MARVEL SE VISTE DE NEGRO
por David Hernández Ortega


Siempre he creído que la figura del superhéroe es, por encima de todo, la del hombre que no encuentra su lugar en el mundo.

La del outsider, la del outlaw, y así hasta llegar a un infinito número de outs, que si ustedes quieren, pueden acabar incluso en el outlet, aunque yo no se lo recomendaría a no ser que busquemos superhéroes de baratillo.

El caso es que el héroe es por definición un forajido, un fuera de la ley que arregla el sistema desde fuera cuando este no permite ser reparado desde dentro con integridad y justicia con las herramientas que él mismo ofrece. Esto es muy sencillo (e incluso divertido) de rastrear en el tiempo, comenzando por las épicas y mitológicas figuras del salvaje oeste y siguiendo por la de los ronin, aquellos samuráis sin señor que iban a la suya, acaparando, al igual que sus congéneres del lejano oeste, las miradas arrobadas de los lectores de literatura de ficción generación tras generación. Héroes fuera de la ley, que anteponen el bien universal natural al de unas leyes que no siempre son lo suficientemente rápidas o eficaces.

Puede que sea esta particular visión del género superheroico la que me haga pensar que la fusión del mismo, quizás caracterizada en su esencia más íntima a la aventura o la épica (como lo fueron las antiguas historias de caballeros o las obras mitológicas en su día), funciona especialmente bien cuanto más toma prestado de otros subgéneros. Entre estos usuales compañeros de cama, destacan por encima del resto los géneros de terror (cada vez hay más grandes cómics de horror asociados a superhéroes) o la ciencia ficción (imprescindible en muchos de ellos), pero como es mi opinión la que respalda estas palabras, me arriesgaré y diré que jamás ha existido ni existirá una unión tan feliz y tan perfecta como la que se crea cuando los supers se adentran en el género negro (o los matones irrumpen en el universo superheróico, a saber).

Los comienzos están más o menos claros. Echando la vista atrás podemos apreciar con facilidad cómo aquellos primeros superhéroes de los años 30 provenían de los justicieros enmascarados que dominaban las revistas y folletines pulp de la época, en revistas tan afamadas como Black Mask o las muy comunes Dime Novels, novelitas de diez centavos con todo tipo de contenidos, que los jóvenes lectores devoraban con pasión.

Queda bien claro, en numerosas declaraciones e influencias artísticas, que los primeros autores del género de superhéroes crecieron con estas historias y publicaciones como referencia en sus influenciables y moldeables mentes, si bien lo más curioso fue que no existió un transvase como tal entre un género y otro, ni siquiera una transformación paulatina, sino más bien un puro relevo que introducía no obstante ciertos elementos del pasado desechando otros, lo que anunciaba unos tiempos cambiantes, quizás más gloriosos y dorados, teniendo en cuenta que para oscuro y amenazante ya estaba el mundo real de aquellos años treinta y cuarenta.

El caso es que por exigencias de guión nos vamos a centrar especialmente en la Marvel noir, con pequeños vistazos a lo que sucedía alrededor, pero sin adentrarnos demasiado en ello para no divagar en exceso, ya que un estudio de este calibre podría llevarnos a acabar en una tesis doctoral, y ya sabemos lo que dice todo asesino a sueldo, desde Bullseye a Bumerang; “nunca hagas nada gratis si se te da bien”. Pues eso.

Empecemos diciendo que por muchas influencias que The Shadow, The Phantom, o Doc Savage pudieran ejercer en el no tan dorado comienzo de los supers (con asesinatos velados, amenazas, y usos flagrantes de autoridad por la fuerza, mucho antes de la inclusión del temido Comic Code), el verdadero género negro no se adentró en los superhéroes modernos Marvel propiamente dichos hasta bien entrados los años sesenta (lógico; la versión editorial que nos interesa no fue creada hasta entonces).

