AQUELLA PATRULLA-X
por Fernando del Moral


Hoy día no creo que nadie se extrañe si digo que la Patrulla-X (o X-Men, como gusten) es muy posiblemente el grupo de superhéroes por excelencia de la Casa de las Ideas, aunque la verdad sea dicha es que los Vengadores de Robert Downey Jr. y compañía pueden poner esta opinión bastante en tela de juicio, algo que bajo mi punto de vista como lector me resulta bastante positivo, pues al fin y al cabo, para bien o para mal, la industria del celuloide está haciendo precisamente llegar esos superhéroes a mucha gente ajena al mundo de los tebeos. Si digo para bien o para mal es por el impacto e influencia que dicha industria genera sobre su fuente de adaptación. De este tema se podría decir mucho aunque ahora no viene al caso. La cuestión es que antes de que Marvel Studios diera el pelotazo, Fox estaba haciendo lo propio con los X-Men de Hugh Jackman y no por casualidad, pues como ya dije se trataba del grupo más carismático del momento. El sobresaliente trabajo que hiciese en su momento el guionista Chris Claremont fue la clave de aquel éxito que permitió hacer de los X-Men toda una franquicia, y eso que en el fondo, a Claremont lo que mejor se le dio, aparte de dotar a sus criaturas de una excelente caracterización, fue tratar mejor que nadie aquellos temas y trasfondos que estuvieron presentes en la serie desde sus inicios. Con todo esto, si echamos la vista todavía más atrás, cuesta un poco creer que The X-Men en sus inicios no tuviese tan buena aceptación entre los lectores.

El primer número, con fecha de septiembre de 1963 y firmado por los incombustibles Stan Lee y Jack Kirby, nos presenta personajes y conceptos que acabarán ligados a la franquicia para la posteridad. Tenemos el debut de los cinco adolescentes mutantes, con Cíclope, la Chica Maravillosa, el Hombre de Hielo, la Bestia y el Ángel. Jóvenes comandados por su mentor, el telépata Charles Xavier. En esas primeras páginas vemos al Profesor-X hablando de que los mutantes suponen el próximo escalón evolutivo de la humanidad; de cómo pueden despertar el miedo y odio entre sus semejantes humanos; de que su misión será la de trabajar por la integración mutante al tiempo que se intenta abortar posibles amenazas, ya sean mutantes o humanas, contra el planeta. Y por si fuera poco, esa primera amenaza a la que se enfrentan es ni más ni menos que el malvado y poderoso Magneto, quien defiende la supremacía mutante (u Homo Superior, como le gusta decir) como única forma de supervivencia para los mutantes. Todo este párrafo leído así en crudo podría ser el repetitivo argumento del próximo estreno cinematográfico de la franquicia mutante, pero no es así.

Antes de entrar en materia, conviene detenerse para echar un vistazo a los protagonistas de la incipiente serie: Tenemos a Charles Xavier, el Profesor-X, maestro confinado en una silla de ruedas y con poderes telepáticos que ejerce de mentor para aquellos jóvenes cuyas habilidades mutantes están despertando. Que Xavier sea paralítico responde a ese estilo maniqueo propio de la época y del género superheroico, resaltando que su poder está en su mente y no en su cuerpo. Xavier no deja de ser un maestro duro, severo y a ratos cruel o paternalista, más próximo a la disciplina militar que a la pedagógica, a juzgar por los cuestionables métodos que usa para entrenar los poderes de sus alumnos, como esa Sala de Peligro repleta de trampas donde el más mínimo descuido puede acarrear consecuencias fatales, una cuestión que sus alumnos siguen a rajatabla, sintiéndose incluso agradecidos por ello. Metodologías aparte, Xavier no es sino un noble idealista que aboga por la convivencia entre humanos y mutantes. Su filosofía de integración parece estar inspirada en aquella que Martin Luther King estaba en esos años proclamando por los Estados Unidos. Por tanto, su bondad es indiscutible, respondiendo al estilo predominante de esos años donde el gris era poco más que el color del cemento.

