MARVEL LIMITED EDITION THE HULK!: EL COLOR DEL ODIO
por Óscar Rosa Jiménez


El binomio formado por SD distribuciones y Panini Comics vuelve a la carga cada año con un buen número de recopilatorios dentro de su nueva línea dedicada a los clásicos, que estoy seguro que será motivo de alegría para algunos, mientras otros pensarán que la proliferación de tomos a precios fuera del alcance de la mayoría es cada vez más habitual. Y, sinceramente, ambas facciones del fandom tendrán su parte de razón. Por un lado, creo que hay que ser consciente de que gracias a esta iniciativa se van a recuperar una serie de títulos que muchos pensábamos que serían imposibles de rescatar. Sin embargo, por otro lado, quizá el precio a pagar por este tipo de productos sea algo excesivo, con especial ensañamiento en algunos ejemplares muy concretos, donde es difícil no sentirse engañado, con esa sensación de estar cruzando una barrera que, una vez traspasada, transmite un mensaje equivocado a las editoriales y posiblemente no tenga marcha atrás. Obviamente, cada cual es libre de emplear su dinero en lo que le apetezca, sobre todo si tiene el nivel adquisitivo necesario para ello, pero también creo que está meridianamente claro que no todos los tebeos merecen ediciones de lujo, ni precios desorbitados.

Volviendo al tomo que hoy nos ocupa, tras el lanzamiento en el primer año de la línea de un volumen dedicado a recopilar el magazín The Rampaging Hulk, tenemos la recuperación de la segunda fase de la revista, la cual se caracterizó principalmente por la presencia del color. Como ya comentamos en su día (Artículo 53), la primera parte de la revista estaba orientada a cubrir ciertos huecos del pasado del Goliat Esmeralda, con no demasiada fortuna. No obstante, en esta nueva etapa, el magazín se centró en aprovechar al máximo el éxito de la serie de televisión protagonizada por Bill Bixby, de manera que cada número tomase prestado el formato de un guión televisivo, manteniendo una fina línea cronológica, pero desmarcándose totalmente del Universo Marvel. Prácticamente tenemos la sensación de estar leyendo aventuras que suceden en algún tipo de universo paralelo, en el que el monstruo gamma no es tan conocido como debiera y en el que los superhéroes son una rara avis.

Esta nueva andadura de Hulk en el formato magazín comenzó en The Hulk! #10, que tenía la particularidad de continuar la numeración, pero dejando de lado los adjetivos rimbombantes, de manera que el hipotético seguidor de la serie no tuviese ningún género de dudas sobre lo que podía encontrase en su interior, siendo renombrada simplemente con el nombre del gran protagonista. Tanto es así, que en las portadas se hacía una mención constante a la exitosa serie televisiva, a modo de reclamo. Además, las historias se complementaban con entrevistas y artículos relacionados con el fenómeno televisivo Marvel del momento, llegando al punto de incluir fotografías de la versión de Hulk para la pequeña pantalla, encarnado por el culturista Lou Ferrigno. Hoy día esto nos puede parecer algo de lo más natural del mundo, teniendo en cuenta la expansión actual del universo cinemático de Marvel Studios, pero en la década de los setenta tuvo su impacto, del que la compañía quiso aprovecharse todo lo posible; principalmente tras el fiasco que supuso el conato de emitir una serie protagonizada por el buque insignia de Marvel, Spiderman, que transformaron los episodios pilotos que se rodaron en telefilmes carne de videoclub.

Quizá los más jóvenes no conozcan este producto digno de su época, aunque hoy en la era de Internet está prácticamente todo al alcance de un clic. A los que la recuerdan con cariño de sus emisiones dominicales en Televisión Española les aconsejo que se queden con ese recuerdo, tampoco es cuestión de estropear la niñez de nadie. A pesar de todo, es indiscutible que la serie fue un éxito y que supuso una carta de presentación perfecta para Hulk, poniéndolo en la órbita de los iconos culturales del siglo XX y alcanzando fama a nivel mundial. Se trataba del primer éxito audiovisual de Marvel y tardarían muchos años en repetirlo. The Hulk! No solo se benefició de ese éxito, sino que impregnó sus páginas de esa versión del personaje, con la gran diferencia de que los ilustradores no tenían las limitaciones técnicas del medio televisivo, por lo que se volcaron en explotar al máximo ese aspecto de la cabecera, contando con un autor principal, aunque no el único, Ron Wilson, que sería entintado por una serie de artistas procedentes en su mayoría de Filipinas, los cuales eran capaces de dominar el equilibrio entre las luces y las sombras como nadie. Por aquí desfilaron auténticas leyendas del cómic filipino como Ricardo Villamonte, Alfredo Alcalá, Ernie Chan o Rudy Nebres, que consiguieron imprimir una personalidad muy marcada a las ilustraciones, obteniendo como resultado un trabajo espectacular, visualmente hablando. A esto habría que sumarle el añadido del color, realizado por profesionales de la talla de Marie Severin o Steve Oliff, entre otros. Sin duda alguna, el apartado gráfico de este bloque de la serie está a la altura de las circunstancias y es una delicia para los sentidos.

