lo que resulta perfecto para realizar una crítica ácida hacia el género. En esta ocasión, Pat Mills va mucho más lejos e introduce a su creación en un manicomio repleto de superhéroes que ridiculizan a sus homólogos del Universo Marvel. No cuesta el más mínimo esfuerzo descubrir a un Spiderman cuya adicción a columpiarse en red por la ciudad tiene connotaciones sexuales. También tenemos una versión neurótica de Reed Richards, que alude constantemente a su esposa invisible capaz de crear campos de fuerza. Incluso tenemos a Ragnarok, señor del Valhalla y encariñado con una de las enfermeras del psiquiátrico en una clara alusión al Thor marvelita. Prácticamente toda la plana mayor del Universo Marvel será presentada en un escenario que no solo es una burla en sí misma, sino que aporta diferentes análisis de la psique del superhéroe bajo una dura crítica hacia la rigidez e inocencia del concepto a lo largo de los años. Pero si hay una versión marvelita que destaca con luz propia es Perseguidor. Se trata de un Punisher llevado a su extremo más radical y con cierto tono fascista. Marshal Law ha de viajar a Manhattan para ir en busca del Perseguidor, un vigilante de métodos letales que ha sido recluido en un manicomio para superhéroes a la espera de determinar si ha de ir a la cárcel o no. Sabedor de que Marshal Law va a por él, el Perseguidor provoca un motín en el manicomio por lo que el policía del alambre de espino en el brazo deberá enfrentarse a su contundente manera contra un puñado de superhéroes dementes y peligrosos. A pesar de que el tono paródico, la violencia y el sexo explícito son las características que más sobresalen de esta historia, Pat Mills encierra una pequeña crítica hacia el lado más oscuro de la CIA sobre la práctica de torturas a sus prisioneros. Es una manera de luchar contra la corriente política de que el fin justifica los medios. No obstante, la sátira y el humor negro salpican cada viñeta de este relato, por lo que es posible que esa reflexión pase inadvertida al lector. Sin embargo, al contrario que en la anterior miniserie, el estilo narrativo es mucho más simplista. Las referencias constantes a elementos del Universo Marvel son evidentes, por lo que es posible que el lector pueda conectar con mayor facilidad, a pesar de que para llegar a la esencia principal de la historia, más allá de la gamberrada y la ridiculización de los símbolos de Marvel, el lector debe de poner un poco más de su parte. Si bien es cierto que las aventuras de Marshal Law van perdiendo complejidad, en este one-shot aún se conserva gran parte de ese análisis al que somete al superhéroe, aunque busque más una mofa que otra cosa, con un tono que nos recuerda a Garth Ennis en su faceta más bizarra. Parece que en el Reino Unido todos visitan a las mismas musas... El tomo continúa con los dos especiales publicados en Apocalypse. El primero de ellos, titulado Marshal Law: Kingdom of the Blind, publicado en 1990, se ve profundamente influenciado por el éxito de Frank Miller en una de las obras que definió al Batman moderno, The Return of the Dark Knight. Pat Mills, tras haberse burlado a placer de buena parte del Universo Marvel, ahora dirige su mirada al Universo DC, sobre el que no dejará títere con cabeza. Aquí centra su esfuerzo en el defensor de Gotham, cuya versión adopta el nombre de Ojo Público. El autor presenta su faceta más mordaz para desmontar capa a capa el mito del murciélago. Desde los rumores tan extendidos por la red de las tendencias homosexuales del personaje en los sesenta con su sidekick hasta que la muerte de sus padres se produjera al salir de un videoclub. Estamos ante una de las historias más interesantes postMarvel, ya que no solo es una sátira grotesca y un poco gore. El análisis pormenorizado del personaje al que versiona es muy interesante y es un vehículo para realizar una ácida crítica a la sociedad adinerada, cuyas verdaderas motivaciones nos dirigen hacia el campo de la conspiración. Sin duda, una irreverente forma de analizar las clases sociales que culmina con una famosa frase de Maquiavelo: “En el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”. Finalmente, nos encontramos con Marshal Law: The Hateful Dead, una historia que podríamos considerar un claro