Entre esos estudiantes vemos a Scott Summers, Cíclope, cuyo nombre de guerra proviene del poder destructivo de sus ojos y que tiene que cubrir siempre con unas gafas especiales de cristal de rubí, dejando patente la carga que dicho poder supone para Scott, de ahí su carácter serio, cauto e introvertido, acentuado por el hecho de ser huérfano (je). El poder de Cíclope representa el hecho de que las habilidades mutantes pueden llegar a resultar una maldición más que un verdadero don, idea nada original, pues ya se plasma en los personajes de Hulk o la Cosa, pero que ayuda a enfatizar ese carácter marginal que distingue a los X-Men del resto de superhéroes y, por tanto, se ajusta a la perfección. A su lado están también el Hombre de Hielo y la Bestia, Bobby Drake y Hank McCoy respectivamente, que dan un toque alegre y vivaz al grupo. En su condición de miembro más joven, el Hombre de Hielo es el más bromista y el que menos se toma en serio las cosas y menos todavía le toman en serio sus propios compañeros. Una especie de Johnny Storm mutante. McCoy es el mayor del grupo, y aporta simpatía y optimismo pero también sensatez e inteligencia por igual. Su aspecto desproporcionado no parece que le influya de manera negativa. A diferencia de Cíclope, la Bestia es de esos mutantes que disfrutan de sus poderes, como demuestra cuando lee un libro con los pies (un saludo a Víctor Dolz) al tiempo que tiende a soltar una verborrea propia de un prodigio académico. Es un buen contrapunto para el Hombre de Hielo, y su amistad mostrada según avanza la serie lo demuestra.

Hablando de contrapuntos, conviene también destacar al Ángel, el cuarto en discordia. Warren Worthington III es... perfecto. Niño rico, guapo, rubio y escultural. Las chicas lo saben y él lo sabe. Es más un ideal que una realidad, y sus poderes hacen que así lo percibas, pues todo ángel es hermoso por definición. No puede haber nadie más opuesto a Cíclope, ese taciturno del montón al que apodan "Slim" (flaco) y que es incapaz de decirle nada a Jean Grey por miedo e inseguridad, mientras Warren trata como sea de cortejar a la joven pelirroja. Quiero creer que en este tema Stan Lee establece un lejano paralelismo entre este triángulo mutante y lo que sucede en Amazing Spider-Man con Peter Parker y Flash Thompson, pero sin abuso escolar de por medio. Ya sabemos muchos quien se llevará el gato al agua, por lo que esa presunta apología del adolescente retraído frente al extrovertido y popular parece palpable también aquí en The X-Men. En cualquier caso, Warren y Scott también están destinados a ser muy buenos amigos y compañeros.

Jean Grey, alias la Chica Maravillosa, es el último miembro en aparecer. Es la aportación femenina y por desgracia sus asombrosos poderes de telequinesis quedan en segundo plano, pues parece más importante destacar a Jean como objeto de adulación y deseo por parte de sus compañeros e incluso de su maestro, como podemos deducir de una escena en The X-Men #3. Si tengo que montarme películas, a mí la verdad es que me da toda la sensación de que Lee y Kirby se quedaron "prendados" de la Lolita de Stanley Kubrick y pretendieron trasladar esa idea que afortunadamente quedó reducida a una viñeta sin más consecuencias que las que más de treinta años después viésemos por obra y gracia de Mark Waid y Andy Kubert. La cuestión es que el tratamiento hacia la Chica Maravillosa es demasiado deudor de la época, y falta le hará unos autores que sepan tratarla como realmente merece; todo llega…