La segunda fase de la revista tuvo dieciocho entregas de carácter bimestral, alcanzando el número 27 de la colección, momento en el que fue cancelada, a mediados de 1981. En este volumen se incluyen los diez primeros números de esa etapa, llegando al número 19 de la cabecera, quedando para el segundo tomo, confirmado su precio y fecha de publicación en las últimas semanas, el final de la colección. Esta decisión editorial ha permitido que estemos ante uno de los tomos menos voluminosos de la línea, permitiendo que sea bastante manejable, un hecho que apenas ha repercutido en el precio. El eterno debate del previsible ahorro que supondría un tomo de mayor número de páginas está muy presente, soy consciente de ello. No obstante, en un panorama editorial en el que priman los productos de más de 500 páginas, se agradece que de vez en cuando no haya que hacer ciertos malabares para leer un cómic, o directamente practicar la halterofilia. Y no hablo ya de la desgraciadamente lamentable encuadernación que presentan los ejemplares de esta línea, a pesar de su precio, algo que parece haberse enmendado en este volumen concreto presentando una mayor solidez, aunque la eliminación de los temibles crujidos parece ya una misión imposible. Pero qué duda cabe que el mayor atractivo de este tomo reside en la posibilidad de ver publicado en nuestro país material que estaba inédito hasta este momento. Si en el anterior recopilatorio teníamos la opción de elegir una edición tan asequible como la Biblioteca Marvel, aquí no ocurre lo mismo, ya que solo la editorial Vértice publicó esta serie en una colección en formato revista titulada The Rampaging Hulk, la cual finalizó en el número 15, por lo que casi la mitad de los contenidos de este volumen son una novedad para el público español. Ni siquiera en Estados Unidos ha visto la luz este material a todo color, al ser publicado en su línea Essentials, en blanco y negro. Por lo tanto, en cierta forma, somos un poco afortunados en este país, pero no tanto como quisiéramos. Nunca llueve a gusto de todos, ya se sabe.

Hasta el momento, creo que ha quedado claro que estamos ante un producto propio de un primigenio merchandising, que cuenta con un excelente dibujo, pero estoy seguro que más de uno querrá saber si a parte de ese contexto histórico y esas características gráficas, el tomo merece realmente la pena. La verdad es que la respuesta no es tan sencilla. En este primer bloque de la segunda fase de la revista tenemos al frente de la máquina de escribir a Doug Moench como principal guionista, aunque habrá alguna pequeña aportación de Roy Thomas. Sin embargo, el encargado de trasladar esa versión televisiva de Hulk a los cómics es responsabilidad única de Moench. Este autor, que se ha convertido en alguien recurrente en esta sección, cambia totalmente el enfoque en cuanto a su trabajo en la anterior etapa de la cabecera. Y ahí quizá esté la respuesta a la pregunta que muchos se hagan. Moench es el creador de series de culto tales como Master of Kung Fu y fue uno de los principales impulsores de la introducción de la crítica social y la reflexión como herramienta en los relatos que se incluían en las revistas de terror de Warren Publishing. Para algunos, su escritura densa y abigarrada es un lastre, además de presentar un esquema inclinado hacia el dramatismo desmedido. Para otros, su carácter reflexivo puede hacernos ver que, a pesar de estar leyendo cómics de una época donde primaba la simplicidad y era un producto dirigido supuestamente a un público infantil, los guiones tienen algún tipo de trasfondo. No es solo Hulk destrozando todo lo que se encuentra a su paso, ni eternos enfrentamientos entre forzudos protagonistas durante interminables páginas. Si en el anterior artículo hacía referencia a la ausencia de esta faceta del autor, aquí la tenemos de vuelta en plenas facultades. Cómo digo, la respuesta está en el tipo de Moench que prefieres leer.