Eso no significa que no hubiera tebeos Marvel, Atlas o Timely poblados de hampones y chorizos de baja estofa (ciertamente en National Comics los había, al igual que en Warren) solo que estos no solían adentrarse por pleno derecho en las historias de superhéroes, y tampoco tiene sentido aún hablar del héroe moderno de la silver age, que es realmente lo que nos interesa hablando de Marvel.

Esto conlleva un doble requisito para nuestra exposición; y es que si nos hacen falta matones, pistolas sin marcar, grandes capos del crimen y tugurios sombríos, también nos hace falta un héroe que se preste a entrar en el juego. Un héroe con ciertas características especiales. Bien pensado, lo mismo no tiene mucho sentido que Hulk se las tenga en los bajos fondos bebiendo bourbon, o lo mismo sí, todo dependerá del enfoque (y las limitaciones al personaje) que quiera otorgarle el autor.

Podemos constatar que uno de los primerísimos casos en los que ésta feliz unión se da con altas cotas de calidad y grandes muestras de contenido por ambas partes dentro de Marvel, es por supuesto Spiderman, un héroe que contrasta en su luminosidad con el reiterado contacto que siempre ha tenido con la cara más oscura de Marvel, plagando de robos, intentos de asesinato, extorsiones y secuestros sus diferentes aventuras.

El ejemplo está ahí y lo vamos a usar como tal: la conocida como “La saga de la tablilla” constituye el perfecto manual de cómo debía ser una historia Marvel de puro género negro en aquellos años. Algunos dirán que es puro pulp, y tampoco irán desencaminados, y otros dirán que una historia con tíos disfrazados es una historia de supers y punto.

Y como no queremos ponernos quisquillosos con el tema de los géneros, diremos que sí, que vale, que todos tienen razón, y que más vale guardar las pistolas y los picahielos para otra ocasión. Lo importante no es etiquetar, sino saber reconocer qué historias tienen ese “algo” que las diferencia del resto, las llamemos como las llamemos.

En estos primeros compases de la colección arácnida, tanto Stan Lee, como Steve Ditko o John Romita, parecían sentirse como pez en el agua arrastrando al personaje estrella de la editorial a través de los callejones, almacenes, guaridas y antros, que conformaban los bajos fondos de las historias a pie de calle que protagonizaba el personaje (a pesar de que Nueva York nunca ha sido un referente especialmente llamativo en lo que a crimen organizado se refiere, pero en fin, derecho de pernada).

Siempre he creído que hay algo intrínsecamente estúpido en mandar a Spidey al espacio (aunque los poderes del Capitán Universo siempre tengan su gracia), del mismo modo que uno no pondría normalmente a los Vengadores a detener la producción de un gran entramado de drogas en Harlem. Esto es algo que tiene cierto sentido, puesto que personajes como los 4 Fantásticos parecían sentirse más cómodos en los terrenos de la ciencia-ficción pura, y otros como los Vengadores, parecían apostar más por el género superheroico puro sin aditivos, mientras que algunos héroes, siempre muy cercanos al ciudadano medio y a las historia a pie de calle, en una relación directa por lo limitado de sus poderes y lo natural de su situación, parecían sentirse más cómodos en este tipo de historias (creo recordar que Johnny Storm experimentó por dos veces lo que era ponerse en la piel de Matt Murdock o Peter Parker, con resultados ciertamente dispares y no del todo satisfactorios que le llevaron a pensar que casi mejor quedarse como estaba).

Establecida esta pequeña distinción (que siempre da lugar a notables y agradecidas excepciones), deberíamos avanzar varios años, hacia algunas colecciones menores pero de gran creatividad, para encontrar el siguiente paso significativo y distinto en lo que a cruzar el pulp o el género negro con los supers se refiere, una vez comprobado que en colecciones principales como The Amazing Spider-Man esta simbiosis (quieto Veneno) era algo de lo más común, con villanos que incluso recurrían al hampa habitualmente para elegir sus equipos y acomodar sus bases secretas. Al respecto de esta colección, si es preciso, destacaremos creaciones tan sensacionales como Kingpin, el Gran Hombre, o Cabello de Plata.