Los villanos y antagonistas merecen también su repaso. Alguien como Magneto, capaz de provocar una crisis nuclear ya en ese primer número (recordemos que ha pasado un año desde la famosa Crisis de los Misiles), no es para tomárselo a broma. Su diseño sencillo pero eficaz ayuda a ello. Muy en la línea del Doctor Muerte, y dejando a las claras sus intenciones de hacer de los mutantes la especie dominante, con total y absoluto desprecio y desdén hacia los humanos. Es claramente el reverso malvado de Charles Xavier, cosa que se acentúa más cuando en el cuarto número funda su propia versión retorcida de la Patrulla-X: la Hermandad de Mutantes Diabólicos, formada en un principio por el Sapo, Mente Maestra, Mercurio y la Bruja Escarlata. Los enfrentamientos con la Hermandad tienen su aquel, pues nos ofrecen detalles sobre los personajes bastante interesantes. Sapo y Mente Maestra ya sabes que son claramente malvados por lo feos que son y lo mal que se comportan, mientras que los hermanos Maximoff están en el grupo por deberle la vida a Magneto, ya que éste les salvó de una turba enfurecida. Sus reticencias dejan claro que tienen más pasta de héroes que de villanos, y así resultará en un futuro muy cercano. El posterior ingreso a la banda de la Mole, personaje que debutase en The X-Men #3, tiene más miga de la que parece porque, a mi juicio, alguien como la Mole representa mejor que nadie hasta ahora ese concepto de marginalidad que supuestamente tienen los mutantes. Frente a unos jóvenes y guapos estudiantes que viven en una lujosa mansión, la Mole es un ser obeso y carnoso, cuya única aceptación la encuentra en el circo donde trabaja, siendo blanco del escarnio público y resignándose a su condición de monstruo de feria (freak). De dicha tragedia ha hecho un modo de vida. No es por tanto de extrañar que el personaje acabe ligado a la Hermandad de Mutantes Diabólicos.

Otro punto que me llama la atención en estos primeros números es el de los métodos del Profesor-X, como por ejemplo borrar los pensamientos a una población, influir en la mente del Desvanecedor para entregarse a las autoridades o incluso mandar a sus estudiantes al Asteroide M, la base orbital de Magneto, fingiendo haber perdido sus poderes para así "ponerles a prueba". Como ya apunté más atrás, los métodos de Xavier resultan de lo más cuestionables independientemente de la nobleza y bondad de sus fines, algo que dará mucho de que hablar en un futuro todavía lejano.

La cosa no termina ahí. En estos primeros números asistimos al nacimiento de Cerebro, el famoso detector de mutantes diseñado por Xavier, y de paso somos testigos de la atracción mutua entre Cíclope y la Chica Maravillosa, a la cual Scott no se atreve a decirle nada, en parte por miedo a hacerle daño con sus poderes incontrolables y en parte por su propio carácter cerrado y serio, algo que hace que Xavier le elija como líder del grupo cuando está ausente. Fuera de la escuela, asistimos al primer encuentro entre la Patrulla-X y los Vengadores (The X-Men #9), donde se nos revela que la parálisis de Xavier fue provocada por el malvado Lucifer años atrás. Los autores también se permiten el lujo de homenajear por igual a Edgar Rice Burroughs y Arthur Conan Doyle con la presentación de Ka-Zar (pedigrí aristocrático incluido) y su Mundo Perdido, perdón, su Tierra Salvaje en The X-Men #10. A partir de aquí tengo que destacar tres momentos reseñables.