precedente de los Marvel Zombies de Robert Kirkman una década después. El cementerio que acoge a todos los superhéroes que ha matado Marshal Law es rociado con unos vertidos que provocan la resurrección de todos sus enemigos. A partir de esta historia diría que los autores se dejan llevar y el resultado es un producto más trivial y más escatológico en muchos sentidos. También es cierto que se profundiza un poco en la figura del personaje y su pasado, pero en general todo está más orientado al divertimento en un escenario donde la violencia y el sexo son los máximos exponentes. Quizá lo más destacable sea ver como los superhéroes utilizan sus poderes para prostituirse, capaces de hacer cualquier cosa por dinero, sin ningún tipo de escrúpulo. Para ello nacerán negocios destinados a explotar este tipo de tendencia lúdica. La historia queda inconclusa, por lo que si el hipotético lector queda con ganas de más deberá hacerse con el tomo Marshal Law: Tribunal Secreto, también publicado por la editorial ECC. En él podemos encontrar las últimas aventuras de Marshal Law, a excepción de los cruces con personajes de otras editoriales. El recopilatorio ofrece Marshal Law: Super Babylon, una historia que supone un ataque desaforado a la Edad de Oro, encarnada en la Sociedad Jesuita de América, que no es más que una versión muy peculiar de la JSA de DC. Pat Mills concluye la historia de los zombies, aunque da un pequeño giro para burlarse del pasado de una de las editoriales más importantes del género. A pesar de que hay que reconocer que la decisión de publicar cada parte de la historia en un tomo diferente es bastante cuestionable, también es cierto que encaja muy bien con el resto del contenido. Se trata de la miniserie de dos números Marshal Law: Secret Tribunal, en la que los autores dirigen su crítica hacia el medio. Para ello, ponen al mando de un supergrupo a Marshal Law y lo mandan al espacio a encargarse de unos íncubos alienígenas. O’Neill da vida a un grupo que representa el paradigma perfecto del abuso de los noventa entre tanto bolsillo, tanto músculo y tantas curvas femeninas. Por otro lado, la Legión de los Superhéroes será el blanco de Pat Mills, haciendo que cada vez sean más evidentes las similitudes entre The Boys, de Garth Ennis, y las aventuras de Marshal Law. De ese modo, tras enfrentarse a una entidad que recuerda poderosamente a cierto octavo pasajero se ponía punto y final a la accidentada trayectoria del personaje, cuya evolución se ha dirigido hacia el divertimento más simple, pero desde un punto de vista inteligente y con una pequeña dosis de crítica ácida. Me gustaría resaltar la labor de Kevin O’Neill, sin cuyo estilo esto no sería igual. Con el paso de los años he sabido apreciar mejor su arte y uno de sus mejores trabajos lo podemos ver junto a Alan Moore en su “Liga de los Hombres Extraordinarios”. Tanto esa capacidad expresiva como su narrativa, incluso su forma de incluir chistes en los grafitis de los escenarios, son esenciales para introducirnos en el asfixiante mundo que es San Futuro. Nadie mejor que este dibujante para mostrar la sordidez de un fututo distópico como el que idea Pat Mills. Además, su contribución a los guiones y a los diseños ha sido reconocida por el guionista, que le adjudica gran parte de ese humor negro que imprime la obra en sus historias. Sin lugar a dudas, la elección fue todo un acierto. A día de hoy, el personaje parece haber quedado aparcado de forma indefinida. El propio Pat Mills admitía que tenía varias historias en la recámara y que espera poder publicarlas. Esperemos que sí, pero de momento nos quedaremos con este puñado de historias que comenzaron a publicarse hace prácticamente veinte años y que supusieron una forma revolucionaria de afrontar el género. El paso del tiempo quizá ha dulcificado el impacto que pueda producir en el lector, no obstante, sigue manteniendo gran parte de su fuerza y sobre todo esa capacidad de crítica bajo un envoltorio satírico. Marshal Law afirma que ha llegado para cazar a los héroes, pero aún no se ha topado con ninguno. Sin embargo, sus botas manchadas de sangre dicen todo lo contrario. Acercaos a San Futuro y lo podréis comprobar vosotros mismos. |
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