Pero pasemos ahora de estas colecciones principales y pioneras del Universo Marvel tal y cómo lo conocemos hoy día, a esas series de culto que desataban la imaginación de los autores y lectores en los años 70, segunda generación de marvelitas.

Es el caso de colecciones tan exóticas y repletas de misterio como Deadly Hands of Kung-Fu, Hands of Shang-Chi Master of Kung-Fu o las aventuras de Danny Rand en Iron Fist.

Muchos se preguntarán qué importancia pueden tener un puñados de historias con “chinos” repartiendo tollinas en este supuesto análisis del género negro en los supers, y parte de razón pueden tener, pero para aquellos no familiarizados con el arte de Tarantino o Frank Miller (sobre todo al invocar este segundo nombre ya deberían hacerse una idea de por dónde van a ir los tiros, nunca mejor dicho), estas son unas historias con un precedente curioso, al ser tan diferentes, peculiares y relacionadas con el entonces en boga mundo oriental de las artes marciales, que al igual que los ejemplos que nos ocupan, se alejaban constantemente del canon de cómic de superhéroes a pesar de estar íntimamente ligado a él, y que darían paso a una sinergia importante que acabaría por eclosionar en algo ligeramente distinto algunos años después.

No faltaban en sus páginas esbirros, pistoleros, asesinos a sueldo o matones, así como tramas de secuestro, asesinato, extorsión o espionaje, en las que los grandes superpoderes y los trajes especiales eran lo de menos.

Supusieron en su momento una fiebre que arrasó (comparable a la que dos décadas después se desató en el cómic americano de nuevo con la cultura oriental con respecto a los códigos narrativos del manga) entre los lectores, pese a no perpetuarse en el tiempo más allá de unos pocos años, extinguiéndose como tal casi por completo a principios de los años 80, que tomarían un relevo mucho más cercano y apropiado para nuestros intereses (ahora sí), a los que nos encaminamos inmediatamente.

Con la llegada de un jovencísimo Frank Miller a la colección del diablo rojo, primero como dibujante, más tarde como co-argumentista y finalmente como autor completo, el género negro ligado íntimamente a las tramas y los personajes de los superhéroes, quedaría anclado finalmente como una segunda piel, tan cercana a la superficie exterior en estilo y esencia, que resultaría ya imposible distinguirlas, y mucho menos, separarlas, reconquistando un legado más oscuro y realista, muy anterior a la propia creación de la editorial en sí (como Marvel), además de aunar el exotismo oriental anteriormente señalado en las revistas y magazines de la época.

Son estos tebeos de los primeros 80 deudores espirituales de aquellos primeros cómics Marvel de los años 60, pero especialmente de todas las publicaciones del cómic de género anterior al Comic Code, en los que el género de supers bebía abiertamente de los anti-héroes que les precedieron, con códigos mucho más difusos, e historias bastante más viscerales.

Con estas historias se recuperan, reciclan y restablecen, muchos de los elementos recurrentes en las buenas historias noir, como son los entornos decadentes (mayor presencia social de la cocina del infierno, escenarios como los muelles, fábricas, los tugurios, callejones, barrios y projects), haciendo acto de presencia locales tan reconocibles y recurrentes como el Bar de Josie, o secundarios tan acertados como el eterno Turk, soplón y confidente a la fuerza, que sirven para perpetuar ese aire de película hollywoodiense de la época dorada, como El delator o Cara de ángel.