El primero es un nuevo villano. A falta de un Magneto secuestrado por el Extraño, Kirby crea al Juggernaut. Cain Marko resulta ser el hermanastro de Xavier, al que le hizo la vida imposible durante la adolescencia. En plena Guerra de Corea, Marko encontró en un templo perdido el rubí de Cyttorak, una gema mágica que le otorgó un poder inconmensurable convirtiéndole en el Juggernaut. Por lo que a mi respecta, The X-Men #11 es el mejor número de los que hemos visto hasta ahora. La narrativa empleada por Kirby es genial. Tenemos al Juggernaut abriéndose paso por la mansión, a juzgar sólo por la destrucción que provoca su paso inexorable pero sin que a él le veamos en ningún momento; al tiempo que nos narra, en boca de Xavier, su pasado y origen, para que finalmente le veamos completamente en la última viñeta, y dándonos cuenta de que realmente estamos ante todo un tanque viviente e imparable. Una genialidad cuyo único pero reside en la portada de dicho número, ya que muestra parcialmente al villano. Si Xavier representa el poder mental, Marko es sin duda toda una fuerza física de la naturaleza. La Patrulla-X, con la ayuda de la Antorcha Humana, conseguirá quitarle el mágico yelmo a Marko para que así Xavier le derrote completamente, y es que el único punto débil del Juggernaut es precisamente su psique.

El segundo es el debut de Bolivar Trask y sus creaciones robóticos los Centinelas, cuyo único propósito es el exterminio de los mutantes. La construcción del personaje de Trask me sigue resultando incluso ahora de lo más brillante y verosímil. En su profesión de antropólogo, Trask compara la situación de los mutantes frente a los humanos con la que esos mismos Homo Sapiens tuviesen miles de años atrás con el Hombre de Neanderthal, siendo éste erradicado por el Homo Sapiens. Trask prevé el mismo escenario, con los mutantes asimilando a la humanidad y por ello crea a los Centinelas (sí, es un poco ridículo que un antropólogo sepa de cibernética, pero así es). Trask es uno de esos personajes tridimensionales, que hace lo que hace por puro miedo, llegando a racionalizarlo de manera convincente, aunque sus robots acaben rebelándose a su amo, y por tanto le cueste la vida, no sin antes redimirse por sus errores. Volviendo a las bases iniciales, los Centinelas encarnan a la perfección ese miedo y odio que los mutantes puedan despertar en el resto del mundo. The X-Men #13 y The X-Men #14, pese a no ser ninguna joya, tienen un valor especial, pues nadie duda de que los Centinelas son uno de los enemigos por excelencia; y los más lógicos de la Patrulla-X. El final de esta minisaga supondrá también el adiós de Kirby, sustituido de ahora en adelante por Werner Roth en la serie, así como el retorno de Magneto, cuyo secuestro por parte del misterioso Extraño duró poco, aunque unos números después volverá a ser secuestrado por el Extraño, esa vez coincidiendo con el final de Lee en la serie (The X-Men #19).

El tercero, en The X-Men #19, es el enfrentamiento contra Calvin Rankin, alias el Mímico, un joven que obtuvo accidentalmente el poder de mimetizar temporalmente las habilidades de cualquier persona cercana, incluyendo poderes mutantes. Rankin en el fondo no deja de ser el típico abusón en cuya arrogancia cree poder vencer a toda la Patrulla-X, pues aúna todos sus poderes. Sin embargo, acaba siendo derrotado, víctima de su propia trampa, gracias a un ardid de Xavier. En principio, esta aventura no tiene nada de destacable con respecto al resto salvo porque... es el Mímico. Sigan leyendo…