Bajo mi punto de vista, esta faceta del autor es mucho mejor y más interesante. Una de las principales características de este Hulk es que mantiene la esencia y hunde sus raíces en la parte dramática de su existencia. Si bien es cierto que hay una estructura esquemática, no deja de ser una secuela del formato autoconclusivo, propio del producto televisivo. Además, no olvidemos que la constante huída de Hulk se asemeja a otra de las series de gran éxito en su época El fugitivo, que parte de una especie de road movie en el que el cambio de escenario es la constante. El Gigante Esmeralda, con su eterna búsqueda de una cura para el mal que le aqueja, encaja como un guante en este concepto. De ese modo, Moench potencia todo lo posible ese aspecto y lleva al personaje por diferentes lugares del planeta, explotando aquello que de alguna forma ya implantaron sus creadores. Esto nos lleva ante un Bruce Banner errante, lamentando su existencia, pasando de un trabajo a otro, deambulando por el mundo sin un rumbo fijo, prácticamente huyendo de sí mismo como un vagabundo, que se ve envuelto en todo tipo de aventuras a pesar de que lo que más le interesa es pasar desapercibido y mantenerse lejos de los problemas. En definitiva, un reflejo de aquello que podían ver los televidentes a través del personaje interpretado por Bill Bixby, pero en una impresión de cuatricromía.

Moench se nutre de esa combinación entre medios tan distintos como los cómics y la televisión, con la única diferencia de que dota a este Hulk de una verborrea muy acusada. En la anterior etapa de la colección ya hacía hincapié en ese aspecto, aunque el carácter malhumorado se pierde y aflora el del personaje que todos conocemos. No obstante, en estos tebeos, el Coloso de Jade habla mucho; prácticamente hasta por los codos. Esto provoca largos soliloquios con la naturaleza, con las fortuitas amistades que van surgiendo y con todo aquel que le quiera escuchar. Este detalle llega a ser tan chocante en algunas ocasiones, que da la sensación que el personaje más que hablar piense en voz alta. No, no me he confundido, porque Hulk en estas historias ¡también piensa! De una forma rudimentaria y simple, eso es cierto, pero lo podremos ver hacer promesas, llevar a cabo reflexiones y actuar en consecuencia. Es por todo esto por lo que siendo un personaje totalmente reconocible para los aficionados, no nos queda otra que pensar que estamos ante prácticamente una nueva versión de Hulk; una ideada para esos espectadores deseosos de leer historias del personaje y que acudían a los kioscos atraídos por el formato revista, que en aquella época se desmarcaba del Comics Code y lucía junto a otro tipo de publicaciones orientadas en teoría a un público más adulto. Todo esto se refuerza cuando desaparecen, sin dejar ni rastro, los secundarios habituales de su serie regular. El recurrente Rick Jones no aparece ni se le espera. El General "Trueno" Ross, ese infatigable perseguidor de nuestro protagonista, que prácticamente se podría definir como la némesis de Hulk hasta el momento, tampoco da señales de vida. No hay ninguna mención al amor de su vida, Betty Ross, cuyo recuerdo le servía a Banner de bálsamo en sus momentos más difíciles.

Cabe destacar, también, la ausencia de supervillanos. Quizá estemos en el Universo Marvel, nadie lo puede negar, al igual que tampoco se puede afirmar de manera rotunda. Apenas hay alusiones y la aparición del Gigante Esmeralda suele ir acompañada de caras de estupefacción e incredulidad. De hecho, una de las historias gira precisamente en torno a lo increíble de su existencia, ya que nadie cree a un niño cuando afirma haberlo visto. En otras ocasiones será justamente al contrario, pero el foco de atención siempre se mantiene muy alejado del centro neurálgico del universo de ficción perteneciente a la Casa de las Ideas, de modo que siga la línea de la serie de televisión. No obstante, esto no quiere decir que Hulk no tenga que vérselas con malvados villanos, pero estarán basados en amenazas más terrenales, como científicos locos, empresarios corruptos, traficantes de armas, millonarios obsesivos, terroristas, forzudos de circo y algún que otro robot. Una variopinta pléyade de enemigos que no desentona en el género de superhéroes, pero que se puede antojar como insuficiente en ocasiones ante un protagonista como Hulk. Sin embargo, Moench consigue que funcione, apelando a esa faceta dramática de las historias, reforzando el lado más humano del monstruo gamma que no acapara todo el protagonismo. Además, el guionista profundiza en el aspecto psicológico del personaje, introduciéndonos en su mente, casi de manera literal en algún relato, lo que nos permite conectar con el desarrollo que tendría al respecto varios años después en manos de Peter David, durante su fenomenal etapa al frente de la serie The Incredible Hulk. Obviamente, Moench no es David y su manera de afrontar los conceptos son muy diferentes, pero creo que consigue conectar con el potencial de Hulk a nivel profundo en muchas ocasiones, haciéndonos reflexionar sobre la dualidad de su naturaleza y la complejidad que encierra Banner y su álter ego. Comparándola con etapas coetáneas del personaje, me atrevería a decir que ninguno de los autores de aquella época se atrevió a ir tan lejos, a pesar de que llegaran a sentarlo en un diván frente a Doc Samson. Diría que les falto ese punto al que solo alguien como Moench solía llevar sus personajes y sus conceptos.