En el Daredevil de Miller encontraríamos grandes batallas con poderes, así como tramas más sociales, salpicadas de personajes propios del género negro y tramas que fluían una y otra vez entre ambos aspectos. Pero lo más destacable de ello, es la curiosa fusión que Miller llevó a cabo al unir una tercera pata de banco a la mezcla, con el mentado aire oriental que salpicaría el pasado, presente y futuro de Matt Murdock, con lo que enlazamos finalmente con aquellos cómics de los 70, resaltando su importancia en el proceso evolutivo de estos tebeos. Daredevil no era solo un héroe que dudaba de su propio status de protector dentro del marco de la ley e incluso de la espiritualidad, sino que además se convertía en un consumado artista marcial, que debía buena parte de sus habilidades y su filosofía, al no ya tan lejano y extraño mundo oriental. Conviene resaltar que al hablar de esta colección, que siempre había sido tenida por una especie de Spiderman de segunda (más serio y menos colorido), alcanzaba por fin una identidad propia ya intuida en anteriores etapas (las de O´Neil y McKenzie principalmente), pero que ahora se propulsaba hasta las más altas cotas, no ya solo del cómic Marvel, sino del mundo del cómic en general.

Por supuesto, no podemos dejar de señalar que Frank Miller retomaría el personaje que le encumbró como gran autor completo (y al que él llevó igualmente al Olimpo del cómic) en la inevitable Born Again.

Un cómic con tanta calidad natural como palabras se han escrito sobre él, por lo que no nos adentraremos más en el tema por el momento (simplemente; hay que leerlo. Es posible que artículos como el presente ni siquiera existieran hoy día de no ser por cómics como este; un tebeo que alcanza las más altas cotas narrativas, gráficas y escritas de su arte).

A estos años corresponde también el auge de uno de los personajes Marvel más relacionados al género negro (y es que sin él no tendría a qué dedicarse) en su esencia; hablamos nada menos que de Frank Castle, más conocido entre gritos de dolor y oraciones como The Punisher, el anti-héroe que instauró la calavera como signo de terror entre los criminales, una vez que la mafia acribillara a toda su familia en una soleada tarde de picnic.

Que este personaje, basado en el The Executioner de Don Pendleton, alcanzara colección propia, con un tremendo éxito, nos da una idea de cómo habían cambiado los cómics de superhéroes para el final de los años 80, con docenas y docenas de mafiosos haciendo cola para ser debidamente apiolados y mutilados por montañas de armamento rigurosamente documentado y explícitamente real, en una jerga que trataba de emular a la que tenía lugar en las calles de la América de los 80.

A pesar de la fusión de géneros a los que hemos aludido en colecciones como The Amazing Spider-Man, Iron Fist o Daredevil, podemos decir que, con ejemplos como The Punisher, asistíamos de primera mano a casos en los que el género negro acababa incluso fagocitando por completo la influencia superheroica hasta reducir al mínimo posible su expresión en las páginas escritas.

Acabando esta época de oro, en los primeros años de los 90 por desgracia estas reminiscencias casi desaparecieron, o al menos se resintieron, al volver la editorial erróneamente a una síntesis del género superheroico que se quedaba solo con lo superficial (y no hablamos precisamente del componente aventurero) erradicando cualquier tipo de influencia artística que entramara una segunda capa de lectura o intencionalidad narrativa más allá de las poses, el lucimiento gráfico o las enormes armas y poderes, que pervertían una tendencia mal entendida que comenzara gracias a nombres como el de Frank Miller y otros, al endurecer y radicalizar el concepto de “vigilante” (original writer, are you there?) con una intención totalmente distinta.

Nos dirigimos pues, de puntillas, al pasado más cercano, colocándonos en los últimos años de esta temida década (que como todas tuvo también sus grandes aciertos una vez pasados los peores años), para lo que nos es totalmente necesario hablas de dos nombres propios como son Joe Quesada y Bill Jemas.