Y es aquí, ya en la veintena de números, que quiero hacer un punto de inflexión: Lee y Kirby habían establecido buena parte de las bases que caracterizan a la Patrulla-X y han hecho del grupo lo que es ahora. Entonces, ¿qué es lo que falla? ¿Por qué The X-Men no tiene tanta aceptación entre sus lectores? Yo la verdad es que no lo tengo claro pero puede que tenga que ver qué no basta con presentar personajes, escenarios y conceptos interesantes sino que, además, hay que saber desarrollarlos y de manera consecuente. Los X-Men son estudiantes y además adolescentes, pero ambos aspectos no se explotan lo suficiente (esa asignatura pendiente la saldarán Chris Claremont y Bob McLeod veinte años después). Se supone que la Patrulla-X por su condición de mutante debería ser más clandestina, pero ya al segundo número les vemos siendo tratados como celebridades y hasta con el respeto y colaboración de las fuerzas del orden, lo cual es un poco incongruente. Magneto, secuestros absurdos aparte, no deja de ser un megalómano de opereta, que está todavía muy lejos de ser ese personaje complejo y atormentado que veremos años después; por no hablar del resto de villanos, algunos más próximos al ridículo que a verdaderas amenazas. Y para colmo, lo de "temidos y odiados" sólo se plasma con la primera aparición de los Centinelas, olvidándose de ello al final de dicha saga. En el apartado gráfico, Kirby hace un trabajo bastante correcto, pero no llega al nivel que acostumbra en Fantastic Four. La caracterización de personajes por parte de Lee es pobre y residual, ya que éstos apenas evolucionan más allá de cuatro detalles como la graduación, aunque no sabemos exactamente de qué se gradúan. Es más, dicha graduación sucede en el sexto número, afirmando que ha pasado un año desde entonces mientras en el resto de series Marvel el tiempo avanza de manera real, y hasta la cronología de Xavier se contradice, diciendo primero que su parálisis fue por un accidente durante la infancia y más tarde resulta que fue provocada por un enfrentamiento con Lucifer años atrás. Estos descuidos no son sino una prueba de que hasta los autores consideran The X-Men una serie de segunda fila. No me extraña por tanto que primero Kirby en el número 14 y luego Lee en el 19 abandonen la serie. El cambio de autores va a suponer un cambio sensible.

El sustituto de Stan, Roy Thomas, va a hacer lo que será habitual en él a la hora de abordar futuras etapas de otras series: integrar todavía más a la Patrulla-X dentro del trasfondo marvelita. Así, vemos al quinteto deteniendo amenazas ya vistas en otras publicaciones como el Conde Nefaria, el Superadaptoide, el Amo de las Marionetas, el Hombre Topo o Tyrannus. Thomas y Roth también emplean a los ya conocidos Juggernaut, la Mole o el Desvanecedor, al tiempo que crean nuevas amenazas, aunque la verdad sea dicha, se las podían haber ahorrado. Hablando en plata, personajes como Mekano, Kukalcan, el Hombre de Cobalto o Langosta no valen dos duros. Ni siquiera se salva la supuesta amenaza mundial que es el grupo Factor Tres, destacable sólo porque aparece en escena un villano reticente irlandés llamado Banshee.

Si los autores usan villanos ajenos a la serie, es lógico que también empleen aliados a fin de reforzar esa mayor interacción dentro de todo el conjunto del universo marvelita, de ahí las apariciones y colaboraciones con el Doctor Extraño o Spiderman. En mi opinión, cosas así que ya empezaban a ser muy habituales en otras series más longevas y punteras, se hacían también muy necesarias en The X-Men, que por muy marginales que sean, tampoco son invisibles ni ajenos a lo que sucede a su alrededor. Este uso de la continuidad tendrá como mejor ejemplo el próximo cruce con los Vengadores a la altura del número 43, cuyo eje gira en el retorno de Magneto y su venganza contra Pietro y Wanda Maximoff, otrora miembros de la Hermandad y ahora vengadores de pleno derecho. Dicho cruce se saldará en The Avengers #53 con la aparente muerte de Magneto por parte del Sapo.