En esta línea de trabajo, el guionista dotó a estos tebeos de algunas características que de alguna forma conectaban con ese formato televisivo que mencionaba al principio. Como cualquier serie de televisión de aquella época, había una trama central que servía de hilo conductor, mientras que en cada capítulo el protagonista vivía aventuras en diferentes escenarios. Antes hacía mención a El Fugitivo, pero era una fórmula totalmente aplicable a otras series que estoy seguro que les sonarán a todos como son El Equipo A, Kung Fu, Autopista hacia el cielo y muchas otras. Además, solían incluir otro elemento muy particular que se dejaba ver al final de cada capítulo: la moraleja; ese componente propio de las fábulas literarias que todos asociamos a los cuentos infantiles. De ese modo, Moench aprovecha este caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de sus ideas, y durante las aventuras de Hulk introduce temas como la pérdida de la comunión del hombre con la naturaleza; los maltratos infantiles; la vida de los componentes de un circo ambulante, que al fin y al cabo no es más que otro ejemplo de cómo la sociedad rechaza a todo aquel que es diferente; el terrorismo como herramienta para predicar algo que es justamente lo contrario de aquello que predican; el injusto sistema de pensiones norteamericano; la corrupción; o la invasión del hombre y su avaricia en la jungla africana. Así, groso modo, estos serían algunos de los temas de carácter reflexivo, con su correspondiente mensaje aleccionador en el que también va implícita una crítica hacia los errores del ser humano. Los detractores de Moench dirán que todo esto es una exageración, que el escritor es bastante pesado y que abusa de la repetición de esquemas, pero, por el contrario, un servidor ve que en una lejana década de los setenta hubo un autor que trató a los lectores de forma inteligente, demostrando que el género de superhéroes no está restringido a ningún tema. Más tarde llegarían grandes genios del medio para ratificarlo, pero Moench ya venía años predicándolo, desde sus limitaciones; en este tomo, tenemos un ejemplo perfecto de ello.

Por último, me gustaría resaltar algunos aspectos referenciales de esta historia. Dentro de un contexto tan flexible como es el road movie, el guionista podía haberse circunscrito al extenso territorio del país norteamericano, pero no fue así. Banner y su álter ego esmeralda cruzarían el charco para vivir algunas aventuras en Europa, un escenario perfecto para homenajear en cierta forma al Frankenstein de Mary Shelly, del que de alguna manera es en parte deudora la creación de Stan Lee y Jack Kirby, entre otras obras de la literatura. Tampoco debe sorprendernos ver a una versión marvelita de Robinson Crusoe, una de las más famosas obras de Daniel Dafoe, o que Hulk represente el papel de un hormonado Tarzán en los confines de la selva africana. Esto no deja de ser un ejemplo más de cómo la nueva generación de artistas de la Casa de las Ideas procedía de un círculo formado, capaz de utilizar elementos de la literatura más clásica, sin que en un principio puedan parecerlo, incluso habrá a quién le pasen desapercibidos.

Mi valoración personal del contenido de este tomo es mucho más positiva que respecto a la anterior etapa de la colección. Es obvio que tenemos un producto hijo de su tiempo con un objetivo muy concreto: captar al público de un éxito televisivo de la década de los setenta. Hoy ese potencial espectador se ha perdido y solo nos queda nuestra capacidad de situarnos en el contexto adecuado. No obstante, no deja de ser una selección de historias entretenidas, muy bien confeccionadas en el aspecto gráfico y correctamente editadas, a pesar del horrible diseño de la portada, que comienza a ser un estigma que se acaba superando por asimilación con el paso del tiempo. Quizá el mayor desequilibro lo produzca el precio del tomo, que desde luego no está a la altura de todos los bolsillos, lo cual es una auténtica lástima, porque podría ser una lectura interesante para los aficionados al personaje que quieran ver como en su etapa clásica también hubo un autor que profundizó en la psique de Hulk como muy pocos lo han hecho con posterioridad. Y es que nuestro querido Gigante Esmeralda ha sido maltratado en muchos aspectos fuera y dentro de las viñetas, siendo tratado como un monstruo simple, despojando su complejidad emocional y mental para usos inanes; o en una destrucción de su esencia básica en aras de la acción y la espectacularidad. No me extraña que, en algún momento, alguien haya pensado que el color del odio sea el verde, pero en realidad ese es el de la esperanza. ¿No pensáis lo mismo?


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