Estos dos visionarios revitalizaron una editorial moribunda (por aspectos que ahora no vienen al caso y que obedecen a malas decisiones creativas, económicas y empresariales, de los que lo mismo hablamos algún día si es que queda alguien que aún no haya asimilado debidamente este paseo por el desierto) dando la vuelta a varios conceptos erróneos y deshaciéndose a la vez del lastre de la caspa y la nostalgia mal entendida, en ideas que hacía mucho tiempo que habían dejado de funcionar, por mucho que algunos se resistieran en un principio (nos resistiéramos) a dejarlas morir.

La primera medida que tomaron antes de hacerse con el control completo de los personajes, fue revitalizar, con distintos resultados no todos ellos completamente satisfactorios, a los anti-héroes (o entornos) Marvel más oscuros y brutales, como podían ser Punisher, Elektra, Motorista Fantasma, Daredevil o Blade (y es que quizás el bueno de Matt argumentara que él en realidad poco tenía que ver con los demás; que son sus historias las que son oscuras, no él).

Tras esta muestra empírica de que otra perspectiva era posible, aplicaron el mismo rasero a varias colecciones, algunas ya existentes, y otras completamente nuevas. Muchas de ellas se adentraron en terrenos hasta entonces desconocidos, pero nosotros nos ocuparemos únicamente de aquellas que recibieron un buen baño de género negro.

La colección de Lobezno respondía a este requisito.

Tras una etapa un tanto irregular con historias de todo tipo (algunas tan interesantes y a tener en cuenta como la magnífica Todavía con vida, de Warren Ellis, que supuso uno de los primeros acercamientos en la serie de Lobezno al género negro puro, después de años de aventura, acción o ciencia-ficción), tomó el mando de la colección el guionista Frank Tieri con un espectacular Sean Chen a los lápices.

Dramas carcelarios, asesinatos propios del thriller, asesinos elitistas, cazarecompensas que nunca fallan, e incluso caníbales que introducían un agradable toque de terror a una colección que subió el nivel medio de la misma, y que continuaría por ese camino durante muchos más números, con la llegada posterior de un Greg Rucka en plena forma, que traería historias de inmigrantes ilegales, narcotráfico, mafias y enemigos mortales, todo en uno.

Si tuviéramos que quedarnos con un solo tebeo de esta etapa, sin duda sería el número nueve del tercer volumen publicado por Forum, que contenía a su vez el número 181 USA, con una historia tan buena, que simplemente tendréis que leerla para poder creerlo. No lo dudéis; si os gusta (vaya condicional; claro que os gusta) Los Soprano, este es vuestro cómic. Así que recuperadlo o descubridlo.

Otro muy buen ejemplo, aunque mucho más ecléctico que el del bueno de Logan, es la colección Tangled Web, que era algo así como un “todo por Spiderman, pero sin Spiderman”, en una serie que exploraba el entorno del trepamuros muy, muy a pie de calle (algo que ya estaban explorado otros guionistas de cómic en otras colecciones del arácnido), ofreciéndonos no solo otra mirada de sus villanos habituales, sino de sus muchos y numerosos esbirros sin nombre, que se han cruzado en algún u otro momento (para su desgracia) con el genial lanzarredes.

De esta novedosa e irregular colección (más por su variedad que por su calidad, que era casi siempre altísima), merece la pena señalar especialmente las historias de El Finiquito, Flores para el Rino y Pacto de caballeros, como algunas de las mejores historias cortas de género que jamás hayan sido publicadas en Marvel. Especialmente la primera, cuenta con un Eduardo Risso que es una delicia, y un Greg Rucka que entrega uno de sus mejores trabajos para el mundo del cómic, con una historia que es sencillamente sensacional.

Tocaría ahora hablar de un autor que si bien suele despertar tantas filias como fobias en el género puro de superhéroes, en cuanto al género negro, ha demostrado ser un escritor bastante fiable, con un par o tres de colecciones que han puesto de acuerdo a público y crítica respecto a su gran calidad, y que le señalan como un escrito a tener muy en cuenta.