También hay cambios en los personajes. En ese sentido, lo primero que hacen Thomas y Roth será dar carpetazo al triángulo entre Cíclope, Chica Maravillosa y el Ángel. Lee nos mostraba continuamente a Scott Summers flagelándose por creerse incapaz de estar con Jean, mientras ésta acababa siendo acompañada por Warren en todas las situaciones, pero enamorada en secreto de Scott. Thomas corta con esto, primero sacando a Jean de la Escuela de Xavier a fin de que Cíclope se plantee la situación; y segundo, con la aparición de Candy Southern en The X-Men #31, una amiga de la infancia de Warren destinada precisamente a ser su pareja y así allanar el camino. A partir de entonces, veremos a Jean y a Scott como pareja, pese a que en ningún momento les veamos darse un beso o hacer nada más que ir de la mano. Es evidente que el conservadurismo de la época hace mella en estas historietas, y eso que Roy Thomas será el autor que precisamente más haga por dignificar a la superheroína en los próximos años. Sin embargo, en estos mediados y finales de los sesenta, parece que aún pervive ese conservadurismo que, siguiendo los estándares americanos de aquel entonces, hace que los hombres pretendan ser como Rock Hudson y las mujeres como Doris Day y no como Jane Fonda... todavía. La cuestión es que, finalmente, el triángulo amoroso se deshace de una manera en la que todos tienen su premio, por así decirlo. Menos mal que Thomas prefirió hacer caso de aquello de "quien no llora, no mama" y no del "quien la sigue, la consigue", porque entonces el final habría sido muy distinto, no tan políticamente correcto, y me atrevería a decir que más ajustado a la realidad que nos rodea. Casi que mejor, porque teniendo en cuenta la personalidad de Scott, muy probablemente el pobre habría acabado tendido en la vía de un tren esperando un destino aciago.

Otra novedad será la de introducir nuevos miembros, aunque en realidad hablemos sólo de uno nuevo, y de manera testimonial. En The X-Men #27 tenemos al Mímico como nuevo integrante del grupo. Su inclusión choca bastante porque como ya viésemos, Calvin Rankin no es mutante, y aparte de eso, su arrogancia y animadversión por sus nuevos compañeros no ayuda para nada. Xavier pretende enderezarle debido a su potencial, pero todo es en vano y no le queda más solución que expulsarle de la Patrulla-X, aunque el Mímico tendrá su momento de gloria cuando salve a sus excompañeros del Superadaptoide en el número 29. En cualquier caso, ahí terminará la relación del Mímico con la Patrulla-X.

Más de tres años han pasado desde entonces, y los estudiantes de Xavier todavía seguían pareciendo eso, estudiantes. En el número 40 veremos por primera vez a la Patrulla-X con uniformes individuales. Francamente, ya iba siendo hora. Los diseños a cargo de un mediocre Don Heck no tienen nada de especial, aunque serán Jim Steranko y Neal Adams los encargados de dignificar dichos trajes hasta el punto de hacerlos icónicos e identificables a sus miembros, en especial a Cíclope, cuyos futuros uniformes son poco más que variantes de este primero.

Pero sin duda, el mayor golpe de efecto en esta etapa es la muerte de Charles Xavier. El mentor mutante muere tras una batalla contra Grotesko en The X-Men #42. Lo cierto es que desde el inicio, la Patrulla-X dependía bastante de los poderes de su mentor, siendo éste muchas veces una especie de Deus Ex Machina capaz de solucionar con sus poderes hasta el más rocambolesco de los embrollos. Roy Thomas quiere ver como se mueven unos estudiantes que, salvo excepciones notables, dependían de su profesor sobremanera. Sería sin duda un punto digno de explotar sino fuese porque a Thomas no le va a dar tiempo a hacerlo, y es que a estas alturas, The X-Men es una serie prácticamente muerta.

Así es, muerta. Como ya hiciese anteriormente, donde hay una de cal, toca también una de arena. Tenemos amigos y enemigos de otras series, cambios de uniformes, muertes importantes, cruces... Pero no deja de ser algo más formal que otra cosa. Donde antes habían nuevos e interesantes villanos y escenarios, ahora todo es una repetición de aventuras cortadas por el mismo patrón, burdas e infantiles. ¿De qué sirve hacer cambios si luego todo eso sigue estancado? Puede que ahora Cíclope y la Chica Maravillosa sean novios, pero si no lo muestran durante una veintena de números, de nada sirve; o que el Ángel nos presente a una novia que luego, si la memoria no me falla, no la volveremos a ver hasta la era de Claremont; o que Bobby y Hank lleven desde el número 15 o así saliendo con las dos mismas chicas, Zelda y Vera, de manera ocasional y sin que pase nada. Parece que mientras se avanza en algo, en otra cosa esto parece un continuo Día de la Marmota. Si vamos más allá, la sangría es mayor. Como ya dije anteriormente, los nuevos villanos de esta etapa resultan todavía más ridículos y anodinos que algunos que nos presentasen Lee y Kirby. En el apartado artístico, Werner Roth no puede nunca hacer que olvides a Kirby, y sus sucesores Don Heck o George Tuska me resultan, a falta de una palabra mejor, infames. The X-Men es una serie estancada y al borde de la cancelación. Si sus autores no creen en ella, menos aún sus lectores, y el baile de ideas fallidas o de dibujantes mediocres obedece a esa necesidad de ensayo y error propia de series en dicha situación. Que no se sepa absolutamente nada de los orígenes de los protagonistas hasta el número 38, con el complemento del origen de Cíclope, clama al cielo. No se entiende como algo tan necesario cuando trabajas con personajes nuevos salga a la luz hasta tan tarde y de manera tan intermitente. Alguno ya se habrá dado cuenta si ha llegado hasta aquí, pero el hecho de que yo hasta ahora haya dedicado más líneas a la primeriza etapa de Lee y Kirby que a esta otra segunda parte, siendo el doble de extensa, dice bastante mucho acerca de mi opinión sobre la misma. Mejor no hago más sangre porque sería repetirme más que el propio Roy Thomas.

La entropía era pues norma habitual en lectores y en autores. Thomas deja la serie en el número 44, justo tras el cruce con los Vengadores, serie a la que a mi me parece evidente que dedica más esfuerzos. Le sustituyen primero Gary Friedrich y después Arnold Drake, con nuevamente Werner Roth a los lápices. Destaca solo ese punto ya mencionado de una Patrulla-X sin su maestro que, sumida en la tristeza e incertidumbre, decide irse de la mansión para así cada uno vivir su vida de manera independiente, aunque como no, acabarán por unirse de nuevo ante la amenaza de turno como si nada hubiese pasado. Todo "normal" hasta que aparecen en escena Mésmero y Lorna Dane.

Y es que incluso en medio de la mediocridad y el aburrimiento, algo bueno surge. The X-Men #50 - The X-Men #51 tienen un valor añadido gracias al arte de Jim Steranko, aquel autor surgido de las series Strange Tales y Nick Fury: Agent of SHIELD. Ha habido que esperar una cincuentena de números para tener un nivel gráfico de muy alta calidad, donde ya por fin vemos a unos X-Men plenamente adultos y sin rastro de ese aire juvenil que venía impregnando la serie sin importar todo el tiempo que dejaron de ser unos adolescentes. El número 50 es, además, doblemente especial ya que aparece por primera vez en portada el nuevo e icónico logotipo diseñado por el propio Steranko. Sin embargo, lo que se gana en dibujo se pierde en una historia torpe y absurda perpetrada por Arnold Drake sobre el enésimo retorno de un histriónico Magneto supuestamente muerto o desaparecido con "planes definitivos" de conquista y poder. La novedad aquí radica en usar a su sirviente Mésmero y a la joven Lorna Dane, esa chavala de pelo verde y poderes magnéticos que es hija de Magneto, pero luego no aunque años después sí... depende del día la semana que sea. Como colofón de este cúmulo de despropósitos, ver a Cíclope usando la identidad de Erik el Rojo para infiltrarse en la base de Magneto no tiene precio de lo surrealista e innecesario que es. Todo un quiero y no puedo lo de esta serie, vaya.

Pero no hay mal que por bien no venga. Se podría decir que a nivel gráfico, el breve paso de Steranko era la antesala de lo que estaba por venir. Antes de eso, vemos el debut en Marvel de un tal Barry Windsor-Smith, quien dibuja el número 53, mientras que en el siguiente asistimos a la primera aparición de Alex Summers, el hermano perdido de Cíclope. The X-Men #55 es todo un punto de referencia obligado para cualquier fan de los mutantes que se precie. En sus horas más bajas, la serie pega todo un cambio radical, no tanto por el regreso de Roy Thomas a los guiones, sino más bien por la llegada del nuevo dibujante de la serie, Neal Adams.