Hablamos de Brian Michael Bendis, creador de Powers (poderes y género; nunca falla), que resulta que también ha entregado una de las etapas más aclamadas del diablo rojo que protege la cocina del infierno, y una serie mucho más personal y fresca que recibe el nombre de Alias, y cuyo personaje principal, Jessica Jones, se ha llegado a convertir en uno de los fetiches recurrentes del guionista. Si bien Bendis consiguió ofrecer una imagen sólida y atractiva de Daredevil, tanto en el universo tradicional como en el Ultimate (donde se encargó de una de las mejores historias de dicho universo, en ese triángulo de las Bermudas de atracción irrefrenable que suelen formar Spiderman, Daredevil y Punisher), con historias sucias y bien caracterizadas, sería con Alias donde Brian Michael destacaría lo que era capaz de aportar al Universo Marvel compartido, empezando completamente de cero, con un personaje de su invención que aunara con total naturalidad lo mejor de dos mundos, con el añadido, de que esta vez el detective privado perdedor y decadente, resultaba ser una mujer, antigua superheroína para más señas.

Conviene señalar en este punto que esta fiebre por las historias con un toque (o directamente tal cual) noir, no era algo casual ni que pasase inadvertido por la editorial o sus lectores, fruto de lo cual, comenzaría su andadura en 2008 una de las líneas editoriales más representativas y aclaratorias a este respecto, que no dejaba ninguna duda sobre el filón que esta perspectiva representaba: Marvel Noir.

Que un género consiga su propia línea de cómics dentro de una editorial famosa por editar superhéroes, solo puede venir a destacar que la fusión de ambos géneros funciona más que de maravilla, y que sus propios lectores ansían más historias que destaquen precisamente por ese toque distintivo.

Así, Marvel Noir se instauró como una revisión artística y argumental de algunos de los héroes más conocidos de la editorial, vistos esta vez desde la perspectiva única del noir, con la belle epoque como escenario, incluyendo modificaciones en sus orígenes, sus villanos, sus poderes, o sus objetivos vitales.

Algunas de ellas fueron; Spiderman, Lobezno, Masacre, Iron Man, X-Men, Daredevil, o Punisher, esta última, en la que cabe pensar en qué se diferenciaba exactamente este enfoque del habitual, como enseguida veremos.

Y es que llevamos un buen rato hablando de lo que el género negro ha venido a aportar al mundo de los superhéroes (Marvel), y casi sin darnos cuenta, hemos atravesado un siglo (que se dice pronto), pasando de los magacines pulp y las dime novels, a los primeros héroes de la golden age, al nacimiento de Marvel tal y cómo la conocemos en los sesenta, a la fiebre por las artes marciales y los cómics sociales de los setenta, la dureza y la irrupción completa del género en los ochenta, la recuperación de finales de los noventa, y la naturalidad y convivencia del comienzo de siglo. Etapas que, una tras otra, han servido para ir dando forma a una vertiente con un sello de calidad propio y un estilo único, que ha ido influenciando a casi todos los personajes que alguna vez han habitado un comic-book, y que han dado series fuera de los grandes universos compartidos de DC y Marvel, tan interesantes y de calidad como Incógnito, de Ed Brubaker, la citada Powers, de Brian Michael Bendis, o La Capa, de Joe Hill. Historias donde el género de superhéroes es retorcido, y el forajido que actúa al margen de la ley se transforma en algo más, normalmente peor (para nosotros, los lectores, evidentemente mucho mejor).

Esto ha dado lugar a la que sin duda es una de las mejores series Marvel publicadas en este presente siglo, quien sabe incluso si se encontrará en muchos de los tops personales de los lectores, que tendrán esta larga historia de más de cinco años (y un previo) como una de las mejores historias Marvel de la historia que se hayan hecho y punto.

Hablamos de Punisher Max.

Hablar sobre el género negro en Marvel y no hablar de Punisher Max es no hablar sobre nada. Si algún lector tiene algún prejuicio particular respecto al personaje, hará bien en contenerlo, y probar por sí mismo la que es una de las historias más completas y mejor escritas de la historia de la editorial.