Nuestro compañero V de Víctor ya nos obsequió con un artículo dedicado íntegramente a la breve pero intensa etapa de la serie (Artículo #60). La primera gran Patrulla-X, rezaba dicho artículo... que razón tenía. A diferencia de mis compañeros, no conozco la historia ni por tanto los motivos que llevaron a Roy Thomas regresar a The X-Men tras casi un año de ausencia, aunque me gusta creer que dado el peso que ya empezaba a tener en Marvel, supongo que la oportunidad de hacer historias junto a un talento como Adams era demasiado bonita como para dejarla pasar. No lo sé, pero una cosa sí sé a ciencia cierta, y es que para mi gusto, el binomio Thomas-Adams nos brindó las primeras mejores aventuras de la Patrulla-X. Cuando Chris Claremont y John Byrne tienen este material como una de sus principales fuentes de inspiración, por algo será.

Pese a ello, The X-Men era un cadáver agonizante. No importaba lo que Adams y Thomas nos ofreciesen pues se había sobrepasado un punto de no retorno que provocó la cancelación de la que había sido una de las series más singulares pero también irregulares de Marvel. Fue el mejor de los revulsivos, pero el último al fin y al cabo. The X-Men #66 es el fin de una era. Desde entonces, la serie se perdía en reediciones (Años Perdidos "byrneanos" aparte) y sus personajes en series ajenas con apariciones esporádicas durante la primera mitad de los años setenta. Hizo falta que el propio Roy Thomas propusiese un relanzamiento con diferentes personajes y enfoque para que la serie tuviese una segunda oportunidad. El resto es historia.

Y esto ha sido todo. La verdad es que repasarme todo este material ha sido por una parte enriquecedor, ya que siempre ves cosas nuevas con cada relectura, pero al mismo tiempo también ha sido... costoso. Hay multitud de números que no había por donde cogerlos, cuyo valor es más histórico que otra cosa, sobre todo a partir de la "etapa maldita". En este respecto, algunos estarán de acuerdo conmigo y otros no tanto, pero es que, siendo honesto, esta no es mi Patrulla-X, y de ahí el título de este artículo. Como lector de la llamada "Generación Forum", mi primer acercamiento a este material fue a través de los Orígenes Marvel #2, aunque la mejor ocasión me la dio la estantería de mi cuñado (pese a lo que hoy día digan las redes sociales, los cuñados hasta pueden ser gente maja que incluso lee tebeos), donde vi esos tomos de Vértice de bolsillo, tan usados y ajados, y que luego sustituyó sabiamente por la bendita Biblioteca Marvel: Patrulla-X. Ahí ya sí que tuve la suerte de ver todo aquel material, accesible a muchos bolsillos pese a ser en blanco y negro y reducido. Afortunadamente, Panini soluciona este "inconveniente" gracias a su magnífica edición en Marvel Gold que recopila los primeros 26 números The X-Men. Los españoles lo tenemos relativamente fácil para acceder a un material que en su totalidad no resulta plato fácil de digerir al principio, pero es que estamos hablando de la Patrulla-X. Creo que es necesario no sólo conocer sus luces sino también sus sombras y su pasado turbulento, y es que una de las cosas en las que más incide Chris Claremont cuando habla en boca de sus criaturas es cómo la Patrulla-X es por excelencia el grupo de las segundas oportunidades y de los redimidos, donde cualquiera, incluso Magneto, podía redimirse. Era una de sus consignas por excelencia. No podía ser de otra manera. La serie misma se redimió con una segunda oportunidad, y el bueno de Chris sólo nos lo estaba recordando a su excelente manera.


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