Sobre su guionista, Garth Ennis, poco hay que decir, salvo que es uno de los escritores de cómic más célebres y afamados de los últimos 25 años, habiendo creado algunos de los tebeos más provocativos, irreverentes, altaneros y mordaces del medio.

Si bien no siempre su pluma busca un elevado gusto y refinamiento (ya que no es su intención en obras tan procaces como Dicks, Hitman o The Boys), en ocasiones, esta alcanza unas cotas de calidad realmente inauditas, como podemos comprobar en sus magníficas War Stories, y especialmente, ya que es lo que nos interesa, en su Punisher Max.

El Frank Castle de Garth Ennis parece rehuir de cualquier concesión pasada, aunando lo mejor del género bélico, una buena dosis de humor negro, con una capa sólida y sórdida de gran género negro, que no se frena ante nada ni nadie para presentar algunos de los personajes más extremos y radicales que han pasado alguna vez por un cómic, y que aprovecha para repasar toda clase de subculturas y antiguos conflictos históricos con una mirada afilada y cínica.

El gran pero para catalogar estos cómics como la sublimación de toda la herencia recibida a través de décadas de feliz unión y fusión entre géneros, es que efectivamente, muy, muy poco queda en estas páginas del género de superhéroes, con sus villanos superpoderosos (Barracuda igual tiene algo que decir al respecto) o sus brillantes héroes (de estos sí que no hay ni uno; palabra).

De cualquier forma, serviría esta serie para restaurar la fama y el éxito del personaje, que desde entonces vive una segunda edad dorada, en la que ha encontrado guionistas de calidad que le respalden, como el siempre interesante Greg Rucka, que ha firmado a posterior una de las mejores etapas del personaje, esta vez, plenamente integrada en el universo compartido que es Marvel, y con uso brillante del juego que puede dar un personaje como el Castigador incluso junto a personajes como los Vengadores.

No podemos dejar de mencionar otra gran serie de este comienzo de siglo, como es la magnífica Supreme Power, de Joe Michael Straczynski, una historia que aúna los entramados políticos, las cuestiones sociales, el thriller, el terror, y el género negro, una historia que en definitiva habla prácticamente de todo, como cualquier gran cómic, pero enmarcado en esta ocasión en una trama que encaja a la perfección en el mundo de los superhéroes, potenciando todos sus puntos fuertes.

Por último, para constatar que la fusión entre géneros sigue disfrutando de buena salud y no muestra síntomas de agotamiento, señalamos la última hornada de títulos encuadrados dentro de la línea Max para lectores (aún más) adultos, con cómics que destacan especialmente, como son el Max Furia, de nuevo bajo la batuta de un magnífico Garth Ennis, o el Max Lobezno, que sumerge una vez más a Logan en una historia de puro género negro (otro tebeo que no quieres perderte, apunta: El hombre del pozo, esta vez de la mano del genial Jason Aaron).

Pero sin detenernos en una u otra serie, y aminorando por fin la marcha tras este largo pasaje, sea cual sea nuestro avatar favorito en este enorme mundo del cómic de superhéroes, algo que puede ir perfectamente por gustos, lo importante de esta exposición es apreciar cómo la unión entre géneros da siempre, en manos capaces, historias con un enfoque único, rompedoras y vibrantes, que consiguen aunar lo mejor de dos mundos, potenciando las virtudes y corrigiendo los defectos de cada género, creando una amalgama narrativa perfecta, con la que el lector disfruta a distintos niveles.

Ciertamente, el cómic negro de superhéroes lleva muchos años entre nosotros, y durará muchos años más. Todo empezó hace tanto tiempo, que a veces no viene mal recordarlo.

Como tampoco viene mal recordar que donde quiera que haya una capa, es posible que una Magnum del 44 no ande demasiado lejos…


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